domingo, 1 de mayo de 2016

Dos Vidas Contigo: Capítulo 31

Paula le sonrió a Pedro.

-Le encanta chapotear -de repente, se dió cuenta de su desconsideración-. Vaya... Siento mucho no poder ofrecerte una bebida o un café...

-No tomo nada -Pedro hizo un gesto con la mano para que no se preocupara.

-Ah -Paula miró hacia la puerta por donde había desaparecido su hijo y se preguntó qué estaría haciendo-. Bueno. Entonces... Siento la espantada, pero es importante que se acostumbre a llevar un horario.

-¿Podría...? Quiero decir, ¿te importaría que yo también fuera con ustedes? -a Paula la sorprendió la pregunta, pero la sorprendió más todavía que él se pusiera rojo como un tomate-. Nunca he estado con niños -siguió él pausadamente-, y aunque no te lo creas, estoy fascinado.

-Lo creo -dijo ella con desenfado-. No me importa. Acompáñame.

Paula cruzó el vestíbulo y empezó a subir las escaleras de la parte trasera de la casa donde estaba el dormitorio y el cuarto de baño de Pablito. Era muy consciente de que el corpachón de Pedro la seguía de cerca.

El baño le pareció muy pequeño para que él entrara junto a ella.

-La verdad es que me asombra lo deprisa que evoluciona su mente -dijo ella para disimular los nervios-. Me encantaría que tú lo bañaras y que yo mirara.

Pedro arqueó las cejas.

-Mmm. ¿Hay algún motivo oculto en la propuesta?

Ella se rió.

-Puedes estar seguro. Así no me mojaré. Pedro se rió también.

-Gracias, pero será mejor que por el momento mire.

El niño era un verdadero salvaje en la bañera. A los cinco minutos, ya había empapado a su madre y él se mantenía seco porque no entró en el radio de acción de las manitas de Pablito. Paula todavía llevaba la falda y la camisa que se había puesto para cenar y Pedro se preguntó si se habría puesto otra ropa si no hubiera estado él. Tendría que darle un margen de confianza, en realidad, a ella no le importaba que Pablito salpicara y ella misma jugaba con un pez de goma que llenaba de agua y la echaba sobre la tripa de su hijo.

-¡Más! -gritaba el niño cada vez que ella paraba.

Cuando el baño terminó y Paula envolvió a su hijo con una toalla enorme, Pedro empezó a disculparse.

-Bueno, esperaré abajo a que lo acuestes.

-Macuento -dijo Pablito rotundamente con una sonrisa mientras su madre lo llevaba al dormitorio.

-¿Qué ha dicho? -preguntó Pedro.

-Un cuento -le aclaró Paula mientras ponía unos pañales y el pijama a su hijo-. Le encantan los libros y me parece que te ha elegido para que le leas uno esta noche.

Pedro se quedó impresionado.

-¿Yo?

-Tú -Paula se rió-. No me mires con esa cara... Su libro favorito es de un perro que se llama Spot y se lo sabe de memoria. Sólo tienes que pasar las páginas y leer un poco. Él completará todo lo que te olvides.

-De acuerdo. ¿Dónde me siento?

Ella señaló una mecedora que había en un rincón.

-Él se sentará en tu regazo.

Podría hacerlo. ¿O no? Se acomodó en la mecedora y alargó los brazos cuando ella le acercó el niño. Luego, Paula le dió un libro lleno de colores y Pablito soltó una letanía que Pedro no entendió. Miró a Paula con impotencia para que lo tradujera.

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