domingo, 22 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 25

Paula contuvo la respiración en espera de la reacción de la niña. Martina había estado tan felíz y relajada los últimos días que la madre tembló al pensar en la escena que se produciría por la visita de Pedro Alfonso.

—¡Tío Pedro! —el rostro de la chiquilla se iluminó de repente—. ¡Llegaste muy tarde para ayudarnos con el árbol —añadió mirando a su madre.

Paula estaba demasiado aturdida para responder. ¿Desde cuándo Martina llamaba a ese hombre "tío Pedro"? Y su hija parecía que lo había esperado esa noche. ¡Vaya por su preocupación de segundos antes!

—Ven a ver nuestra decoración —Martina lo tomó de la mano, arrastrándolo hasta el salón.

—¿No te molesta? —Pedro se volvió a mirar a Paula.

Ella negó con la cabeza.

—Haré un poco de té —dijo. Así trataría de calmarse un poco y reponerse de la sorpresa.

Martina parecía conocer muy bien a Pedro Alfonso, y ella no podía entender la razón. Su hija no solía guardar secretos, y no dejaba de preguntarse por qué lo había hecho ahora.

Estaba acabando de poner las cosas en la bandeja cuando sintió que ya no estaba sola en la cocina. Se volvió con brusquedad y vió a Pedro observándola con intensidad.

—Debí haber… bueno, tal vez prefiera algo más fuerte, es Nochebuena y… ¿Le gustaría?…

—El té está bien —repuso él con seriedad—. Creo que te debo una explicación por el recibimiento que me dió Martina.

Paula estaba de acuerdo.

—Si no le importa dármela —pidió con frialdad.

Él cerró la puerta de la cocina con suavidad.

—Martina está dando los últimos toques al árbol —explicó indulgente—. Durante los últimos meses he ido a ver a Patricia y a Gerardo varias veces…

La joven se tensó de inmediato.

—¿Por qué?

—Eso es asunto mío —le dijo él arrogante.

—No, si me concierne —le espetó ella.

Él la miró con frialdad.

—Aunque te cueste creerlo, Paula, no todo el mundo gira alrededor tuyo.

Paula se ruborizó. Sabía que mereció esa respuesta.

—Lo siento —murmuró la joven, inclinándose a servir el té—. Me iba a explicar lo de Martina —pidió.

—Mmm. Bueno, sucede que un par de veces estuvo en casa de Patricia cuando yo llegué de visita.

—Y por eso empezó a llamarlo tío, ¿verdad? —comentó ella con tono burlón.

—No —suspiró él—. Tomó un poco de tiempo. Al principio, ni siquiera quería hablarme.

—Y ahora lo adora —comentó Paula molesta. Y era cierto, era innegable la alegría que le produjo a la niña la visita de Pedro.

—¿Te molesta?

—¿Molestarme? —ella arrugó el entrecejo.

—El que Martina me haya perdido el miedo.

—No, claro que no —repuso ella con brusquedad, recogiendo la bandeja—. ¿Le importa? —preguntó señalando la puerta.

—Paula…

Ella lo miró sorprendida por la intensidad de su voz.

—¿Diga?

—No habría venido a no ser por la invitación de Martina. Estoy muy consciente de tu aversión hacia mí —le abrió la puerta con los ojos fijos en ella.

—Pedro…

—¿Sí? —la luz volvió de repente a los ojos masculinos.

—Nada —Paula se sonrojó y entró en el salón.

Martina se volvió hacia ellos, felíz.

—¿No está hermoso? —exclamó.

Y de hecho sí lo estaba, se veía mucho más lindo ahora que tenía todos los adornos y las luces, aunque ni siquiera eso podía ocultar el hecho de que resultaba muy pequeño y que no tenía muchas ramas.

—Muy lindo —alabó Pedro.

—¿Puedo ayudar ahora a tío Pedro a decorar el suyo? —pidió Martina mirando a su madre con ojos suplicantes.

—En realidad necesito ayuda, Paula —suplicó Pedro con suavidad.

Ella se sintió acorralada, y él lo sabía.

—Está bien —dijo a regañadientes.

—¿Ahora? —el rostro de Martina se iluminó—. ¿Ahora, tío Pedro?

—Eso depende de tu madre.

De nuevo se sintió atrapada, aunque la verdad era que no podía culpar del todo a Pedro Alfonso. Cuando Martina se ponía así le era muy difícil negarle nada.

—¿Mami?

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