lunes, 30 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 53

—Si tratas de decirme que lo de Antonio y Lau llevaba ya dos meses antes de que muriera, no te molestes, ya lo sabía —le replicó ella.

—¿Cómo?

—Yo… lo sabía, eso es todo —se encogió de hombros.

Él no pudo evitar un gesto despreciativo.

—¿Qué pasó, dejó de hacerte el amor?

—¡No! —exclamó ella aturdida.

—¡Cómo lo sabías? ¿Él te lo dijo?

—No… fue Martina —le dijo bajando la vista—. Y ahora, ¿nos vamos?

—¡Sí! —Pedro se puso de pie, violento. Camino a buscar el auto se volvió a ella—. Explica eso de Martina.

Ella fijó la mirada en los faros de los coches que venían en su dirección.

—¿Qué quieres saber? —suspiró al fin—. Sucedió antes de conocerte.

—Si tiene algo que ver con Martina, me interesa —repuso él—. Ahora la niña es mi hija y quiero enterarme de cualquier cosa que pudo haberla inquietado.

—¿Inquietado? Pero si…

—Bueno, lo que sea —dijo impaciente—. ¿Cómo supo lo de Lau?

A Paula no le quedó más remedio que explicarle, a trompicones, que Antonio había llevado a la niña de compras con su amante. Sabía que Pedro no se detendría hasta conocer la verdad.

—¡Ese bastardo! —exclamó al finalizar ella.

—Estoy segura de que Martina no se dió cuenta…

—No me refiero a eso —la espetó—. Como dices, estoy seguro de que Martina no se enteró. Pero, ¿qué clase de hombre lleva de compras a su amante para comprar un regalo a su esposa?

—Antonio —repuso con amargura.

—Ahora comprendo por qué me preguntaste si yo había comprado los regalos de Navidad —movió la cabeza incrédulo—. De paso, yo mismo escogí esos pendientes y el collar —agregó con suavidad.

Paula se había sorprendido cuando, el día de su boda, Pedro  le había entregado una caja conteniendo unos pendientes de diamantes y un collar de oro y diamantes. Los llevaba esa noche, y era la primera vez que se los ponía desde su luna de miel.

—Jamás lo dudé —le dijo ella con toda claridad.

—Gracias —le tomó la mano que yacía sobre su regazo y permaneció allí dándole su calor a través de la seda del vestido—. ¿Por qué no lo dejaste, Paula? Estoy seguro de que hubo otras antes de Lau.

—Docenas —confirmó ella con una risa amarga.

—Entonces, ¿por qué?… Porque lo amabas —añadió con pesadez.

Ella no respondió. La verdadera razón por la que no había abandonado a Antonio era por miedo a que publicara lo que ahora María Laura Benítez ya sabía.

Paula se preparó para dormir, mientras Pedro llevaba a Patricia a casa. Se metió en la bañera y el agua la ayudó a relajarse. Sabía, en el fondo, que la velada no resultó ningún éxito; había hablado demasiado sobre Antonio para eso. Además era el tema de conversación que más irritaba a Pedro. Quizá si tuviera un hijo… Pero, un hijo no siempre unía a una pareja; ella y Antonio lo habían comprobado cuando nació Martina. Además Pedro no podía amar más a Martina  si fuera su propia hija. Aun así siguió pensando en lo agradable que sería darle un hijo.

Estaba en la cama, leyendo, cuando Pedro volvió; dejó la revista sobre la cama en cuanto lo sintió entrar en la habitación.

—¿Martina está bien? —le preguntó mientras se quitaba la chaqueta y la corbata. Luego se sentó en la cama, para quitarse los zapatos y los calcetines.

—Bien —asintió ella, mirándolo sin apenarse mientras se desvestía; al menos hasta ese punto había conseguido dominar su timidez. Tenía un cuerpo extraordinario, hombros anchos, vientre liso, muslos fuertes, al igual que las piernas, y no parecía sobrar ni una pulgada de grasa por ningún lado.

—¿Te has duchado? —se detuvo desnudo frente a ella, con toda tranquilidad.

—Me bañé —ella sabía la razón por la que le había preguntado. Alguna vez se habían duchado juntos y, un par de veces, Pedro le había hecho el amor bajo el agua.

Él asintió.

—No tardaré.

También eso lo sabía. Esa noche agradeció sus caricias y su amor. Necesitaba esa seguridad, esa proximidad a él; toda la velada había sentido cómo poco a poco se alejaba de ella. Y si perdía esa pasión que sentía por su cuerpo, ¿qué les quedaría?

Ella se volvió a mirarlo ansiosa, minutos después, y sintió la instantánea respuesta masculina a su desnudez. Fue en ese momento que abrió la boca para ofrecérsela.

—¡Paula! —gimió él respondiendo a su caricia.

—Ámame —lo invitó ella—. ¡Por favor, ámame!

No le hacía falta más. La besó una y otra vez, despacio y embriagador, con caricias expertas y suaves, los labios sensuales recorriendo los endurecidos pezones y bajando despacio hacia los muslos, besando la delicada piel con una emoción que podía compararse con la adoración.

Paula  sintió surgir su propia pasión, gimiendo de frustración al saber, de nuevo, que no llegaría a nada. No era culpa de Pedro, era un gran amante, era su propia frigidez la que era culpable.

No hay comentarios:

Publicar un comentario