lunes, 28 de agosto de 2017

Reencuentro Inesperado: Capítulo 65

—El profesor tenía razón. Necesitaba volver a mis raíces para encontrarme.

Pedro la miró con seriedad.

—No eras la única que estaba perdida. Pero al menos, ahora sé que el dinero no lo es todo. Y pienso vivir de otra manera. No volveré a comprometer mi honor nunca más.

—Tu honor nunca he estado comprometido. Eres el hombre más admirable que he conocido.

—No siempre lo he sido, pero intentaré serlo a partir de ahora. Elegiré mejor a mis clientes y me llevaré a unos cuantos tiburones por delante.

—Pedro, si haces esto por mí...

—En absoluto. Lo hago por mí mismo. Además, el mundo no es blanco o negro, pero tampoco gris. Necesito un poco de color en mi vida —dijo, mientras tomaba su cara  entre  las  manos—.  Siempre he estado enamorado de tí,  Pauli.  Pero comprendo  que tú no lo estés de mí.

—Con lo listo que eres...

—¿Cómo?

—Que  no  puedo  creer  que  te  equivoques  tanto.  Yo  también  tengo  cosas  de  las  que  arrepentirme,  y  también  he  aprendido  mucho  durante  estos  últimos  días.  Por  ejemplo, que la vida  sigue y  que  hay que  sobreponerse a las  dificultades.  Por  ejemplo, que no sabría vivir sin tí.

—¿Qué has dicho? —preguntó, sorprendido.

—Siempre supe que eras un bue  hombre.  Ver a Lucas en  tu  despacho  fue  una  verdadera  sorpresa, es cierto,  pero también es  verdad que  estaba  buscando una  excusa para alejarme de tí.

—No lo comprendo. ¿Por qué?

—Porque temía que no me amaras.

 —Y yo pensaba que si llegabas a conocer mis secretos, te marcharías —declaró, mientras la abrazaba.

Ella le acarició la mejilla.

—Bueno, nadie es perfecto...

—No podría estar más de acuerdo contigo—dijo, con ojos llenos de felicidad.

—Eres el hombre más bueno y maravilloso que he conocido. Cuando volvimos a  encontrarnos, confié en  tí casi de inmediato. Sabía que podía  hacerlo.  Sabía que estaría a salvo contigo, y me has ayudado a recobrar las fuerzas que había perdido.

Él le acarició los labios con un dedo.

—Creo que en este momento sobran las palabras. ¿Qué te parece si dejamos la charla para más tarde? Me estás volviendo loco...

—Te amo con todo mi corazón.

—Y  yo a tí,  Pauli. Quédate conmigo. No sé si tengo  derecho a  pedírtelo,  pero  antes  de  hacerlo,  quiero  que  sepas  que  me  comprometo  a  amarte  con  todo  mi  corazón hasta el fin de mis días. Quédate, por favor.

—Intenta librarte de  mí  y verás.  Y  si no me  pides que me  case  contigo, me obligarás a pedírtelo yo. Pero ya sabes que soy una chica muy tradicional...

—Oh, claro, será un placer.

Pedro se arrodilló y dijo:

—Paula Chaves...

—Pauli—puntualizó ella.

—Pauli, ¿Quieres casarte conmigo?

—Sí —respondió sin dudarlo.

Él se incorporó entonces, la abrazó de nuevo y la alzó en el aire antes de besarla. Cuando por fin la dejó en el suelo, dijo:

—Quiero contarle a todo el mundo que la mujer más  bella de la Tierra va  a casarse conmigo.

—¿Podemos decírselo en primer lugar al profesor?

—Creo que sería lo más correcto. A fin de cuentas le debemos nuestro futuro.

—Sí,  es  verdad. Y eso exige que nos mantengamos juntos y hagamos frente común en su defensa.

—Trato hecho. Pero ahora, bésame, Pauli.

—Será un placer.

Entonces, sellaron el trato y la promesa de pasar toda una vida juntos.




FIN

Reencuentro Inesperado: Capítulo 64

—Sí, pero... ¿Cómo sabes eso? Pensaba que no veías las noticias.

—Me lo contaron los Westport.  Y por cierto, David  afirma que Hawkins va de farol  y  que  no  tiene  ningún  vídeo  porque  tú  desconectaste  las  cámaras  cuando  sospechaste lo que estaba pasando.

—Es  cierto, pero no recuerdo con certeza si fue antes  o  después de que te violara. Sin embargo, si esa cinta existe y se atreve a utilizarla contra tí, lo mataré con mis propias manos. Él lo sabe.

—He oído que apela a un conflicto de intereses... ¿A qué se refiere?

Pedro dudó un momento antes de contestar.

—No es nada importante.

—¿No? ¿De qué se trata? —preguntó, observándolo con detenimiento.

—Es algo relacionado con su nariz. Digamos que tuve un encontronazo con ella —respondió  con  una  sonrisa—.  Ese ha sido el motivo  por el  que  ha  prescindido  de  mis  servicios. Supongo que pegar un puñetazo a tu cliente se  puede  definir como  conflicto de intereses.

—¿Y esta vez te has sentido mejor?

—¿Qué quieres decir?

—También me he enterado de que aquella noche, hace diez años, fuiste a ver a Hawkins...

—Sí, es cierto.

—¿Fue él el que te rompió la nariz?

—Sí, pero le he devuelto el favor. Si quiere, puedo darle el número de teléfono de un buen cirujano plástico de Boston.

Ella sonrió.

—Yo conozco a uno en Los Ángeles...

Pedro rió.

—Va a necesitar  algo  más que  un  médico  cuando  el  sistema  legal  termine  con  él. Puede alegar lo que quiera, pero las pruebas de ADN, las fotografías de la policía y el testimonio de la víctima es más que suficiente para encerrarlo. Sólo lamento que la pobre mujer tenga que pasar por otro juicio.

—Y  yo lamento no haberlo denunciado hace diez  años.  Quién sabe cuántas violaciones habría evitado...

—Tenías tus motivos, Pauli.

—Pero no eran  suficientemente buenos.  Y te agradezco  enormemente  que  aquella  noche  Salieras en mi  defensa...  ése  es  otro  de  los  muchos  secretos  que  desconocía.

—Pensaba contártelo todo, Pauli. Si lo hubiera hecho antes...

Ella negó con la cabeza.

—Eso no importa.  Ahora sé lo que  pasó.  Y  también sé, que piensas  asesorar legalmente a David y a Sandra...

Pedro arqueó una ceja.

—Vaya, veo que hablaste de muchas cosas con los Westport.

—Sí, es cierto. No en vano, voy a ser su portavoz.

—Me alegro mucho —dijo.—¿Sabes una cosa? Todavía no se lo he dicho, pero voy  a  contribuir   económicamente a su proyecto.

—¿En serio?

—Sí, me he puesto en contacto con un periodista del Star Secrets.

—¿La revista del corazón?

—Claro, son los que mejor pagan.

—¿Y qué piensas venderles? —

La primera fotografía de Paula Chaves después del accidente.

—¿Estás segura de eso?

—Completamente. Y pienso donar todo el dinero al campamento.

—Eres sorprendente. Tienen suerte de contar contigo.

—Y yo de contar con ellos.

—¿Quiere eso decir que ya te has encontrado a tí misma?

Ella asintió.

Reencuentro Inesperado: Capítulo 63

—Yo no lo habría dicho mejor.

—¿Debo pensar que me estáis amenazando, abogado?

—Oh, no. No es una amenaza, Broadstreet. Sólo una promesa.

Pedro cerró la puerta del despacho  y miró a  Paula.  Tenía miedo de que aquélla fuera la última vez que se vieran.

Paula no  había  estado  tan  enfadada  en  toda  su  vida.  Habría sido capaz de estrangular al  presidente  de  la  junta  directiva con sus propias  manos.  Incluso  se  había   atrevido a avisar a los paparazzi para que los fotografiaran en  aquel  restaurante. Sin  embargo,  ahora  estaba  más preocupada  por  el  hombre  que  amaba. El  hombre que caminaba a su lado.Salieron del edificio y se dirigieron a la fuente del campus.

—Ese hombre es un verdadero buitre —dijo ella.

—Sí, sólo le interesan el dinero y el poder.

—Me temo que hemos perdido el tiempo con él. Sólo espero que los testimonios de los alumnos sirvan para que la junta directiva reconsidere su opinión y el profesor mantenga  su  empleo.  Aún  puede  hacer  un  gran  trabajo.  Carlos Broadstreet  es  un  imbécil.

—Desde luego.

—Me recuerda mucho a Lucas—dijo, mirándolo.

Los ojos de Pedro brillaron con tristeza. Llevaba un traje muy elegante, de color azul,  y  una  corbata  roja;  parecía  lo que era: un rico y exitoso  abogado.  Pero ahora,  Paula sabía que también era otras muchas cosas.

—Pedro, yo...

—Paula, deja que...

—Está bien. Habla tú primero.

Él no dudó.

—Como sabes, soy abogado y estoy acostumbrado a manejar las palabras a mi antojo. Pero ahora no sé qué decir para hacerte ver lo mucho que lo siento.

—No hace falta que...

—Deja que me explique, ¿Dé acuerdo? Cuando arrestaron a Lucas, quise rechazar el caso. Ya sabes lo que pienso de él. Nunca he podido soportarlo.

—¿Y por qué no lo rechazaste?

—Porque el bufete me presionó.

—Comprendo.

—Irónicamente, Lucas  me ha acusado de incompetencia. Y lo malo del asunto es que  tal vez  se  salga con la suya si me denuncia.  Ciertamente, no lo defendí con demasiado entusiasmo.

—¿Dices  eso  sólo  porque  no  quisiste  utilizar  la  vida  sexual  de  la  víctima  en  su  beneficio?

miércoles, 23 de agosto de 2017

Reencuentro Inesperado: Capítulo 62

Pedro observó con detenimiento al individuo.  Tanto el excesivo orden del despacho como su apariencia  en  extremo  acicalada  y  contenida  daban  la  impresión de que se  encontraba ante un típico canalla  acostumbrado a que otros pagaran los  platos rotos.

—Encantado de conocerte.

—Tú debes de ser el famoso Pedro Alfonso, el abogado defensor.

—Culpable —dijo en supuesto tono de broma.

—Seguí el caso  de Lucas Hawkins. También  fue  alumno nuestro,  y  da  contribuciones   muy  generosas a la universidad...   Es  una pena  que lo hayan condenado.  De  haber  sabido  quién  eras,  te  habría  citado  antes.  Pero  por  favor,  siéntense.

—Gracias.—¿Y qué los trae por aquí, Pedro?

—Queríamos  hablar  contigo  por  el  asunto  del  profesor  Harrison.  Queremos  hablar en su favor, puesto que nos ayudó mucho.

—Es cierto —dijo Paula.Sí, también fue tutor mío.

—De no haber sido por él, no habría llegado a ser lo que soy —comentó Pedro.

Broadstreet asintió.

—Desde luego. Uno de los abogados más famosos del país y un ex alumno de la Universidad Saunders...

—En efecto. Un ex alumno que aprendió pronto que el profesor Harrison es un hombre    enormemente inteligente  y  absolutamente  comprometido  con  sus  estudiantes. La universidad tiene suerte de contar con sus servicios.

—Pedro tiene razón.  El profesor fue la primera persona que confió en  mí  y  que  se  preocupó en animarme  para  que estudiara y para que fuera algo más que una  jovencita atractiva —añadió Paula.

—Es un buen hombre, ciertamente.

—Sin  embargo,  tengo  entendido  que  tú  y  el  resto  de  la  junta  directiva  quieren echarlo.  Gerardo Harrison  tenía mucho que ofrecer cuando estudiaba aquí,  y estoy  seguro  de que eso no ha cambiado  —continuó  Pedro—.  De  hecho, sus consejos  me han sido recientemente de gran ayuda en un asunto personal.

Pedro supo que sus palabras no estaban haciendo el menor efecto en Broadstreet, que parecía inmensamente aburrido.

—Sin  embargo,  los sentimientos no ayudan a pagar las  facturas —observó  el  presidente de la junta directiva.

Pedro frunció el ceño.

—Ya imaginaba que el dinero estaba en el centro de su campaña contra el profesor —comentó él.

—Pedro,  tú  deberías entenderlo mejor que  nadie. La  universidad ha decidido centrarse en  los deportes y en  jóvenes con talento que tengan éxito y que más tarde puedan contribuir a nuestro  mantenimiento.  De hecho, se me ocurre que tal vez  podrías ayudamos con la obtención de fondos...

—¿Te  preocupa  realmente  el  futuro  de  la  universidad?  ¿O  sólo  te  preocupa  estar rodeado de lujos y codearte con ricos y famosos? —preguntó Pedro.

La sonrisa de Broadstreet desapareció de repente.

—Me preocupa la universidad. Pero es evidente que tendremos más beneficios si nos centramos en los deportes. Es lo que le gusta a la gente.

—¿Insinúas que los deportistas no necesitan estudiar?

—Ni mucho menos. Mantendremos el mismo nivel de exigencia.

—Ya, pero elegirán a los alumnos en función de sus habilidades deportivas.

—Yo  no  diría  «en  función  de»...  Más  bien,  los  tendremos  en  consideración  especial.

—Me parece increíble que vayáis a despedir a un buen profesor sólo porque no encaja en sus planes de futuro —intervino Paula, levantándose de la silla.

—¿Y  si eseprofesor ha roto varias normas de la universidad?  —preguntó Broadstreet—. Un profesor que incumple las normas no es bienvenido en Saunders.

—Yo diría que los miembros de juntas directivas que aprovechan sus cargos en beneficio  propio  o  para  llevar  a  cabo  venganzas  personales  tampoco  deberían  ser  admitidos en el proceso educativo —observó Pedro.
—Bien, sea como sea, se  convocará  una  audiencia pública para  que se  presenten todas las alegaciones —informó Broadstreet con frialdad—. Y ahora, si me perdonan, estoy muy ocupado.

Pedro miró a Paula y dijo:

—Por supuesto. Creo que ya hemos terminado.

Antes de salir del despacho, Paula se detuvo y comentó:

—Por cierto, tu plan para arruinar la reputación del profesor entre los alumnos no ha funcionado. Asistiré a esa audiencia, y te aseguro que no iré sola.

Pedro se sintió profundamente orgulloso de ella.  Pero por  encima de todo, fue  aún más consciente de lo mucho que la quería.


Reencuentro Inesperado: Capítulo 61

—Un buen abogado, sin duda...

—Uno que defiende a verdaderos canallas.

—La  abogacía  no  es  la  profesión  más  limpia  del  mundo  —alegó David,  encogiéndose de hombros—. Pero alguien tiene que hacerlo.

—Sí, pero ha estado defendiendo a Lucas Hawkins.

—Eso he oído. Parece ser que lo condenaron por agresión sexual.

—No me extraña. Me violó hace diez años.

—Oh, Paula... —dijo Sandra, asombrada.

—Y  no  sólo  eso.  También dice que tiene una  grabación  mía  en  una  cinta  de  vídeo y que se la va a dar a la prensa. Me temo que no sería precisamente el tipo de publicidad que estáis buscando.

—En primer lugar, eso no nos importa; ese tipo es un canalla y confiamos en tí—afirmó David—. Y en segundo lugar, es muy probable que esa cinta no exista.

—¿Cómo lo sabes?

—Pedro desconectó  las  cámaras... —dijo  David—.  Lo  invitaron a entrar en la  fraternidad porque sabían que era bueno con la electrónica, pero cuando se dió cuenta de que sus intenciones no eran buenas, las desconectó.

—¿No denunciaste a Lucas? —preguntó Sandra.

—Me temo que no. Aquello me dejó tan traumatizada que sólo quería olvidarlo y superarlo.

—Lo  comprendo  de  sobra,  pero es una pena que no  lo  hicieras.  Quién sabe a cuántas  mujeres habrá violado desde  entonces...  De haberlo denunciado,  tal vez lo habrías impedido. Pero sea como sea, David y yo ya sabíamos que es un cerdo. Nos alegramos mucho cuando lo condenaron.

—Por lo visto, soy la única persona del mundo que no se enteró del caso...

—¿No sabes lo que pasó? —preguntó Sandra.

—No, no sé nada.

—Acusaron a Pedro de haberlo defendido mal porque se negó a utilizar la vida sexual  de  la  víctima para ayudar a Hawkins.  Y por cierto,  acabo  de oír  en  la  radio  que ese tipo ha prescindido de sus servicios... dice que hay un conflicto de intereses.

—¿Un conflicto de intereses?

—Tú, claro está. No sé exactamente qué habrá pasado entre ustedes, pero Pedro le rompió la nariz.

Paula se quedó asombrada.

—El profesor Harrison siempre nos advirtió sobre Lucas. Ese hombre conoce bien a la gente.

—Sí,  es  un  buen  hombre.  Ojalá que no  tuviera tantos  problemas  —intervino Sandra—.  Pero  en  fin, ya te  hemos molestado  bastante.  Es hora de que volvamos a  casa.

David miró el reloj y dijo:

—Sí.  Si  no  nos  marchamos  ya,  nos  meteremos  en  un  atasco.  Estaremos  en  contacto, Paula.

—Por supuesto...

Cuando  se  marcharon,  Paula se quedó  muy  confundida.  Por  una  parte,  era  evidente que había pasado algo nuevo relacionado con el profesor. Por otra, David y Sandra le habían demostrado que estaba equivocada y que era un gran hombre. Pero  había  sido  tan  injusta  con  él  que  dudaba  que  fuera  capaz  de  perdonarla.  Había quemado sus puentes y ya no había solución.



—El señor Broadstreet lo verá ahora.

Pedro miró la hora y se preguntó si Katie aparecería por allí. Había dicho que no quería volver a verlo, pero sabía que le importaba la suerte del profesor.

—¿Señor Alfonso?

Estaba tan perdido en sus pensamientos que ni siquiera había oído a la atractiva secretaria de Broadstreet.

—Ya puede pasar.

Pedro ya  estaba a punto  de  entrar  en el despacho  cuando  Paula entró  en  el  vestíbulo.

—Hola, siento llegar tarde. Yo...

—No importa —dijo con sinceridad—. Vamos a ver al señor Broadstreet.

Ella asintió y pasaron al interior del despacho. Carlos Broadstreet estaba sentado detrás de su mesa como si fuera un juez en un tribunal.  Tenía  ojos  azules  y  cuarenta  y  pocos  años,  además  de cierto aire de refinamiento.  Pero Pedro pensó que debía de ser un canalla si quería despedir  al  profesor.

—Señorita Chaves...

—Señor Broadstreet.

—Creo que será mejor que nos  tuteemos, ¿No les parece? Por cierto,  ¿Eres  la  misma Paula Chaves que estuvo estudiando aquí?

—En efecto.

—Mi  esposa  está  encantada  con  los  cosméticos  que  anuncias.  Aunque es tan bella que no necesita maquillaje. Pero hace tiempo que no te veo en televisión...

—Me temo que he estado un año sin trabajar. Tuve un accidente.

—Siento oírlo... Y tú debes de ser Pedro Alfonso.

Reencuentro Inesperado: Capítulo 60

Paula estaba sentada en la suite del hotel Paul Revere. No podía permitirse el lujo dé gastar dinero en un hotel, pero tampoco podía seguir en casa de Pedro.Todavía no podía creer que la hubiera traicionado de esa manera. Sin embargo, la reunión con Carlos Broadstreet estaba cerca y después podría regresar a California. Ahora se sentía mucho peor que al llegar a Boston.Unos segundos después, llamaron a la puerta.Sabía que era su pasaje hacia una nueva vida.

—David, Sandra...  gracias por haber venido.  Siento no  haber podido  verlos  en  la ciudad.

—Descuida. Así hemos tenido ocasión de dar un paseo.

David y Sandra  Westport eran  una  pareja  perfecta.  Él era un  hombre alto,  de pelo negro y ojos  verdes,  y  tan  fuerte como una estrella  del  atletismo.  En cuanto a ella, era una atractiva mujer de pelo rubio y ojos azules.  Al  verlos,  sintió  vergüenza de su cicatríz.  Pero ellos no parecieron darle ninguna importancia.

—Me alegra que no hayas cancelado la cita —dijo Sandra, antes de abrazarla de forma cariñosa.

—¿No quieren sentarse? He pedido que suban café.

—Gracias.

Los recién llegados se sentaron en el sofá y se sirvieron el café. Entonces, Sandra miró por encima de su taza, la observó y dijo:

—Lo siento.

—Yo también.

—¿Qué te pasó? —preguntó David.

—Vamos, David, dudo que tenga ganas de hablar de eso. Disculpa a mi marido, Paula, a veces es demasiado directo.

—Aprecio a la gente directa.  Además no  me importa hablar  sobre ello...  me  atropelló un conductor borracho.

—Qué horror...

—Fue bastante duro. Por eso rechacé inicialmente vuestra oferta. Pero diganme, ¿De quién fue la idea de abrir el campamento?

—De  los  dos  —respondió  él—.  Yo me sentía culpable por haber terminado la carrera  de  forma  injusta  y  quería  hacer  algo  para  ayudar a los chicos a desarrollar  todo su potencial y no cometer los mismos errores que yo. Es una cuestión moral, por así decirlo, pero también será un ejemplo positivo para nuestros hijos.

—¿Tienen hijos?

—Sí, gemelos —respondió Sandra—. Se parecen mucho a nosotros. Tienen diez años...

—Son muy afortunados...

—Desde  luego.  Pero  muchos  niños  no  son  tan  afortunados  y  sus  padres  no  tienen  medios  para  pagar  sus  estudios.  Nuestro  centro  servirá  para  mejorar  sus  vidas.

—Me parece una idea magnífica.

—Hemos presentado una propuesta por escrito y el profesor la ha presentado al famoso  benefactor,  que  quiere  apoyarnos.  Pero a pesar  de  eso,  todavía  no  tenemos  dinero suficiente.

—Bueno,  puede que eso  cambie si  aceptas  ser  nuestra  portavoz...  —dijo David—. No en vano, eres famosa.

—Ya no soy famosa —dijo, mostrándoles la cicatriz.

—A pesar de ello, no buscamos perfección sino compromiso —afirmó David.

—Digas lo que digas, la gente te reconoce —añadió Sandra—. Y el hecho de que hayas  tenido  dificultades  hará  que  tu  compromiso  con  el  proyecto  parezca  más  significativo. Tú entiendes de sobra lo que se siente... Necesitamos tu ayuda.

—Descuida,  sólo quería  conocer  más  detalles  del proyecto.  Ya  había  decidido  aceptar su proposición.

—Excelente...

David se levantó del sofá para abrazarla.

—Gracias, Paula.

—Soy  yo  quien  debe  darles las  gracias.  Me  han dado  una  ocasión  perfecta  para dejar de estar centrada en mí misma y destinar parte de mi energía a los demás.

—Hablando  de  energía...  tuve una conversación con  Pedro Alfonso—informó David.

—¿Sí? —preguntó, cautelosa.

—Sí. Me dió la idea de que reserváramos un cupo para niños que hayan sufrido accidentes o que se enfrenten a operaciones graves.

—Es verdad, también me lo dijo a mí.

—Me  parece  una  propuesta  maravillosa  —comentó  Sandra—.Y  no se  limitó  sólo a proponerlo. También nos ofreció sus servicios legales. Gratis.  

—Sí, Pedro es así.

 Sandra frunció el ceño.

—¿Qué sucede?

—Que acabo de descubrir qué tipo de abogado es.

Reencuentro Inesperado: Capítulo 59

Paula se  quedó  helada.  No sabía qué diablos estaba haciendo allí  el hombre que le  había robado  la confianza en sí  misma,  y gran  parte de su vida, diez  años atrás.  Pero su presencia en el  despacho sólo podía significar una cosa:  que Pedro era  su abogado.

—¿Es cliente tuyo? —preguntó.

Pedro quiso contestar, pero Lucas lo interrumpió.

—¿Dónde te habías metido,  Paula?  Oh, no me lo digas...  Seguro  que  has  estado con él, ¿Verdad?

—Y  tú, Lucas,  ¿Qué  haces  aquí?  Oh, no me lo  digas...  ¿Te  han  acusado  de  violación, tal vez?

La sonrisa de Lucas desapareció y la miró con ojos entrecerrados.

—Es mi palabra contra la suya.

—Sí, por supuesto. Yo también tengo cierta experiencia sobre tus habilidades —espetó, sin dejarse intimidar.

—¿Me estás acusando de algo?

—Sí. Me violaste hace diez años. Eres culpable.

—Tú lo deseabas tanto como yo. No lo niegues ahora.

—Intenté resistirme y me violaste.

—Mentira. No te resististe. Tú...

—Cierra la boca, Lucas—intervino Pedro.

—¿Qué es esto? ¿Mi abogado se vuelve contra mí? Pero cómo es posible, con lo amigos  que  éramos  en  la  universidad...  —se  burló—.  ¿Sabes  una cosa?  Puedo demostrar  que  Paula  miente  al  acusarme de violación.  Tengo una  cinta de vídeo  que...

—¿De qué estás hablando? —preguntó ella, asustada.

—El señor Pedro Alfonso era un genio de la electrónica, ¿No lo sabías? Por eso lo invitamos a que se uniera a la fraternidad.

—¿Y?

—Que  tu  encantador  amigo  manipuló  las  cámaras  de  seguridad  para  que  pudiéramos grabar en las habitaciones.

—Oh, Dios mío...

 Pedro se acercó a Lucas y lo agarró por el cuello de la camisa.

—Ten cuidado con lo que dices, Lucas. Te lo advierto.

—Tranquilízate, abogado. Estoy seguro de que hay alguna ley que impide que un abogado ataque a su defendido.

—Eres un canalla.

Lucas sonrió.

—Hay cosas que no cambian. Sigues enamorado de Paula Chaves. Pero es una pena...  por  la forma en  que te está mirando  ahora, será  mejor que  te  alejes  de  ella  antes de que te desfigure la cara.

—Cierra la boca, Lucas.

—No hace falta que la abra —dijo, mirándolo con frialdad—. La cinta de vídeo es  tan  explícita que bastaría con entregársela a la  prensa.  Y eso será  exactamente  lo  que haga si no me defiendes adecuadamente en la apelación.

Pedro apretó los puños y dijo:

—Pauli, creo que será mejor que salgas un momento. Tengo que hablar con Lucas y estas cosas deben quedar entre el abogado y su defendido.

Pedro la tomó del brazo, de un modo increíblemente dulce,  y  la acompañó  a  la  puerta.

—Hablaremos cuando vuelva a casa continuó él.

—Ya  no  sé quién eres,  Pedro.   Y  no quiero   saberlo,  francamente   —dijo, conteniéndose a duras penas—. No quiero volver a verte nunca más.

Entonces, Paula se marchó dando un portazo. La súbita marcha de  Paula transformó  la  ira  de  Pedro en  algo  distinto, en una  mezcla de ira desatada y dolor que nunca había sentido.

—Mala suerte, amigo —dijo Lucas.

—En  primer  lugar, no me llames  amigo.  Y en segundo  lugar, sé que no  tienes  ninguna cinta de vídeo.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo  sé  porque  desconecté  las  cámaras  cuando  sospeché  lo  que  estaban  haciendo.

—¿Y eso fue antes, o después de que me acostara con Paula?

—Antes.

Pedro estaba  jugando  de  farol.  En  realidad  no  podía  recordar  cuándo  las  había  desconectado.

—Mira, Pedro, sospecho que ya no estás de mi lado.

 —Nunca he estado de tu lado, Lucas.

—De  modo que no me  defendiste bien  en  el  juicio...  puede  que  por  eso  me  declararan culpable.

—Te declararon culpable porque lo  eres.   Tú  única salida ahora es  que negociemos una condena más leve y...

—De eso, nada. Soy inocente. Ella quiso hacerlo conmigo, al igual que Paula.

—Mentiroso...

—Te  diré  una  cosa,  Alfonso.  No estoy satisfecho con  tus  servicios.  Creo  que  voy a recurrir el juicio y a denunciarte por malas prácticas profesionales.

—Adelante. Yo también te denunciaré.

—¿Con qué base? ¿Porque me acosté con tu novia?

—Por intento de extorsión.

Lucas entrecerró los ojos.

—Tengo entendido que Paula era una modelo famosa. Es una lástima que esa cicatríz haya acabado con su carrera.

—¿Adónde quieres llegar, Lucas?

—A que la cinta de vídeo existe y a que pienso usarla. Si no consigues que me declaren inocente, me encargaré de que tu amiguita no vuelva a trabajar.

Pedro ya no pudo controlarse por más tiempo. Sin poder evitarlo, lanzó el puño derecho a la cara de Lucas y lo derribó.

—Malnacido, me has roto la nariz... —dijo Hawkins desde el suelo.

—Me alegro. Y ahora, será mejor que te busques otro abogado.

Lucas se levantó.

—Te arrepentirás de esto.

—Me arrepiento de muchas cosas. Pero de librarme de tí, jamás.

—Vigila tu espalda, Alfonso. Quedas advertido.

Cuando Hawkins se marchó, Pedro se sentó en la butaca e intentó tranquilizarse. Todo se había estropeado. Paula ya no quería verlo, y lamentaba no haber encontrado la ocasión de contarle toda la verdad, como pretendía.Pero  Hawkins  tenía  razón  en  una  cosa:  siempre  había estado enamorado de ella, y no podía alimentar un amor con secreto y mentiras. Abandonar la defensa de aquel hombre era lo más inteligente que había hecho en mucho tiempo; permitir que Paula se marchara, lo más estúpido. Lamentablemente, estaba convencido de haberla perdido para siempre.

Reencuentro Inesperado: Capítulo 58

—Estoy tan seguro de que te aceptarán, que se me ocurre una idea.

—¿Cuál?

—Cuando te hagan una oferta en firme, diles que se la pasen a tu abogado.

—Que supongo que serás tú...

—Por supuesto. Me encargaré de negociar los términos del contrato.

—¿Y qué términos serán?

—Que  reserven  determinada cantidad de plazas  para niños que hayan sufrido accidentes o que se enfrenten a operaciones difíciles. Cosas así.

—Oh, Pedro, es una idea brillante...

—Bah, no es nada.

—Eres demasiado modesto.  Pero la idea es buena, y la  perspectiva de  trabajar  con  ellos  me  encanta.  Es irónico que el  ccidente haya servido al final para algo  bueno. Si no hubiera sufrido ese trauma, no habría podido hacer el trabajo.

—Lo cual demuestra que las dificultades nos hacen más fuertes.

—Sí, algo así.

—¿Y cómo es que has cambiado de opinión de repente? ¿Por qué has llamado a Sandra?

—Tú me convenciste de que lo hiciera.

—Claro, me has dado una perspectiva nueva sobre las cosas.  Ningún otro hombre habría confiado en mí, pero tú permaneciste a mi lado.

—Al final vas a conseguir que crea que soy un santo.

 —¿Un santo? Lo dudo mucho —dijo entre risas—. Pero sí un hombre bueno.

—¿Aunque defienda a delincuentes de vez en cuando?

—Incluso así. Es algo lógico en tu trabajo. Es necesario.

—Vaya, ya veo que Romina estuvo hablando contigo.

—Sí, y te defendió con mucha elocuencia.

—Recuérdame que le aumente el sueldo.

—Bueno, todo es cuestión de perspectiva. Y entre los dos me han convencido de que las cosas no son necesariamente blancas o negras. Como dijiste una vez, hay muchas zonas grises.

—No eres  la  única que ha aprendido algo,  ¿Sabes?  Yo también he cambiado gracias a  tí.  Casi había olvidado que quise estudiar Derecho para ayudar a la  gente que lo necesitaba, y a tu lado he recobrado la ilusión y el camino —explicó—. Incluso he  decidido que a  partir  de  ahora reservaré  varios días al  mes  para  representar  a  personas sin recursos.

—En tal caso, los dos tenemos cosas que celebrar.

Ella lo miró con intensidad y lo besó. Fue un beso dulce, que poco a poco se fue haciendo más apasionado. Sin embargo, un par de minutos después sonó el interfono y de repente se abrió la puerta de golpe.Los dos se volvieron, sorprendidos.

—Vaya, vaya, así que el idiota de mi abogado se ha buscado una mujer. ¿Qué? ¿Trabajando un poco en mi apelación, Alfonso ?

Nancy apareció detrás del recién llegado, que no era otro que Lucas Hawkins en persona.

—Lo siento mucho, Pedro. No he podido impedir que pasara...

—No te preocupes, Nancy. Ya me encargo yo.

Lucas miró entonces a Paula y dijo:

—Pero si es mi  querida ex  novia... Cuánto tiempo ha pasado, ¿Verdad, Paula?

lunes, 21 de agosto de 2017

Reencuentro Inesperado: Capítulo 57

Pedro se  recostó en  la silla  y miró la pila de trabajo acumulado.  Llevaba  tanto  tiempo  sin  pasar por el despacho que los documentos se  habían  multiplicado  como  conejos,  así que estaba tardando demasiado en  familiarizarse con los casos, apelaciones y presentaciones pendientes. No hacía otra cosa que pensar en Paula.Sabía que más tarde o más temprano volvería a California. Dos días más tarde iría a ver a Carlos Broadstreet,  y  era  posible que ella  se  marchara  después.  A no ser que consiguiera hacer un milagro. En ese instante, sonó el botón del intercomunicador.

—¿Sí?

—Hay una mujer que quiere verte —dijo Nancy, la secretaria de administración —. Pero no tiene cita... —

¿Quién es?—

Alguien que afirma que no aceptará una negativa por respuesta.

Pedro sonrió.

—Dile a Paula que pase...

En cuanto entró, Pedro notó que había cambiado algo en ella. Llevaba la misma ropa  y  los  mismos zapatos abiertos por delante,  que dejaban ver sus uñas  pintadas de rosa, que llevaba por la mañana. Pero sus ojos brillaban de un modo especial, con más energía.

—Hola...

—Hola. Espero que no te moleste que haya pasado a verte.

—¿Molestarme? Todo lo contrario.

Paula miró a su alrededor.

—Tienes un despacho muy bonito...

—Sí, los bufetes conocidos tienden a tratar bien a sus abogados.

—Y la vista es increíble...Ciertamente, lo era.

Desde el ventanal del despacho, situado en un rascacielos, se veía gran parte de la ciudad.

—Es un despacho elegante, cálido, cómodo... me recuerda a tí —continuó ella.

—¿Cómodo? ¿Yo? ¿Acaso me tomas por un sillón?

—Oh, vamos, sólo era un cumplido —dijo con una sonrisa.

—¿Y bien? ¿Qué puedo hacer por tí? —preguntó con malicia.—

Dejar que te invite a comer, por ejemplo.

—Excelente idea. Pero te invitaré yo.

—Oh, no, insisto...

—¿Por qué estás tan interesada en invitar?

—Porque tengo algo que celebrar.

—¿Y de qué se trata?

—He hablado con Sandra Westport por teléfono.

—Comprendo.

Pedro se levantó de su butaca, dio la vuelta a la mesa y se detuvo a la distancia suficiente como para poder aspirar su maravilloso aroma.

—Me he comprometido a  reunirme  con  David y con ella para  discutir su propuesta.

—Así que vas a convertirte en su portavoz...

—Voy a discutir la propuesta, nada más —puntualizó—. Puede que no quieran mis servicios.

—Lo dudo mucho.

—Ojalá tuviera tanta confianza en mí misma como tú...

—Les encantarás, ya lo verás.

Pedro no podía imaginar que Paula le disgustara a alguien. De hecho, ni siquiera entendía cómo era posible que no todo el mundo estuviera enamorado de ella. Al pensar en el  amor, se sorprendió.  Era la primera vez que consideraba la relación que mantenían  desde  el  punto de vista del amor.  Entre otras cosas,  porque  no se atrevía a soñar con ello. Paula estaba fuera de su alcance.

Reencuentro Inesperado: Capítulo 56

—Mira, Paula, no sé lo que hay entre tú y Pedro, pero puedo decirte esto: hace años,  muchos inocentes terminaban en la cárcel porque el  sistema  de  este  país  es  como es y no podían pagarse un buen abogado. Ahora, por lo menos cuentan con el que  les  proporciona  el  Estado.  Imagina  lo  que  pasaría  si  no  existieran  los  abogados  defensores... Y el hecho de que de vez en cuando le toque defender a un canalla, no lo convierte en mala persona.

—Yo no he dicho que lo sea.

—Lo  has insinuado.  Y  resulta  que  Pedro no  es  sólo  un  gran  abogado,  sino también el mejor hombre que he conocido.

—Estoy segura de ello.

—¿Segura?  Noto cierto escepticismo  en  tu  voz...  Te  contaré  una  historia:  mi  difunto  marido  estuvo muy enfermo antes  de  morir  y  me dejó una  montaña de  acturas que yo no podía pagar.

—Siento saber que ha muerto...

—Gracias.

—Comprendo bien lo de las facturas médicas. Yo me arruiné por eso.

—Pues  debes  saber  que  estás  saliendo  con  una  excelente  persona  —continuó Romina—. Pedro se ofreció a pagar mis deudas.

—¿Y lo hizo?

—Yo me negué, pero no aceptó la negativa e insistió.

Paula sonrió.

—Oh, sí, ya he comprobado que no le gusta que le lleven la contraria.

—Sí,  es  verdad...  De  todas  formas,  cuando  me  negué  a  darle  los  datos  del  hospital, él se puso en contacto directamente con ellos, negoció la deuda y la canceló.

—Supongo que le estarás muy agradecida...

—Lo estoy, no lo dudes. Pero ¿Qué es eso de que te has arruinado por culpa de los médicos? ¿Qué te ha pasado?

—Me atropelló un conductor borracho.

—Oh, lo siento... Eres modelo, ¿Verdad?

—Lo  era.  Por  cierto,  Pedro me  dijo que mencionaste mi situación a Sandra  Westport.

—Sí.  Se  puso  en  contacto  con  tu  agente  para  ver  si  querías  representar  su  proyecto, y no entendía que rechazaras la proposición. Pero un día te ví por la calle e imaginé lo que había pasado, así que se lo dije.

Paula agradeció mucho que  Rominano  evitara  el  tema.  Además,  ahora  quería  que se supiera la verdad. Gracias a Pedro, había dado los primeros pasos y empezaba a ser la que había sido.

—Pedro me ha ayudado mucho —confesó Paula.

—Ah,  es  típico  de  él...  —dijo Romina,  con  una  sonrisa—.  Todo  un  caballero  andante. Pero discúlpame, me temo que debo marcharme.

—¿No puedes quedarte hasta que vuelva Pedro?

—Tengo la impresión de que esa llamada lo mantendrá ocupado un buen rato.

—Está bien. En ese caso, te acompañaré a la puerta.

Romina se detuvo un momento antes de marcharse y dijo:

—Recuerda  algo  importante,  Paula.  Si estás intentando convencerte de que no estás  enamorada de  él, no lo  hagas.  Es un buen hombre.  Y  no  encontrarás  uno  mejor.

Romina se marchó antes de que ella pudiera negar que estuviera enamorada de Pedro.  Cuando  pasó ante  su  despacho, vió  que  había  cerrado  la  puerta.  Era  evidente  que seguía hablando por teléfono, aunque naturalmente no sabía con quién. En el  fondo,  la  posibilidad  de  estar  enamorada le  daba  miedo.  Se  estaba  recuperando  de  sus  traumas y del  accidente y no le parecía que  fuera el mejor momento para  pensar en  algo tan serio como vivir con alguien.  Sin embargo, tampoco podía engañarse. Sus sentimientos hacia Pedro eran cada vez más profundos y no podía permitir que el miedo se interpusiera en su camino. Además, se lo debía. Había sido muy bueno con ella y era justo que por su parte se arriesgara un poco. Tal vez terminara mal parada, pero al menos no se arrepentiría más tarde por no haberlo intentado.

Reencuentro Inesperado: Capítulo 55

—Sí, es verdad.

—No quería que te asustaras y huyeras de mí. Quería pasar más tiempo contigo porque...

—¿Por qué?

—Porque  me  importas.  Porque pensé que podía haber algo  importante  entre  nosotros.

—¿Y ahora? ¿Qué piensas?

—Sigo pensando lo mismo. Me importas mucho.

—Ya.

—De todas formas, mira el lado positivo...

—¿El lado positivo?

—Claro.  Si  los  fotógrafos  siguen  empeñados  en  perseguirme, no te prestarán atención a tí y podrás mantener tu secreto.En ese momento, llamaron a la puerta.

—¿Quién podrá ser? —preguntó él.

—Si no lo sabes  tú...  no han llamado al  portero automático,  luego  debe  de  ser  alguien con acceso a la casa.

—Eso  no  tiene  sentido.  El código de entrada sólo  lo conocen un par de personas. Pero bueno, veamos cuál de mis amigos es...

Ella sonrió y él se marchó. Unos segundos después volvió en compañía de una atractiva joven. De enormes ojos marrones y cabello oscuro, llevaba un traje de rayas muy profesional. Le recordó un poco a Halle Berry.

—Pauli, te presento a Romina James, mi ayudante. Romina, te presento a Paula Chaves.

Paula estrechó la mano de la mujer.

—Encantada de conocerte...

—Lo mismo digo.

—Siento que hayas tenido que venir  a  mi casa  —dijo  Pedro,  al ver que le traía  unos documentos.

—Si  contestaras  al  teléfono,  no me habría  visto obligada a hacerlo. Desde que está contigo, no hay quien lo encuentre —comentó, mirando a Paula.

—Oh,  vamos,  hasta  yo  tengo  derecho  a  descansar  de  vez  en  cuando. Paula no  tiene la culpa.

—Sólo  estoy  diciendo  que  llevo  más  de  una  semana  en  paradero  desconocido  —dijo Romina, con una sonrisa maliciosa.

—Está bien, está bien, tienes razón...

Pedro echó un vistazo a los documentos y dijo:

—¿Me disculpas un momento, Pauli? Tengo que hablar por teléfono. Volveré.

Cuando Pedro desapareció, Paula  no pudo resistirse a hacer una broma sobre su último comentario:

—Oh, sí, volverán él y Terminator —dijo, refiriéndose al conocido «volveré» del personaje de ficción.

—No andas muy descaminada. En los tribunales es un verdadero superhombre.

Paula se sentó en el sofá y la invitó a acomodarse a su lado. Romina aceptó.

—Dime una cosa... ¿No te molesta que Pedro defienda a delincuentes?

—En primer lugar, querida, todo el mundo es inocente hasta que se demuestra lo  contrario.  Y  en  segundo,  no todas las personas que  representa son  delincuentes.  Pedro ha salvado a muchos inocentes a los que habían acusado falsamente.

—Sí, supongo que tienes razón.

Romina defendió tan vehementemente a su jefe que Paula supo que lo tenía en gran aprecio. Y sufrió un súbito ataque de celos.

Reencuentro Inesperado: Capítulo 54

—Eso es muy  fácil de decir cuando  se  tiene.  Por ejemplo,  tú  tenías  dinero  cuando necesitaste que te operaran. Pero mi abuela, la mujer que me crió, no lo tenía. Y cuando se puso enferma, no tuve los medios suficientes para que cuidaran de ella.

—Oh, Pedro...

—Sufrió  un  infarto.  De haber tenido dinero, podrían haberla cuidado, podrían  haberle  realizado el seguimiento  necesario  y habría vivido muchos  años  más  —explicó—. Nuestra situación era tan difícil que tuve que encargarme yo de cuidarla. Y eso estuvo a punto de destrozarme la vida.

—¿Por qué?

—Porque querían echarme de la universidad.

—No lo entiendo. Siempre fuiste un gran estudiante...

—Pero no podía cuidar de mi abuela y estudiar al mismo tiempo. De no haber sido  por  el  profesor Harrison  y el interés  que  demostró por mí,  no habría logrado terminar  los  estudios.  Aunque el otro día  me  contó  algo nuevo,  algo que yo no  sabía...

—¿A qué te refieres?

—A que cambió mis notas para que no me echaran.

—Dios mío...

—Como ves, Pauli, el dinero es muy importante. De haberlo tenido, mi abuela no habría fallecido tan pronto, yo no habría tenido problemas en la universidad y el profesor no se habría visto obligado a hacer algo incorrecto. Pero eso es agua pasada.  El caso es que más tarde me encontré ante la posibilidad de llevar una vida mejor y la aproveché.

—Pero el reportero dijo que también defiendes a delincuentes...

—Por   supuesto.   Los  delincuentes  tienen  derechos,  como  cualquier  otro  ciudadano.

—Sí, claro, pero no puedo imaginarte defendiendo a personas que sabes que son culpables.

—Es muy difícil, es cierto,  pero  mi  trabajo  consiste  en  eso.  Además,  el  mundo  está  lleno  de  personas  a  las  que  se  acusa  de  delitos  que  no  han  cometido  y  que  incluso  acaban  en  la  cárcel  siendo  inocentes.  Imagina lo que  pasaría  si  ni  siquiera  tuvieran derecho a una defensa —explicó—. La justicia no es perfecta, es cierto, pero es lo mejor que tenemos.

—Lo comprendo, Pedro. Pero hay algo que sigo sin entender... ¿Por qué no me lo habías contado antes?

—Porque quería pasar más tiempo contigo.

—Eso no es una respuesta...

—En  cuanto  salimos  anoche, los fotógrafos se lanzaron sobre  mí.  ¿Te habrías quedado conmigo de haber sabido que mi fama podía complicarte la vida?   Seguramente no.

—Eso no es justo. No sabes lo que habría hecho.

—Vamos, Pauli,  sé sincera.  Dejaste muy  claro que  no querías  que te fotografiaran. Ni siquiera querías que te vieran.

Ella asintió.

Reencuentro Inesperado: Capítulo 53

Después de cenar, Pedro y Paula se sentaron en el sofá y estuvieron viendo las noticias. Era como si fueran una pareja normal.

—Siempre suelo ver las noticias —dijo él.

—Yo no.

—Vaya,  tenemos  incompatibilidad  televisiva  —bromeó—.  Si yo no veo las  noticias, me siento como si estuviera aislado del mundo.

Ella sonrió.

—¿Me acusas de distraerte?

—Desde luego, pero es una distracción maravillosa.

En ese momento,  justo  cuando  empezaban  a  besarse,  sucedió  algo  inesperado.  De repente, el presentador cambió a otra noticia y dijo:

—Y ahora, tenemos un reportaje especial sobre Pedro Alfonso...

Paula se quedó helada y miró la televisión.

—El  conocido abogado y soltero  de  oro  Pedro Alfonso fue  visto  anoche  en  el  restaurante  La  vie  en  rose,  uno  de  los  mejores  restaurantes  de  Boston,  en compañía  de  una  misteriosa  mujer.  El defensor de  ricos,  famosos  y  delincuentes se negó  a  contestar a las preguntas de la prensa y se marchó antes de que pudiéramos ver a su amiga.  Este  reportero se  pregunta si  Pedro Alfonso ha  perdido  repentinamente su conocida habilidad con las palabras. ¿Qué ocurre, Pedro?

Pedro apagó la televisión y miró a Paula, que no podía estar más confundida.

—Son buenas noticias. Tu secreto sigue a salvo —dijo él.

—Oh,  sí.  Pero no me  estaban fotografiando a mí,  sino a  tí. ¿De modo que eres un simple abogado  trabajador?  —preguntó  con  ironía—.  No lo creo,  Pedro.  ¿Quién  eres en realidad?

Pedro nunca había  necesitado tanto de sus  habilidades como  abogado.  Ahora debía encontrar la forma de hacerle comprender por qué había mantenido en secreto determinados aspectos de su profesión.

—Todo  el mundo  tiene derecho a ser defendido.  Precisamente por eso, el  Estado proporciona abogados a quien no se los puede pagar.

—Claro. Y supongo que  tú  puedes conducir  coches  carísimos  gracias  a  los  pobres que defiendes.

—Nunca tuve intención de acabar defendiendo a ricos y famosos. Mis objetivos eran bien distintos.

—¿Entonces, por qué lo haces?

—Irónicamente,  por  culpa  de  mis buenas notas.  Cuando estaba estudiando,  tuve  que  ponerme a trabajar  para  sobrevivir y un onocido  bufete me reclutó.  Les gusté tanto que me contrataron, y yo no supe negarme. Se ganaba muchísimo dinero. Y eso, para un chico que jamás había tenido nada, fue una tentación excesiva.

 —Pero el dinero no da la felicidad.

viernes, 18 de agosto de 2017

Reencuentro Inesperado: Capítulo 52

—Es lo más probable.

Pedro se sirvió un whisky.

—No sé tú, pero yo lo necesito. En fin, al menos creo que no han conseguido lo que querían...

—Espero que sí.

—¿Cómo? —preguntó, sorprendido.

—Si han sacado las fotografías que querían, no nos molestarán más.

—Caramba, sí es cierto que has cambiado... ¿Qué le ha pasado a la Puala Chaves que llegó a Boston hace unos días?

Ella rió.

—No lo sé, pero esto es lo más parecido a un milagro que he vivido en toda mi vida. Gracias, Pedro.

—No tienes por qué darme las gracias.

—Quería decírtelo antes, durante la cena.  Tú has sido una bendición para  mí.  Ojalá que...

—¿Ojalá?

Ella suspiró.

—Ojalá que hubiera sabido de joven lo que realmente significaba ser modelo.

Pedro pensó que Paula ya se había recuperado por completo y que ahora volvería  a  su  antigua vida y lo abandonaría.  Era una perspectiva terrible,  pero sólo podía  hacer  una  cosa:  disfrutar  de  aquello  mientras  pudiera.  Además, sabía que los acontecimientos se precipitarían cuando averiguara que no era el hombre que creía.

Paula  no podía creer que Pedro hubiera anulado todos sus compromisos del día sólo porque le había dicho que quería ver Boston. Durante su época de estudiante no había tenido dinero ni tiempo para hacerlo, y no conocía bien la ciudad. La acompañó durante  todo un recorrido turístico, y por fin acabaron en Dock Square, donde ella quiso tomar un refresco. Él se acercó a un kiosco cercano y compró dos.

—¿Qué te parece si nos sentamos en un banco? —preguntó él.

—Me parece bien.

Poco después, se sentaron en un banco de hierro forjado, bajo un árbol.

—¿Qué tal te encuentras?

—Bien, aunque debo admitir que estoy un poco cansada. Hacía tiempo que no caminaba tanto...

—¿Y por qué no lo has dicho antes?

—No  te  preocupes, no es  para tanto.  Además, tenía muchas ganas de ver la  ciudad. Y no me había reído tanto desde...

—¿Desde?

—Desde la universidad. Contigo, tonto...

—Oh...

—Después  de  aquella  noche  pasamos  una  temporada  maravillosa. Tu sentido  del humor se desarrolló muchísimo cuando Ted dejó de meterse contigo.

Pedro frunció el ceño.

—Sí, claro,  ese canalla  puede  hacer  lo que quiera sin sufrir ninguna consecuencia. Es la peor persona que he conocido en toda mi vida.

—Probablemente sigue siéndolo.

—Sí.—Pero no quiero que hablemos de él, sino de tí.

—¿De mí? —preguntó, incómodo.

—Estaba  pensando que en realidad sigues siendo el  de  siempre, aunque  tu  aspecto exterior haya cambiado.

—¿Creías que eso me habría transformado?

—Sí. La mayoría de la gente se vuelve tonta cuando se saben atractivos.

—Pues no soy gran cosa.

—Te  equivocas  terriblemente.  Eres tan dulce, directo y  encantador como eras entonces. En cambio, yo sí he cambiado...

—Pauli, todavía sigues siendo preciosa.

—No me interrumpas, que no estoy buscando cumplidos. Me preocupa más mi vida interior. Tengo que averiguar quién soy y lo que voy a hacer ahora.

—El profesor dijo algo muy parecido el otro día. ¿Y qué has descubierto hasta el momento?

—Que durante muchos años he sido una egocéntrica.

—Bueno, tenías que serlo para superar tu pasado y alcanzar el éxito.

—Tal  vez,  pero quiero mejorar,  cambiar.  Puede que me haga profesora y contribuya a mejorar el mundo... como tú.

—Yo no soy nada especial  —declaró, con un tono extraño de voz—.  Pero  es  cierto que puedes hacer lo que te propongas.

—En primer lugar tendría que terminar mis estudios. Me temo que no acabé la carrera... hice caso a mis padres y me marché a hacer fortuna con mi cara.

Él la acarició.

—Tú eres mucho más que una cara bonita. Eres bella por dentro. Y divertida, y lista. Todo lo que dices sobre mí, es válido para tí.

—Pues en ese caso ha llegado el momento de que aproveche  mi  talento  para  algo.

—Te ayudaré en lo que pueda, ya lo sabes.

Ella asintió.

—Lo sé, aunque ya me has ayudado bastante. Como hoy. De no haber sido por tí, no habría visto Boston.

—No ha sido nada. Me limitado a tomarme un día libre.

—No es sólo eso, y lo sabes. Ahora puedo ir por la calle sin sentir pánico, y te lo debo a tí. ¿Recuerdas la pesadilla que tuve en el hotel?

—Sí.

—Fue una de tantas.  A veces sueño que soy como era,  y entonces la pesadilla empieza cuando despierto y me miro al espejo.

—Pauli...

—Pero ahora sé que tengo que vivir, que es natural que la gente me mire por la calle,  que  debo hacer lo que hace todo el mundo:  seguir andando e intentar sobrevivir —declaró—.  Además antes  quería ser especial  y ahora sólo pretendo ser normal,  común  y corriente.  Y  tú  me has hecho comprender que la vida merece la pena.

—No he sido yo, sino tú misma —dijo, mientras se levantaba del banco—. ¿Qué te parece si volvemos a casa?

—Perfecto...

Volvieron al coche y se dirigieron al piso de Pedro. Pero a Paula no le habían pasado desapercibidas las palabras de su amante. No se había referido a su casa, sino a «casa», como si fuera de los dos. La idea de compartir  un  hogar con él hizo que durante unos minutos fuera la mujer más  feliz del mundo.  Sin embargo, no podía esperar tanto.  Ella todavía  no  estaba recuperada y sería mejor que controlara el creciente amor que sentía por él.Si no lo hacía, corría el riesgo de salir mal parada. Y a diferencia de las heridas que había sufrido en el accidente, no había cirugía alguna que reparara un corazón  partido.

Reencuentro Inesperado: Capítulo 51

—¿Ah, sí? ¿Y qué hacías para lograr que te sacaran en los periódicos?

—Eso se lo dejaba a mi agente,  que filtraba mi  paradero a los  periodistas para  que me pudieran localizar y sacarme fotografías.

—¿Echas de menos esa vida?

Ella tardó un momento en responder.

—No tanto como habría supuesto.

—Dime una cosa. ¿Has pensado ya en el asunto de los Westport?

—Dudo que quieran que los represente.

—A ellos no les importa lo de tu cicatriz.  Y si les  importa,  dudo  que retiren  la oferta sólo por eso —aseguró.

—¿Estás seguro?

Él asintió.

—Sí, Sandra me dijo el otro día que está muy interesada. Supo que estabas aquí por  culpa  de  mi  ayudante,  Romina.  Pero deberías  aceptar...  es  una  ocasión  perfecta para hacer algo útil por los demás.

—No sé qué puedo decir...

—En eso no nos parecemos. Yo siempre sé qué decir. Pero en mi profesión, eso es un plus.

—Sospecho  que  no lo dices precisamente  con  orgullo.  ¿Hay algo que quieras  contarme, Pedro? —preguntó.

—No, sólo lo que ya te he dicho.  Sandra está  interesada en  tí.  Y  creo  que  no  deberías rechazar la propuesta sin valorarla detenidamente.

—Está bien, lo haré.

—Magnífico.

Pedro derivó  la  conversación  hacia  asuntos  mundanos  e  hizo  lo  posible  por  mantener la sonrisa en el rostro de Paula. La comida fue excelente, y la compañía, mucho mejor.  Cuando terminaron de cenar,  él pagó la cuenta  y se dirigieron a la  salida. Una vez afuera, le dieron las llaves al hombre del estacionamiento y esperaron. En ese momento, vió que una furgoneta  que  había estado estacionada en la acera de enfrente se ponía en marcha, giraba en redondo y avanzaba hacia ellos.Tuvo  un  mal  presentimiento  y  se  interpuso entre  Paula y la  furgoneta.  Un  segundo después, los flashes de las cámaras iluminaron la escena.

—Maldita sea...

Pedro la llevó rápidamente hacia el coche.

—No montes una escena. Sería peor —recomendó ella.

Los  periodistas  siguieron  sacando  fotografías  incluso  cuando  ya  estaban  en  el  interior  del  coche.  Toda la situación le resultó  lamentable  a  Pedro,  que no sabía qué  hacer. Minutos más tarde llegaron  a  la   casa.   Cuando pasaron por delante del  despacho, Katie notó que la luz del contestador parpadeaba.

—Tienes un mensaje.

—Ya lo escucharé más tarde.

—Pero podría ser importante...

Él  se  encogió  de  hombros,  pero  entró  en  el  despacho  y  pulsó  el  botón.  Enseguida oyeron la voz del profesor.

—Pedro,  soy  Gerardo Harrison.  Sólo quería  advertirte que Carlos Broadstreet  sabe que Paula está aquí, contigo. Supongo que  intentará  hacer  algo  para desacreditaros y debilitar mi apoyo, pero en cualquier caso quería que lo supieras. Sé que Paula se encuentra  en  una  situación vulnerable  y no me gustaría que le hicieran daño.Cuando terminó el mensaje, Pedro dijo:

— Ahora lo comprendo. Ese canalla habrá avisado a la prensa y nos han seguido hasta el restaurante.

Ella asintió.

Reencuentro Inesperado: Capítulo 50

Cuando el camarero tomó nota de las bebidas, Pedro miró a Paula por encima del mantel,  las flores, las velas y los  platos de la  mesa.  Estaba nervioso por ella.  Se encontraban en un lugar público, y si alguien le dedicaba una mirada de reconocimiento, o siquiera de curiosidad, no sabría qué hacer.

—Parece que hemos acertado con el local.

—Sí, he mirado en  Internet  y  parece  ser  que  La  vie  en  rose  es  un  restaurante  famoso... Gracias por traerme —dijo ella.

La idea no  había  sido  de  él,  sino  de ella.  De  haber  podido  elegir,  Pedro no la  habría  llevado a un sitio al que solían  ir  los ricos  y famosos.  Pero Paula se había empeñado.  Había  insistido  en que ya  era  hora  de  afrontar  la  realidad  y  dejar  de  esconderse. Supuso que la confesión sobre la violación  la  había  liberado  de  algún  modo. Sin embargo, para él era una condena. Ahora no dejaba de pensar en lo que le haría a aquel tipo si llegaba a ponerle las manos encima.Al notar su gesto de preocupación, Paula dijo:

—Es  temprano,  así  que  no  creo  que  corra  el  riesgo  de  que  aparezca  un  paparazzi. No estarás enfadado por haber venido aquí, ¿Verdad?

—No, por supuesto que no  —respondió—.  Como te dije anoche, no soy capaz de negarte nada.

—Lo  recuerdo muy  bien.  Y yo te  prometí  que  sólo  utilizaría  mi  poder  por  una  buena causa. Esta cena es un símbolo.

—¿De qué?

—De  mis  progresos.  Cuando llegué a Saunders,  estaba  tan nerviosa que  ni  siquiera  me  atrevía a salir de la suite.  Y  ahora,  fíjate  en  mí...  Estoy  cenando  en  un  restaurante,   y   en  compañía de un hombre increíblemente guapo.  Soy muy  afortunada.

 —El afortunado soy yo. Todos los tipos del local me miran con envidia.

—¿Intentas halagarme? ¿O coquetear conmigo?

—Coquetear, por supuesto  —bromeó—.  Sólo espero que  no  aparezca otra  Mariela...

Ella se encogió de hombros.

—Si aparece, reaccionaré mejor esta vez. Y será gracias a tí.

—Yo no he hecho nada.

—Mentiroso. De no haber sido por tu ayuda, todavía estaría escondiéndome en mi  habitación como si me persiguiera la policía.  Seguiría siendo una sombra de lo que fui.

Pedro se estremeció al oír que lo llamaba mentiroso, aunque fuera en broma. Ella no  sabía  que  había defendido  a  Lucas Hawkins  y  que  había  perdido el caso.  Pero tampoco sabía, lo cual era peor, que la apelación todavía estaba pendiente. En ese momento llegó el camarero e interrumpió sus pensamientos.

—Un merlot para la señorita y un cabernet para el caballero... —dijo, mientras les servía el vino—. ¿Ya saben lo que van a comer? —preguntó.

—Sí, yo tomaré cordero y ensalada.

—Muy bien. ¿Y usted, señor?

—Lo mismo.

—Traeré la ensalada enseguida.

Pedro alzó entonces su copa y dijo:

—Propongo un brindis. Por los nuevos comienzos. Y porque tu examen de esta noche sea todo un éxito.

—Oh, descuida, no estoy preocupada. Además, el local está casi vacío porque es demasiado pronto.  Sé por  experiencia que la gente que se  quiere dejar  ver  aparece  mucho más tarde —declaró ella.

—No puedo creer que tú necesitaras que te vieran...

—Pues  créelo  —dijo, con una sonrisa algo  triste—.  Hay muchas mujeres hermosas,  y  el  éxito en este  negocio  consiste en destacar sobre las demás.  Hay  patadas por conseguir que tu nombre aparezca en un periódico o en las revistas del corazón. Y por supuesto, tienen que verte con la persona correcta.

Reencuentro Inesperado: Capítulo 49

—No  quiero que me trates de forma distinta sólo porque te he contado lo que pasó  aquella noche.  De hecho, me alegra haberlo hecho.  Ahora ya está,  ahora  ya  puedo seguir con mi vida y olvidarlo de verdad.

—¿Pero cómo puedes querer estar conmigo? ¿No tienes miedo?

—No tengo miedo de tí, Pedro. Tú eres lo mejor que me ha pasado.

—Sin embargo, hay algo que debo decirte...

Ella negó con la cabeza.

—Sea lo que sea, puede esperar. ¿Es que no lo comprendes? Me has devuelto la vida, Pedro. Y te estoy enormemente agradecida por ello. Te deseo.

—No sabes lo que dices.

—Te equivocas. Lo sé exactamente. Y puedo prometerte que no me arrepentiré por la mañana —dijo con humor.

Él suspiró.

—Sabes que no soy capaz de negarte nada, ¿Verdad?

—Lo sé, pero prometo que sólo utilizaré ese poder por una buena causa.

Ella lo besó entonces y él se rindió.  Paula podía  sentir  que  su  tensión  desaparecía poco a poco.

—No juegas limpio —protestó él.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Que utilizas ese maravilloso cuerpo que tienes para salirte con la tuya.

—¿Tú crees?

—Desde luego que  sí.  Te aprietas contra mí  como  si  nos  hubiéramos  tirado  desde un avión y el paracaídas lo llevara yo.

Ella sonrió.

—Bueno, es cierto que tú tienes el tesoro...

Pedro la miró con deseo.

—Querida  mía,  puedes  utilizar  cuando  quieras  y  como  quieras  el  poder  que  tienes sobre mí.

Ella rió de pura felicidad.  No sólo se sentía  libre,  sino también poderosa.  Pedro lograba  que  se sintiera  bella,  que  tuviera  la  impresión  de  tener  el  control.  Pero el hechizo también  funcionaba en  sentido  inverso:  la  había  convertido  en  un  cóctel  de  hormonas desbocadas y sus besos la dejaban sin aliento y sin sentido.

—¿Qué te parece si vamos al dormitorio? —preguntó él.

—Me has leído el pensamiento...

El  sol  se  estaba  poniendo  cuando  entraron  en  la  habitación.  Los  últimos  rayos  del  día  atravesaban  las  persianas  parcialmente  cerradas  y  daban  un  tono  rojizo  y  cálido al lugar. Paula estaba  deseando  hacer  el  amor  con  él, así que alzó los  brazos para  quitarse la camiseta que llevaba. Pero él dijo:

—¿Puedo ayudarte con eso? Me gustaría.

—Mi héroe...

Él  sonrió  y  le  quitó la camiseta,  pero  no  se  detuvo  ahí:  segundos  más  tarde,  la  había denudado por completo. Entonces, empezó a besarla por todo el cuerpo.

—Esto no es justo —dijo ella—. Uno de los dos sigue vestido.

Pedro asintió  e hizo  ademán de desnudarse,  pero  esta  vez  fue  ella  quien  interrumpió el proceso.

—No, por favor, deja que lo haga yo.

Paula le quitó la camisa y besó su pecho.

—Me estás volviendo loco, ¿Lo sabías?

—No tenía ni idea —respondió con falsa inocencia.

—Pues ya lo sabes.

En cuanto terminó de desnudarlo, los dos se echaron sobre la cama y  comenzaron a besarse y acariciarse apasionadamente.

—Me vas a matar, Pauli...

—Oh, no. Te voy a hacer el amor, que es distinto.

Ella  lo  empujó  y  se  puso  sobre  él,  pero  Pedro  consiguió  contenerla  el  tiempo  suficiente como para alcanzar un preservativo y ponérselo.

—Oh, Pauli...

Paula no dijo nada. El deseo que la dominaba era demasiado intenso como para malgastarlo con palabras.  Y  cuando él introdujo  una  mano entre sus piernas,  ella se dejó llevar hasta alcanzar el orgasmo. Sólo entonces, tras asegurarse de que estaba satisfecha, él la tomó por la cintura y  sin romper el contacto  la  tumbó  de  espaldas  en  la  cama.  Después, se  situó  sobre  ella, la penetró y empezó a moverse en su interior.Tras alcanzar el clímax, se abrazó a él. Nunca se había sentido tan cerca de nadie, en toda su vida. Lo que había empezado como una simple atracción se había convertido  después  en  agradecimiento  y,  por  último, en deseo.  Sin  embargo,  su  miedo  no había desaparecido  por  completo.  Sabía  por  experiencia  que  las  cosas  buenas no duraban demasiado.En  realidad,  ahora  tenía  más  miedo  que  nunca.  Pedro no  era  simplemente  una alegría  en  su  vida.  Era  mucho  más  que  eso. Y si no se  andaba con  cuidado,  podía llegar a convertirse en el centro de su existencia.

Reencuentro Inesperado: Capítulo 48

—No quiero hablar de eso —dijo ella.

—Aquella noche, me dijiste que habías roto con Lucas  y que te había hecho daño. Pero yo pensaba que sólo te sentías traicionada... —insistió.

—Si te lo hubiera contado...

—Debiste hacerlo. Le habría dado su merecido.

—Me sentía demasiado avergonzada.

—No fue culpa tuya, tú fuiste la víctima. ¿Pero no llegaste a denunciarlo?

—No, nunca se lo dije a nadie.

—¿A nadie? ¿Ni siquiera a tus padres, ni a una amiga?

Ella negó con la cabeza.

—Pensé que lo olvidaría si seguía con mi vida como si no hubiera pasado nada. Pero ahora sé que me equivoqué. He leído mucho sobre esos asuntos y me consta que muchas  víctimas  creen  que  lo  han  superado  y  que  luego  pasa  algo,  de  repente,  que  desencadena todos los miedos.

—Entiendo.  De modo que volver  a  Saunders te produjo algo parecido...  Debí  destrozar a ese tipo. Debí...

—Pedro,  por  favor.  ¿De  qué  habría  servido?  Habrías terminado  tú en la  cárcel.  La  violencia  no  resuelve  nada.  Además,  aquella  noche  hiciste  todo  lo  que  podías  hacer.

—No  fue  nada.  Me limité  a abrazarte  mientras  llorabas.  Pero  de  haber  sabido  que...

—Olvídalo, es agua pasada.

 Justo  entonces,  en  un  momento  de  absoluta  y  súbita   claridad,  Paula comprendió  que  acababa  de  decir  la  verdad.  Efectivamente,  era  algo  que  pertenecía  al pasado. Algo muerto.Por  primera  vez  en  mucho  tiempo,  se  sintió  profundamente  aliviada.  Pero  al  mirar a Pedro, deseó no haberle contado la verdad. Su dolor era más que evidente.

—Lo siento, Pedro...

—Tú  no  tienes  nada  que  sentir.  Soy  yo  el  que  lamenta  no  poder  volver  al  pasado para...

—En cierto modo lo has hecho.

—No te entiendo...

—Todo esto es como cerrar un círculo. Te quedaste conmigo y me ayudaste en la  peor  noche  de  mi  vida.  Y  al  hacerme  el  amor,  me  has  devuelto  la  parte  que  me  habían robado.

—Aquella noche me  limité a ser justo contigo.  Siempre  estuviste a mi lado,  incluso en los peores momentos. Te debo mucho, Pauli.

—No, soy yo quien está en deuda contigo

.—Bueno, dejemos de discutir sobre quién debe más a quién, ¿No te parece?

—Por  mí,  perfecto. De hecho, se  me ocurre algo  mucho  más  interesante  que  hacer...

Él negó con la cabeza.

—¿Cómo puedes pensar en eso ahora? —preguntó Pedro.

—¿Es que has olvidado lo de anoche?

—No podría. Pero..

—¿Es  que  ahora  crees  que  soy  demasiado  frágil?  Vamos, Pedro, ya te he dicho  que eso es agua pasada. Tú me has dado el futuro. Aprovechémoslo.

Paula se acercó a él e intentó besarlo, pero Pedrose apartó y frunció el ceño.

—Pauli, no creo que sea una buena idea.

—No hagas eso, Pedro.

—¿A qué te refieres?

miércoles, 16 de agosto de 2017

Reencuentro Inesperado: Capítulo 47

Pedro dejó el teléfono móvil sobre la mesa.

—He ido a ver al profesor.

—¿Por  qué?  ¿Ha surgido algo nuevo con la junta directiva?  ¿Tiene  más  problemas?

—No, no se trata de eso.

—Entonces,  ¿De qué se  trata?  —preguntó,  notando su  tensión—.  ¿Qué sucede,  Pedro?

—Nada, en serio.

—No me engañes...

Él hizo un esfuerzo y sonrió. Pero fue una sonrisa apagada, muy diferente a sus sonrisas habituales.

—¿Quieres que te lo cuente?

—Sí, cuéntamelo todo. Sea lo que sea.

—Está bien, pero antes necesito tomar algo.

Pedro pasó ante ella, se dirigió al bar y se sirvió un whisky. Acto seguido, echó un buen trago.Paula pensó que debía de pasar algo realmente malo si necesitaba beber para hablar. Y se dijo que tal vez fuera mejor para los dos que se marchara.

—Pedro, te agradezco mucho que me ofrecieras un  sitio para alojarme.  Pero si crees que es mejor que me vaya...

—No, qué tonterías dices. No te vayas. Eso es lo último que quiero.

—Está bien... Entonces, tendrás que contarme lo que te pasa.

—De acuerdo.

—¿Debo sentarme? —preguntó con humor, para romper su tensión.

—No sé, tal vez sea mejor —respondió, pasándose las manos por el pelo.

—Estaba bromeando.

—Yo no.

Paula se sentó en el  sofá.  Ahora sí  que  estaba realmente  preocupada.  ¿Qué  podía ser tan grave como para recomendarle que se sentara?

—¿Recuerdas que te conté que estuve en la fraternidad de la facultad?

—Sí, cómo no.

—¿Te acuerdas de los chicos que  expulsaron por haber grabado cintas de carácter sexual?

 Paula palideció  de  inmediato.  Y fue una reacción tan llamativa e intensa que Pedro se asustó, se arrodilló ante ella y dijo:

—¿Qué ocurre, Pauli? Te has quedado blanca como la nieve...

—No puede ser cierto. No puede ser...

—¿El qué?

—¿Está grabado?

—¿A qué te refieres?

Paula no fue capaz de mirarlo.

—Me violaron en la fraternidad, Pedro.

—Oh, Dios mío... —acertó a decir él, asombrado—. ¿Fue Lucas?

—Sí —respondió, estremecida—. Acababa de romper con él y me acorraló en su dormitorio. Yo me negué, pero él no quiso escuchar. Intenté gritar y me tapó la boca: Quise resistirme, pero no pude...

—Pauli... No es posible.


—Me temo que sí.

Pedro se puso en pie.

—Ese maldito...

Paula notó la ira en la voz de Pedro. Estaba realmente desesperada.  Por si lo sucedido   en   el pasado no hubiera  sido suficientemente malo,   ahora cabía la posibilidad de que existiera una cinta de vídeo.

—Había oído rumores sobre esas  cintas,  pero pensaba que eran una  leyenda urbana.

—Pues no lo es.

—Oh, Dios mío,  Pedro. Si los chicos responsables  de ese  asunto  fueron  expulsados, ¿Qué pasó con las cintas? ¿Todavía están por ahí?

—No pienses en ello.

—¿Cómo podría olvidarlo? ¿Qué pasaría si salen a la luz? ¿Qué pasaría si...?

—Ha  pasado mucho tiempo desde  entonces,  y si no se han hecho públicas  ya,  dudo mucho que suceda ahora.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

—No lo estoy. Pero sospecho lo que pasó... esos tipos no acabaron en la cárcel, lo que sin duda  habría ocurrido  si  hubieran  presentado  cargos  penales  contra  ellos. Seguramente llegaron a un acuerdo con la fiscalía, que les ofreció ser menos estricta si a cambio entregaban las cintas para poder destruirlas. Suele suceder.

Pedro era  abogado  y  Paula pensó que lo que  decía tenía bastante sentido,  de  modo que intentó tranquilizarse.

Reencuentro Inesperado: Capítulo 46

—Sí, me lo comentó.

—El otro día me presentaron  una  propuesta.  Me pidieron que hablara con el benefactor misterioso para que apoyara el proyecto.

—Pero si lo hace, su nombre dejaría de ser un secreto...  aparecería en los documentos oficiales —comentó Pedro.

—No necesariamente. Me ha dado permiso para que actúe como testaferro.

—¿Quiere eso decir que los va a apoyar?

—Sí, creo que sí.—

¿Te contó Sandra que le ha pedido a Paula que represente su proyecto?

—Lo  mencionó,  sí. Pero también dijo que no están seguros de que consigan convencerla ahora que saben lo del accidente.

—La causa merece la pena.

—Y sería bueno para Paula.

—No podría estar más de acuerdo.El profesor lo miró, dubitativo.

—¿Y para tí? ¿Qué sería bueno para tí?

—Esa es una buena pregunta. Pero de momento no tengo respuesta.

—Entonces fíjate en mí. El pasado siempre vuelve.

—¿Qué significa eso?

—Que no hay secreto que no salga finalmente a la luz.

Pedro sabía que tenía razón.  Sólo podía hacer una  cosa: hablar con Paula,  contarle todo lo que había que contar sobre su trabajo y confesarle que recientemente había defendido a Lucas Hawkins.Iba a resultar duro. Sin embargo, Gerardo le había dicho la verdad. Los secretos siempre salían a la luz.  Así que sería mejor que actuara antes de que Paula se enterara a través de terceros.


Paula empezaba a preocuparse. Pedro llevaba varias horas fuera. De hecho, le había dejado una nota sobre la almohada, que ella había visto al despertar. Al recordar lo sucedido la noche anterior, sonrió para sus adentros. Él había conseguido que se sintiera nueva,  renacida. Había liberado a  la mujer que se escondía y que tenía miedo de ser, precisamente, mujer. Miró el reloj por enésima vez y frunció el ceño. Lo había llamado varias veces, pero él no había contestado.

—¿Dónde te has metido, Pedro? —se preguntó en voz alta.Nerviosa, se dirigió al salón. No podía permanecer quieta. Y justo entonces, oyó que se abría la puerta principal. Nate había llegado, así que corrió a su encuentro.

—Hola...

—Hola, Pauli.

Pedro parecía muy cansado, incluso extrañamente tenso.

—¿Qué tal te ha ido? —preguntó—. ¿Fuiste a tu despacho?

—Sí, pero sólo para recoger unos papeles.

—Ya  comprendo...  —dijo,  sin  comprender nada—.  Empezaba a preocuparme  al ver que no volvías...

—Lo siento, Pauli. Debiste llamarme al móvil.

—Lo hice, pero no contestaste y dejé dos mensajes.

—Vaya,  hombre, seguro que se ha quedado sin batería...  —dijo,  mientras  sacaba el aparato del bolsillo.

—Espero que a tí no te pase lo mismo —bromeó.

Reencuentro Inesperado: Capítulo 45

—Sí, pero no le he dicho que de vez en cuando defiendo a verdadera gentuza.

—Oh, vamos, eso forma  parte de tu trabajo.  Además, todo el mundo se  arrepiente de algo.

—¿Tú también?

—Sí, yo también.

—¿Y de qué podrías arrepentirte tú?

—¿Has hecho algo malo por una buena razón?

—Es probable. Aunque normalmente, hago cosas malas por malas razones.

—Sea como sea, sólo con el tiempo se alcanza a tener una perspectiva real de las cosas.

—Es verdad. Pero ¿Qué intentas decirme?

—Que no estoy seguro de no haber cometido un error.

—¿Te refieres a mí? —preguntó Pedro—. ¿Yo soy tu error?

—Escúchame un momento, Pedro. ¿Recuerdas que te estabas saltando mis clases por problemas personales?

—Sí, cómo lo voy a olvidar...

—Corrías el riesgo de perder dos cursos, y no porque fueras un mal estudiante, que no lo eras,  sino simplemente por no  asistir  a  clase.  Cosas de esta  universidad... castiga las ausencias bajando la nota.

—Bueno, al final conseguí nota suficiente...

—Sí, pero si te hubieran aplicado la norma, no lo habrías conseguido.

—¿Estás diciendo lo que creo?

—En  efecto.  Cambie  las  notas  de  tus  exámenes.  Si no lo hubiera hecho,  no te habrían aceptado en la mejor facultad de Derecho del país.

Pedro se sintió como si el mundo se le hubiera caído encima. En el fondo siempre había sospechado que había pasado algo raro con sus notas, pero la confirmación de sus sospechas era demasiado dura.

—Ya  veo  que  no  has  perfeccionado  tanto  el  arte  de  ocultar  tus  emociones  —continuó el profesor—. Te he sorprendido.

—Sí y no.

—Mira, siempre te tuve en gran  aprecio, Pedro.  Para mí  es como  si fueras  mi  hijo.  Y  yo  sabía  que  querías  ir  a  esa  facultad,  que  querías  tener  éxito  en  tu  trabajo  y  ganar dinero.

—Qué ironía. Y mientras tanto, tú has acabado arruinado.

—Sí,  pero  volviendo  a  tí...  ahora  ya  no  estoy  tan  seguro  de  haber  hecho  bien.  Viendo cómo te ha tratado la vida, tal vez cometí un error.

—No  sé  qué  decir,  Gerardo.  Sólo sé que lo que acabas  de contarme  no  me  será  precisamente  de  ayuda  con  el  problema  que  he  venido  a  consultarte.  Paula no  querrá saber nada de mí si averigua quién soy.

—¿Tan malo crees que eres?

—¿No te lo parezco?

—Tú ni siquiera querías convertirte en lo que eres actualmente. Si no recuerdo mal, tenías objetivos muy nobles.

—Es verdad —dijo con amargura.

Pedro permaneció en silencio durante unos segundos. La declaración de Gerardo Harrison  lo había dejado completamente  descolocado.  Pero intentó concentrarse en el problema de profesor.

—Dentro  de  unos  días  tengo  que ver  a  Carlos Broadstreet.  ¿Qué voy  a decirle?  ¿Hay algo más que deba saber?

El profesor quiso decir algo, pero pedro siguió hablando.

—No, no digas nada. Lo que hiciste por mí sólo fue, en el peor de los casos, un simple error. Eso no pesa tanto como toda una vida de trabajo.

—No estoy tan seguro. Pareces tan insatisfecho...

—Pero yo elegí mi camino.

—Bueno, nunca es tarde para cambiar. Tal vez suene a cliché, pero es cierto.

—No sé qué decir. Pero no te preocupes por mí ahora. Preocúpate por tí.

—Sí, claro. —Si te sirve de consuelo, eché un vistazo a los documentos de Sandra Westport y no tiene nada contra tí. Esa es la buena noticia.

—Hablando  de  buenas  noticias,  ¿Sabías que David y Sandra Westport  quieren  adquirir  el  edificio vacío que hay junto a  su  tienda?  Por lo visto,  quieren  abrir  un  centro para jóvenes y un campamento.

Reencuentro Inesperado: Capítulo 44

Por desgracia, no había dicho toda la verdad al afirmar que había dejado de ser la Paula Chaves de antes. Seguía siéndolo, tal vez a su pesar. Y no estaba segura de que Pedro fuera capaz de amar a la mujer que había sobrevivido al accidente.


Pedro se sentó frente al profesor Gerardo Harrison, en el restaurante, y dijo:

—Gracias por recibirme.

—Bueno, no me has dejado otra opción —dijo en tono de broma.

—Es verdad.

—Además, sabes que me gusta mucho este local.

Pedro miró a su alrededor.  El profesor lo había llevado muchas veces a aquel restaurante hindú, de mesas con manteles rojos y blancos y un patio lleno de plantas que creaban un ambiente muy acogedor. Cuando el camarero se acercó,  pidieron  unos  emparedados, un té helado para Pedro y una copa de vino para Gerardo. Algunas cosas no cambiaban nunca.

—¿Qué tal está Paula?

—Bien.

—¿Qué tal lleva su... situación?

—Te refieres al asunto de su cicatriz, supongo... No sé. Todavía está luchando. Su carrera se ha terminado y no sabe qué hacer.

 —¿Y de qué querías hablar conmigo?

—Precisamente de ella.

—Explícate.

—Verás, es que estoy algo confuso.

—¿En un sentido legal? ¿O estamos hablando de asuntos románticos?

—De asuntos románticos. Bueno, tal vez. No lo sé.

—¿Sientes algo por Paula?

—Puede ser. Yo...

El profesor alzó una mano.

—Esa  es  una  respuesta  inaceptable.  Lo sabes de sobra.  Y la respuesta es afirmativa, porque de lo contrario no estaríamos aquí.

—Es  verdad,  es  cierto.  Pero  tengo  que  encontrar  la  forma  de  poner  fin  a  esa  relación.

—¿Por qué?

—Porque ella no quiere saber quién soy en realidad.


—No sé si te entiendo.

—Se  rumorea  que  Paula aparece  en  una  cinta de vídeo porno.  Estuvo saliendo con Lucas Hawkins y él estuvo involucrado en aquel escándalo...

—Sí, lo sé, es un imbécil  —lo interrumpió—.  Pero ¿Quién creería a semejante individuo?

—Bueno, es lo que Sandra me ha dicho.

—Ah, la señora Westport...

—Sí. Ya hablaremos de ella más tarde.

 —Por supuesto.

—El  aso  es que  Paula no  sabe que  fui  yo  quien  manipuló  las  cámaras  de  seguridad  de  la  universidad.  Yo no sabía  nada  de  sus  verdaderas  intenciones,  claro  está.

—Lo suponía.

—Me  alegra  que  me  creas.  ¿Pero  me  creerá  Paula?  Especialmente  cuando  sepa  lo que hago para sobrevivir.

—Bueno, eres abogado...

Reencuentro Inesperado: Capítulo 43

—Lo siento, Pauli —añadió él.

—No hay nada que sentir. La idea de salir a desayunar ha sido mía. ¿Quién iba a imaginar que de todos los bares del mundo me reconocerían en ése?

—Cuando tu cara sale en televisión y en las revistas,  las posibilidades son  bastante  altas.  De  hecho,  casi  del  cien  por  cien.  Pero  no  puedo  creer  que  se  haya  dirigido a ti en esos términos. Solías ser Paula Chaves, ha dicho...

—Tiene razón en cierto modo.

—Pero si sigues siéndolo...

—No creas.  La Paula Chaves que yo conocí  murió en un accidente —declaró, mientras se apoyaba en el coche.

—No hables de ese modo.

—Sólo digo la verdad. Ni siquiera reconozco a la mujer que soy ahora: ¿Y sabes qué es lo peor de todo?

—No.

—Que Paula Chaves no tenía nada que ofrecer. Nunca hizo nada importante ni ayudó a nadie. No fue como tú.

—Mira, sigues siendo la mujer  que  conocí  en  la  universidad.  Salvo  que  ahora  eres más fuerte. ¿Y quieres saber algo más?

—¿Qué?

—Que estar contigo, saber lo que te ha pasado, compartir  tus  días...  me  ha  convertido en un hombre mejor de lo que era.

—Oh, Pedro... eres un encanto, pero tú siempre fuiste un gran hombre.

—No, yo...

Ella lo acarició.

—Te debo mucho. Me has sacado de mi encierro y creo que ahora podré empezar una nueva vida.

 —Yo no he hecho nada. Lo has hecho tú sola.

—Te equivocas —dijo, sonriendo—. Gracias, Pedro.

—Pero si no merezco...

—Oh, vamos, vamos. Sólo tienes que decir «de nada».

—Está bien... De nada.

Pedro sonrió y Paula pensó que era el hombre más atractivo del mundo. Pero ese  mismo  hombre, que podía derretirla con una sonrisa,  también era el más peligroso para ella. No quería enamorarse.

lunes, 14 de agosto de 2017

Reencuentro Inesperado: Capítulo 42

Paula estaba  nerviosa.  De eso sí que estaba  segura.  Pero quería demostrarle que lo de la noche anterior había sido muy importante para ella.

—Estoy segura —respondió.

—En ese caso, conozco el lugar perfecto.


—Este sitio es encantador.

—Y la comida es magnífica.

Paula miró a su alrededor. Estaban sentados a una mesa del pequeño local, lleno de  gente.  Era un clásico  bar estadounidense con suelos  arlequinados  y  mesas  y  sillones de plástico.

—Estoy hambrienta —confesó ella.—Yo también.

Pedro tomó los dos menús,  que estaban junto al servilletero y le dió uno a  Paula.

—Gracias.En ese momento se acercó una camarera y preguntó:

—¿Quieren café?

—Sí, por favor —respondió Paula.

—Hola, Pedro... —dijo la mujer.

—Hola, Mariela. ¿Qué tal te va?

—Muy bien  —respondió, mirando a Paula con curiosidad—.  ¿Habías estado antes aquí?

—No, ella no había estado antes —explicó él—. Es una amiga de California.

—Encantada de conocerte. Me llamo Paula.

Pedro intervino porque temía que la reconociera.

—Hacía tiempo que no te veía, Mariela.

La camarera se encogió de hombros.

—He estado ocupada. La semana pasada tuve una entrevista  en  la  agencia de modelos —explicó.

—No sabía que querías ser modelo.

—Siempre lo he deseado, desde niña.

Paula se  preguntó  si  alguna  vez  había  sido  tan  inocente  y  joven  como  Mariela. Ya no lo recordaba.

—No es una vida fácil —comentó ella—. ¿Estás en la universidad?

—No, no quiero perder el tiempo.

—Aprender nunca es perder el tiempo —comentó Pedro.

—Pero yo no puedo permitirme ese lujo. Tengo que aprovechar ahora, que soy joven,  porque ser modelo es un trabajo muy  exigente  —dijo  Mariela, mientras miraba  a  Paula—.  Me  resultas  familiar.  ¿Estás  segura de que no nos habíamos visto antes?

Pedro volvió a interrumpirla.

—Bien, yo ya sé lo que quiero desayunar. ¿Y tú?

—Sí, yo también —dijo Paula, agradecida por el cambio de conversación.

—¿Quién cocina hoy? ¿Diego o Sergio? —preguntó él.

—Diego.

—Entonces dame un número cinco. Y algo de fruta.

—Muy bien, tortilla vegetariana... —dijo, mientras tomaba nota—. ¿Y tú?

—Tomaré lo mismo.

—De acuerdo, enseguida vengo.
Cuando la chica se marchó, Pedro preguntó:

—¿Estás bien?

—Sí. Por cierto, me ha extrañado que pidieras un plato vegetariano...

—Hay que comer de todo de vez en cuando. ¿Qué creías, que sólo como carne cruda? Pues para tu información, hasta me gustan las verduras.

La camarera regresó unos minutos después y los dos comieron en silencio.  Cuando terminaron, él dijo.

—No puedo creer que te lo hayas comido todo...

—Ni yo. Pero estaba realmente hambrienta, ¿Sabes?

—Unos kilos más no te vendrían mal.

—No deberías decirle esas cosas a una modelo. Especialmente a esta modelo en particular —espetó, bromeando.

Por desgracia, Mariela se acercaba en ese momento para darles la cuenta y oyó a Paula.

—Claro, ya sabía que te conocía de algo... ¿No solías ser Paula Chaves?

—Sigue siéndolo —dijo Pedro.

—Oh, lo siento, no pretendía insinuar nada...  Es que me  ha sorprendido mucho.  Paula Chaves es  un mito en este trabajo;  todo el mundo hablaba sobre  tí...  Pero ¿Qué pasó? De repente desapareciste.

—Eso no es asunto de nadie salvo de ella  —intervino Pedro—.  En fin, te agradecería que me dieras la cuenta.

—Disculpenme, no pretendía molestar.

Pedro pagó la cuenta y se marcharon rápidamente.

 —¿Te encuentras bien? —preguntó él, mientras se dirigían a su coche.

A  ella  no  la  había  molestado  que  la  reconocieran.  Bien  al  contrario,  le  había  gustado. Pero le había agradado aún más que Pedro saliera en su defensa.