miércoles, 18 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 11

Aparte de Antonio, Pedro Alfonso era el único hombre que la había besado, y besaba de forma muy distinta a su marido. Sus labios se habían mostrado tiernos, anhelantes, ansiosos de lograr una respuesta de ella, pidiendo esa respuesta.

¿Y no había sentido la necesidad de responder, una sensación de calor después de tantos años de frialdad? ¡Cielos, era una mujer casada, tenía una hija, y sin embargo había permitido que un extraño la abrazara y la besara!

Pero, ¿por qué la había besado Pedro Alfonso? ¿Creía que porque su marido tenía amoríos por todas partes, ella era igual, que era una de esas parejas “modernas”que mantenían relaciones con otras personas fuera del matrimonio? Si así era, entonces no obtuvo la respuesta que deseaba. Pero el beso la había desconcertado, le había demostrado que no era inmune al contacto físico, como había creído, o como Antonio la había convencido.

Antonio decía que era frígida. Bueno, tal vez lo era, pero, frígida o no, el beso de Pedro Alfonso le había demostrado que le agradaba sentirse cerca de otro ser humano, sentirse protegida y amada. Después de cinco años de insultos y humillaciones por parte de Antonio, la muestra de calor humano que le había dado ese hombre le había despertado una sensación que creía enterrada en lo más profundo de su ser, una necesidad de algo que no conocía… ¡y que no conocería jamás!

Estaba casada con Antonio y, a pesar del constante ir y venir de mujeres en la vida de su marido, sabía que ella jamás podría ir hacia ningún otro hombre. ¿Por qué enfrentar la amargura y humillación que ya había sufrido, una segunda vez en su vida? Algo faltaba en su cuerpo, algo fundamental, que le impedía dar o recibir placer de cualquier hombre.

—Lo siento —dijo Pedro de repente.

Paula lo miró con ojos doloridos, sabiendo que se disculpaba tanto por cómo había pensado de ella en un momento dado como por la forma en que la había besado.

—Sí —dijo ella. Su voz ya tenía cinco años de experiencia en mantenerse inalterable.

—No tengo excusa por lo que acaba de pasar —siguió diciendo él.

Salieron juntos del ascensor. El ruido de la música les pareció más fuerte y molesto que nunca.

—No tiene importancia —dijo ella mientras buscaba a Antonio.

Unos dedos fuertes y firmes se clavaron en su brazo.

—La tiene para mí —dijo Pedro—. No tengo costumbre de besar a mujeres casadas.

Paula se volvió a mirarlo; su rostro permanecía rígido, con un músculo latiendo sensiblemente en su mentón. No, no podía tener la costumbre de besar a mujeres de otros hombres. El orgullo reflejado en su frente, la línea de su boca, todo le decía que, en verdad, sentía lo ocurrido.

—No tengo la intención de decirle a mi marido…

—¡Tu marido! —la interrumpió furioso, sus ojos lanzaban destellos de ira incontenida—. Poco me importa tu marido. Es a tí a quien ofrezco mis disculpas, no a él.

—Ya he aceptado esas disculpas —le dijo ella con voz aturdida, sin poder comprender por qué estaba tan furioso.

Los ojos del hombre se oscurecieron.

—Paula… ¡Oh! ¿Por qué demonios tienes que estar casada? —soltó una maldición antes de alejarse con paso ligero y firme.

Paula le dió la espalda, segura de que era la última vez que veía a Pedro Alfonso. Ella sabía por qué se había casado y por qué seguía casada a pesar de Antonio y su vida licenciosa… era por Martina, porque era la única persona que le importaba en el mundo. Cada vez que el comportamiento de Antonio le parecía demasiado cruel, miraba a su pequeña hija y pensaba que ella merecía la pena.

—¿Dónde demonios has estado?

Esta vez Antonio no desplegaba su encantadora sonrisa, estaba molesto y acompañado. María Laura iba colgada de su brazo… ¡actuando como si tuviera todo el derecho de hacerlo! Su expresión era insolente al mirar a Paula. Resultaba bastante más alta que la joven y muy segura de su belleza.

—Paula —insistió Antonio con impaciencia—. Te hice una pregunta.

La joven se ruborizó, molesta de que la otra mujer estuviera escuchando su conversación y sabiendo que María Laura notaba a la perfección lo incómoda que se sentía.

—No fui yo quien desapareció, Antonio, fuiste tú —habló con un tono agresivo que ni ella misma reconocía, pero claro, ¡nunca antes había sido humillada frente a una de las amantes de su esposo!

Él se encendió en cólera.

—Nosotros sólo salimos un momento. Estabas hablando con Roberto Torres cuando salí del salón.

—Yo no estaba hablando con él —murmuró ella—. Me estaba insultando.

—¿Roberto? —Antonio rió incrédulo—. El problema contigo, Paula, es que eres demasiado sensible.

¡Y él era todo lo contrario! Ni siquiera se le había ocurrido mantener apartadas a su amante y a su esposa.

—Tal vez —aceptó ella colérica—. Pero sé bien cuándo me insultan —y miró retadora a María Laura.

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