lunes, 16 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 7

Se sentía aliviada al saber que no entraría sola, aunque hubiera preferido no tener a ese hombre a su lado. Fue por eso que su voz tenía un matiz tajante cuando se decidió a hablar:

—No había forma de hacerlo —le espetó.

—Me alegro —le apretó con suavidad el codo—. Ahora que te he encontrado, no quiero perderte.

¡Tan pronto encontrara a Antonio se aseguraría de no volver a hablar con este maniático!

Pero no veía a Antonio por ninguna parte, ni en la barra ni en la pista de baile. Su imaginación le indicó con certeza lo que con seguridad estaba haciendo… y no podía ser nada inocente, no si su actual amante también estaba allí.

Podía tratar de comportarse al menos una noche, especialmente delante de su jefe. ¡Estaba segura de que no podía causar buena impresión en Horacio Alfonso ver a Antonio coquetear con descaro con su secretaria!

—Pareces buscar a alguien —comentó Pedro.

—Así es —repuso, molesta al ver que el hombre seguía a su lado.

—¿Buscas al hombre que vino contigo? —preguntó él.

—A mi esposo, sí —asintió ella, notando cómo Pedro palidecía con aquellas palabras.

—¿Tu esposo?… —repitió él con suavidad—. ¿Está aquí? —de repente le soltó el brazo.

—Oh, sí —Paula sonrió llena de amargura.

—¿Dónde? —preguntó Pedro.

Los ojos de la joven lanzaron destellos azules.

—Si lo supiera no estaría buscándolo.

Él parecía aturdido.

—Jamás se me ocurrió pensar que estabas casada… ¿Llevas muchos años? — preguntó con cierta rudeza.

—Siete años —explicó ella. Antonio seguía sin aparecer.

Pedro emitió un extraño gruñido. Estaba lívido y sus ojos adquirieron el tono de los de un gato.

—¿Tienes hijos?

—Una pequeña —asintió Paula.

Él se llevó una mano a la frente y la miró con seriedad.

—Yo… ¡no me dijiste que estabas casada!

—No me lo preguntaste —por fin había localizado a Antonio. Ya se dirigía hacia ellos y, por fortuna, no parecía enfadado; por el contrario, iba haciendo gala de su mejor sonrisa. Al llegar a su lado la abrazó por la cintura.

—Aquí estás, querida —dijo con voz suave y fingida—. Te he estado buscando por todas partes. ¡Por su aliento podía decirse que todo el tiempo la buscó en la barra!

—Yo también te he estado buscando, querido —eso lo dijo pensando en Pedro, dándole a saber que quería que la dejara en paz.
—Tu esposa ha estado en buenas manos, García—dijo con firmeza, torciendo la boca en una mueca extraña al mirar a Antonio.

—¿No lo habrá molestado Paula, señor? —preguntó Antonio ansioso, alejando todo tono despreciativo de su voz.

¿Señor? Paula se puso tensa. ¡Este hombre debía ser uno de los jefes de Antonio! ¿Habría dicho algo que lo molestara? Esperaba que no.

—No, para nada —replicó Pedro con sencillez—. Aunque en realidad no hemos tenido tiempo de presentarnos.

—Mi esposa Paula—dijo de inmediato Antonio—. Paula, éste es Pedro Alfonso, el dueño de Alfonso.

¡No era uno de los jefes de Antonio… era el jefe!

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