lunes, 30 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 52

—Es una chica diferente —comentó Patricia observándola subir.

—Sí —Paula no podía controlar la emoción que la embargaba. Ella también había notado la diferencia en su hija, la espontaneidad, la felicidad que irradiaba.

—Ojalá pudiera decir lo mismo de tí —Patricia la miró con fijeza—. No te ves bien, Paula.

—Me siento bien —repuso su amiga.

—¿De verdad?

—¡Sí! —exclamó exaltada—. Oh, lo siento, Patricia, no quise gritarte.

—Está bien, cariño —su amiga le apretó la mano, comprensiva—. Pero tanto tú como Pedro se ven un poco… raros.

—Sí, pero…

—¿Lista, querida? —Pedro apareció en la sala, fijando la mirada en su esposa—. Parece que sí. Te ves preciosa.

Paula se ruborizó con el cumplido, y notó la expresión complacida en el semblante de su amiga. Era obvio, que Patricia había hecho la misma comparación que ella, recordando la falta de interés que siempre había mostrado Antonio por su aspecto, y comparando favorablemente el genuino placer que Pedro mostraba al admirar a su esposa. No necesitaba la comparación para comprender que su esposo era mucho mejor persona de lo que jamás hubiera podido ser Antonio.

Esa noche se había esmerado en su arreglo. Se había comprado un vestido nuevo, de suaves tonos rojizos, segura de que ese color resaltaba el de sus ojos y el rubor de sus mejillas.

—Tú también, quiero decir, que estás muy guapo —la joven se sonrojó avergonzada. Sabía bien que cualquier mujer se sentiría orgullosa de la compañía de Pedro. Era tan atractivo que aceleraba el pulso de cualquiera; poseía algo más que un estupendo físico, había en él un magnetismo sensual terriblemente atractivo.

Pedro escribió un número telefónico en la libreta que siempre estaba al lado del teléfono.

—Es el número del restaurante, por si nos necesitas —le explicó a Patricia—. ¡Me llevaré a Paula ahora, antes de que me siga alabando y me obligue a decidir quedarme en casa! —rió.

Patricia rió también, y los despidió desde la puerta.

Paula seguía ruborizada por el comentario que Pedro le había hecho a su amiga.

—¿Tenías que haber dicho eso? —preguntó inquieta.

—¿El qué? —Pedro la miró ausente.

—Lo que dijiste, para hacer a Patricia imaginarse que… que…

—Que te deseo —la cortó él con amargura—. Pues así es.

—Lo sé —el rubor parecía no querer disminuir—. Sólo que ojalá no hubieras… que no hubieras dado la impresión…

—No te preocupes, Paula—le dijo con aspereza—. Todos los matrimonios recientes lo hacen… y los viejos también, si es que tienen la oportunidad.

—No quise decir eso. Quise… Oh, ¿qué quise decir?

—No tengo idea —dijo él con tono cansado—. Olvidémoslo, Paula. Lo dije como una broma y estoy seguro de que Patricia lo tomó como tal.

Ella esperaba que así fuera y se sintió estúpida por hacer tanto alboroto. Pensó que había arruinado la velada.

Pedro no dió la impresión de que lo hubiera hecho. La rodeó por la cintura para acompañarla a la mesa que había reservado en el mejor restaurante de la zona, y se comportó de lo más amable y solícito durante la cena.

Aun así, Paula percibía que su actitud hacia ella había cambiado desde que se casaron, que ya no la miraba con cariño, sino más bien en guardia; que ya no exigía respuesta a sus caricias cuando le hacía el amor, sino que había terminado por aceptar su frialdad. Y temía la llegada del fin de su matrimonio.

—¿No habías venido aquí antes, con Antonio? —le preguntó Pedro de repente, sorbiendo un poco de vino tinto.

—No —Paula movió la cabeza.

—¿A dónde ibas con Antonio? —Pedro tenía la vista fija en la copa de cristal.

—El… casi a ninguna parte —dijo ella—. Teníamos a Martina y…

—Esa no es excusa, Paula—intervino él—. Estoy seguro de que Patricia  te habría ayudado. Además, Antonio siempre me pareció el tipo de hombre que prefería salir a quedarse en casa.

—Lo era —Paula no se atrevía a mirarlo—. No creí que conocieras a Antonio tan bien. Al fin y al cabo era sólo uno de tus empleados.

Él torció la boca.

—Antonio era el tipo de hombre que siempre sobresalía. Además…

—¿Además? —Paula le urgió a que continuara.

Pedro se encogió de hombros.

—Era tu marido.

Ella movió la cabeza.

—Eso no era lo que ibas a decir.

—¿Qué es lo que quieres oír, Paula? —la interpeló—. ¿Qué siempre estaba en la oficina de Lau? ¿Qué dos meses antes de morir llegó a tal punto que yo no podía entrar en mi oficina sin toparme con él? ¿Es eso lo que querías oír, Paula? —un brillo salvaje iluminaba su mirada.

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