viernes, 20 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 18

—¿No lo sabes? —la miró con intensidad.

—No —replicó ella tajante. No quería pensar sobre las intenciones de Pedro—. Martina volverá en un momento —le advirtió.

—¿Y quieres que me vaya?

—Su presencia la confunde.

—¿Por qué?

—No tengo idea —se encogió de hombros—. Quizá porque su padre desapareció tan repentinamente la noche en que usted apareció en nuestras vidas.

De hecho, Martina había salido gritando de la habitación la siguiente vez que volvió a ver a Pedro  después de la muerte de su padre. Se le había tratado de explicar con el mayor tacto posible, pero era difícil que pudiera entender. Pedro Alfonso parecía representar para ella la muerte de su padre, y cada vez que iba a su casa, lo cual era frecuente, Martina desaparecía en silencio de la habitación.

—Entonces, como tú dices, será mejor que me vaya —dijo Pedro—. Ojalá… ojalá… bah, no tiene sentido —suspiró—. Te llamaré mañana.

—Yo… No estaremos aquí.

—¿Cómo? —frunció el entrecejo, sorprendido.

—Voy a llevarme a Martina unos días fuera.

—¿Estás bien para hacerlo?

—Por supuesto. Iremos en tren, así que no será cansado.

—Yo podría llevarlas.

Ella negó con la cabeza.
—A Martina no le gustaría. Además, no vamos lejos, sólo hasta la costa, un par de días. A Martina le gusta jugar en la playa. El estar sola conmigo le ayudará.

—¿Y te ayudará a tí? —preguntó él con amargura.

—No comprendo —repuso ella sorprendida.

—Lo siento —dijo él con brusquedad—. Pero no puedo evitar sentir… Será mejor que me vaya —suspiró—. Por favor, acepta mis condolencias. ¿Puedo llamarte cuando vuelvan?

Paula evitó la intensidad de la mirada masculina y se puso de pie, fingiendo ocuparse en arreglar los pliegues de su falda negra, cuyo color hacía resaltar su rubio cabello.

—No creo que sea buena idea.

—¿Por qué no?

La joven echó la cabeza atrás.

—¡Si quiere saberlo, la gente está empezando a murmurar! Aun hoy… oh, pensaban que no los oía, pero sí los oí. Este es un pueblo muy pequeño, señor Alfonso, y a la gente le gusta hablar. Y ahora nosotros somos el tema de conversación.

Los ojos masculinos brillaron de ira.

—¡Pero si tu esposo apenas lleva una semana muerto!

—Por eso hablan.

—¡Es ridículo!

—La mayor parte de los chismes suelen serlo —comentó ella con cansancio—. Pero siguen causando daño. Si Martina llegara a escucharlo… sabe lo crueles que pueden ser los niños.

Pedro murmuró disgustado.

—Sí —suspiró ella—. Así que creo que será mejor que no me vuelva a ayudar. Martina y yo nos las arreglaremos.

—¿Lo harán?

—Sí —ella se irguió decidida.

—Está bien —aceptó él con enfado—. Pero si me necesitas…

—No dudaré en llamarlo —asintió ella, tranquilizándose al ver que él no insistía. No se sentía con la fuerza suficiente para presentar batalla si insistía. Las pocas energías que le quedaban la abandonaron al hundirse en el sillón—. Gracias.

—No me lo agradezcas, Paula—dijo con dureza—. Habría hecho lo mismo por cualquiera —agregó con crueldad, dando un portazo al salir. Paula seguía en la silla, cuando Patricia asomó la cabeza poco después.

—¿Ya se ha marchado el señor Alfonso?

—Sí —suspiró la joven.

—Martina ha ido a casa a jugar con Augusto —ella también se dejó caer en otra silla—. ¿Era el señor Alfonso el que acaba de salir? —preguntó con curiosidad.

—Sí.

—Parecía enfadado.

—Creo que lo estaba, un poco al menos —los ojos azules de la joven contrastaban con la palidez de su rostro.

—¿Discutieron?

Paula sabía que Patricia era su amiga, siempre… y, sin embargo, no se animaba a hablarle de Pedro Alfonso. Era un enigma ese hombre, un hombre cuya personalidad y motivaciones no se atrevía a cuestionar. Antes de la muerte de Antonio, en la fiesta, no había intentado ocultar la atracción que sentía por ella, ni aun después de saber que era la esposa de Antonio. Su comportamiento hacia ella esa última semana había sido ejemplar, pero la atracción podía seguir allí, y ella no tenía la menor intención de depender de él, de ninguna manera.

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