lunes, 16 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 9

—No seas tonto, Antonio—ella desvió la mirada, sonrojándose.

Entonces vió a Pedro Alfonso bailando con una mujer alta y morena, con una figura voluptuosa que resaltaba por una ceñida túnica verde. Bailaban mucho más juntos de lo que Paula le había permitido acercarse. Se volvió a Antonio y le dijo—: Lo acabo de conocer en el pasillo —no le iba a decir que se había equivocado de habitación; se burlaría de su estupidez—. Él… él se ofreció a acompañarme hasta aquí.

—Le gustas —insistió Antonio—. Alfonso siempre me pareció un témpano de hielo. Pero no actuó así contigo.

No, por supuesto que no, aunque Paula estaba casi segura de haberlo contagiado de su falta de interés por él.

—Tampoco está actuando así con su pareja ahora —señaló ella con sequedad.

Antonio miró hacia la pista, localizando con toda facilidad a Pedro y su pareja.

—No seas ridícula, Paula… ésa es Lau —gruñó Antonio.

Paula abrió mucho los ojos, sorprendida, y fijándolos en la mujer con otra perspectiva. Sí, era la clase de mujer que atraía a Antonio, con una sexualidad que brotaba de cada poro de su cuerpo. ¡Y también era natural que Antonio se sintiera celoso de las atenciones de Pedro hacia su amante, mientras que consideraba todo un éxito las que le prodigaba a su esposa!

Lau, o María Laura, para darle su nombre completo, era muy bella, de poco más de veinte años, con una figura que cualquier modelo envidiaría, excepto tal vez por su busto que era demasiado voluptuoso en contraste con su esbeltez. Y no parecía molesta de tener apretándola los brazos de Alfonso; ella misma lo tenía asido del cuello mientras seguía con sensualidad la música.

Antonio estaba furioso, y su rabia se acentuó aún más al ver a Pedro y Lau dirigirse al bar una vez que la música terminó.

—Perdona —balbuceó y se puso de pie, dirigiéndose también a la barra.

Después de pedir un trago, se acercó poco a poco a la pareja.

Paula se volvió para ocultar la vergüenza que sentía. Estaba actuando de una manera tan tonta, que era evidente que cualquiera se habría podido reír de él en su cara.

—Hola, amorcito —la saludó una voz alegre—. ¿Estás muy solita?

Ella levantó la vista para toparse con el rostro de un hombre que mostraba haber bebido en demasía, un hombre de unos cuarenta años, muy pasado de peso y un desagradable rubor en las mejillas causado por el alcohol. Por lo visto la había elegido a ella como el blanco de su atención.

—No, no estoy sola —le dijo con toda la frialdad de que era capaz—. Mi compañero volverá en un momento —dijo, aunque Antonio no parecía dispuesto a abandonar la compañía de María Laura, y Pedro Alfonso ya se había apartado del grupo.

—Pues si es Antonio García, no volverá —el borracho acercó una silla y se sentó—. Antonito el mil amores, le llamamos aquí —comentó riendo—. Y es un apodo que le va a la perfección —el hombre se inclinó sobre la mesa, lanzándole a la cara un espantoso aliento a cerveza—. Lo de mil amores, quiero decir.

Paula se puso rígida ante el tono insultante del hombre.

—El… apodo que le hayan dado a Antonio no me interesa —dijo y se puso de pie—. Si me disculpa… —no tenía idea de adónde ir, pero quería alejarse de ese hombre.

—¡Eh, no tan rápido! —alargó la mano y la agarró de la muñeca, con una fuerza sorprendente—. Si no quiere hablar de… de Antonito, no hablaremos de él. Comprendo que estés molesta con él, no debió haber traído a otra de sus amiguitas estando María Laura aquí —rió divertido—. Puedes ser mi amiguita, si quieres.

La idea le dió náuseas.

—Esta vez Antonito trajo a su esposa —le gritó—. Y ahora, ¿quiere quitarme las manos de encima?

La soltó como si lo hubiera quemado.

—La pequeña frígida, ¿eh? —el disgusto se reflejó en los ojos vidriosos de aquel hombre—. ¡Ahora comprendo la razón por la que dice que eres frígida! Hay que darle a un hombre lo que necesita…

Paula no quiso oír más y salió corriendo del salón, lívida y furiosa. Antonio le había hablado de ella a ese hombre, había discutido sus intimidades sexuales con un extraño. Podía imaginarse la crudeza de sus conversaciones, ¡lo sucio de sus comentarios! ¿Es que todo el mundo allí sabía que no dormía con Antonio?

—¡Paula!

Se detuvo al reconocer la voz de Pedro Alfonso que corría a alcanzarla. La tomó de los brazos, estudiando su pálido rostro.

—Paula, ¿estás bien? ¿Te insultó Torres? —preguntó con voz furiosa.

—¿Torres? —preguntó ella aturdida. ¿Acaso este hombre que tenía delante conocía también sus problemas matrimoniales? Si los sabía, entonces Antonio había perdido el tiempo al llevarla a la fiesta.

—El hombre con quien hablabas…

—Yo no hablaba con él, era él quien me estaba hablando —apenas podía controlar las lágrimas.

—Paula… —insistió Pedro.

—Por favor, déjeme ir —sacudió las manos que la detenían y con un gran esfuerzo logró reponerse—. El señor Roberto no me insultó, lo que pasa es que está un poco… borracho.

—Más que un poco. Pediré a alguien que lo lleve a casa.

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