domingo, 29 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 43

—Ambas cosas —dijo ella de repente.

—Muy bien —se puso de pie, obligándola a hacer lo mismo—. Y ahora que todo el mundo sabe que nos casaremos, será mejor que vayamos a escoger los anillos.

—¿Los anillos? —la joven frunció el ceño.

—Nuestros anillos de boda.

—¿Tú también vas a llevar un anillo? —preguntó azorada.

Él la miró sin poder comprender.

—¿Es que tienes alguna objeción para que lleve tu anillo?

Jamás se le había ocurrido pensar que quería hacerlo. Sabía que la mayoría de los hombres odiaba la idea de llevar el anillo de boda, y Antonio se negó a siquiera tomar en cuenta la posibilidad de llevarlo. Entonces ella se había sentido lastimada; más tarde comprendió que llevar un anillo así suponía una aceptación total del estado de matrimonio. Y Pedro quería llevarlo.

—¿Hay alguna objeción? —insistió él.

—Es que nunca pensé… Perdona, claro que me encantaría que lo llevaras — admitió Paula con timidez. Él pareció contentarse con su respuesta, y algo de su malhumor fue desapareciendo mientras la llevaba hasta el Rolls Royce. Una vez dentro, se volvió hacia ella.

—Si tú puedes usar mi anillo en demostración de que me perteneces, entonces me sentiré honrado de llevar el tuyo como muestra de que te pertenezco —le dijo.

—¡Oh, Pedro!

—No, no empieces a llorar otra vez —la riñó con suavidad—. La última vez que traté de consolarte casi causamos un escándalo público.

Sí, eso habían hecho. Tenía que admitir, al menos a sí misma, que en aquel momento se había olvidad de que estaban en un parque, ¡y a la vista de todos!

El día en que intercambiaron los anillos el sol brillaba en todo su esplendor y no había una sola nube en el cielo.

Martina había estado excitadísima toda la mañana, desesperada por ponerse el nuevo vestido azul que tenía para la ocasión, pero Paula no le permitió ponérselo sino hasta el último momento, segura de que lo ensuciaría si se lo ponía antes.

Ella llevaba un vestido de encaje color marfil y el pelo le caía suelto sobre los hombros, con un pequeño sombrero, también de encaje, como único adorno de su peinado. Llevaba un pequeño bouquet de rosas amarillas, y sus nervios aumentaron cuando Patricia y Gerardo la llevaron hasta la oficina del registro; los dos iban a actuar como sus testigos.

No debió estar nerviosa. Pedro se encargó de todo y, a los pocos minutos, ya eran marido y mujer.

—Nunca te quites mi anillo —le pidió, antes de besarla al final de la ceremonia.

—¿Nunca? —le preguntó ella con timidez.

—Nunca —le dijo con firmeza, volviéndola a besar.

Luego empezaron las felicitaciones de los invitados; la mayoría eran amigos de Pedro. Su madre había hecho un viaje especial, desde su Suecia natal, para asistir a la ceremonia. Fue así que Paula se pudo explicar lo rubio de su marido.

Hubo una pequeña recepción en un hotel del pueblo. La casa de Paula ya estaba cerrada. La semana anterior había enviado sus cosas y las de Martina a casa de Pedro, y ambas se quedaron con Patricia y Gerardo los últimos días. Fue allí donde se cambió para su viaje; se puso un precioso traje sastre, verde limón, que le sentaba de maravilla. Sólo irían a Londres a pasar el fin de semana; Martina se quedaría con Patricia y Gerardo.

Pedro la tomó de la mano mientras conducía, sonriente.

—Empezaba a pensar que jamás llegaría este día —le dijo.

Para Paula el día había llegado con una rapidez extraordinaria y la noche se acercaba aún más rápidamente. Al menos no iban a un hotel, sino que permanecerían los dos días siguientes, con sus noches, en el apartamento de Pedro.

Era la típica vivienda de un hombre soltero, carente de adornos o flores, el mobiliario ultra moderno, al igual que las pinturas que decoraban las paredes.

Pedro sonrió, mirando a su alrededor.

—Lo alquilo amueblado —le explicó—. No me había dado cuenta de lo feo que es.

—No es feo —le aseguró Paula—. Sólo que… que…

—Exacto —rió él, tranquilo por primera vez en varios días—. Vamos —la tomó de la mano—. Te enseñaré todo.

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