domingo, 15 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 5

Paula sintió que la sangre se le helaba en las venas y, muy despacio, se volvió en dirección a la voz. La silla había girado hasta revelar a un hombre, un hombre guapo que la miraba con admiración, un hombre de unos treinta y cinco o treinta y seis años.

Los ojos masculinos se medio cerraron apreciativos, el cabello dorado, más bien largo, la piel muy bronceada, como si acabara de llegar de la playa. Bajo los ojos surgía una nariz más bien aguileña y su boca esbozaba una sumisa casi sensual. Al ponerse de pie, reveló una gran estatura, y Paula, desde la suya propia, pudo observar lo magníficamente que le sentaba el traje de etiqueta blanco que vestía.

La forma en que la miraba la hizo sonrojar, consciente de que el fuego de su mirada recorría toda su persona.

—Yo… yo, lo siento —tartamudeó ella—. Estaba buscando… me equivoqué de puerta —las mejillas le ardían.

La sonrisa del hombre se acentuó, mostrando unos dientes muy blancos y alineados.

—El tocador de señoras es la puerta contigua —le indicó.

—Oh… sí —Paula se dió la vuelta para salir.

—Quédese —él repitió su ruego anterior.

Ella parpadeó, sorprendida.

—El baile…

—Pueden arreglárselas sin nosotros unos minutos —la tomó del brazo, llevándola hasta la silla que había estado ocupando—. Me pregunto a quién le perteneces —murmuró él, casi para sí.

—No pertenezco a nadie —exclamó ella, sorprendiéndose de su propia reacción.

—Bien —sonrió él—. Porque creo que me gustas para mí.

Ella trató de levantarse de la silla, pero se topó con la poderosa figura del hombre que se sentó en el escritorio, frente a ella, extendiendo las piernas una a cada lado de la silla para impedir que la moviera.

—¿Me dejará ir, señor?…

—Pedro —murmuró él con suavidad, acariciando con gentileza extrema el cabello femenino—. Sólo Pedro.

—¡No haga eso! —la ira encendió sus mejillas.

—¿Por qué no? —la mano seguía acariciándola, y ahora había subido hasta la delicada mejilla de la joven—. Tu nombre, ¿cuál es tu nombre? —preguntó impaciente.

—Paula, pero…

—¿No, Pau? Espero que no, porque no me gustan los nombres abreviados — hizo el comentario como si sus preferencias y gustos fueran de alguna importancia para ella.

—Si me perdona… —trató de pasar, pero el hombre le cerró el paso.

—No puedo, Paula —pronunció su nombre casi saboreando cada sílaba—. Mmm, te va bien. Mi adorable Paula —aquellos ojos profundos la retenían cautiva— Estaba sentado aquí preguntándome qué haría para pasar la noche, cuando levanté la vista y ví tu imagen reflejada en la ventana. ¿Tienes idea de lo bella que eres?

—Si es usted el Romeo de esta oficina…

—Oh, no, no yo, Paula —le sonrió mientras su mano recorría el brazo de la silla empujándola con suavidad hacia el respaldo—. Esa es prerrogativa de García.

¡Antonio! ¡Todos conocían sus amoríos, hasta este hombre! Era probable que ambos trabajaran juntos, y este hombre, Pedro, disfrutaría cuando, le contara a Antonio cómo le dio un susto de muerte a su pobre esposa.

—He oído que es un mujeriego —comentó ella fingiendo desenfado.

—Lo es. Pero no quiero hablar de él —y Pedro descartó el asunto—. ¿Me prometerás el resto de la velada?

—¡Por supuesto que no! —Paula tragó saliva.

—¡Tienes que hacerlo! —alargó las dos manos para sostenerla, y la expresión en sus ojos era intensa—. Paula. Creo que acabo de entregarme a tí.

—¡Pero si no nos habíamos visto jamás!

—Si te hubiera conocido no habría hecho todo lo posible para evitar mi presencia en este baile. Odio las fiestas de la compañía —dijo sonriendo.

—Yo también.

—¿Lo ves? —preguntó él impaciente—. Tenemos mucho en común.

—Señor… Pedro, que no nos gusten las fiestas de la compañía significa que tenemos sólo una cosa en común —señaló Paula burlona, contenta al ver que lograba mantener la calma. Este hombre podía estar sólo coqueteando con ella, o podía estar un poco bebido, pero, fuera lo que fuese, le parecía en extremo peligroso; había una luz siniestra en sus ojos que mantenía a Paula alerta.

—Nos atraemos el uno al otro —comentó él con arrogancia.

—¡Por supuesto que no! —repuso ella jadeante, sorprendida por la audacia del individuo. Antonio podía ser un mujeriego, ¡pero este hombre le sacaba una tremenda ventaja!

—Pero es cierto, Paula. Te he esperado toda mi vida…

—¿No cree que está siendo muy vulgar? —contestó ella con sorna. No parecía que se iba a cansar del jueguito; de hecho parecía estar actuando cada vez con mayor atrevimiento, acariciando con sus pulgares las manos femeninas y con el deseo reflejado en la mirada.

¡Cielos, estaba tan sola allí, sola con él, y no importaba Antonio, en cualquier minuto se pondría a gritar!

El hombre arrugó el entrecejo.

—Estoy diciendo la verdad —dijo.

Ella lo miró con fijeza, forzándose a hacerlo.

—Puede que sea cierto de su parte, pero no de la mía.

—Claro que lo es —la interrumpió él—. Me niego a creer…

—Y yo me niego a seguir escuchando esta… tontería —ella lo cortó tajante—. Estoy segura de que esta táctica le ha servido en el pasado, pero me temo que esta vez ha fallado. Tal vez deba pedirle lecciones a Antonio García—agregó con amargura.

—Paula…

—Por favor, ¿quiere hacerse a un lado? —lo miró con frialdad—. Me gustaría volver a la fiesta —mintió.

—Ahora que te he encontrado, no pienso perderte —le dijo Pedro con firmeza—. ¿Bailarás conmigo?

Paula sabía que aquello era sólo un pretexto para tomarla en sus brazos, podía ver el crudo deseo en sus ojos, pero también podría ser la forma de salir de allí.

—Primero tengo que ir al tocador de señoras —le recordó.

—¿Tienes idea de lo sensual que es tu voz? —preguntó él.

¿Es que nada detenía a ese hombre? ¡Lo más probable era que tuviera una esposa esperándolo en el salón! De repente, sintió pena por las dos. ¡Tal vez alguna vez se reunirían a charlar sobre las infidelidades de sus maridos!

—Paula—Pedro llamó su atención de nuevo—. ¿Por qué tengo la impresión de que tratas de escaparte de mí?

¡Quizá porque así era! Se había acostumbrado tanto a mantenerse lejana con Antonio, que tal vez con frecuencia lo hacía sin siquiera darse cuenta. Y el coqueteo de este hombre la asustaba, a pesar de su innegable atractivo. Estaba casada con un hombre muy guapo, y este hombre parecía una versión del mismo Antonio, sólo que de más edad.

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