lunes, 23 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 30

Martina ya estaba de pie con la aurora del día siguiente, saltando excitada sobre la cama de Paula mientras desenvolvía sus regalos. Las muñecas y la ropita, de parte de Paula, fueron todo un éxito, y el pequeño dormitorio de juguete y el caballito de madera, de Pedro, aún más.

Paula se sorprendió de los regalos, preguntándose cómo Pedro había sabido escoger para no repetir sus juguetes. Era probable que Patricia le hubiera aconsejado; las dos habían ido juntas a comprar los regalos para Martina.

—Este es para tí, mamita —Martina le alargó un paquete envuelto con el mejor gusto.

La niña lo había sacado del montón que le dió Pedro, así que supuso que la niña había cometido un error.

—No lo creo, querida —dijo moviendo la cabeza, consciente de que los regalos de Pedro habían aumentado la felicidad de su hija, y agradeciéndoselo en silencio.

La chiquilla arrugó el entrecejo al leer la tarjeta.

—Tiene tu nombre, mamita. ¡Mira! —le entregó el paquete.

Martina tenía razón, la tarjeta decía: "Para Paula, con amor, Pedro". La palabra "amor" la ruborizó. Sabía que lo que sentía por ella distaba mucho de ser amor.

—Ya sé lo que es —dijo Martina con tono de conspiradora.

Paula arqueó las cejas mientras tomaba el paquete.

—¿Lo sabes?

—Mmm —Martina la miraba emocionada.

—¿Qué es? —preguntó mientras, con mano temblorosa, sostenía la caja.

Martina negó con la cabeza.

—Tendrás que abrirlo. ¡Pero apuesto a que es azul! —añadió sin poderse contener.

Paula tragó saliva y, despacio, fue abriendo la caja; luego contuvo una exclamación al descubrir un precioso suéter de un suave tono de azul.

—Y aquí está el mío —Martina sacó otra caja y, orgullosa, se la ofreció a su madre.

Paula soltó el suéter como si la quemara. No podía aceptar un regalo así de Pedro Alfonso… Su ansiedad aumentó cuando sacó una elegante bufanda azul del paquete de Martina.

—¿Te gusta? —rió la niña—. El tío Pedro me ayudó a escogerla; él la pagó — agregó algo cohibida—. Pero dijo que yo podía dártela. Sí te gusta, ¿verdad, mamita?

—Claro que me gusta, amor —abrazó a la pequeña—. No sabía que tío Pedro te hubiera llevado de compras.

—Oh, no lo hizo, mamita --Martina volvió a los juguetes que había dejado en el suelo—. La tía Patricia y yo lo encontramos la semana pasada y él me ayudó a escoger tu regalo.

—Ya veo —dijo Paula despacio, sin ver nada en realidad. No era normal que Patricia le ocultara algo así, pero, dadas las circunstancias, la compra de un regalo para ella podía bien explicar el silencio de su amiga.

—Es muy hermoso, martina.

—A mí también me lo parece —asintió la chiquilla.

Paula bajó a Martina a jugar con sus juguetes mientras ella se lavaba y se vestía.

De nuevo se detuvo a mirar el suéter y la bufanda, acariciando ambas prendas con suavidad. Eran preciosas. Martina no tenía idea del precio de semejantes prendas, pero ella sí, y sabía que no podía aceptarlas de Pedro Alfonso. Era demasiado deberle.

Aunque tendría que devolverlas, no pudo resistirse a probárselas. El azul del suéter acentuaba el color de sus ojos. La bufanda le daba elegancia y estilo a la prenda; su esbeltez resaltaba enfundada en los pantalones azules que utilizó para combinar. Se sintió bien al verse vestida con prendas tan caras.

—¡Mmm, te ves preciosa! —Martina estaba en la puerta, ya enfundada en uno de sus mejores vestidos.

Paula se sonrojó al verse sorprendida probándose esa ropa.

—Yo…

—El tío Pedro está abajo —le informó con toda calma la niña.

Paula se puso rígida y miró su reloj. ¡Apenas eran las nueve! Cómo se atrevía a llegar tan temprano…

—Muy bonito —le oyó decir desde la puerta—. Tenías razón, Martina, el azul es el color de tu madre.

Paula lo miró pasmada, consciente de la cama revuelta aún y del desorden de la habitación, con su camisón sobre una silla. Fue eso lo que se apresuró a guardar antes de volverse de nuevo hacia Pedro. Estaba de pie, al lado de Martina, con una mano apoyada con cariño sobre el hombro de la pequeña.

—Oh… llegas temprano —dijo angustiada. Ya no tenía sentido seguirlo tratando como a un extraño.

Él la miró retador. Ya nada quedaba de la distancia que había querido mantener la noche anterior. Y después de la conversación que tuvieron antes de despedirse, hubiera resultado bastante ridículo.

—¿Importa mucho? —preguntó encogiéndose de hombros.

—Pues…

—Puedes quedarte a desayunar —lo invitó Martina ansiosa.

—¿Puedo? —Pedro miró a Paula.

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