domingo, 29 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 44

Había dos dormitorios, cada uno con su baño, y una preciosa cocina. La vista del parque Regency era soberbia desde la ventana de la sala de estar.

—La cocina es bonita, ¿verdad? No es que la vayas a usar mucho, de todas formas —le dijo juguetón
—. ¿Qué dormitorio prefieres? Por lo general, yo uso el marrón, pero creo que la cama es más grande en el otro.

El rubor coloreó las mejillas femeninas.

—Entonces, usemos el color limón.

Él hizo una mueca de satisfacción.

Se habían detenido a cenar, antes de llegar, y ya eran más de las diez de la noche. Como el día había resultado largo y agotador parecía lógico irse a la cama. Un molesto cosquilleo empezó en el estómago de Paula al pensar en lo que aquella noche la depararía.

—¿Quieres pasar a la ducha primero? —la invitó él.

—Yo… sí, gracias.

Esto estaba resultando mucho peor que la noche de bodas que pasó con Antonio. Entonces no había sabido lo que pasaría o lo que esperaba de ella, pero ahora sí lo sabía, y temblaba con sólo pensarlo.

Pedro vestía una bata negra cuando, poco después, Paula salió del baño, enfundada en un camisón azul que le cubría hasta los tobillos. La mirada de Pedro se ensombreció al verla, pero no dijo nada y se metió a su vez en el baño.

Paula suspiró aliviada al verlo cerrar la puerta, y empezó a acomodar su ropa. ¿Cómo iba a soportar aquello? Porque tenía que hacerlo; ahora era su esposa y tenía un deber hacia él, aunque no lo amara.

La luz estaba apagada cuando Pedro salió del baño a los pocos minutos.

—¡Qué!… —entonces Paula encendió la lamparilla de noche y vió a Pedro de pie, envuelto en una toalla y secándose el cabello con otra—. ¿Paula? —preguntó con suavidad.

Ella lo miró con timidez.

—¿Sí?

—No esperabas quedarte dormida antes de que saliera, ¿verdad? —preguntó con aspereza.

—No, claro que no. Yo no… es que… no —concluyó apenada.

Él fue a sentarse en el borde de la cama y le acarició el cabello con ternura infinita. Ella carecía de maquillaje, lo cual le daba apariencia de niña indefensa. Para el hombre que la miraba en ese momento, era la criatura más vulnerable en el mundo. Contuvo un momento la respiración al notar que la joven sacaba un poco la lengua para mojarse los labios.

Paula también se fijaba en él, en su pecho bronceado y fuerte, en el vello rubio que cubría aquel pecho, en sus potentes músculos y en sus suaves manos acariciándola.

—¡Paula! —gimió él de repente, perdiendo el control y abrazándola apasionado—. Ámame, querida —le rogó desesperado—. ¡Déjame amarte!

Era la primera vez que el amor se mencionaba entre ellos, pero Paula estaba segura de que lo que su marido le exigía no era un amor emocional, sino físico. Y para ella eso era aún más imposible que el emocional. Había querido a Antonio, pero fue incapaz de darle o recibir placer. ¿Qué oportunidad tenía su matrimonio con Pedro, donde ni la satisfacción física ni la emocional existían?

—La luz —rogó ella—. Por favor, apaga la luz.

—No seas tímida —le sonrió animándola—. Déjame verte —con toda gentileza le bajó el camisón y su mirada se abrillantó al tener delante los senos hermosos y desnudos de la joven—. Dios sabe que no tienes nada de qué avergonzarte —gimió al mismo tiempo que se inclinaba para con su boca tomar posesión de uno de los suaves y rosados pezones.

Paula se puso rígida al contacto de sus labios y su lengua. A Antonio nunca le gustó tocar sus senos, rara vez se había detenido en esos detalles preliminares, y, excepto cuando dió de mamar a Martina, sus senos no habían sido tocados  por otra persona. Pedro parecía decidido a conocer cada milímetro de su cuerpo, y algunas de las intimidades a que la sometió la hicieron respingar de vergüenza.

—A mí también me gusta que me toques —le pidió con suavidad. Los dos estaban ya desnudos y ambas pieles se rozaban. La piel blanca de ella contrastaba con el fuerte bronceado de su marido.

—Yo… no…

Él guió las manos femeninas sobre su cuerpo, y cada uno de sus movimientos le decía lo mucho que le afectaba su contacto.

Paula le agradeció sus enseñanzas ya que no tenía idea de cómo acariciarlo. Antonio siempre pareció obtener placer al subyugarla, al saber que la hacía sufrir con su contacto, mientras que Pedro buscaba el placer de conocer su cuerpo y hacer que ella conociera el suyo.

Cuando notó la creciente exigencia de los músculos masculinos sobre los suyos conocía el cuerpo de Pedro tan bien como el propio, aún más: conocía cada uno de sus puntos débiles y, aunque ella parecía no tener ninguno, disfrutaba el hecho de que él gustara de su cuerpo, aun sin sentir ningún placer físico dentro de ella.

—¿Estás lista para mí, querida? —musitó Pedro, moviendo con suavidad su cuerpo contra el de ella—. Yo… no puedo esperar mucho más… yo… ¡ya no puedo esperar! —gimió agitado, conforme ola tras ola de placer lo inundaban hasta llevarlo al éxtasis.

Paula lo abrazó, clavándole las uñas en los hombros, anhelante al sentirlo perder el control, sin poder evitar las lágrimas al notar que el placer la eludía de nuevo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario