—El profesor tenía razón. Necesitaba volver a mis raíces para encontrarme.
Pedro la miró con seriedad.
—No eras la única que estaba perdida. Pero al menos, ahora sé que el dinero no lo es todo. Y pienso vivir de otra manera. No volveré a comprometer mi honor nunca más.
—Tu honor nunca he estado comprometido. Eres el hombre más admirable que he conocido.
—No siempre lo he sido, pero intentaré serlo a partir de ahora. Elegiré mejor a mis clientes y me llevaré a unos cuantos tiburones por delante.
—Pedro, si haces esto por mí...
—En absoluto. Lo hago por mí mismo. Además, el mundo no es blanco o negro, pero tampoco gris. Necesito un poco de color en mi vida —dijo, mientras tomaba su cara entre las manos—. Siempre he estado enamorado de tí, Pauli. Pero comprendo que tú no lo estés de mí.
—Con lo listo que eres...
—¿Cómo?
—Que no puedo creer que te equivoques tanto. Yo también tengo cosas de las que arrepentirme, y también he aprendido mucho durante estos últimos días. Por ejemplo, que la vida sigue y que hay que sobreponerse a las dificultades. Por ejemplo, que no sabría vivir sin tí.
—¿Qué has dicho? —preguntó, sorprendido.
—Siempre supe que eras un bue hombre. Ver a Lucas en tu despacho fue una verdadera sorpresa, es cierto, pero también es verdad que estaba buscando una excusa para alejarme de tí.
—No lo comprendo. ¿Por qué?
—Porque temía que no me amaras.
—Y yo pensaba que si llegabas a conocer mis secretos, te marcharías —declaró, mientras la abrazaba.
Ella le acarició la mejilla.
—Bueno, nadie es perfecto...
—No podría estar más de acuerdo contigo—dijo, con ojos llenos de felicidad.
—Eres el hombre más bueno y maravilloso que he conocido. Cuando volvimos a encontrarnos, confié en tí casi de inmediato. Sabía que podía hacerlo. Sabía que estaría a salvo contigo, y me has ayudado a recobrar las fuerzas que había perdido.
Él le acarició los labios con un dedo.
—Creo que en este momento sobran las palabras. ¿Qué te parece si dejamos la charla para más tarde? Me estás volviendo loco...
—Te amo con todo mi corazón.
—Y yo a tí, Pauli. Quédate conmigo. No sé si tengo derecho a pedírtelo, pero antes de hacerlo, quiero que sepas que me comprometo a amarte con todo mi corazón hasta el fin de mis días. Quédate, por favor.
—Intenta librarte de mí y verás. Y si no me pides que me case contigo, me obligarás a pedírtelo yo. Pero ya sabes que soy una chica muy tradicional...
—Oh, claro, será un placer.
Pedro se arrodilló y dijo:
—Paula Chaves...
—Pauli—puntualizó ella.
—Pauli, ¿Quieres casarte conmigo?
—Sí —respondió sin dudarlo.
Él se incorporó entonces, la abrazó de nuevo y la alzó en el aire antes de besarla. Cuando por fin la dejó en el suelo, dijo:
—Quiero contarle a todo el mundo que la mujer más bella de la Tierra va a casarse conmigo.
—¿Podemos decírselo en primer lugar al profesor?
—Creo que sería lo más correcto. A fin de cuentas le debemos nuestro futuro.
—Sí, es verdad. Y eso exige que nos mantengamos juntos y hagamos frente común en su defensa.
—Trato hecho. Pero ahora, bésame, Pauli.
—Será un placer.
Entonces, sellaron el trato y la promesa de pasar toda una vida juntos.
FIN
lunes, 28 de agosto de 2017
Reencuentro Inesperado: Capítulo 64
—Sí, pero... ¿Cómo sabes eso? Pensaba que no veías las noticias.
—Me lo contaron los Westport. Y por cierto, David afirma que Hawkins va de farol y que no tiene ningún vídeo porque tú desconectaste las cámaras cuando sospechaste lo que estaba pasando.
—Es cierto, pero no recuerdo con certeza si fue antes o después de que te violara. Sin embargo, si esa cinta existe y se atreve a utilizarla contra tí, lo mataré con mis propias manos. Él lo sabe.
—He oído que apela a un conflicto de intereses... ¿A qué se refiere?
Pedro dudó un momento antes de contestar.
—No es nada importante.
—¿No? ¿De qué se trata? —preguntó, observándolo con detenimiento.
—Es algo relacionado con su nariz. Digamos que tuve un encontronazo con ella —respondió con una sonrisa—. Ese ha sido el motivo por el que ha prescindido de mis servicios. Supongo que pegar un puñetazo a tu cliente se puede definir como conflicto de intereses.
—¿Y esta vez te has sentido mejor?
—¿Qué quieres decir?
—También me he enterado de que aquella noche, hace diez años, fuiste a ver a Hawkins...
—Sí, es cierto.
—¿Fue él el que te rompió la nariz?
—Sí, pero le he devuelto el favor. Si quiere, puedo darle el número de teléfono de un buen cirujano plástico de Boston.
Ella sonrió.
—Yo conozco a uno en Los Ángeles...
Pedro rió.
—Va a necesitar algo más que un médico cuando el sistema legal termine con él. Puede alegar lo que quiera, pero las pruebas de ADN, las fotografías de la policía y el testimonio de la víctima es más que suficiente para encerrarlo. Sólo lamento que la pobre mujer tenga que pasar por otro juicio.
—Y yo lamento no haberlo denunciado hace diez años. Quién sabe cuántas violaciones habría evitado...
—Tenías tus motivos, Pauli.
—Pero no eran suficientemente buenos. Y te agradezco enormemente que aquella noche Salieras en mi defensa... ése es otro de los muchos secretos que desconocía.
—Pensaba contártelo todo, Pauli. Si lo hubiera hecho antes...
Ella negó con la cabeza.
—Eso no importa. Ahora sé lo que pasó. Y también sé, que piensas asesorar legalmente a David y a Sandra...
Pedro arqueó una ceja.
—Vaya, veo que hablaste de muchas cosas con los Westport.
—Sí, es cierto. No en vano, voy a ser su portavoz.
—Me alegro mucho —dijo.—¿Sabes una cosa? Todavía no se lo he dicho, pero voy a contribuir económicamente a su proyecto.
—¿En serio?
—Sí, me he puesto en contacto con un periodista del Star Secrets.
—¿La revista del corazón?
—Claro, son los que mejor pagan.
—¿Y qué piensas venderles? —
La primera fotografía de Paula Chaves después del accidente.
—¿Estás segura de eso?
—Completamente. Y pienso donar todo el dinero al campamento.
—Eres sorprendente. Tienen suerte de contar contigo.
—Y yo de contar con ellos.
—¿Quiere eso decir que ya te has encontrado a tí misma?
Ella asintió.
—Me lo contaron los Westport. Y por cierto, David afirma que Hawkins va de farol y que no tiene ningún vídeo porque tú desconectaste las cámaras cuando sospechaste lo que estaba pasando.
—Es cierto, pero no recuerdo con certeza si fue antes o después de que te violara. Sin embargo, si esa cinta existe y se atreve a utilizarla contra tí, lo mataré con mis propias manos. Él lo sabe.
—He oído que apela a un conflicto de intereses... ¿A qué se refiere?
Pedro dudó un momento antes de contestar.
—No es nada importante.
—¿No? ¿De qué se trata? —preguntó, observándolo con detenimiento.
—Es algo relacionado con su nariz. Digamos que tuve un encontronazo con ella —respondió con una sonrisa—. Ese ha sido el motivo por el que ha prescindido de mis servicios. Supongo que pegar un puñetazo a tu cliente se puede definir como conflicto de intereses.
—¿Y esta vez te has sentido mejor?
—¿Qué quieres decir?
—También me he enterado de que aquella noche, hace diez años, fuiste a ver a Hawkins...
—Sí, es cierto.
—¿Fue él el que te rompió la nariz?
—Sí, pero le he devuelto el favor. Si quiere, puedo darle el número de teléfono de un buen cirujano plástico de Boston.
Ella sonrió.
—Yo conozco a uno en Los Ángeles...
Pedro rió.
—Va a necesitar algo más que un médico cuando el sistema legal termine con él. Puede alegar lo que quiera, pero las pruebas de ADN, las fotografías de la policía y el testimonio de la víctima es más que suficiente para encerrarlo. Sólo lamento que la pobre mujer tenga que pasar por otro juicio.
—Y yo lamento no haberlo denunciado hace diez años. Quién sabe cuántas violaciones habría evitado...
—Tenías tus motivos, Pauli.
—Pero no eran suficientemente buenos. Y te agradezco enormemente que aquella noche Salieras en mi defensa... ése es otro de los muchos secretos que desconocía.
—Pensaba contártelo todo, Pauli. Si lo hubiera hecho antes...
Ella negó con la cabeza.
—Eso no importa. Ahora sé lo que pasó. Y también sé, que piensas asesorar legalmente a David y a Sandra...
Pedro arqueó una ceja.
—Vaya, veo que hablaste de muchas cosas con los Westport.
—Sí, es cierto. No en vano, voy a ser su portavoz.
—Me alegro mucho —dijo.—¿Sabes una cosa? Todavía no se lo he dicho, pero voy a contribuir económicamente a su proyecto.
—¿En serio?
—Sí, me he puesto en contacto con un periodista del Star Secrets.
—¿La revista del corazón?
—Claro, son los que mejor pagan.
—¿Y qué piensas venderles? —
La primera fotografía de Paula Chaves después del accidente.
—¿Estás segura de eso?
—Completamente. Y pienso donar todo el dinero al campamento.
—Eres sorprendente. Tienen suerte de contar contigo.
—Y yo de contar con ellos.
—¿Quiere eso decir que ya te has encontrado a tí misma?
Ella asintió.
Reencuentro Inesperado: Capítulo 63
—Yo no lo habría dicho mejor.
—¿Debo pensar que me estáis amenazando, abogado?
—Oh, no. No es una amenaza, Broadstreet. Sólo una promesa.
Pedro cerró la puerta del despacho y miró a Paula. Tenía miedo de que aquélla fuera la última vez que se vieran.
Paula no había estado tan enfadada en toda su vida. Habría sido capaz de estrangular al presidente de la junta directiva con sus propias manos. Incluso se había atrevido a avisar a los paparazzi para que los fotografiaran en aquel restaurante. Sin embargo, ahora estaba más preocupada por el hombre que amaba. El hombre que caminaba a su lado.Salieron del edificio y se dirigieron a la fuente del campus.
—Ese hombre es un verdadero buitre —dijo ella.
—Sí, sólo le interesan el dinero y el poder.
—Me temo que hemos perdido el tiempo con él. Sólo espero que los testimonios de los alumnos sirvan para que la junta directiva reconsidere su opinión y el profesor mantenga su empleo. Aún puede hacer un gran trabajo. Carlos Broadstreet es un imbécil.
—Desde luego.
—Me recuerda mucho a Lucas—dijo, mirándolo.
Los ojos de Pedro brillaron con tristeza. Llevaba un traje muy elegante, de color azul, y una corbata roja; parecía lo que era: un rico y exitoso abogado. Pero ahora, Paula sabía que también era otras muchas cosas.
—Pedro, yo...
—Paula, deja que...
—Está bien. Habla tú primero.
Él no dudó.
—Como sabes, soy abogado y estoy acostumbrado a manejar las palabras a mi antojo. Pero ahora no sé qué decir para hacerte ver lo mucho que lo siento.
—No hace falta que...
—Deja que me explique, ¿Dé acuerdo? Cuando arrestaron a Lucas, quise rechazar el caso. Ya sabes lo que pienso de él. Nunca he podido soportarlo.
—¿Y por qué no lo rechazaste?
—Porque el bufete me presionó.
—Comprendo.
—Irónicamente, Lucas me ha acusado de incompetencia. Y lo malo del asunto es que tal vez se salga con la suya si me denuncia. Ciertamente, no lo defendí con demasiado entusiasmo.
—¿Dices eso sólo porque no quisiste utilizar la vida sexual de la víctima en su beneficio?
—¿Debo pensar que me estáis amenazando, abogado?
—Oh, no. No es una amenaza, Broadstreet. Sólo una promesa.
Pedro cerró la puerta del despacho y miró a Paula. Tenía miedo de que aquélla fuera la última vez que se vieran.
Paula no había estado tan enfadada en toda su vida. Habría sido capaz de estrangular al presidente de la junta directiva con sus propias manos. Incluso se había atrevido a avisar a los paparazzi para que los fotografiaran en aquel restaurante. Sin embargo, ahora estaba más preocupada por el hombre que amaba. El hombre que caminaba a su lado.Salieron del edificio y se dirigieron a la fuente del campus.
—Ese hombre es un verdadero buitre —dijo ella.
—Sí, sólo le interesan el dinero y el poder.
—Me temo que hemos perdido el tiempo con él. Sólo espero que los testimonios de los alumnos sirvan para que la junta directiva reconsidere su opinión y el profesor mantenga su empleo. Aún puede hacer un gran trabajo. Carlos Broadstreet es un imbécil.
—Desde luego.
—Me recuerda mucho a Lucas—dijo, mirándolo.
Los ojos de Pedro brillaron con tristeza. Llevaba un traje muy elegante, de color azul, y una corbata roja; parecía lo que era: un rico y exitoso abogado. Pero ahora, Paula sabía que también era otras muchas cosas.
—Pedro, yo...
—Paula, deja que...
—Está bien. Habla tú primero.
Él no dudó.
—Como sabes, soy abogado y estoy acostumbrado a manejar las palabras a mi antojo. Pero ahora no sé qué decir para hacerte ver lo mucho que lo siento.
—No hace falta que...
—Deja que me explique, ¿Dé acuerdo? Cuando arrestaron a Lucas, quise rechazar el caso. Ya sabes lo que pienso de él. Nunca he podido soportarlo.
—¿Y por qué no lo rechazaste?
—Porque el bufete me presionó.
—Comprendo.
—Irónicamente, Lucas me ha acusado de incompetencia. Y lo malo del asunto es que tal vez se salga con la suya si me denuncia. Ciertamente, no lo defendí con demasiado entusiasmo.
—¿Dices eso sólo porque no quisiste utilizar la vida sexual de la víctima en su beneficio?
miércoles, 23 de agosto de 2017
Reencuentro Inesperado: Capítulo 62
Pedro observó con detenimiento al individuo. Tanto el excesivo orden del despacho como su apariencia en extremo acicalada y contenida daban la impresión de que se encontraba ante un típico canalla acostumbrado a que otros pagaran los platos rotos.
—Encantado de conocerte.
—Tú debes de ser el famoso Pedro Alfonso, el abogado defensor.
—Culpable —dijo en supuesto tono de broma.
—Seguí el caso de Lucas Hawkins. También fue alumno nuestro, y da contribuciones muy generosas a la universidad... Es una pena que lo hayan condenado. De haber sabido quién eras, te habría citado antes. Pero por favor, siéntense.
—Gracias.—¿Y qué los trae por aquí, Pedro?
—Queríamos hablar contigo por el asunto del profesor Harrison. Queremos hablar en su favor, puesto que nos ayudó mucho.
—Es cierto —dijo Paula.Sí, también fue tutor mío.
—De no haber sido por él, no habría llegado a ser lo que soy —comentó Pedro.
Broadstreet asintió.
—Desde luego. Uno de los abogados más famosos del país y un ex alumno de la Universidad Saunders...
—En efecto. Un ex alumno que aprendió pronto que el profesor Harrison es un hombre enormemente inteligente y absolutamente comprometido con sus estudiantes. La universidad tiene suerte de contar con sus servicios.
—Pedro tiene razón. El profesor fue la primera persona que confió en mí y que se preocupó en animarme para que estudiara y para que fuera algo más que una jovencita atractiva —añadió Paula.
—Es un buen hombre, ciertamente.
—Sin embargo, tengo entendido que tú y el resto de la junta directiva quieren echarlo. Gerardo Harrison tenía mucho que ofrecer cuando estudiaba aquí, y estoy seguro de que eso no ha cambiado —continuó Pedro—. De hecho, sus consejos me han sido recientemente de gran ayuda en un asunto personal.
Pedro supo que sus palabras no estaban haciendo el menor efecto en Broadstreet, que parecía inmensamente aburrido.
—Sin embargo, los sentimientos no ayudan a pagar las facturas —observó el presidente de la junta directiva.
Pedro frunció el ceño.
—Ya imaginaba que el dinero estaba en el centro de su campaña contra el profesor —comentó él.
—Pedro, tú deberías entenderlo mejor que nadie. La universidad ha decidido centrarse en los deportes y en jóvenes con talento que tengan éxito y que más tarde puedan contribuir a nuestro mantenimiento. De hecho, se me ocurre que tal vez podrías ayudamos con la obtención de fondos...
—¿Te preocupa realmente el futuro de la universidad? ¿O sólo te preocupa estar rodeado de lujos y codearte con ricos y famosos? —preguntó Pedro.
La sonrisa de Broadstreet desapareció de repente.
—Me preocupa la universidad. Pero es evidente que tendremos más beneficios si nos centramos en los deportes. Es lo que le gusta a la gente.
—¿Insinúas que los deportistas no necesitan estudiar?
—Ni mucho menos. Mantendremos el mismo nivel de exigencia.
—Ya, pero elegirán a los alumnos en función de sus habilidades deportivas.
—Yo no diría «en función de»... Más bien, los tendremos en consideración especial.
—Me parece increíble que vayáis a despedir a un buen profesor sólo porque no encaja en sus planes de futuro —intervino Paula, levantándose de la silla.
—¿Y si eseprofesor ha roto varias normas de la universidad? —preguntó Broadstreet—. Un profesor que incumple las normas no es bienvenido en Saunders.
—Yo diría que los miembros de juntas directivas que aprovechan sus cargos en beneficio propio o para llevar a cabo venganzas personales tampoco deberían ser admitidos en el proceso educativo —observó Pedro.
—Bien, sea como sea, se convocará una audiencia pública para que se presenten todas las alegaciones —informó Broadstreet con frialdad—. Y ahora, si me perdonan, estoy muy ocupado.
Pedro miró a Paula y dijo:
—Por supuesto. Creo que ya hemos terminado.
Antes de salir del despacho, Paula se detuvo y comentó:
—Por cierto, tu plan para arruinar la reputación del profesor entre los alumnos no ha funcionado. Asistiré a esa audiencia, y te aseguro que no iré sola.
Pedro se sintió profundamente orgulloso de ella. Pero por encima de todo, fue aún más consciente de lo mucho que la quería.
—Encantado de conocerte.
—Tú debes de ser el famoso Pedro Alfonso, el abogado defensor.
—Culpable —dijo en supuesto tono de broma.
—Seguí el caso de Lucas Hawkins. También fue alumno nuestro, y da contribuciones muy generosas a la universidad... Es una pena que lo hayan condenado. De haber sabido quién eras, te habría citado antes. Pero por favor, siéntense.
—Gracias.—¿Y qué los trae por aquí, Pedro?
—Queríamos hablar contigo por el asunto del profesor Harrison. Queremos hablar en su favor, puesto que nos ayudó mucho.
—Es cierto —dijo Paula.Sí, también fue tutor mío.
—De no haber sido por él, no habría llegado a ser lo que soy —comentó Pedro.
Broadstreet asintió.
—Desde luego. Uno de los abogados más famosos del país y un ex alumno de la Universidad Saunders...
—En efecto. Un ex alumno que aprendió pronto que el profesor Harrison es un hombre enormemente inteligente y absolutamente comprometido con sus estudiantes. La universidad tiene suerte de contar con sus servicios.
—Pedro tiene razón. El profesor fue la primera persona que confió en mí y que se preocupó en animarme para que estudiara y para que fuera algo más que una jovencita atractiva —añadió Paula.
—Es un buen hombre, ciertamente.
—Sin embargo, tengo entendido que tú y el resto de la junta directiva quieren echarlo. Gerardo Harrison tenía mucho que ofrecer cuando estudiaba aquí, y estoy seguro de que eso no ha cambiado —continuó Pedro—. De hecho, sus consejos me han sido recientemente de gran ayuda en un asunto personal.
Pedro supo que sus palabras no estaban haciendo el menor efecto en Broadstreet, que parecía inmensamente aburrido.
—Sin embargo, los sentimientos no ayudan a pagar las facturas —observó el presidente de la junta directiva.
Pedro frunció el ceño.
—Ya imaginaba que el dinero estaba en el centro de su campaña contra el profesor —comentó él.
—Pedro, tú deberías entenderlo mejor que nadie. La universidad ha decidido centrarse en los deportes y en jóvenes con talento que tengan éxito y que más tarde puedan contribuir a nuestro mantenimiento. De hecho, se me ocurre que tal vez podrías ayudamos con la obtención de fondos...
—¿Te preocupa realmente el futuro de la universidad? ¿O sólo te preocupa estar rodeado de lujos y codearte con ricos y famosos? —preguntó Pedro.
La sonrisa de Broadstreet desapareció de repente.
—Me preocupa la universidad. Pero es evidente que tendremos más beneficios si nos centramos en los deportes. Es lo que le gusta a la gente.
—¿Insinúas que los deportistas no necesitan estudiar?
—Ni mucho menos. Mantendremos el mismo nivel de exigencia.
—Ya, pero elegirán a los alumnos en función de sus habilidades deportivas.
—Yo no diría «en función de»... Más bien, los tendremos en consideración especial.
—Me parece increíble que vayáis a despedir a un buen profesor sólo porque no encaja en sus planes de futuro —intervino Paula, levantándose de la silla.
—¿Y si eseprofesor ha roto varias normas de la universidad? —preguntó Broadstreet—. Un profesor que incumple las normas no es bienvenido en Saunders.
—Yo diría que los miembros de juntas directivas que aprovechan sus cargos en beneficio propio o para llevar a cabo venganzas personales tampoco deberían ser admitidos en el proceso educativo —observó Pedro.
—Bien, sea como sea, se convocará una audiencia pública para que se presenten todas las alegaciones —informó Broadstreet con frialdad—. Y ahora, si me perdonan, estoy muy ocupado.
Pedro miró a Paula y dijo:
—Por supuesto. Creo que ya hemos terminado.
Antes de salir del despacho, Paula se detuvo y comentó:
—Por cierto, tu plan para arruinar la reputación del profesor entre los alumnos no ha funcionado. Asistiré a esa audiencia, y te aseguro que no iré sola.
Pedro se sintió profundamente orgulloso de ella. Pero por encima de todo, fue aún más consciente de lo mucho que la quería.
Reencuentro Inesperado: Capítulo 61
—Un buen abogado, sin duda...
—Uno que defiende a verdaderos canallas.
—La abogacía no es la profesión más limpia del mundo —alegó David, encogiéndose de hombros—. Pero alguien tiene que hacerlo.
—Sí, pero ha estado defendiendo a Lucas Hawkins.
—Eso he oído. Parece ser que lo condenaron por agresión sexual.
—No me extraña. Me violó hace diez años.
—Oh, Paula... —dijo Sandra, asombrada.
—Y no sólo eso. También dice que tiene una grabación mía en una cinta de vídeo y que se la va a dar a la prensa. Me temo que no sería precisamente el tipo de publicidad que estáis buscando.
—En primer lugar, eso no nos importa; ese tipo es un canalla y confiamos en tí—afirmó David—. Y en segundo lugar, es muy probable que esa cinta no exista.
—¿Cómo lo sabes?
—Pedro desconectó las cámaras... —dijo David—. Lo invitaron a entrar en la fraternidad porque sabían que era bueno con la electrónica, pero cuando se dió cuenta de que sus intenciones no eran buenas, las desconectó.
—¿No denunciaste a Lucas? —preguntó Sandra.
—Me temo que no. Aquello me dejó tan traumatizada que sólo quería olvidarlo y superarlo.
—Lo comprendo de sobra, pero es una pena que no lo hicieras. Quién sabe a cuántas mujeres habrá violado desde entonces... De haberlo denunciado, tal vez lo habrías impedido. Pero sea como sea, David y yo ya sabíamos que es un cerdo. Nos alegramos mucho cuando lo condenaron.
—Por lo visto, soy la única persona del mundo que no se enteró del caso...
—¿No sabes lo que pasó? —preguntó Sandra.
—No, no sé nada.
—Acusaron a Pedro de haberlo defendido mal porque se negó a utilizar la vida sexual de la víctima para ayudar a Hawkins. Y por cierto, acabo de oír en la radio que ese tipo ha prescindido de sus servicios... dice que hay un conflicto de intereses.
—¿Un conflicto de intereses?
—Tú, claro está. No sé exactamente qué habrá pasado entre ustedes, pero Pedro le rompió la nariz.
Paula se quedó asombrada.
—El profesor Harrison siempre nos advirtió sobre Lucas. Ese hombre conoce bien a la gente.
—Sí, es un buen hombre. Ojalá que no tuviera tantos problemas —intervino Sandra—. Pero en fin, ya te hemos molestado bastante. Es hora de que volvamos a casa.
David miró el reloj y dijo:
—Sí. Si no nos marchamos ya, nos meteremos en un atasco. Estaremos en contacto, Paula.
—Por supuesto...
Cuando se marcharon, Paula se quedó muy confundida. Por una parte, era evidente que había pasado algo nuevo relacionado con el profesor. Por otra, David y Sandra le habían demostrado que estaba equivocada y que era un gran hombre. Pero había sido tan injusta con él que dudaba que fuera capaz de perdonarla. Había quemado sus puentes y ya no había solución.
—El señor Broadstreet lo verá ahora.
Pedro miró la hora y se preguntó si Katie aparecería por allí. Había dicho que no quería volver a verlo, pero sabía que le importaba la suerte del profesor.
—¿Señor Alfonso?
Estaba tan perdido en sus pensamientos que ni siquiera había oído a la atractiva secretaria de Broadstreet.
—Ya puede pasar.
Pedro ya estaba a punto de entrar en el despacho cuando Paula entró en el vestíbulo.
—Hola, siento llegar tarde. Yo...
—No importa —dijo con sinceridad—. Vamos a ver al señor Broadstreet.
Ella asintió y pasaron al interior del despacho. Carlos Broadstreet estaba sentado detrás de su mesa como si fuera un juez en un tribunal. Tenía ojos azules y cuarenta y pocos años, además de cierto aire de refinamiento. Pero Pedro pensó que debía de ser un canalla si quería despedir al profesor.
—Señorita Chaves...
—Señor Broadstreet.
—Creo que será mejor que nos tuteemos, ¿No les parece? Por cierto, ¿Eres la misma Paula Chaves que estuvo estudiando aquí?
—En efecto.
—Mi esposa está encantada con los cosméticos que anuncias. Aunque es tan bella que no necesita maquillaje. Pero hace tiempo que no te veo en televisión...
—Me temo que he estado un año sin trabajar. Tuve un accidente.
—Siento oírlo... Y tú debes de ser Pedro Alfonso.
—Uno que defiende a verdaderos canallas.
—La abogacía no es la profesión más limpia del mundo —alegó David, encogiéndose de hombros—. Pero alguien tiene que hacerlo.
—Sí, pero ha estado defendiendo a Lucas Hawkins.
—Eso he oído. Parece ser que lo condenaron por agresión sexual.
—No me extraña. Me violó hace diez años.
—Oh, Paula... —dijo Sandra, asombrada.
—Y no sólo eso. También dice que tiene una grabación mía en una cinta de vídeo y que se la va a dar a la prensa. Me temo que no sería precisamente el tipo de publicidad que estáis buscando.
—En primer lugar, eso no nos importa; ese tipo es un canalla y confiamos en tí—afirmó David—. Y en segundo lugar, es muy probable que esa cinta no exista.
—¿Cómo lo sabes?
—Pedro desconectó las cámaras... —dijo David—. Lo invitaron a entrar en la fraternidad porque sabían que era bueno con la electrónica, pero cuando se dió cuenta de que sus intenciones no eran buenas, las desconectó.
—¿No denunciaste a Lucas? —preguntó Sandra.
—Me temo que no. Aquello me dejó tan traumatizada que sólo quería olvidarlo y superarlo.
—Lo comprendo de sobra, pero es una pena que no lo hicieras. Quién sabe a cuántas mujeres habrá violado desde entonces... De haberlo denunciado, tal vez lo habrías impedido. Pero sea como sea, David y yo ya sabíamos que es un cerdo. Nos alegramos mucho cuando lo condenaron.
—Por lo visto, soy la única persona del mundo que no se enteró del caso...
—¿No sabes lo que pasó? —preguntó Sandra.
—No, no sé nada.
—Acusaron a Pedro de haberlo defendido mal porque se negó a utilizar la vida sexual de la víctima para ayudar a Hawkins. Y por cierto, acabo de oír en la radio que ese tipo ha prescindido de sus servicios... dice que hay un conflicto de intereses.
—¿Un conflicto de intereses?
—Tú, claro está. No sé exactamente qué habrá pasado entre ustedes, pero Pedro le rompió la nariz.
Paula se quedó asombrada.
—El profesor Harrison siempre nos advirtió sobre Lucas. Ese hombre conoce bien a la gente.
—Sí, es un buen hombre. Ojalá que no tuviera tantos problemas —intervino Sandra—. Pero en fin, ya te hemos molestado bastante. Es hora de que volvamos a casa.
David miró el reloj y dijo:
—Sí. Si no nos marchamos ya, nos meteremos en un atasco. Estaremos en contacto, Paula.
—Por supuesto...
Cuando se marcharon, Paula se quedó muy confundida. Por una parte, era evidente que había pasado algo nuevo relacionado con el profesor. Por otra, David y Sandra le habían demostrado que estaba equivocada y que era un gran hombre. Pero había sido tan injusta con él que dudaba que fuera capaz de perdonarla. Había quemado sus puentes y ya no había solución.
—El señor Broadstreet lo verá ahora.
Pedro miró la hora y se preguntó si Katie aparecería por allí. Había dicho que no quería volver a verlo, pero sabía que le importaba la suerte del profesor.
—¿Señor Alfonso?
Estaba tan perdido en sus pensamientos que ni siquiera había oído a la atractiva secretaria de Broadstreet.
—Ya puede pasar.
Pedro ya estaba a punto de entrar en el despacho cuando Paula entró en el vestíbulo.
—Hola, siento llegar tarde. Yo...
—No importa —dijo con sinceridad—. Vamos a ver al señor Broadstreet.
Ella asintió y pasaron al interior del despacho. Carlos Broadstreet estaba sentado detrás de su mesa como si fuera un juez en un tribunal. Tenía ojos azules y cuarenta y pocos años, además de cierto aire de refinamiento. Pero Pedro pensó que debía de ser un canalla si quería despedir al profesor.
—Señorita Chaves...
—Señor Broadstreet.
—Creo que será mejor que nos tuteemos, ¿No les parece? Por cierto, ¿Eres la misma Paula Chaves que estuvo estudiando aquí?
—En efecto.
—Mi esposa está encantada con los cosméticos que anuncias. Aunque es tan bella que no necesita maquillaje. Pero hace tiempo que no te veo en televisión...
—Me temo que he estado un año sin trabajar. Tuve un accidente.
—Siento oírlo... Y tú debes de ser Pedro Alfonso.
Reencuentro Inesperado: Capítulo 60
Paula estaba sentada en la suite del hotel Paul Revere. No podía permitirse el lujo dé gastar dinero en un hotel, pero tampoco podía seguir en casa de Pedro.Todavía no podía creer que la hubiera traicionado de esa manera. Sin embargo, la reunión con Carlos Broadstreet estaba cerca y después podría regresar a California. Ahora se sentía mucho peor que al llegar a Boston.Unos segundos después, llamaron a la puerta.Sabía que era su pasaje hacia una nueva vida.
—David, Sandra... gracias por haber venido. Siento no haber podido verlos en la ciudad.
—Descuida. Así hemos tenido ocasión de dar un paseo.
David y Sandra Westport eran una pareja perfecta. Él era un hombre alto, de pelo negro y ojos verdes, y tan fuerte como una estrella del atletismo. En cuanto a ella, era una atractiva mujer de pelo rubio y ojos azules. Al verlos, sintió vergüenza de su cicatríz. Pero ellos no parecieron darle ninguna importancia.
—Me alegra que no hayas cancelado la cita —dijo Sandra, antes de abrazarla de forma cariñosa.
—¿No quieren sentarse? He pedido que suban café.
—Gracias.
Los recién llegados se sentaron en el sofá y se sirvieron el café. Entonces, Sandra miró por encima de su taza, la observó y dijo:
—Lo siento.
—Yo también.
—¿Qué te pasó? —preguntó David.
—Vamos, David, dudo que tenga ganas de hablar de eso. Disculpa a mi marido, Paula, a veces es demasiado directo.
—Aprecio a la gente directa. Además no me importa hablar sobre ello... me atropelló un conductor borracho.
—Qué horror...
—Fue bastante duro. Por eso rechacé inicialmente vuestra oferta. Pero diganme, ¿De quién fue la idea de abrir el campamento?
—De los dos —respondió él—. Yo me sentía culpable por haber terminado la carrera de forma injusta y quería hacer algo para ayudar a los chicos a desarrollar todo su potencial y no cometer los mismos errores que yo. Es una cuestión moral, por así decirlo, pero también será un ejemplo positivo para nuestros hijos.
—¿Tienen hijos?
—Sí, gemelos —respondió Sandra—. Se parecen mucho a nosotros. Tienen diez años...
—Son muy afortunados...
—Desde luego. Pero muchos niños no son tan afortunados y sus padres no tienen medios para pagar sus estudios. Nuestro centro servirá para mejorar sus vidas.
—Me parece una idea magnífica.
—Hemos presentado una propuesta por escrito y el profesor la ha presentado al famoso benefactor, que quiere apoyarnos. Pero a pesar de eso, todavía no tenemos dinero suficiente.
—Bueno, puede que eso cambie si aceptas ser nuestra portavoz... —dijo David—. No en vano, eres famosa.
—Ya no soy famosa —dijo, mostrándoles la cicatriz.
—A pesar de ello, no buscamos perfección sino compromiso —afirmó David.
—Digas lo que digas, la gente te reconoce —añadió Sandra—. Y el hecho de que hayas tenido dificultades hará que tu compromiso con el proyecto parezca más significativo. Tú entiendes de sobra lo que se siente... Necesitamos tu ayuda.
—Descuida, sólo quería conocer más detalles del proyecto. Ya había decidido aceptar su proposición.
—Excelente...
David se levantó del sofá para abrazarla.
—Gracias, Paula.
—Soy yo quien debe darles las gracias. Me han dado una ocasión perfecta para dejar de estar centrada en mí misma y destinar parte de mi energía a los demás.
—Hablando de energía... tuve una conversación con Pedro Alfonso—informó David.
—¿Sí? —preguntó, cautelosa.
—Sí. Me dió la idea de que reserváramos un cupo para niños que hayan sufrido accidentes o que se enfrenten a operaciones graves.
—Es verdad, también me lo dijo a mí.
—Me parece una propuesta maravillosa —comentó Sandra—.Y no se limitó sólo a proponerlo. También nos ofreció sus servicios legales. Gratis.
—Sí, Pedro es así.
Sandra frunció el ceño.
—¿Qué sucede?
—Que acabo de descubrir qué tipo de abogado es.
—David, Sandra... gracias por haber venido. Siento no haber podido verlos en la ciudad.
—Descuida. Así hemos tenido ocasión de dar un paseo.
David y Sandra Westport eran una pareja perfecta. Él era un hombre alto, de pelo negro y ojos verdes, y tan fuerte como una estrella del atletismo. En cuanto a ella, era una atractiva mujer de pelo rubio y ojos azules. Al verlos, sintió vergüenza de su cicatríz. Pero ellos no parecieron darle ninguna importancia.
—Me alegra que no hayas cancelado la cita —dijo Sandra, antes de abrazarla de forma cariñosa.
—¿No quieren sentarse? He pedido que suban café.
—Gracias.
Los recién llegados se sentaron en el sofá y se sirvieron el café. Entonces, Sandra miró por encima de su taza, la observó y dijo:
—Lo siento.
—Yo también.
—¿Qué te pasó? —preguntó David.
—Vamos, David, dudo que tenga ganas de hablar de eso. Disculpa a mi marido, Paula, a veces es demasiado directo.
—Aprecio a la gente directa. Además no me importa hablar sobre ello... me atropelló un conductor borracho.
—Qué horror...
—Fue bastante duro. Por eso rechacé inicialmente vuestra oferta. Pero diganme, ¿De quién fue la idea de abrir el campamento?
—De los dos —respondió él—. Yo me sentía culpable por haber terminado la carrera de forma injusta y quería hacer algo para ayudar a los chicos a desarrollar todo su potencial y no cometer los mismos errores que yo. Es una cuestión moral, por así decirlo, pero también será un ejemplo positivo para nuestros hijos.
—¿Tienen hijos?
—Sí, gemelos —respondió Sandra—. Se parecen mucho a nosotros. Tienen diez años...
—Son muy afortunados...
—Desde luego. Pero muchos niños no son tan afortunados y sus padres no tienen medios para pagar sus estudios. Nuestro centro servirá para mejorar sus vidas.
—Me parece una idea magnífica.
—Hemos presentado una propuesta por escrito y el profesor la ha presentado al famoso benefactor, que quiere apoyarnos. Pero a pesar de eso, todavía no tenemos dinero suficiente.
—Bueno, puede que eso cambie si aceptas ser nuestra portavoz... —dijo David—. No en vano, eres famosa.
—Ya no soy famosa —dijo, mostrándoles la cicatriz.
—A pesar de ello, no buscamos perfección sino compromiso —afirmó David.
—Digas lo que digas, la gente te reconoce —añadió Sandra—. Y el hecho de que hayas tenido dificultades hará que tu compromiso con el proyecto parezca más significativo. Tú entiendes de sobra lo que se siente... Necesitamos tu ayuda.
—Descuida, sólo quería conocer más detalles del proyecto. Ya había decidido aceptar su proposición.
—Excelente...
David se levantó del sofá para abrazarla.
—Gracias, Paula.
—Soy yo quien debe darles las gracias. Me han dado una ocasión perfecta para dejar de estar centrada en mí misma y destinar parte de mi energía a los demás.
—Hablando de energía... tuve una conversación con Pedro Alfonso—informó David.
—¿Sí? —preguntó, cautelosa.
—Sí. Me dió la idea de que reserváramos un cupo para niños que hayan sufrido accidentes o que se enfrenten a operaciones graves.
—Es verdad, también me lo dijo a mí.
—Me parece una propuesta maravillosa —comentó Sandra—.Y no se limitó sólo a proponerlo. También nos ofreció sus servicios legales. Gratis.
—Sí, Pedro es así.
Sandra frunció el ceño.
—¿Qué sucede?
—Que acabo de descubrir qué tipo de abogado es.
Reencuentro Inesperado: Capítulo 59
Paula se quedó helada. No sabía qué diablos estaba haciendo allí el hombre que le había robado la confianza en sí misma, y gran parte de su vida, diez años atrás. Pero su presencia en el despacho sólo podía significar una cosa: que Pedro era su abogado.
—¿Es cliente tuyo? —preguntó.
Pedro quiso contestar, pero Lucas lo interrumpió.
—¿Dónde te habías metido, Paula? Oh, no me lo digas... Seguro que has estado con él, ¿Verdad?
—Y tú, Lucas, ¿Qué haces aquí? Oh, no me lo digas... ¿Te han acusado de violación, tal vez?
La sonrisa de Lucas desapareció y la miró con ojos entrecerrados.
—Es mi palabra contra la suya.
—Sí, por supuesto. Yo también tengo cierta experiencia sobre tus habilidades —espetó, sin dejarse intimidar.
—¿Me estás acusando de algo?
—Sí. Me violaste hace diez años. Eres culpable.
—Tú lo deseabas tanto como yo. No lo niegues ahora.
—Intenté resistirme y me violaste.
—Mentira. No te resististe. Tú...
—Cierra la boca, Lucas—intervino Pedro.
—¿Qué es esto? ¿Mi abogado se vuelve contra mí? Pero cómo es posible, con lo amigos que éramos en la universidad... —se burló—. ¿Sabes una cosa? Puedo demostrar que Paula miente al acusarme de violación. Tengo una cinta de vídeo que...
—¿De qué estás hablando? —preguntó ella, asustada.
—El señor Pedro Alfonso era un genio de la electrónica, ¿No lo sabías? Por eso lo invitamos a que se uniera a la fraternidad.
—¿Y?
—Que tu encantador amigo manipuló las cámaras de seguridad para que pudiéramos grabar en las habitaciones.
—Oh, Dios mío...
Pedro se acercó a Lucas y lo agarró por el cuello de la camisa.
—Ten cuidado con lo que dices, Lucas. Te lo advierto.
—Tranquilízate, abogado. Estoy seguro de que hay alguna ley que impide que un abogado ataque a su defendido.
—Eres un canalla.
Lucas sonrió.
—Hay cosas que no cambian. Sigues enamorado de Paula Chaves. Pero es una pena... por la forma en que te está mirando ahora, será mejor que te alejes de ella antes de que te desfigure la cara.
—Cierra la boca, Lucas.
—No hace falta que la abra —dijo, mirándolo con frialdad—. La cinta de vídeo es tan explícita que bastaría con entregársela a la prensa. Y eso será exactamente lo que haga si no me defiendes adecuadamente en la apelación.
Pedro apretó los puños y dijo:
—Pauli, creo que será mejor que salgas un momento. Tengo que hablar con Lucas y estas cosas deben quedar entre el abogado y su defendido.
Pedro la tomó del brazo, de un modo increíblemente dulce, y la acompañó a la puerta.
—Hablaremos cuando vuelva a casa continuó él.
—Ya no sé quién eres, Pedro. Y no quiero saberlo, francamente —dijo, conteniéndose a duras penas—. No quiero volver a verte nunca más.
Entonces, Paula se marchó dando un portazo. La súbita marcha de Paula transformó la ira de Pedro en algo distinto, en una mezcla de ira desatada y dolor que nunca había sentido.
—Mala suerte, amigo —dijo Lucas.
—En primer lugar, no me llames amigo. Y en segundo lugar, sé que no tienes ninguna cinta de vídeo.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo sé porque desconecté las cámaras cuando sospeché lo que estaban haciendo.
—¿Y eso fue antes, o después de que me acostara con Paula?
—Antes.
Pedro estaba jugando de farol. En realidad no podía recordar cuándo las había desconectado.
—Mira, Pedro, sospecho que ya no estás de mi lado.
—Nunca he estado de tu lado, Lucas.
—De modo que no me defendiste bien en el juicio... puede que por eso me declararan culpable.
—Te declararon culpable porque lo eres. Tú única salida ahora es que negociemos una condena más leve y...
—De eso, nada. Soy inocente. Ella quiso hacerlo conmigo, al igual que Paula.
—Mentiroso...
—Te diré una cosa, Alfonso. No estoy satisfecho con tus servicios. Creo que voy a recurrir el juicio y a denunciarte por malas prácticas profesionales.
—Adelante. Yo también te denunciaré.
—¿Con qué base? ¿Porque me acosté con tu novia?
—Por intento de extorsión.
Lucas entrecerró los ojos.
—Tengo entendido que Paula era una modelo famosa. Es una lástima que esa cicatríz haya acabado con su carrera.
—¿Adónde quieres llegar, Lucas?
—A que la cinta de vídeo existe y a que pienso usarla. Si no consigues que me declaren inocente, me encargaré de que tu amiguita no vuelva a trabajar.
Pedro ya no pudo controlarse por más tiempo. Sin poder evitarlo, lanzó el puño derecho a la cara de Lucas y lo derribó.
—Malnacido, me has roto la nariz... —dijo Hawkins desde el suelo.
—Me alegro. Y ahora, será mejor que te busques otro abogado.
Lucas se levantó.
—Te arrepentirás de esto.
—Me arrepiento de muchas cosas. Pero de librarme de tí, jamás.
—Vigila tu espalda, Alfonso. Quedas advertido.
Cuando Hawkins se marchó, Pedro se sentó en la butaca e intentó tranquilizarse. Todo se había estropeado. Paula ya no quería verlo, y lamentaba no haber encontrado la ocasión de contarle toda la verdad, como pretendía.Pero Hawkins tenía razón en una cosa: siempre había estado enamorado de ella, y no podía alimentar un amor con secreto y mentiras. Abandonar la defensa de aquel hombre era lo más inteligente que había hecho en mucho tiempo; permitir que Paula se marchara, lo más estúpido. Lamentablemente, estaba convencido de haberla perdido para siempre.
—¿Es cliente tuyo? —preguntó.
Pedro quiso contestar, pero Lucas lo interrumpió.
—¿Dónde te habías metido, Paula? Oh, no me lo digas... Seguro que has estado con él, ¿Verdad?
—Y tú, Lucas, ¿Qué haces aquí? Oh, no me lo digas... ¿Te han acusado de violación, tal vez?
La sonrisa de Lucas desapareció y la miró con ojos entrecerrados.
—Es mi palabra contra la suya.
—Sí, por supuesto. Yo también tengo cierta experiencia sobre tus habilidades —espetó, sin dejarse intimidar.
—¿Me estás acusando de algo?
—Sí. Me violaste hace diez años. Eres culpable.
—Tú lo deseabas tanto como yo. No lo niegues ahora.
—Intenté resistirme y me violaste.
—Mentira. No te resististe. Tú...
—Cierra la boca, Lucas—intervino Pedro.
—¿Qué es esto? ¿Mi abogado se vuelve contra mí? Pero cómo es posible, con lo amigos que éramos en la universidad... —se burló—. ¿Sabes una cosa? Puedo demostrar que Paula miente al acusarme de violación. Tengo una cinta de vídeo que...
—¿De qué estás hablando? —preguntó ella, asustada.
—El señor Pedro Alfonso era un genio de la electrónica, ¿No lo sabías? Por eso lo invitamos a que se uniera a la fraternidad.
—¿Y?
—Que tu encantador amigo manipuló las cámaras de seguridad para que pudiéramos grabar en las habitaciones.
—Oh, Dios mío...
Pedro se acercó a Lucas y lo agarró por el cuello de la camisa.
—Ten cuidado con lo que dices, Lucas. Te lo advierto.
—Tranquilízate, abogado. Estoy seguro de que hay alguna ley que impide que un abogado ataque a su defendido.
—Eres un canalla.
Lucas sonrió.
—Hay cosas que no cambian. Sigues enamorado de Paula Chaves. Pero es una pena... por la forma en que te está mirando ahora, será mejor que te alejes de ella antes de que te desfigure la cara.
—Cierra la boca, Lucas.
—No hace falta que la abra —dijo, mirándolo con frialdad—. La cinta de vídeo es tan explícita que bastaría con entregársela a la prensa. Y eso será exactamente lo que haga si no me defiendes adecuadamente en la apelación.
Pedro apretó los puños y dijo:
—Pauli, creo que será mejor que salgas un momento. Tengo que hablar con Lucas y estas cosas deben quedar entre el abogado y su defendido.
Pedro la tomó del brazo, de un modo increíblemente dulce, y la acompañó a la puerta.
—Hablaremos cuando vuelva a casa continuó él.
—Ya no sé quién eres, Pedro. Y no quiero saberlo, francamente —dijo, conteniéndose a duras penas—. No quiero volver a verte nunca más.
Entonces, Paula se marchó dando un portazo. La súbita marcha de Paula transformó la ira de Pedro en algo distinto, en una mezcla de ira desatada y dolor que nunca había sentido.
—Mala suerte, amigo —dijo Lucas.
—En primer lugar, no me llames amigo. Y en segundo lugar, sé que no tienes ninguna cinta de vídeo.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo sé porque desconecté las cámaras cuando sospeché lo que estaban haciendo.
—¿Y eso fue antes, o después de que me acostara con Paula?
—Antes.
Pedro estaba jugando de farol. En realidad no podía recordar cuándo las había desconectado.
—Mira, Pedro, sospecho que ya no estás de mi lado.
—Nunca he estado de tu lado, Lucas.
—De modo que no me defendiste bien en el juicio... puede que por eso me declararan culpable.
—Te declararon culpable porque lo eres. Tú única salida ahora es que negociemos una condena más leve y...
—De eso, nada. Soy inocente. Ella quiso hacerlo conmigo, al igual que Paula.
—Mentiroso...
—Te diré una cosa, Alfonso. No estoy satisfecho con tus servicios. Creo que voy a recurrir el juicio y a denunciarte por malas prácticas profesionales.
—Adelante. Yo también te denunciaré.
—¿Con qué base? ¿Porque me acosté con tu novia?
—Por intento de extorsión.
Lucas entrecerró los ojos.
—Tengo entendido que Paula era una modelo famosa. Es una lástima que esa cicatríz haya acabado con su carrera.
—¿Adónde quieres llegar, Lucas?
—A que la cinta de vídeo existe y a que pienso usarla. Si no consigues que me declaren inocente, me encargaré de que tu amiguita no vuelva a trabajar.
Pedro ya no pudo controlarse por más tiempo. Sin poder evitarlo, lanzó el puño derecho a la cara de Lucas y lo derribó.
—Malnacido, me has roto la nariz... —dijo Hawkins desde el suelo.
—Me alegro. Y ahora, será mejor que te busques otro abogado.
Lucas se levantó.
—Te arrepentirás de esto.
—Me arrepiento de muchas cosas. Pero de librarme de tí, jamás.
—Vigila tu espalda, Alfonso. Quedas advertido.
Cuando Hawkins se marchó, Pedro se sentó en la butaca e intentó tranquilizarse. Todo se había estropeado. Paula ya no quería verlo, y lamentaba no haber encontrado la ocasión de contarle toda la verdad, como pretendía.Pero Hawkins tenía razón en una cosa: siempre había estado enamorado de ella, y no podía alimentar un amor con secreto y mentiras. Abandonar la defensa de aquel hombre era lo más inteligente que había hecho en mucho tiempo; permitir que Paula se marchara, lo más estúpido. Lamentablemente, estaba convencido de haberla perdido para siempre.
Reencuentro Inesperado: Capítulo 58
—Estoy tan seguro de que te aceptarán, que se me ocurre una idea.
—¿Cuál?
—Cuando te hagan una oferta en firme, diles que se la pasen a tu abogado.
—Que supongo que serás tú...
—Por supuesto. Me encargaré de negociar los términos del contrato.
—¿Y qué términos serán?
—Que reserven determinada cantidad de plazas para niños que hayan sufrido accidentes o que se enfrenten a operaciones difíciles. Cosas así.
—Oh, Pedro, es una idea brillante...
—Bah, no es nada.
—Eres demasiado modesto. Pero la idea es buena, y la perspectiva de trabajar con ellos me encanta. Es irónico que el ccidente haya servido al final para algo bueno. Si no hubiera sufrido ese trauma, no habría podido hacer el trabajo.
—Lo cual demuestra que las dificultades nos hacen más fuertes.
—Sí, algo así.
—¿Y cómo es que has cambiado de opinión de repente? ¿Por qué has llamado a Sandra?
—Tú me convenciste de que lo hiciera.
—Claro, me has dado una perspectiva nueva sobre las cosas. Ningún otro hombre habría confiado en mí, pero tú permaneciste a mi lado.
—Al final vas a conseguir que crea que soy un santo.
—¿Un santo? Lo dudo mucho —dijo entre risas—. Pero sí un hombre bueno.
—¿Aunque defienda a delincuentes de vez en cuando?
—Incluso así. Es algo lógico en tu trabajo. Es necesario.
—Vaya, ya veo que Romina estuvo hablando contigo.
—Sí, y te defendió con mucha elocuencia.
—Recuérdame que le aumente el sueldo.
—Bueno, todo es cuestión de perspectiva. Y entre los dos me han convencido de que las cosas no son necesariamente blancas o negras. Como dijiste una vez, hay muchas zonas grises.
—No eres la única que ha aprendido algo, ¿Sabes? Yo también he cambiado gracias a tí. Casi había olvidado que quise estudiar Derecho para ayudar a la gente que lo necesitaba, y a tu lado he recobrado la ilusión y el camino —explicó—. Incluso he decidido que a partir de ahora reservaré varios días al mes para representar a personas sin recursos.
—En tal caso, los dos tenemos cosas que celebrar.
Ella lo miró con intensidad y lo besó. Fue un beso dulce, que poco a poco se fue haciendo más apasionado. Sin embargo, un par de minutos después sonó el interfono y de repente se abrió la puerta de golpe.Los dos se volvieron, sorprendidos.
—Vaya, vaya, así que el idiota de mi abogado se ha buscado una mujer. ¿Qué? ¿Trabajando un poco en mi apelación, Alfonso ?
Nancy apareció detrás del recién llegado, que no era otro que Lucas Hawkins en persona.
—Lo siento mucho, Pedro. No he podido impedir que pasara...
—No te preocupes, Nancy. Ya me encargo yo.
Lucas miró entonces a Paula y dijo:
—Pero si es mi querida ex novia... Cuánto tiempo ha pasado, ¿Verdad, Paula?
—¿Cuál?
—Cuando te hagan una oferta en firme, diles que se la pasen a tu abogado.
—Que supongo que serás tú...
—Por supuesto. Me encargaré de negociar los términos del contrato.
—¿Y qué términos serán?
—Que reserven determinada cantidad de plazas para niños que hayan sufrido accidentes o que se enfrenten a operaciones difíciles. Cosas así.
—Oh, Pedro, es una idea brillante...
—Bah, no es nada.
—Eres demasiado modesto. Pero la idea es buena, y la perspectiva de trabajar con ellos me encanta. Es irónico que el ccidente haya servido al final para algo bueno. Si no hubiera sufrido ese trauma, no habría podido hacer el trabajo.
—Lo cual demuestra que las dificultades nos hacen más fuertes.
—Sí, algo así.
—¿Y cómo es que has cambiado de opinión de repente? ¿Por qué has llamado a Sandra?
—Tú me convenciste de que lo hiciera.
—Claro, me has dado una perspectiva nueva sobre las cosas. Ningún otro hombre habría confiado en mí, pero tú permaneciste a mi lado.
—Al final vas a conseguir que crea que soy un santo.
—¿Un santo? Lo dudo mucho —dijo entre risas—. Pero sí un hombre bueno.
—¿Aunque defienda a delincuentes de vez en cuando?
—Incluso así. Es algo lógico en tu trabajo. Es necesario.
—Vaya, ya veo que Romina estuvo hablando contigo.
—Sí, y te defendió con mucha elocuencia.
—Recuérdame que le aumente el sueldo.
—Bueno, todo es cuestión de perspectiva. Y entre los dos me han convencido de que las cosas no son necesariamente blancas o negras. Como dijiste una vez, hay muchas zonas grises.
—No eres la única que ha aprendido algo, ¿Sabes? Yo también he cambiado gracias a tí. Casi había olvidado que quise estudiar Derecho para ayudar a la gente que lo necesitaba, y a tu lado he recobrado la ilusión y el camino —explicó—. Incluso he decidido que a partir de ahora reservaré varios días al mes para representar a personas sin recursos.
—En tal caso, los dos tenemos cosas que celebrar.
Ella lo miró con intensidad y lo besó. Fue un beso dulce, que poco a poco se fue haciendo más apasionado. Sin embargo, un par de minutos después sonó el interfono y de repente se abrió la puerta de golpe.Los dos se volvieron, sorprendidos.
—Vaya, vaya, así que el idiota de mi abogado se ha buscado una mujer. ¿Qué? ¿Trabajando un poco en mi apelación, Alfonso ?
Nancy apareció detrás del recién llegado, que no era otro que Lucas Hawkins en persona.
—Lo siento mucho, Pedro. No he podido impedir que pasara...
—No te preocupes, Nancy. Ya me encargo yo.
Lucas miró entonces a Paula y dijo:
—Pero si es mi querida ex novia... Cuánto tiempo ha pasado, ¿Verdad, Paula?
lunes, 21 de agosto de 2017
Reencuentro Inesperado: Capítulo 57
Pedro se recostó en la silla y miró la pila de trabajo acumulado. Llevaba tanto tiempo sin pasar por el despacho que los documentos se habían multiplicado como conejos, así que estaba tardando demasiado en familiarizarse con los casos, apelaciones y presentaciones pendientes. No hacía otra cosa que pensar en Paula.Sabía que más tarde o más temprano volvería a California. Dos días más tarde iría a ver a Carlos Broadstreet, y era posible que ella se marchara después. A no ser que consiguiera hacer un milagro. En ese instante, sonó el botón del intercomunicador.
—¿Sí?
—Hay una mujer que quiere verte —dijo Nancy, la secretaria de administración —. Pero no tiene cita... —
¿Quién es?—
Alguien que afirma que no aceptará una negativa por respuesta.
Pedro sonrió.
—Dile a Paula que pase...
En cuanto entró, Pedro notó que había cambiado algo en ella. Llevaba la misma ropa y los mismos zapatos abiertos por delante, que dejaban ver sus uñas pintadas de rosa, que llevaba por la mañana. Pero sus ojos brillaban de un modo especial, con más energía.
—Hola...
—Hola. Espero que no te moleste que haya pasado a verte.
—¿Molestarme? Todo lo contrario.
Paula miró a su alrededor.
—Tienes un despacho muy bonito...
—Sí, los bufetes conocidos tienden a tratar bien a sus abogados.
—Y la vista es increíble...Ciertamente, lo era.
Desde el ventanal del despacho, situado en un rascacielos, se veía gran parte de la ciudad.
—Es un despacho elegante, cálido, cómodo... me recuerda a tí —continuó ella.
—¿Cómodo? ¿Yo? ¿Acaso me tomas por un sillón?
—Oh, vamos, sólo era un cumplido —dijo con una sonrisa.
—¿Y bien? ¿Qué puedo hacer por tí? —preguntó con malicia.—
Dejar que te invite a comer, por ejemplo.
—Excelente idea. Pero te invitaré yo.
—Oh, no, insisto...
—¿Por qué estás tan interesada en invitar?
—Porque tengo algo que celebrar.
—¿Y de qué se trata?
—He hablado con Sandra Westport por teléfono.
—Comprendo.
Pedro se levantó de su butaca, dio la vuelta a la mesa y se detuvo a la distancia suficiente como para poder aspirar su maravilloso aroma.
—Me he comprometido a reunirme con David y con ella para discutir su propuesta.
—Así que vas a convertirte en su portavoz...
—Voy a discutir la propuesta, nada más —puntualizó—. Puede que no quieran mis servicios.
—Lo dudo mucho.
—Ojalá tuviera tanta confianza en mí misma como tú...
—Les encantarás, ya lo verás.
Pedro no podía imaginar que Paula le disgustara a alguien. De hecho, ni siquiera entendía cómo era posible que no todo el mundo estuviera enamorado de ella. Al pensar en el amor, se sorprendió. Era la primera vez que consideraba la relación que mantenían desde el punto de vista del amor. Entre otras cosas, porque no se atrevía a soñar con ello. Paula estaba fuera de su alcance.
—¿Sí?
—Hay una mujer que quiere verte —dijo Nancy, la secretaria de administración —. Pero no tiene cita... —
¿Quién es?—
Alguien que afirma que no aceptará una negativa por respuesta.
Pedro sonrió.
—Dile a Paula que pase...
En cuanto entró, Pedro notó que había cambiado algo en ella. Llevaba la misma ropa y los mismos zapatos abiertos por delante, que dejaban ver sus uñas pintadas de rosa, que llevaba por la mañana. Pero sus ojos brillaban de un modo especial, con más energía.
—Hola...
—Hola. Espero que no te moleste que haya pasado a verte.
—¿Molestarme? Todo lo contrario.
Paula miró a su alrededor.
—Tienes un despacho muy bonito...
—Sí, los bufetes conocidos tienden a tratar bien a sus abogados.
—Y la vista es increíble...Ciertamente, lo era.
Desde el ventanal del despacho, situado en un rascacielos, se veía gran parte de la ciudad.
—Es un despacho elegante, cálido, cómodo... me recuerda a tí —continuó ella.
—¿Cómodo? ¿Yo? ¿Acaso me tomas por un sillón?
—Oh, vamos, sólo era un cumplido —dijo con una sonrisa.
—¿Y bien? ¿Qué puedo hacer por tí? —preguntó con malicia.—
Dejar que te invite a comer, por ejemplo.
—Excelente idea. Pero te invitaré yo.
—Oh, no, insisto...
—¿Por qué estás tan interesada en invitar?
—Porque tengo algo que celebrar.
—¿Y de qué se trata?
—He hablado con Sandra Westport por teléfono.
—Comprendo.
Pedro se levantó de su butaca, dio la vuelta a la mesa y se detuvo a la distancia suficiente como para poder aspirar su maravilloso aroma.
—Me he comprometido a reunirme con David y con ella para discutir su propuesta.
—Así que vas a convertirte en su portavoz...
—Voy a discutir la propuesta, nada más —puntualizó—. Puede que no quieran mis servicios.
—Lo dudo mucho.
—Ojalá tuviera tanta confianza en mí misma como tú...
—Les encantarás, ya lo verás.
Pedro no podía imaginar que Paula le disgustara a alguien. De hecho, ni siquiera entendía cómo era posible que no todo el mundo estuviera enamorado de ella. Al pensar en el amor, se sorprendió. Era la primera vez que consideraba la relación que mantenían desde el punto de vista del amor. Entre otras cosas, porque no se atrevía a soñar con ello. Paula estaba fuera de su alcance.
Reencuentro Inesperado: Capítulo 56
—Mira, Paula, no sé lo que hay entre tú y Pedro, pero puedo decirte esto: hace años, muchos inocentes terminaban en la cárcel porque el sistema de este país es como es y no podían pagarse un buen abogado. Ahora, por lo menos cuentan con el que les proporciona el Estado. Imagina lo que pasaría si no existieran los abogados defensores... Y el hecho de que de vez en cuando le toque defender a un canalla, no lo convierte en mala persona.
—Yo no he dicho que lo sea.
—Lo has insinuado. Y resulta que Pedro no es sólo un gran abogado, sino también el mejor hombre que he conocido.
—Estoy segura de ello.
—¿Segura? Noto cierto escepticismo en tu voz... Te contaré una historia: mi difunto marido estuvo muy enfermo antes de morir y me dejó una montaña de acturas que yo no podía pagar.
—Siento saber que ha muerto...
—Gracias.
—Comprendo bien lo de las facturas médicas. Yo me arruiné por eso.
—Pues debes saber que estás saliendo con una excelente persona —continuó Romina—. Pedro se ofreció a pagar mis deudas.
—¿Y lo hizo?
—Yo me negué, pero no aceptó la negativa e insistió.
Paula sonrió.
—Oh, sí, ya he comprobado que no le gusta que le lleven la contraria.
—Sí, es verdad... De todas formas, cuando me negué a darle los datos del hospital, él se puso en contacto directamente con ellos, negoció la deuda y la canceló.
—Supongo que le estarás muy agradecida...
—Lo estoy, no lo dudes. Pero ¿Qué es eso de que te has arruinado por culpa de los médicos? ¿Qué te ha pasado?
—Me atropelló un conductor borracho.
—Oh, lo siento... Eres modelo, ¿Verdad?
—Lo era. Por cierto, Pedro me dijo que mencionaste mi situación a Sandra Westport.
—Sí. Se puso en contacto con tu agente para ver si querías representar su proyecto, y no entendía que rechazaras la proposición. Pero un día te ví por la calle e imaginé lo que había pasado, así que se lo dije.
Paula agradeció mucho que Rominano evitara el tema. Además, ahora quería que se supiera la verdad. Gracias a Pedro, había dado los primeros pasos y empezaba a ser la que había sido.
—Pedro me ha ayudado mucho —confesó Paula.
—Ah, es típico de él... —dijo Romina, con una sonrisa—. Todo un caballero andante. Pero discúlpame, me temo que debo marcharme.
—¿No puedes quedarte hasta que vuelva Pedro?
—Tengo la impresión de que esa llamada lo mantendrá ocupado un buen rato.
—Está bien. En ese caso, te acompañaré a la puerta.
Romina se detuvo un momento antes de marcharse y dijo:
—Recuerda algo importante, Paula. Si estás intentando convencerte de que no estás enamorada de él, no lo hagas. Es un buen hombre. Y no encontrarás uno mejor.
Romina se marchó antes de que ella pudiera negar que estuviera enamorada de Pedro. Cuando pasó ante su despacho, vió que había cerrado la puerta. Era evidente que seguía hablando por teléfono, aunque naturalmente no sabía con quién. En el fondo, la posibilidad de estar enamorada le daba miedo. Se estaba recuperando de sus traumas y del accidente y no le parecía que fuera el mejor momento para pensar en algo tan serio como vivir con alguien. Sin embargo, tampoco podía engañarse. Sus sentimientos hacia Pedro eran cada vez más profundos y no podía permitir que el miedo se interpusiera en su camino. Además, se lo debía. Había sido muy bueno con ella y era justo que por su parte se arriesgara un poco. Tal vez terminara mal parada, pero al menos no se arrepentiría más tarde por no haberlo intentado.
—Yo no he dicho que lo sea.
—Lo has insinuado. Y resulta que Pedro no es sólo un gran abogado, sino también el mejor hombre que he conocido.
—Estoy segura de ello.
—¿Segura? Noto cierto escepticismo en tu voz... Te contaré una historia: mi difunto marido estuvo muy enfermo antes de morir y me dejó una montaña de acturas que yo no podía pagar.
—Siento saber que ha muerto...
—Gracias.
—Comprendo bien lo de las facturas médicas. Yo me arruiné por eso.
—Pues debes saber que estás saliendo con una excelente persona —continuó Romina—. Pedro se ofreció a pagar mis deudas.
—¿Y lo hizo?
—Yo me negué, pero no aceptó la negativa e insistió.
Paula sonrió.
—Oh, sí, ya he comprobado que no le gusta que le lleven la contraria.
—Sí, es verdad... De todas formas, cuando me negué a darle los datos del hospital, él se puso en contacto directamente con ellos, negoció la deuda y la canceló.
—Supongo que le estarás muy agradecida...
—Lo estoy, no lo dudes. Pero ¿Qué es eso de que te has arruinado por culpa de los médicos? ¿Qué te ha pasado?
—Me atropelló un conductor borracho.
—Oh, lo siento... Eres modelo, ¿Verdad?
—Lo era. Por cierto, Pedro me dijo que mencionaste mi situación a Sandra Westport.
—Sí. Se puso en contacto con tu agente para ver si querías representar su proyecto, y no entendía que rechazaras la proposición. Pero un día te ví por la calle e imaginé lo que había pasado, así que se lo dije.
Paula agradeció mucho que Rominano evitara el tema. Además, ahora quería que se supiera la verdad. Gracias a Pedro, había dado los primeros pasos y empezaba a ser la que había sido.
—Pedro me ha ayudado mucho —confesó Paula.
—Ah, es típico de él... —dijo Romina, con una sonrisa—. Todo un caballero andante. Pero discúlpame, me temo que debo marcharme.
—¿No puedes quedarte hasta que vuelva Pedro?
—Tengo la impresión de que esa llamada lo mantendrá ocupado un buen rato.
—Está bien. En ese caso, te acompañaré a la puerta.
Romina se detuvo un momento antes de marcharse y dijo:
—Recuerda algo importante, Paula. Si estás intentando convencerte de que no estás enamorada de él, no lo hagas. Es un buen hombre. Y no encontrarás uno mejor.
Romina se marchó antes de que ella pudiera negar que estuviera enamorada de Pedro. Cuando pasó ante su despacho, vió que había cerrado la puerta. Era evidente que seguía hablando por teléfono, aunque naturalmente no sabía con quién. En el fondo, la posibilidad de estar enamorada le daba miedo. Se estaba recuperando de sus traumas y del accidente y no le parecía que fuera el mejor momento para pensar en algo tan serio como vivir con alguien. Sin embargo, tampoco podía engañarse. Sus sentimientos hacia Pedro eran cada vez más profundos y no podía permitir que el miedo se interpusiera en su camino. Además, se lo debía. Había sido muy bueno con ella y era justo que por su parte se arriesgara un poco. Tal vez terminara mal parada, pero al menos no se arrepentiría más tarde por no haberlo intentado.
Reencuentro Inesperado: Capítulo 55
—Sí, es verdad.
—No quería que te asustaras y huyeras de mí. Quería pasar más tiempo contigo porque...
—¿Por qué?
—Porque me importas. Porque pensé que podía haber algo importante entre nosotros.
—¿Y ahora? ¿Qué piensas?
—Sigo pensando lo mismo. Me importas mucho.
—Ya.
—De todas formas, mira el lado positivo...
—¿El lado positivo?
—Claro. Si los fotógrafos siguen empeñados en perseguirme, no te prestarán atención a tí y podrás mantener tu secreto.En ese momento, llamaron a la puerta.
—¿Quién podrá ser? —preguntó él.
—Si no lo sabes tú... no han llamado al portero automático, luego debe de ser alguien con acceso a la casa.
—Eso no tiene sentido. El código de entrada sólo lo conocen un par de personas. Pero bueno, veamos cuál de mis amigos es...
Ella sonrió y él se marchó. Unos segundos después volvió en compañía de una atractiva joven. De enormes ojos marrones y cabello oscuro, llevaba un traje de rayas muy profesional. Le recordó un poco a Halle Berry.
—Pauli, te presento a Romina James, mi ayudante. Romina, te presento a Paula Chaves.
Paula estrechó la mano de la mujer.
—Encantada de conocerte...
—Lo mismo digo.
—Siento que hayas tenido que venir a mi casa —dijo Pedro, al ver que le traía unos documentos.
—Si contestaras al teléfono, no me habría visto obligada a hacerlo. Desde que está contigo, no hay quien lo encuentre —comentó, mirando a Paula.
—Oh, vamos, hasta yo tengo derecho a descansar de vez en cuando. Paula no tiene la culpa.
—Sólo estoy diciendo que llevo más de una semana en paradero desconocido —dijo Romina, con una sonrisa maliciosa.
—Está bien, está bien, tienes razón...
Pedro echó un vistazo a los documentos y dijo:
—¿Me disculpas un momento, Pauli? Tengo que hablar por teléfono. Volveré.
Cuando Pedro desapareció, Paula no pudo resistirse a hacer una broma sobre su último comentario:
—Oh, sí, volverán él y Terminator —dijo, refiriéndose al conocido «volveré» del personaje de ficción.
—No andas muy descaminada. En los tribunales es un verdadero superhombre.
Paula se sentó en el sofá y la invitó a acomodarse a su lado. Romina aceptó.
—Dime una cosa... ¿No te molesta que Pedro defienda a delincuentes?
—En primer lugar, querida, todo el mundo es inocente hasta que se demuestra lo contrario. Y en segundo, no todas las personas que representa son delincuentes. Pedro ha salvado a muchos inocentes a los que habían acusado falsamente.
—Sí, supongo que tienes razón.
Romina defendió tan vehementemente a su jefe que Paula supo que lo tenía en gran aprecio. Y sufrió un súbito ataque de celos.
—No quería que te asustaras y huyeras de mí. Quería pasar más tiempo contigo porque...
—¿Por qué?
—Porque me importas. Porque pensé que podía haber algo importante entre nosotros.
—¿Y ahora? ¿Qué piensas?
—Sigo pensando lo mismo. Me importas mucho.
—Ya.
—De todas formas, mira el lado positivo...
—¿El lado positivo?
—Claro. Si los fotógrafos siguen empeñados en perseguirme, no te prestarán atención a tí y podrás mantener tu secreto.En ese momento, llamaron a la puerta.
—¿Quién podrá ser? —preguntó él.
—Si no lo sabes tú... no han llamado al portero automático, luego debe de ser alguien con acceso a la casa.
—Eso no tiene sentido. El código de entrada sólo lo conocen un par de personas. Pero bueno, veamos cuál de mis amigos es...
Ella sonrió y él se marchó. Unos segundos después volvió en compañía de una atractiva joven. De enormes ojos marrones y cabello oscuro, llevaba un traje de rayas muy profesional. Le recordó un poco a Halle Berry.
—Pauli, te presento a Romina James, mi ayudante. Romina, te presento a Paula Chaves.
Paula estrechó la mano de la mujer.
—Encantada de conocerte...
—Lo mismo digo.
—Siento que hayas tenido que venir a mi casa —dijo Pedro, al ver que le traía unos documentos.
—Si contestaras al teléfono, no me habría visto obligada a hacerlo. Desde que está contigo, no hay quien lo encuentre —comentó, mirando a Paula.
—Oh, vamos, hasta yo tengo derecho a descansar de vez en cuando. Paula no tiene la culpa.
—Sólo estoy diciendo que llevo más de una semana en paradero desconocido —dijo Romina, con una sonrisa maliciosa.
—Está bien, está bien, tienes razón...
Pedro echó un vistazo a los documentos y dijo:
—¿Me disculpas un momento, Pauli? Tengo que hablar por teléfono. Volveré.
Cuando Pedro desapareció, Paula no pudo resistirse a hacer una broma sobre su último comentario:
—Oh, sí, volverán él y Terminator —dijo, refiriéndose al conocido «volveré» del personaje de ficción.
—No andas muy descaminada. En los tribunales es un verdadero superhombre.
Paula se sentó en el sofá y la invitó a acomodarse a su lado. Romina aceptó.
—Dime una cosa... ¿No te molesta que Pedro defienda a delincuentes?
—En primer lugar, querida, todo el mundo es inocente hasta que se demuestra lo contrario. Y en segundo, no todas las personas que representa son delincuentes. Pedro ha salvado a muchos inocentes a los que habían acusado falsamente.
—Sí, supongo que tienes razón.
Romina defendió tan vehementemente a su jefe que Paula supo que lo tenía en gran aprecio. Y sufrió un súbito ataque de celos.
Reencuentro Inesperado: Capítulo 54
—Eso es muy fácil de decir cuando se tiene. Por ejemplo, tú tenías dinero cuando necesitaste que te operaran. Pero mi abuela, la mujer que me crió, no lo tenía. Y cuando se puso enferma, no tuve los medios suficientes para que cuidaran de ella.
—Oh, Pedro...
—Sufrió un infarto. De haber tenido dinero, podrían haberla cuidado, podrían haberle realizado el seguimiento necesario y habría vivido muchos años más —explicó—. Nuestra situación era tan difícil que tuve que encargarme yo de cuidarla. Y eso estuvo a punto de destrozarme la vida.
—¿Por qué?
—Porque querían echarme de la universidad.
—No lo entiendo. Siempre fuiste un gran estudiante...
—Pero no podía cuidar de mi abuela y estudiar al mismo tiempo. De no haber sido por el profesor Harrison y el interés que demostró por mí, no habría logrado terminar los estudios. Aunque el otro día me contó algo nuevo, algo que yo no sabía...
—¿A qué te refieres?
—A que cambió mis notas para que no me echaran.
—Dios mío...
—Como ves, Pauli, el dinero es muy importante. De haberlo tenido, mi abuela no habría fallecido tan pronto, yo no habría tenido problemas en la universidad y el profesor no se habría visto obligado a hacer algo incorrecto. Pero eso es agua pasada. El caso es que más tarde me encontré ante la posibilidad de llevar una vida mejor y la aproveché.
—Pero el reportero dijo que también defiendes a delincuentes...
—Por supuesto. Los delincuentes tienen derechos, como cualquier otro ciudadano.
—Sí, claro, pero no puedo imaginarte defendiendo a personas que sabes que son culpables.
—Es muy difícil, es cierto, pero mi trabajo consiste en eso. Además, el mundo está lleno de personas a las que se acusa de delitos que no han cometido y que incluso acaban en la cárcel siendo inocentes. Imagina lo que pasaría si ni siquiera tuvieran derecho a una defensa —explicó—. La justicia no es perfecta, es cierto, pero es lo mejor que tenemos.
—Lo comprendo, Pedro. Pero hay algo que sigo sin entender... ¿Por qué no me lo habías contado antes?
—Porque quería pasar más tiempo contigo.
—Eso no es una respuesta...
—En cuanto salimos anoche, los fotógrafos se lanzaron sobre mí. ¿Te habrías quedado conmigo de haber sabido que mi fama podía complicarte la vida? Seguramente no.
—Eso no es justo. No sabes lo que habría hecho.
—Vamos, Pauli, sé sincera. Dejaste muy claro que no querías que te fotografiaran. Ni siquiera querías que te vieran.
Ella asintió.
—Oh, Pedro...
—Sufrió un infarto. De haber tenido dinero, podrían haberla cuidado, podrían haberle realizado el seguimiento necesario y habría vivido muchos años más —explicó—. Nuestra situación era tan difícil que tuve que encargarme yo de cuidarla. Y eso estuvo a punto de destrozarme la vida.
—¿Por qué?
—Porque querían echarme de la universidad.
—No lo entiendo. Siempre fuiste un gran estudiante...
—Pero no podía cuidar de mi abuela y estudiar al mismo tiempo. De no haber sido por el profesor Harrison y el interés que demostró por mí, no habría logrado terminar los estudios. Aunque el otro día me contó algo nuevo, algo que yo no sabía...
—¿A qué te refieres?
—A que cambió mis notas para que no me echaran.
—Dios mío...
—Como ves, Pauli, el dinero es muy importante. De haberlo tenido, mi abuela no habría fallecido tan pronto, yo no habría tenido problemas en la universidad y el profesor no se habría visto obligado a hacer algo incorrecto. Pero eso es agua pasada. El caso es que más tarde me encontré ante la posibilidad de llevar una vida mejor y la aproveché.
—Pero el reportero dijo que también defiendes a delincuentes...
—Por supuesto. Los delincuentes tienen derechos, como cualquier otro ciudadano.
—Sí, claro, pero no puedo imaginarte defendiendo a personas que sabes que son culpables.
—Es muy difícil, es cierto, pero mi trabajo consiste en eso. Además, el mundo está lleno de personas a las que se acusa de delitos que no han cometido y que incluso acaban en la cárcel siendo inocentes. Imagina lo que pasaría si ni siquiera tuvieran derecho a una defensa —explicó—. La justicia no es perfecta, es cierto, pero es lo mejor que tenemos.
—Lo comprendo, Pedro. Pero hay algo que sigo sin entender... ¿Por qué no me lo habías contado antes?
—Porque quería pasar más tiempo contigo.
—Eso no es una respuesta...
—En cuanto salimos anoche, los fotógrafos se lanzaron sobre mí. ¿Te habrías quedado conmigo de haber sabido que mi fama podía complicarte la vida? Seguramente no.
—Eso no es justo. No sabes lo que habría hecho.
—Vamos, Pauli, sé sincera. Dejaste muy claro que no querías que te fotografiaran. Ni siquiera querías que te vieran.
Ella asintió.
Reencuentro Inesperado: Capítulo 53
Después de cenar, Pedro y Paula se sentaron en el sofá y estuvieron viendo las noticias. Era como si fueran una pareja normal.
—Siempre suelo ver las noticias —dijo él.
—Yo no.
—Vaya, tenemos incompatibilidad televisiva —bromeó—. Si yo no veo las noticias, me siento como si estuviera aislado del mundo.
Ella sonrió.
—¿Me acusas de distraerte?
—Desde luego, pero es una distracción maravillosa.
En ese momento, justo cuando empezaban a besarse, sucedió algo inesperado. De repente, el presentador cambió a otra noticia y dijo:
—Y ahora, tenemos un reportaje especial sobre Pedro Alfonso...
Paula se quedó helada y miró la televisión.
—El conocido abogado y soltero de oro Pedro Alfonso fue visto anoche en el restaurante La vie en rose, uno de los mejores restaurantes de Boston, en compañía de una misteriosa mujer. El defensor de ricos, famosos y delincuentes se negó a contestar a las preguntas de la prensa y se marchó antes de que pudiéramos ver a su amiga. Este reportero se pregunta si Pedro Alfonso ha perdido repentinamente su conocida habilidad con las palabras. ¿Qué ocurre, Pedro?
Pedro apagó la televisión y miró a Paula, que no podía estar más confundida.
—Son buenas noticias. Tu secreto sigue a salvo —dijo él.
—Oh, sí. Pero no me estaban fotografiando a mí, sino a tí. ¿De modo que eres un simple abogado trabajador? —preguntó con ironía—. No lo creo, Pedro. ¿Quién eres en realidad?
Pedro nunca había necesitado tanto de sus habilidades como abogado. Ahora debía encontrar la forma de hacerle comprender por qué había mantenido en secreto determinados aspectos de su profesión.
—Todo el mundo tiene derecho a ser defendido. Precisamente por eso, el Estado proporciona abogados a quien no se los puede pagar.
—Claro. Y supongo que tú puedes conducir coches carísimos gracias a los pobres que defiendes.
—Nunca tuve intención de acabar defendiendo a ricos y famosos. Mis objetivos eran bien distintos.
—¿Entonces, por qué lo haces?
—Irónicamente, por culpa de mis buenas notas. Cuando estaba estudiando, tuve que ponerme a trabajar para sobrevivir y un onocido bufete me reclutó. Les gusté tanto que me contrataron, y yo no supe negarme. Se ganaba muchísimo dinero. Y eso, para un chico que jamás había tenido nada, fue una tentación excesiva.
—Pero el dinero no da la felicidad.
—Siempre suelo ver las noticias —dijo él.
—Yo no.
—Vaya, tenemos incompatibilidad televisiva —bromeó—. Si yo no veo las noticias, me siento como si estuviera aislado del mundo.
Ella sonrió.
—¿Me acusas de distraerte?
—Desde luego, pero es una distracción maravillosa.
En ese momento, justo cuando empezaban a besarse, sucedió algo inesperado. De repente, el presentador cambió a otra noticia y dijo:
—Y ahora, tenemos un reportaje especial sobre Pedro Alfonso...
Paula se quedó helada y miró la televisión.
—El conocido abogado y soltero de oro Pedro Alfonso fue visto anoche en el restaurante La vie en rose, uno de los mejores restaurantes de Boston, en compañía de una misteriosa mujer. El defensor de ricos, famosos y delincuentes se negó a contestar a las preguntas de la prensa y se marchó antes de que pudiéramos ver a su amiga. Este reportero se pregunta si Pedro Alfonso ha perdido repentinamente su conocida habilidad con las palabras. ¿Qué ocurre, Pedro?
Pedro apagó la televisión y miró a Paula, que no podía estar más confundida.
—Son buenas noticias. Tu secreto sigue a salvo —dijo él.
—Oh, sí. Pero no me estaban fotografiando a mí, sino a tí. ¿De modo que eres un simple abogado trabajador? —preguntó con ironía—. No lo creo, Pedro. ¿Quién eres en realidad?
Pedro nunca había necesitado tanto de sus habilidades como abogado. Ahora debía encontrar la forma de hacerle comprender por qué había mantenido en secreto determinados aspectos de su profesión.
—Todo el mundo tiene derecho a ser defendido. Precisamente por eso, el Estado proporciona abogados a quien no se los puede pagar.
—Claro. Y supongo que tú puedes conducir coches carísimos gracias a los pobres que defiendes.
—Nunca tuve intención de acabar defendiendo a ricos y famosos. Mis objetivos eran bien distintos.
—¿Entonces, por qué lo haces?
—Irónicamente, por culpa de mis buenas notas. Cuando estaba estudiando, tuve que ponerme a trabajar para sobrevivir y un onocido bufete me reclutó. Les gusté tanto que me contrataron, y yo no supe negarme. Se ganaba muchísimo dinero. Y eso, para un chico que jamás había tenido nada, fue una tentación excesiva.
—Pero el dinero no da la felicidad.
viernes, 18 de agosto de 2017
Reencuentro Inesperado: Capítulo 52
—Es lo más probable.
Pedro se sirvió un whisky.
—No sé tú, pero yo lo necesito. En fin, al menos creo que no han conseguido lo que querían...
—Espero que sí.
—¿Cómo? —preguntó, sorprendido.
—Si han sacado las fotografías que querían, no nos molestarán más.
—Caramba, sí es cierto que has cambiado... ¿Qué le ha pasado a la Puala Chaves que llegó a Boston hace unos días?
Ella rió.
—No lo sé, pero esto es lo más parecido a un milagro que he vivido en toda mi vida. Gracias, Pedro.
—No tienes por qué darme las gracias.
—Quería decírtelo antes, durante la cena. Tú has sido una bendición para mí. Ojalá que...
—¿Ojalá?
Ella suspiró.
—Ojalá que hubiera sabido de joven lo que realmente significaba ser modelo.
Pedro pensó que Paula ya se había recuperado por completo y que ahora volvería a su antigua vida y lo abandonaría. Era una perspectiva terrible, pero sólo podía hacer una cosa: disfrutar de aquello mientras pudiera. Además, sabía que los acontecimientos se precipitarían cuando averiguara que no era el hombre que creía.
Paula no podía creer que Pedro hubiera anulado todos sus compromisos del día sólo porque le había dicho que quería ver Boston. Durante su época de estudiante no había tenido dinero ni tiempo para hacerlo, y no conocía bien la ciudad. La acompañó durante todo un recorrido turístico, y por fin acabaron en Dock Square, donde ella quiso tomar un refresco. Él se acercó a un kiosco cercano y compró dos.
—¿Qué te parece si nos sentamos en un banco? —preguntó él.
—Me parece bien.
Poco después, se sentaron en un banco de hierro forjado, bajo un árbol.
—¿Qué tal te encuentras?
—Bien, aunque debo admitir que estoy un poco cansada. Hacía tiempo que no caminaba tanto...
—¿Y por qué no lo has dicho antes?
—No te preocupes, no es para tanto. Además, tenía muchas ganas de ver la ciudad. Y no me había reído tanto desde...
—¿Desde?
—Desde la universidad. Contigo, tonto...
—Oh...
—Después de aquella noche pasamos una temporada maravillosa. Tu sentido del humor se desarrolló muchísimo cuando Ted dejó de meterse contigo.
Pedro frunció el ceño.
—Sí, claro, ese canalla puede hacer lo que quiera sin sufrir ninguna consecuencia. Es la peor persona que he conocido en toda mi vida.
—Probablemente sigue siéndolo.
—Sí.—Pero no quiero que hablemos de él, sino de tí.
—¿De mí? —preguntó, incómodo.
—Estaba pensando que en realidad sigues siendo el de siempre, aunque tu aspecto exterior haya cambiado.
—¿Creías que eso me habría transformado?
—Sí. La mayoría de la gente se vuelve tonta cuando se saben atractivos.
—Pues no soy gran cosa.
—Te equivocas terriblemente. Eres tan dulce, directo y encantador como eras entonces. En cambio, yo sí he cambiado...
—Pauli, todavía sigues siendo preciosa.
—No me interrumpas, que no estoy buscando cumplidos. Me preocupa más mi vida interior. Tengo que averiguar quién soy y lo que voy a hacer ahora.
—El profesor dijo algo muy parecido el otro día. ¿Y qué has descubierto hasta el momento?
—Que durante muchos años he sido una egocéntrica.
—Bueno, tenías que serlo para superar tu pasado y alcanzar el éxito.
—Tal vez, pero quiero mejorar, cambiar. Puede que me haga profesora y contribuya a mejorar el mundo... como tú.
—Yo no soy nada especial —declaró, con un tono extraño de voz—. Pero es cierto que puedes hacer lo que te propongas.
—En primer lugar tendría que terminar mis estudios. Me temo que no acabé la carrera... hice caso a mis padres y me marché a hacer fortuna con mi cara.
Él la acarició.
—Tú eres mucho más que una cara bonita. Eres bella por dentro. Y divertida, y lista. Todo lo que dices sobre mí, es válido para tí.
—Pues en ese caso ha llegado el momento de que aproveche mi talento para algo.
—Te ayudaré en lo que pueda, ya lo sabes.
Ella asintió.
—Lo sé, aunque ya me has ayudado bastante. Como hoy. De no haber sido por tí, no habría visto Boston.
—No ha sido nada. Me limitado a tomarme un día libre.
—No es sólo eso, y lo sabes. Ahora puedo ir por la calle sin sentir pánico, y te lo debo a tí. ¿Recuerdas la pesadilla que tuve en el hotel?
—Sí.
—Fue una de tantas. A veces sueño que soy como era, y entonces la pesadilla empieza cuando despierto y me miro al espejo.
—Pauli...
—Pero ahora sé que tengo que vivir, que es natural que la gente me mire por la calle, que debo hacer lo que hace todo el mundo: seguir andando e intentar sobrevivir —declaró—. Además antes quería ser especial y ahora sólo pretendo ser normal, común y corriente. Y tú me has hecho comprender que la vida merece la pena.
—No he sido yo, sino tú misma —dijo, mientras se levantaba del banco—. ¿Qué te parece si volvemos a casa?
—Perfecto...
Volvieron al coche y se dirigieron al piso de Pedro. Pero a Paula no le habían pasado desapercibidas las palabras de su amante. No se había referido a su casa, sino a «casa», como si fuera de los dos. La idea de compartir un hogar con él hizo que durante unos minutos fuera la mujer más feliz del mundo. Sin embargo, no podía esperar tanto. Ella todavía no estaba recuperada y sería mejor que controlara el creciente amor que sentía por él.Si no lo hacía, corría el riesgo de salir mal parada. Y a diferencia de las heridas que había sufrido en el accidente, no había cirugía alguna que reparara un corazón partido.
Pedro se sirvió un whisky.
—No sé tú, pero yo lo necesito. En fin, al menos creo que no han conseguido lo que querían...
—Espero que sí.
—¿Cómo? —preguntó, sorprendido.
—Si han sacado las fotografías que querían, no nos molestarán más.
—Caramba, sí es cierto que has cambiado... ¿Qué le ha pasado a la Puala Chaves que llegó a Boston hace unos días?
Ella rió.
—No lo sé, pero esto es lo más parecido a un milagro que he vivido en toda mi vida. Gracias, Pedro.
—No tienes por qué darme las gracias.
—Quería decírtelo antes, durante la cena. Tú has sido una bendición para mí. Ojalá que...
—¿Ojalá?
Ella suspiró.
—Ojalá que hubiera sabido de joven lo que realmente significaba ser modelo.
Pedro pensó que Paula ya se había recuperado por completo y que ahora volvería a su antigua vida y lo abandonaría. Era una perspectiva terrible, pero sólo podía hacer una cosa: disfrutar de aquello mientras pudiera. Además, sabía que los acontecimientos se precipitarían cuando averiguara que no era el hombre que creía.
Paula no podía creer que Pedro hubiera anulado todos sus compromisos del día sólo porque le había dicho que quería ver Boston. Durante su época de estudiante no había tenido dinero ni tiempo para hacerlo, y no conocía bien la ciudad. La acompañó durante todo un recorrido turístico, y por fin acabaron en Dock Square, donde ella quiso tomar un refresco. Él se acercó a un kiosco cercano y compró dos.
—¿Qué te parece si nos sentamos en un banco? —preguntó él.
—Me parece bien.
Poco después, se sentaron en un banco de hierro forjado, bajo un árbol.
—¿Qué tal te encuentras?
—Bien, aunque debo admitir que estoy un poco cansada. Hacía tiempo que no caminaba tanto...
—¿Y por qué no lo has dicho antes?
—No te preocupes, no es para tanto. Además, tenía muchas ganas de ver la ciudad. Y no me había reído tanto desde...
—¿Desde?
—Desde la universidad. Contigo, tonto...
—Oh...
—Después de aquella noche pasamos una temporada maravillosa. Tu sentido del humor se desarrolló muchísimo cuando Ted dejó de meterse contigo.
Pedro frunció el ceño.
—Sí, claro, ese canalla puede hacer lo que quiera sin sufrir ninguna consecuencia. Es la peor persona que he conocido en toda mi vida.
—Probablemente sigue siéndolo.
—Sí.—Pero no quiero que hablemos de él, sino de tí.
—¿De mí? —preguntó, incómodo.
—Estaba pensando que en realidad sigues siendo el de siempre, aunque tu aspecto exterior haya cambiado.
—¿Creías que eso me habría transformado?
—Sí. La mayoría de la gente se vuelve tonta cuando se saben atractivos.
—Pues no soy gran cosa.
—Te equivocas terriblemente. Eres tan dulce, directo y encantador como eras entonces. En cambio, yo sí he cambiado...
—Pauli, todavía sigues siendo preciosa.
—No me interrumpas, que no estoy buscando cumplidos. Me preocupa más mi vida interior. Tengo que averiguar quién soy y lo que voy a hacer ahora.
—El profesor dijo algo muy parecido el otro día. ¿Y qué has descubierto hasta el momento?
—Que durante muchos años he sido una egocéntrica.
—Bueno, tenías que serlo para superar tu pasado y alcanzar el éxito.
—Tal vez, pero quiero mejorar, cambiar. Puede que me haga profesora y contribuya a mejorar el mundo... como tú.
—Yo no soy nada especial —declaró, con un tono extraño de voz—. Pero es cierto que puedes hacer lo que te propongas.
—En primer lugar tendría que terminar mis estudios. Me temo que no acabé la carrera... hice caso a mis padres y me marché a hacer fortuna con mi cara.
Él la acarició.
—Tú eres mucho más que una cara bonita. Eres bella por dentro. Y divertida, y lista. Todo lo que dices sobre mí, es válido para tí.
—Pues en ese caso ha llegado el momento de que aproveche mi talento para algo.
—Te ayudaré en lo que pueda, ya lo sabes.
Ella asintió.
—Lo sé, aunque ya me has ayudado bastante. Como hoy. De no haber sido por tí, no habría visto Boston.
—No ha sido nada. Me limitado a tomarme un día libre.
—No es sólo eso, y lo sabes. Ahora puedo ir por la calle sin sentir pánico, y te lo debo a tí. ¿Recuerdas la pesadilla que tuve en el hotel?
—Sí.
—Fue una de tantas. A veces sueño que soy como era, y entonces la pesadilla empieza cuando despierto y me miro al espejo.
—Pauli...
—Pero ahora sé que tengo que vivir, que es natural que la gente me mire por la calle, que debo hacer lo que hace todo el mundo: seguir andando e intentar sobrevivir —declaró—. Además antes quería ser especial y ahora sólo pretendo ser normal, común y corriente. Y tú me has hecho comprender que la vida merece la pena.
—No he sido yo, sino tú misma —dijo, mientras se levantaba del banco—. ¿Qué te parece si volvemos a casa?
—Perfecto...
Volvieron al coche y se dirigieron al piso de Pedro. Pero a Paula no le habían pasado desapercibidas las palabras de su amante. No se había referido a su casa, sino a «casa», como si fuera de los dos. La idea de compartir un hogar con él hizo que durante unos minutos fuera la mujer más feliz del mundo. Sin embargo, no podía esperar tanto. Ella todavía no estaba recuperada y sería mejor que controlara el creciente amor que sentía por él.Si no lo hacía, corría el riesgo de salir mal parada. Y a diferencia de las heridas que había sufrido en el accidente, no había cirugía alguna que reparara un corazón partido.
Reencuentro Inesperado: Capítulo 51
—¿Ah, sí? ¿Y qué hacías para lograr que te sacaran en los periódicos?
—Eso se lo dejaba a mi agente, que filtraba mi paradero a los periodistas para que me pudieran localizar y sacarme fotografías.
—¿Echas de menos esa vida?
Ella tardó un momento en responder.
—No tanto como habría supuesto.
—Dime una cosa. ¿Has pensado ya en el asunto de los Westport?
—Dudo que quieran que los represente.
—A ellos no les importa lo de tu cicatriz. Y si les importa, dudo que retiren la oferta sólo por eso —aseguró.
—¿Estás seguro?
Él asintió.
—Sí, Sandra me dijo el otro día que está muy interesada. Supo que estabas aquí por culpa de mi ayudante, Romina. Pero deberías aceptar... es una ocasión perfecta para hacer algo útil por los demás.
—No sé qué puedo decir...
—En eso no nos parecemos. Yo siempre sé qué decir. Pero en mi profesión, eso es un plus.
—Sospecho que no lo dices precisamente con orgullo. ¿Hay algo que quieras contarme, Pedro? —preguntó.
—No, sólo lo que ya te he dicho. Sandra está interesada en tí. Y creo que no deberías rechazar la propuesta sin valorarla detenidamente.
—Está bien, lo haré.
—Magnífico.
Pedro derivó la conversación hacia asuntos mundanos e hizo lo posible por mantener la sonrisa en el rostro de Paula. La comida fue excelente, y la compañía, mucho mejor. Cuando terminaron de cenar, él pagó la cuenta y se dirigieron a la salida. Una vez afuera, le dieron las llaves al hombre del estacionamiento y esperaron. En ese momento, vió que una furgoneta que había estado estacionada en la acera de enfrente se ponía en marcha, giraba en redondo y avanzaba hacia ellos.Tuvo un mal presentimiento y se interpuso entre Paula y la furgoneta. Un segundo después, los flashes de las cámaras iluminaron la escena.
—Maldita sea...
Pedro la llevó rápidamente hacia el coche.
—No montes una escena. Sería peor —recomendó ella.
Los periodistas siguieron sacando fotografías incluso cuando ya estaban en el interior del coche. Toda la situación le resultó lamentable a Pedro, que no sabía qué hacer. Minutos más tarde llegaron a la casa. Cuando pasaron por delante del despacho, Katie notó que la luz del contestador parpadeaba.
—Tienes un mensaje.
—Ya lo escucharé más tarde.
—Pero podría ser importante...
Él se encogió de hombros, pero entró en el despacho y pulsó el botón. Enseguida oyeron la voz del profesor.
—Pedro, soy Gerardo Harrison. Sólo quería advertirte que Carlos Broadstreet sabe que Paula está aquí, contigo. Supongo que intentará hacer algo para desacreditaros y debilitar mi apoyo, pero en cualquier caso quería que lo supieras. Sé que Paula se encuentra en una situación vulnerable y no me gustaría que le hicieran daño.Cuando terminó el mensaje, Pedro dijo:
— Ahora lo comprendo. Ese canalla habrá avisado a la prensa y nos han seguido hasta el restaurante.
Ella asintió.
—Eso se lo dejaba a mi agente, que filtraba mi paradero a los periodistas para que me pudieran localizar y sacarme fotografías.
—¿Echas de menos esa vida?
Ella tardó un momento en responder.
—No tanto como habría supuesto.
—Dime una cosa. ¿Has pensado ya en el asunto de los Westport?
—Dudo que quieran que los represente.
—A ellos no les importa lo de tu cicatriz. Y si les importa, dudo que retiren la oferta sólo por eso —aseguró.
—¿Estás seguro?
Él asintió.
—Sí, Sandra me dijo el otro día que está muy interesada. Supo que estabas aquí por culpa de mi ayudante, Romina. Pero deberías aceptar... es una ocasión perfecta para hacer algo útil por los demás.
—No sé qué puedo decir...
—En eso no nos parecemos. Yo siempre sé qué decir. Pero en mi profesión, eso es un plus.
—Sospecho que no lo dices precisamente con orgullo. ¿Hay algo que quieras contarme, Pedro? —preguntó.
—No, sólo lo que ya te he dicho. Sandra está interesada en tí. Y creo que no deberías rechazar la propuesta sin valorarla detenidamente.
—Está bien, lo haré.
—Magnífico.
Pedro derivó la conversación hacia asuntos mundanos e hizo lo posible por mantener la sonrisa en el rostro de Paula. La comida fue excelente, y la compañía, mucho mejor. Cuando terminaron de cenar, él pagó la cuenta y se dirigieron a la salida. Una vez afuera, le dieron las llaves al hombre del estacionamiento y esperaron. En ese momento, vió que una furgoneta que había estado estacionada en la acera de enfrente se ponía en marcha, giraba en redondo y avanzaba hacia ellos.Tuvo un mal presentimiento y se interpuso entre Paula y la furgoneta. Un segundo después, los flashes de las cámaras iluminaron la escena.
—Maldita sea...
Pedro la llevó rápidamente hacia el coche.
—No montes una escena. Sería peor —recomendó ella.
Los periodistas siguieron sacando fotografías incluso cuando ya estaban en el interior del coche. Toda la situación le resultó lamentable a Pedro, que no sabía qué hacer. Minutos más tarde llegaron a la casa. Cuando pasaron por delante del despacho, Katie notó que la luz del contestador parpadeaba.
—Tienes un mensaje.
—Ya lo escucharé más tarde.
—Pero podría ser importante...
Él se encogió de hombros, pero entró en el despacho y pulsó el botón. Enseguida oyeron la voz del profesor.
—Pedro, soy Gerardo Harrison. Sólo quería advertirte que Carlos Broadstreet sabe que Paula está aquí, contigo. Supongo que intentará hacer algo para desacreditaros y debilitar mi apoyo, pero en cualquier caso quería que lo supieras. Sé que Paula se encuentra en una situación vulnerable y no me gustaría que le hicieran daño.Cuando terminó el mensaje, Pedro dijo:
— Ahora lo comprendo. Ese canalla habrá avisado a la prensa y nos han seguido hasta el restaurante.
Ella asintió.
Reencuentro Inesperado: Capítulo 50
Cuando el camarero tomó nota de las bebidas, Pedro miró a Paula por encima del mantel, las flores, las velas y los platos de la mesa. Estaba nervioso por ella. Se encontraban en un lugar público, y si alguien le dedicaba una mirada de reconocimiento, o siquiera de curiosidad, no sabría qué hacer.
—Parece que hemos acertado con el local.
—Sí, he mirado en Internet y parece ser que La vie en rose es un restaurante famoso... Gracias por traerme —dijo ella.
La idea no había sido de él, sino de ella. De haber podido elegir, Pedro no la habría llevado a un sitio al que solían ir los ricos y famosos. Pero Paula se había empeñado. Había insistido en que ya era hora de afrontar la realidad y dejar de esconderse. Supuso que la confesión sobre la violación la había liberado de algún modo. Sin embargo, para él era una condena. Ahora no dejaba de pensar en lo que le haría a aquel tipo si llegaba a ponerle las manos encima.Al notar su gesto de preocupación, Paula dijo:
—Es temprano, así que no creo que corra el riesgo de que aparezca un paparazzi. No estarás enfadado por haber venido aquí, ¿Verdad?
—No, por supuesto que no —respondió—. Como te dije anoche, no soy capaz de negarte nada.
—Lo recuerdo muy bien. Y yo te prometí que sólo utilizaría mi poder por una buena causa. Esta cena es un símbolo.
—¿De qué?
—De mis progresos. Cuando llegué a Saunders, estaba tan nerviosa que ni siquiera me atrevía a salir de la suite. Y ahora, fíjate en mí... Estoy cenando en un restaurante, y en compañía de un hombre increíblemente guapo. Soy muy afortunada.
—El afortunado soy yo. Todos los tipos del local me miran con envidia.
—¿Intentas halagarme? ¿O coquetear conmigo?
—Coquetear, por supuesto —bromeó—. Sólo espero que no aparezca otra Mariela...
Ella se encogió de hombros.
—Si aparece, reaccionaré mejor esta vez. Y será gracias a tí.
—Yo no he hecho nada.
—Mentiroso. De no haber sido por tu ayuda, todavía estaría escondiéndome en mi habitación como si me persiguiera la policía. Seguiría siendo una sombra de lo que fui.
Pedro se estremeció al oír que lo llamaba mentiroso, aunque fuera en broma. Ella no sabía que había defendido a Lucas Hawkins y que había perdido el caso. Pero tampoco sabía, lo cual era peor, que la apelación todavía estaba pendiente. En ese momento llegó el camarero e interrumpió sus pensamientos.
—Un merlot para la señorita y un cabernet para el caballero... —dijo, mientras les servía el vino—. ¿Ya saben lo que van a comer? —preguntó.
—Sí, yo tomaré cordero y ensalada.
—Muy bien. ¿Y usted, señor?
—Lo mismo.
—Traeré la ensalada enseguida.
Pedro alzó entonces su copa y dijo:
—Propongo un brindis. Por los nuevos comienzos. Y porque tu examen de esta noche sea todo un éxito.
—Oh, descuida, no estoy preocupada. Además, el local está casi vacío porque es demasiado pronto. Sé por experiencia que la gente que se quiere dejar ver aparece mucho más tarde —declaró ella.
—No puedo creer que tú necesitaras que te vieran...
—Pues créelo —dijo, con una sonrisa algo triste—. Hay muchas mujeres hermosas, y el éxito en este negocio consiste en destacar sobre las demás. Hay patadas por conseguir que tu nombre aparezca en un periódico o en las revistas del corazón. Y por supuesto, tienen que verte con la persona correcta.
—Parece que hemos acertado con el local.
—Sí, he mirado en Internet y parece ser que La vie en rose es un restaurante famoso... Gracias por traerme —dijo ella.
La idea no había sido de él, sino de ella. De haber podido elegir, Pedro no la habría llevado a un sitio al que solían ir los ricos y famosos. Pero Paula se había empeñado. Había insistido en que ya era hora de afrontar la realidad y dejar de esconderse. Supuso que la confesión sobre la violación la había liberado de algún modo. Sin embargo, para él era una condena. Ahora no dejaba de pensar en lo que le haría a aquel tipo si llegaba a ponerle las manos encima.Al notar su gesto de preocupación, Paula dijo:
—Es temprano, así que no creo que corra el riesgo de que aparezca un paparazzi. No estarás enfadado por haber venido aquí, ¿Verdad?
—No, por supuesto que no —respondió—. Como te dije anoche, no soy capaz de negarte nada.
—Lo recuerdo muy bien. Y yo te prometí que sólo utilizaría mi poder por una buena causa. Esta cena es un símbolo.
—¿De qué?
—De mis progresos. Cuando llegué a Saunders, estaba tan nerviosa que ni siquiera me atrevía a salir de la suite. Y ahora, fíjate en mí... Estoy cenando en un restaurante, y en compañía de un hombre increíblemente guapo. Soy muy afortunada.
—El afortunado soy yo. Todos los tipos del local me miran con envidia.
—¿Intentas halagarme? ¿O coquetear conmigo?
—Coquetear, por supuesto —bromeó—. Sólo espero que no aparezca otra Mariela...
Ella se encogió de hombros.
—Si aparece, reaccionaré mejor esta vez. Y será gracias a tí.
—Yo no he hecho nada.
—Mentiroso. De no haber sido por tu ayuda, todavía estaría escondiéndome en mi habitación como si me persiguiera la policía. Seguiría siendo una sombra de lo que fui.
Pedro se estremeció al oír que lo llamaba mentiroso, aunque fuera en broma. Ella no sabía que había defendido a Lucas Hawkins y que había perdido el caso. Pero tampoco sabía, lo cual era peor, que la apelación todavía estaba pendiente. En ese momento llegó el camarero e interrumpió sus pensamientos.
—Un merlot para la señorita y un cabernet para el caballero... —dijo, mientras les servía el vino—. ¿Ya saben lo que van a comer? —preguntó.
—Sí, yo tomaré cordero y ensalada.
—Muy bien. ¿Y usted, señor?
—Lo mismo.
—Traeré la ensalada enseguida.
Pedro alzó entonces su copa y dijo:
—Propongo un brindis. Por los nuevos comienzos. Y porque tu examen de esta noche sea todo un éxito.
—Oh, descuida, no estoy preocupada. Además, el local está casi vacío porque es demasiado pronto. Sé por experiencia que la gente que se quiere dejar ver aparece mucho más tarde —declaró ella.
—No puedo creer que tú necesitaras que te vieran...
—Pues créelo —dijo, con una sonrisa algo triste—. Hay muchas mujeres hermosas, y el éxito en este negocio consiste en destacar sobre las demás. Hay patadas por conseguir que tu nombre aparezca en un periódico o en las revistas del corazón. Y por supuesto, tienen que verte con la persona correcta.
Reencuentro Inesperado: Capítulo 49
—No quiero que me trates de forma distinta sólo porque te he contado lo que pasó aquella noche. De hecho, me alegra haberlo hecho. Ahora ya está, ahora ya puedo seguir con mi vida y olvidarlo de verdad.
—¿Pero cómo puedes querer estar conmigo? ¿No tienes miedo?
—No tengo miedo de tí, Pedro. Tú eres lo mejor que me ha pasado.
—Sin embargo, hay algo que debo decirte...
Ella negó con la cabeza.
—Sea lo que sea, puede esperar. ¿Es que no lo comprendes? Me has devuelto la vida, Pedro. Y te estoy enormemente agradecida por ello. Te deseo.
—No sabes lo que dices.
—Te equivocas. Lo sé exactamente. Y puedo prometerte que no me arrepentiré por la mañana —dijo con humor.
Él suspiró.
—Sabes que no soy capaz de negarte nada, ¿Verdad?
—Lo sé, pero prometo que sólo utilizaré ese poder por una buena causa.
Ella lo besó entonces y él se rindió. Paula podía sentir que su tensión desaparecía poco a poco.
—No juegas limpio —protestó él.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Que utilizas ese maravilloso cuerpo que tienes para salirte con la tuya.
—¿Tú crees?
—Desde luego que sí. Te aprietas contra mí como si nos hubiéramos tirado desde un avión y el paracaídas lo llevara yo.
Ella sonrió.
—Bueno, es cierto que tú tienes el tesoro...
Pedro la miró con deseo.
—Querida mía, puedes utilizar cuando quieras y como quieras el poder que tienes sobre mí.
Ella rió de pura felicidad. No sólo se sentía libre, sino también poderosa. Pedro lograba que se sintiera bella, que tuviera la impresión de tener el control. Pero el hechizo también funcionaba en sentido inverso: la había convertido en un cóctel de hormonas desbocadas y sus besos la dejaban sin aliento y sin sentido.
—¿Qué te parece si vamos al dormitorio? —preguntó él.
—Me has leído el pensamiento...
El sol se estaba poniendo cuando entraron en la habitación. Los últimos rayos del día atravesaban las persianas parcialmente cerradas y daban un tono rojizo y cálido al lugar. Paula estaba deseando hacer el amor con él, así que alzó los brazos para quitarse la camiseta que llevaba. Pero él dijo:
—¿Puedo ayudarte con eso? Me gustaría.
—Mi héroe...
Él sonrió y le quitó la camiseta, pero no se detuvo ahí: segundos más tarde, la había denudado por completo. Entonces, empezó a besarla por todo el cuerpo.
—Esto no es justo —dijo ella—. Uno de los dos sigue vestido.
Pedro asintió e hizo ademán de desnudarse, pero esta vez fue ella quien interrumpió el proceso.
—No, por favor, deja que lo haga yo.
Paula le quitó la camisa y besó su pecho.
—Me estás volviendo loco, ¿Lo sabías?
—No tenía ni idea —respondió con falsa inocencia.
—Pues ya lo sabes.
En cuanto terminó de desnudarlo, los dos se echaron sobre la cama y comenzaron a besarse y acariciarse apasionadamente.
—Me vas a matar, Pauli...
—Oh, no. Te voy a hacer el amor, que es distinto.
Ella lo empujó y se puso sobre él, pero Pedro consiguió contenerla el tiempo suficiente como para alcanzar un preservativo y ponérselo.
—Oh, Pauli...
Paula no dijo nada. El deseo que la dominaba era demasiado intenso como para malgastarlo con palabras. Y cuando él introdujo una mano entre sus piernas, ella se dejó llevar hasta alcanzar el orgasmo. Sólo entonces, tras asegurarse de que estaba satisfecha, él la tomó por la cintura y sin romper el contacto la tumbó de espaldas en la cama. Después, se situó sobre ella, la penetró y empezó a moverse en su interior.Tras alcanzar el clímax, se abrazó a él. Nunca se había sentido tan cerca de nadie, en toda su vida. Lo que había empezado como una simple atracción se había convertido después en agradecimiento y, por último, en deseo. Sin embargo, su miedo no había desaparecido por completo. Sabía por experiencia que las cosas buenas no duraban demasiado.En realidad, ahora tenía más miedo que nunca. Pedro no era simplemente una alegría en su vida. Era mucho más que eso. Y si no se andaba con cuidado, podía llegar a convertirse en el centro de su existencia.
—¿Pero cómo puedes querer estar conmigo? ¿No tienes miedo?
—No tengo miedo de tí, Pedro. Tú eres lo mejor que me ha pasado.
—Sin embargo, hay algo que debo decirte...
Ella negó con la cabeza.
—Sea lo que sea, puede esperar. ¿Es que no lo comprendes? Me has devuelto la vida, Pedro. Y te estoy enormemente agradecida por ello. Te deseo.
—No sabes lo que dices.
—Te equivocas. Lo sé exactamente. Y puedo prometerte que no me arrepentiré por la mañana —dijo con humor.
Él suspiró.
—Sabes que no soy capaz de negarte nada, ¿Verdad?
—Lo sé, pero prometo que sólo utilizaré ese poder por una buena causa.
Ella lo besó entonces y él se rindió. Paula podía sentir que su tensión desaparecía poco a poco.
—No juegas limpio —protestó él.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Que utilizas ese maravilloso cuerpo que tienes para salirte con la tuya.
—¿Tú crees?
—Desde luego que sí. Te aprietas contra mí como si nos hubiéramos tirado desde un avión y el paracaídas lo llevara yo.
Ella sonrió.
—Bueno, es cierto que tú tienes el tesoro...
Pedro la miró con deseo.
—Querida mía, puedes utilizar cuando quieras y como quieras el poder que tienes sobre mí.
Ella rió de pura felicidad. No sólo se sentía libre, sino también poderosa. Pedro lograba que se sintiera bella, que tuviera la impresión de tener el control. Pero el hechizo también funcionaba en sentido inverso: la había convertido en un cóctel de hormonas desbocadas y sus besos la dejaban sin aliento y sin sentido.
—¿Qué te parece si vamos al dormitorio? —preguntó él.
—Me has leído el pensamiento...
El sol se estaba poniendo cuando entraron en la habitación. Los últimos rayos del día atravesaban las persianas parcialmente cerradas y daban un tono rojizo y cálido al lugar. Paula estaba deseando hacer el amor con él, así que alzó los brazos para quitarse la camiseta que llevaba. Pero él dijo:
—¿Puedo ayudarte con eso? Me gustaría.
—Mi héroe...
Él sonrió y le quitó la camiseta, pero no se detuvo ahí: segundos más tarde, la había denudado por completo. Entonces, empezó a besarla por todo el cuerpo.
—Esto no es justo —dijo ella—. Uno de los dos sigue vestido.
Pedro asintió e hizo ademán de desnudarse, pero esta vez fue ella quien interrumpió el proceso.
—No, por favor, deja que lo haga yo.
Paula le quitó la camisa y besó su pecho.
—Me estás volviendo loco, ¿Lo sabías?
—No tenía ni idea —respondió con falsa inocencia.
—Pues ya lo sabes.
En cuanto terminó de desnudarlo, los dos se echaron sobre la cama y comenzaron a besarse y acariciarse apasionadamente.
—Me vas a matar, Pauli...
—Oh, no. Te voy a hacer el amor, que es distinto.
Ella lo empujó y se puso sobre él, pero Pedro consiguió contenerla el tiempo suficiente como para alcanzar un preservativo y ponérselo.
—Oh, Pauli...
Paula no dijo nada. El deseo que la dominaba era demasiado intenso como para malgastarlo con palabras. Y cuando él introdujo una mano entre sus piernas, ella se dejó llevar hasta alcanzar el orgasmo. Sólo entonces, tras asegurarse de que estaba satisfecha, él la tomó por la cintura y sin romper el contacto la tumbó de espaldas en la cama. Después, se situó sobre ella, la penetró y empezó a moverse en su interior.Tras alcanzar el clímax, se abrazó a él. Nunca se había sentido tan cerca de nadie, en toda su vida. Lo que había empezado como una simple atracción se había convertido después en agradecimiento y, por último, en deseo. Sin embargo, su miedo no había desaparecido por completo. Sabía por experiencia que las cosas buenas no duraban demasiado.En realidad, ahora tenía más miedo que nunca. Pedro no era simplemente una alegría en su vida. Era mucho más que eso. Y si no se andaba con cuidado, podía llegar a convertirse en el centro de su existencia.
Reencuentro Inesperado: Capítulo 48
—No quiero hablar de eso —dijo ella.
—Aquella noche, me dijiste que habías roto con Lucas y que te había hecho daño. Pero yo pensaba que sólo te sentías traicionada... —insistió.
—Si te lo hubiera contado...
—Debiste hacerlo. Le habría dado su merecido.
—Me sentía demasiado avergonzada.
—No fue culpa tuya, tú fuiste la víctima. ¿Pero no llegaste a denunciarlo?
—No, nunca se lo dije a nadie.
—¿A nadie? ¿Ni siquiera a tus padres, ni a una amiga?
Ella negó con la cabeza.
—Pensé que lo olvidaría si seguía con mi vida como si no hubiera pasado nada. Pero ahora sé que me equivoqué. He leído mucho sobre esos asuntos y me consta que muchas víctimas creen que lo han superado y que luego pasa algo, de repente, que desencadena todos los miedos.
—Entiendo. De modo que volver a Saunders te produjo algo parecido... Debí destrozar a ese tipo. Debí...
—Pedro, por favor. ¿De qué habría servido? Habrías terminado tú en la cárcel. La violencia no resuelve nada. Además, aquella noche hiciste todo lo que podías hacer.
—No fue nada. Me limité a abrazarte mientras llorabas. Pero de haber sabido que...
—Olvídalo, es agua pasada.
Justo entonces, en un momento de absoluta y súbita claridad, Paula comprendió que acababa de decir la verdad. Efectivamente, era algo que pertenecía al pasado. Algo muerto.Por primera vez en mucho tiempo, se sintió profundamente aliviada. Pero al mirar a Pedro, deseó no haberle contado la verdad. Su dolor era más que evidente.
—Lo siento, Pedro...
—Tú no tienes nada que sentir. Soy yo el que lamenta no poder volver al pasado para...
—En cierto modo lo has hecho.
—No te entiendo...
—Todo esto es como cerrar un círculo. Te quedaste conmigo y me ayudaste en la peor noche de mi vida. Y al hacerme el amor, me has devuelto la parte que me habían robado.
—Aquella noche me limité a ser justo contigo. Siempre estuviste a mi lado, incluso en los peores momentos. Te debo mucho, Pauli.
—No, soy yo quien está en deuda contigo
.—Bueno, dejemos de discutir sobre quién debe más a quién, ¿No te parece?
—Por mí, perfecto. De hecho, se me ocurre algo mucho más interesante que hacer...
Él negó con la cabeza.
—¿Cómo puedes pensar en eso ahora? —preguntó Pedro.
—¿Es que has olvidado lo de anoche?
—No podría. Pero..
—¿Es que ahora crees que soy demasiado frágil? Vamos, Pedro, ya te he dicho que eso es agua pasada. Tú me has dado el futuro. Aprovechémoslo.
Paula se acercó a él e intentó besarlo, pero Pedrose apartó y frunció el ceño.
—Pauli, no creo que sea una buena idea.
—No hagas eso, Pedro.
—¿A qué te refieres?
—Aquella noche, me dijiste que habías roto con Lucas y que te había hecho daño. Pero yo pensaba que sólo te sentías traicionada... —insistió.
—Si te lo hubiera contado...
—Debiste hacerlo. Le habría dado su merecido.
—Me sentía demasiado avergonzada.
—No fue culpa tuya, tú fuiste la víctima. ¿Pero no llegaste a denunciarlo?
—No, nunca se lo dije a nadie.
—¿A nadie? ¿Ni siquiera a tus padres, ni a una amiga?
Ella negó con la cabeza.
—Pensé que lo olvidaría si seguía con mi vida como si no hubiera pasado nada. Pero ahora sé que me equivoqué. He leído mucho sobre esos asuntos y me consta que muchas víctimas creen que lo han superado y que luego pasa algo, de repente, que desencadena todos los miedos.
—Entiendo. De modo que volver a Saunders te produjo algo parecido... Debí destrozar a ese tipo. Debí...
—Pedro, por favor. ¿De qué habría servido? Habrías terminado tú en la cárcel. La violencia no resuelve nada. Además, aquella noche hiciste todo lo que podías hacer.
—No fue nada. Me limité a abrazarte mientras llorabas. Pero de haber sabido que...
—Olvídalo, es agua pasada.
Justo entonces, en un momento de absoluta y súbita claridad, Paula comprendió que acababa de decir la verdad. Efectivamente, era algo que pertenecía al pasado. Algo muerto.Por primera vez en mucho tiempo, se sintió profundamente aliviada. Pero al mirar a Pedro, deseó no haberle contado la verdad. Su dolor era más que evidente.
—Lo siento, Pedro...
—Tú no tienes nada que sentir. Soy yo el que lamenta no poder volver al pasado para...
—En cierto modo lo has hecho.
—No te entiendo...
—Todo esto es como cerrar un círculo. Te quedaste conmigo y me ayudaste en la peor noche de mi vida. Y al hacerme el amor, me has devuelto la parte que me habían robado.
—Aquella noche me limité a ser justo contigo. Siempre estuviste a mi lado, incluso en los peores momentos. Te debo mucho, Pauli.
—No, soy yo quien está en deuda contigo
.—Bueno, dejemos de discutir sobre quién debe más a quién, ¿No te parece?
—Por mí, perfecto. De hecho, se me ocurre algo mucho más interesante que hacer...
Él negó con la cabeza.
—¿Cómo puedes pensar en eso ahora? —preguntó Pedro.
—¿Es que has olvidado lo de anoche?
—No podría. Pero..
—¿Es que ahora crees que soy demasiado frágil? Vamos, Pedro, ya te he dicho que eso es agua pasada. Tú me has dado el futuro. Aprovechémoslo.
Paula se acercó a él e intentó besarlo, pero Pedrose apartó y frunció el ceño.
—Pauli, no creo que sea una buena idea.
—No hagas eso, Pedro.
—¿A qué te refieres?
miércoles, 16 de agosto de 2017
Reencuentro Inesperado: Capítulo 47
Pedro dejó el teléfono móvil sobre la mesa.
—He ido a ver al profesor.
—¿Por qué? ¿Ha surgido algo nuevo con la junta directiva? ¿Tiene más problemas?
—No, no se trata de eso.
—Entonces, ¿De qué se trata? —preguntó, notando su tensión—. ¿Qué sucede, Pedro?
—Nada, en serio.
—No me engañes...
Él hizo un esfuerzo y sonrió. Pero fue una sonrisa apagada, muy diferente a sus sonrisas habituales.
—¿Quieres que te lo cuente?
—Sí, cuéntamelo todo. Sea lo que sea.
—Está bien, pero antes necesito tomar algo.
Pedro pasó ante ella, se dirigió al bar y se sirvió un whisky. Acto seguido, echó un buen trago.Paula pensó que debía de pasar algo realmente malo si necesitaba beber para hablar. Y se dijo que tal vez fuera mejor para los dos que se marchara.
—Pedro, te agradezco mucho que me ofrecieras un sitio para alojarme. Pero si crees que es mejor que me vaya...
—No, qué tonterías dices. No te vayas. Eso es lo último que quiero.
—Está bien... Entonces, tendrás que contarme lo que te pasa.
—De acuerdo.
—¿Debo sentarme? —preguntó con humor, para romper su tensión.
—No sé, tal vez sea mejor —respondió, pasándose las manos por el pelo.
—Estaba bromeando.
—Yo no.
Paula se sentó en el sofá. Ahora sí que estaba realmente preocupada. ¿Qué podía ser tan grave como para recomendarle que se sentara?
—¿Recuerdas que te conté que estuve en la fraternidad de la facultad?
—Sí, cómo no.
—¿Te acuerdas de los chicos que expulsaron por haber grabado cintas de carácter sexual?
Paula palideció de inmediato. Y fue una reacción tan llamativa e intensa que Pedro se asustó, se arrodilló ante ella y dijo:
—¿Qué ocurre, Pauli? Te has quedado blanca como la nieve...
—No puede ser cierto. No puede ser...
—¿El qué?
—¿Está grabado?
—¿A qué te refieres?
Paula no fue capaz de mirarlo.
—Me violaron en la fraternidad, Pedro.
—Oh, Dios mío... —acertó a decir él, asombrado—. ¿Fue Lucas?
—Sí —respondió, estremecida—. Acababa de romper con él y me acorraló en su dormitorio. Yo me negué, pero él no quiso escuchar. Intenté gritar y me tapó la boca: Quise resistirme, pero no pude...
—Pauli... No es posible.
—Me temo que sí.
Pedro se puso en pie.
—Ese maldito...
Paula notó la ira en la voz de Pedro. Estaba realmente desesperada. Por si lo sucedido en el pasado no hubiera sido suficientemente malo, ahora cabía la posibilidad de que existiera una cinta de vídeo.
—Había oído rumores sobre esas cintas, pero pensaba que eran una leyenda urbana.
—Pues no lo es.
—Oh, Dios mío, Pedro. Si los chicos responsables de ese asunto fueron expulsados, ¿Qué pasó con las cintas? ¿Todavía están por ahí?
—No pienses en ello.
—¿Cómo podría olvidarlo? ¿Qué pasaría si salen a la luz? ¿Qué pasaría si...?
—Ha pasado mucho tiempo desde entonces, y si no se han hecho públicas ya, dudo mucho que suceda ahora.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
—No lo estoy. Pero sospecho lo que pasó... esos tipos no acabaron en la cárcel, lo que sin duda habría ocurrido si hubieran presentado cargos penales contra ellos. Seguramente llegaron a un acuerdo con la fiscalía, que les ofreció ser menos estricta si a cambio entregaban las cintas para poder destruirlas. Suele suceder.
Pedro era abogado y Paula pensó que lo que decía tenía bastante sentido, de modo que intentó tranquilizarse.
—He ido a ver al profesor.
—¿Por qué? ¿Ha surgido algo nuevo con la junta directiva? ¿Tiene más problemas?
—No, no se trata de eso.
—Entonces, ¿De qué se trata? —preguntó, notando su tensión—. ¿Qué sucede, Pedro?
—Nada, en serio.
—No me engañes...
Él hizo un esfuerzo y sonrió. Pero fue una sonrisa apagada, muy diferente a sus sonrisas habituales.
—¿Quieres que te lo cuente?
—Sí, cuéntamelo todo. Sea lo que sea.
—Está bien, pero antes necesito tomar algo.
Pedro pasó ante ella, se dirigió al bar y se sirvió un whisky. Acto seguido, echó un buen trago.Paula pensó que debía de pasar algo realmente malo si necesitaba beber para hablar. Y se dijo que tal vez fuera mejor para los dos que se marchara.
—Pedro, te agradezco mucho que me ofrecieras un sitio para alojarme. Pero si crees que es mejor que me vaya...
—No, qué tonterías dices. No te vayas. Eso es lo último que quiero.
—Está bien... Entonces, tendrás que contarme lo que te pasa.
—De acuerdo.
—¿Debo sentarme? —preguntó con humor, para romper su tensión.
—No sé, tal vez sea mejor —respondió, pasándose las manos por el pelo.
—Estaba bromeando.
—Yo no.
Paula se sentó en el sofá. Ahora sí que estaba realmente preocupada. ¿Qué podía ser tan grave como para recomendarle que se sentara?
—¿Recuerdas que te conté que estuve en la fraternidad de la facultad?
—Sí, cómo no.
—¿Te acuerdas de los chicos que expulsaron por haber grabado cintas de carácter sexual?
Paula palideció de inmediato. Y fue una reacción tan llamativa e intensa que Pedro se asustó, se arrodilló ante ella y dijo:
—¿Qué ocurre, Pauli? Te has quedado blanca como la nieve...
—No puede ser cierto. No puede ser...
—¿El qué?
—¿Está grabado?
—¿A qué te refieres?
Paula no fue capaz de mirarlo.
—Me violaron en la fraternidad, Pedro.
—Oh, Dios mío... —acertó a decir él, asombrado—. ¿Fue Lucas?
—Sí —respondió, estremecida—. Acababa de romper con él y me acorraló en su dormitorio. Yo me negué, pero él no quiso escuchar. Intenté gritar y me tapó la boca: Quise resistirme, pero no pude...
—Pauli... No es posible.
—Me temo que sí.
Pedro se puso en pie.
—Ese maldito...
Paula notó la ira en la voz de Pedro. Estaba realmente desesperada. Por si lo sucedido en el pasado no hubiera sido suficientemente malo, ahora cabía la posibilidad de que existiera una cinta de vídeo.
—Había oído rumores sobre esas cintas, pero pensaba que eran una leyenda urbana.
—Pues no lo es.
—Oh, Dios mío, Pedro. Si los chicos responsables de ese asunto fueron expulsados, ¿Qué pasó con las cintas? ¿Todavía están por ahí?
—No pienses en ello.
—¿Cómo podría olvidarlo? ¿Qué pasaría si salen a la luz? ¿Qué pasaría si...?
—Ha pasado mucho tiempo desde entonces, y si no se han hecho públicas ya, dudo mucho que suceda ahora.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
—No lo estoy. Pero sospecho lo que pasó... esos tipos no acabaron en la cárcel, lo que sin duda habría ocurrido si hubieran presentado cargos penales contra ellos. Seguramente llegaron a un acuerdo con la fiscalía, que les ofreció ser menos estricta si a cambio entregaban las cintas para poder destruirlas. Suele suceder.
Pedro era abogado y Paula pensó que lo que decía tenía bastante sentido, de modo que intentó tranquilizarse.
Reencuentro Inesperado: Capítulo 46
—Sí, me lo comentó.
—El otro día me presentaron una propuesta. Me pidieron que hablara con el benefactor misterioso para que apoyara el proyecto.
—Pero si lo hace, su nombre dejaría de ser un secreto... aparecería en los documentos oficiales —comentó Pedro.
—No necesariamente. Me ha dado permiso para que actúe como testaferro.
—¿Quiere eso decir que los va a apoyar?
—Sí, creo que sí.—
¿Te contó Sandra que le ha pedido a Paula que represente su proyecto?
—Lo mencionó, sí. Pero también dijo que no están seguros de que consigan convencerla ahora que saben lo del accidente.
—La causa merece la pena.
—Y sería bueno para Paula.
—No podría estar más de acuerdo.El profesor lo miró, dubitativo.
—¿Y para tí? ¿Qué sería bueno para tí?
—Esa es una buena pregunta. Pero de momento no tengo respuesta.
—Entonces fíjate en mí. El pasado siempre vuelve.
—¿Qué significa eso?
—Que no hay secreto que no salga finalmente a la luz.
Pedro sabía que tenía razón. Sólo podía hacer una cosa: hablar con Paula, contarle todo lo que había que contar sobre su trabajo y confesarle que recientemente había defendido a Lucas Hawkins.Iba a resultar duro. Sin embargo, Gerardo le había dicho la verdad. Los secretos siempre salían a la luz. Así que sería mejor que actuara antes de que Paula se enterara a través de terceros.
Paula empezaba a preocuparse. Pedro llevaba varias horas fuera. De hecho, le había dejado una nota sobre la almohada, que ella había visto al despertar. Al recordar lo sucedido la noche anterior, sonrió para sus adentros. Él había conseguido que se sintiera nueva, renacida. Había liberado a la mujer que se escondía y que tenía miedo de ser, precisamente, mujer. Miró el reloj por enésima vez y frunció el ceño. Lo había llamado varias veces, pero él no había contestado.
—¿Dónde te has metido, Pedro? —se preguntó en voz alta.Nerviosa, se dirigió al salón. No podía permanecer quieta. Y justo entonces, oyó que se abría la puerta principal. Nate había llegado, así que corrió a su encuentro.
—Hola...
—Hola, Pauli.
Pedro parecía muy cansado, incluso extrañamente tenso.
—¿Qué tal te ha ido? —preguntó—. ¿Fuiste a tu despacho?
—Sí, pero sólo para recoger unos papeles.
—Ya comprendo... —dijo, sin comprender nada—. Empezaba a preocuparme al ver que no volvías...
—Lo siento, Pauli. Debiste llamarme al móvil.
—Lo hice, pero no contestaste y dejé dos mensajes.
—Vaya, hombre, seguro que se ha quedado sin batería... —dijo, mientras sacaba el aparato del bolsillo.
—Espero que a tí no te pase lo mismo —bromeó.
—El otro día me presentaron una propuesta. Me pidieron que hablara con el benefactor misterioso para que apoyara el proyecto.
—Pero si lo hace, su nombre dejaría de ser un secreto... aparecería en los documentos oficiales —comentó Pedro.
—No necesariamente. Me ha dado permiso para que actúe como testaferro.
—¿Quiere eso decir que los va a apoyar?
—Sí, creo que sí.—
¿Te contó Sandra que le ha pedido a Paula que represente su proyecto?
—Lo mencionó, sí. Pero también dijo que no están seguros de que consigan convencerla ahora que saben lo del accidente.
—La causa merece la pena.
—Y sería bueno para Paula.
—No podría estar más de acuerdo.El profesor lo miró, dubitativo.
—¿Y para tí? ¿Qué sería bueno para tí?
—Esa es una buena pregunta. Pero de momento no tengo respuesta.
—Entonces fíjate en mí. El pasado siempre vuelve.
—¿Qué significa eso?
—Que no hay secreto que no salga finalmente a la luz.
Pedro sabía que tenía razón. Sólo podía hacer una cosa: hablar con Paula, contarle todo lo que había que contar sobre su trabajo y confesarle que recientemente había defendido a Lucas Hawkins.Iba a resultar duro. Sin embargo, Gerardo le había dicho la verdad. Los secretos siempre salían a la luz. Así que sería mejor que actuara antes de que Paula se enterara a través de terceros.
Paula empezaba a preocuparse. Pedro llevaba varias horas fuera. De hecho, le había dejado una nota sobre la almohada, que ella había visto al despertar. Al recordar lo sucedido la noche anterior, sonrió para sus adentros. Él había conseguido que se sintiera nueva, renacida. Había liberado a la mujer que se escondía y que tenía miedo de ser, precisamente, mujer. Miró el reloj por enésima vez y frunció el ceño. Lo había llamado varias veces, pero él no había contestado.
—¿Dónde te has metido, Pedro? —se preguntó en voz alta.Nerviosa, se dirigió al salón. No podía permanecer quieta. Y justo entonces, oyó que se abría la puerta principal. Nate había llegado, así que corrió a su encuentro.
—Hola...
—Hola, Pauli.
Pedro parecía muy cansado, incluso extrañamente tenso.
—¿Qué tal te ha ido? —preguntó—. ¿Fuiste a tu despacho?
—Sí, pero sólo para recoger unos papeles.
—Ya comprendo... —dijo, sin comprender nada—. Empezaba a preocuparme al ver que no volvías...
—Lo siento, Pauli. Debiste llamarme al móvil.
—Lo hice, pero no contestaste y dejé dos mensajes.
—Vaya, hombre, seguro que se ha quedado sin batería... —dijo, mientras sacaba el aparato del bolsillo.
—Espero que a tí no te pase lo mismo —bromeó.
Reencuentro Inesperado: Capítulo 45
—Sí, pero no le he dicho que de vez en cuando defiendo a verdadera gentuza.
—Oh, vamos, eso forma parte de tu trabajo. Además, todo el mundo se arrepiente de algo.
—¿Tú también?
—Sí, yo también.
—¿Y de qué podrías arrepentirte tú?
—¿Has hecho algo malo por una buena razón?
—Es probable. Aunque normalmente, hago cosas malas por malas razones.
—Sea como sea, sólo con el tiempo se alcanza a tener una perspectiva real de las cosas.
—Es verdad. Pero ¿Qué intentas decirme?
—Que no estoy seguro de no haber cometido un error.
—¿Te refieres a mí? —preguntó Pedro—. ¿Yo soy tu error?
—Escúchame un momento, Pedro. ¿Recuerdas que te estabas saltando mis clases por problemas personales?
—Sí, cómo lo voy a olvidar...
—Corrías el riesgo de perder dos cursos, y no porque fueras un mal estudiante, que no lo eras, sino simplemente por no asistir a clase. Cosas de esta universidad... castiga las ausencias bajando la nota.
—Bueno, al final conseguí nota suficiente...
—Sí, pero si te hubieran aplicado la norma, no lo habrías conseguido.
—¿Estás diciendo lo que creo?
—En efecto. Cambie las notas de tus exámenes. Si no lo hubiera hecho, no te habrían aceptado en la mejor facultad de Derecho del país.
Pedro se sintió como si el mundo se le hubiera caído encima. En el fondo siempre había sospechado que había pasado algo raro con sus notas, pero la confirmación de sus sospechas era demasiado dura.
—Ya veo que no has perfeccionado tanto el arte de ocultar tus emociones —continuó el profesor—. Te he sorprendido.
—Sí y no.
—Mira, siempre te tuve en gran aprecio, Pedro. Para mí es como si fueras mi hijo. Y yo sabía que querías ir a esa facultad, que querías tener éxito en tu trabajo y ganar dinero.
—Qué ironía. Y mientras tanto, tú has acabado arruinado.
—Sí, pero volviendo a tí... ahora ya no estoy tan seguro de haber hecho bien. Viendo cómo te ha tratado la vida, tal vez cometí un error.
—No sé qué decir, Gerardo. Sólo sé que lo que acabas de contarme no me será precisamente de ayuda con el problema que he venido a consultarte. Paula no querrá saber nada de mí si averigua quién soy.
—¿Tan malo crees que eres?
—¿No te lo parezco?
—Tú ni siquiera querías convertirte en lo que eres actualmente. Si no recuerdo mal, tenías objetivos muy nobles.
—Es verdad —dijo con amargura.
Pedro permaneció en silencio durante unos segundos. La declaración de Gerardo Harrison lo había dejado completamente descolocado. Pero intentó concentrarse en el problema de profesor.
—Dentro de unos días tengo que ver a Carlos Broadstreet. ¿Qué voy a decirle? ¿Hay algo más que deba saber?
El profesor quiso decir algo, pero pedro siguió hablando.
—No, no digas nada. Lo que hiciste por mí sólo fue, en el peor de los casos, un simple error. Eso no pesa tanto como toda una vida de trabajo.
—No estoy tan seguro. Pareces tan insatisfecho...
—Pero yo elegí mi camino.
—Bueno, nunca es tarde para cambiar. Tal vez suene a cliché, pero es cierto.
—No sé qué decir. Pero no te preocupes por mí ahora. Preocúpate por tí.
—Sí, claro. —Si te sirve de consuelo, eché un vistazo a los documentos de Sandra Westport y no tiene nada contra tí. Esa es la buena noticia.
—Hablando de buenas noticias, ¿Sabías que David y Sandra Westport quieren adquirir el edificio vacío que hay junto a su tienda? Por lo visto, quieren abrir un centro para jóvenes y un campamento.
—Oh, vamos, eso forma parte de tu trabajo. Además, todo el mundo se arrepiente de algo.
—¿Tú también?
—Sí, yo también.
—¿Y de qué podrías arrepentirte tú?
—¿Has hecho algo malo por una buena razón?
—Es probable. Aunque normalmente, hago cosas malas por malas razones.
—Sea como sea, sólo con el tiempo se alcanza a tener una perspectiva real de las cosas.
—Es verdad. Pero ¿Qué intentas decirme?
—Que no estoy seguro de no haber cometido un error.
—¿Te refieres a mí? —preguntó Pedro—. ¿Yo soy tu error?
—Escúchame un momento, Pedro. ¿Recuerdas que te estabas saltando mis clases por problemas personales?
—Sí, cómo lo voy a olvidar...
—Corrías el riesgo de perder dos cursos, y no porque fueras un mal estudiante, que no lo eras, sino simplemente por no asistir a clase. Cosas de esta universidad... castiga las ausencias bajando la nota.
—Bueno, al final conseguí nota suficiente...
—Sí, pero si te hubieran aplicado la norma, no lo habrías conseguido.
—¿Estás diciendo lo que creo?
—En efecto. Cambie las notas de tus exámenes. Si no lo hubiera hecho, no te habrían aceptado en la mejor facultad de Derecho del país.
Pedro se sintió como si el mundo se le hubiera caído encima. En el fondo siempre había sospechado que había pasado algo raro con sus notas, pero la confirmación de sus sospechas era demasiado dura.
—Ya veo que no has perfeccionado tanto el arte de ocultar tus emociones —continuó el profesor—. Te he sorprendido.
—Sí y no.
—Mira, siempre te tuve en gran aprecio, Pedro. Para mí es como si fueras mi hijo. Y yo sabía que querías ir a esa facultad, que querías tener éxito en tu trabajo y ganar dinero.
—Qué ironía. Y mientras tanto, tú has acabado arruinado.
—Sí, pero volviendo a tí... ahora ya no estoy tan seguro de haber hecho bien. Viendo cómo te ha tratado la vida, tal vez cometí un error.
—No sé qué decir, Gerardo. Sólo sé que lo que acabas de contarme no me será precisamente de ayuda con el problema que he venido a consultarte. Paula no querrá saber nada de mí si averigua quién soy.
—¿Tan malo crees que eres?
—¿No te lo parezco?
—Tú ni siquiera querías convertirte en lo que eres actualmente. Si no recuerdo mal, tenías objetivos muy nobles.
—Es verdad —dijo con amargura.
Pedro permaneció en silencio durante unos segundos. La declaración de Gerardo Harrison lo había dejado completamente descolocado. Pero intentó concentrarse en el problema de profesor.
—Dentro de unos días tengo que ver a Carlos Broadstreet. ¿Qué voy a decirle? ¿Hay algo más que deba saber?
El profesor quiso decir algo, pero pedro siguió hablando.
—No, no digas nada. Lo que hiciste por mí sólo fue, en el peor de los casos, un simple error. Eso no pesa tanto como toda una vida de trabajo.
—No estoy tan seguro. Pareces tan insatisfecho...
—Pero yo elegí mi camino.
—Bueno, nunca es tarde para cambiar. Tal vez suene a cliché, pero es cierto.
—No sé qué decir. Pero no te preocupes por mí ahora. Preocúpate por tí.
—Sí, claro. —Si te sirve de consuelo, eché un vistazo a los documentos de Sandra Westport y no tiene nada contra tí. Esa es la buena noticia.
—Hablando de buenas noticias, ¿Sabías que David y Sandra Westport quieren adquirir el edificio vacío que hay junto a su tienda? Por lo visto, quieren abrir un centro para jóvenes y un campamento.
Reencuentro Inesperado: Capítulo 44
Por desgracia, no había dicho toda la verdad al afirmar que había dejado de ser la Paula Chaves de antes. Seguía siéndolo, tal vez a su pesar. Y no estaba segura de que Pedro fuera capaz de amar a la mujer que había sobrevivido al accidente.
Pedro se sentó frente al profesor Gerardo Harrison, en el restaurante, y dijo:
—Gracias por recibirme.
—Bueno, no me has dejado otra opción —dijo en tono de broma.
—Es verdad.
—Además, sabes que me gusta mucho este local.
Pedro miró a su alrededor. El profesor lo había llevado muchas veces a aquel restaurante hindú, de mesas con manteles rojos y blancos y un patio lleno de plantas que creaban un ambiente muy acogedor. Cuando el camarero se acercó, pidieron unos emparedados, un té helado para Pedro y una copa de vino para Gerardo. Algunas cosas no cambiaban nunca.
—¿Qué tal está Paula?
—Bien.
—¿Qué tal lleva su... situación?
—Te refieres al asunto de su cicatriz, supongo... No sé. Todavía está luchando. Su carrera se ha terminado y no sabe qué hacer.
—¿Y de qué querías hablar conmigo?
—Precisamente de ella.
—Explícate.
—Verás, es que estoy algo confuso.
—¿En un sentido legal? ¿O estamos hablando de asuntos románticos?
—De asuntos románticos. Bueno, tal vez. No lo sé.
—¿Sientes algo por Paula?
—Puede ser. Yo...
El profesor alzó una mano.
—Esa es una respuesta inaceptable. Lo sabes de sobra. Y la respuesta es afirmativa, porque de lo contrario no estaríamos aquí.
—Es verdad, es cierto. Pero tengo que encontrar la forma de poner fin a esa relación.
—¿Por qué?
—Porque ella no quiere saber quién soy en realidad.
—No sé si te entiendo.
—Se rumorea que Paula aparece en una cinta de vídeo porno. Estuvo saliendo con Lucas Hawkins y él estuvo involucrado en aquel escándalo...
—Sí, lo sé, es un imbécil —lo interrumpió—. Pero ¿Quién creería a semejante individuo?
—Bueno, es lo que Sandra me ha dicho.
—Ah, la señora Westport...
—Sí. Ya hablaremos de ella más tarde.
—Por supuesto.
—El aso es que Paula no sabe que fui yo quien manipuló las cámaras de seguridad de la universidad. Yo no sabía nada de sus verdaderas intenciones, claro está.
—Lo suponía.
—Me alegra que me creas. ¿Pero me creerá Paula? Especialmente cuando sepa lo que hago para sobrevivir.
—Bueno, eres abogado...
Pedro se sentó frente al profesor Gerardo Harrison, en el restaurante, y dijo:
—Gracias por recibirme.
—Bueno, no me has dejado otra opción —dijo en tono de broma.
—Es verdad.
—Además, sabes que me gusta mucho este local.
Pedro miró a su alrededor. El profesor lo había llevado muchas veces a aquel restaurante hindú, de mesas con manteles rojos y blancos y un patio lleno de plantas que creaban un ambiente muy acogedor. Cuando el camarero se acercó, pidieron unos emparedados, un té helado para Pedro y una copa de vino para Gerardo. Algunas cosas no cambiaban nunca.
—¿Qué tal está Paula?
—Bien.
—¿Qué tal lleva su... situación?
—Te refieres al asunto de su cicatriz, supongo... No sé. Todavía está luchando. Su carrera se ha terminado y no sabe qué hacer.
—¿Y de qué querías hablar conmigo?
—Precisamente de ella.
—Explícate.
—Verás, es que estoy algo confuso.
—¿En un sentido legal? ¿O estamos hablando de asuntos románticos?
—De asuntos románticos. Bueno, tal vez. No lo sé.
—¿Sientes algo por Paula?
—Puede ser. Yo...
El profesor alzó una mano.
—Esa es una respuesta inaceptable. Lo sabes de sobra. Y la respuesta es afirmativa, porque de lo contrario no estaríamos aquí.
—Es verdad, es cierto. Pero tengo que encontrar la forma de poner fin a esa relación.
—¿Por qué?
—Porque ella no quiere saber quién soy en realidad.
—No sé si te entiendo.
—Se rumorea que Paula aparece en una cinta de vídeo porno. Estuvo saliendo con Lucas Hawkins y él estuvo involucrado en aquel escándalo...
—Sí, lo sé, es un imbécil —lo interrumpió—. Pero ¿Quién creería a semejante individuo?
—Bueno, es lo que Sandra me ha dicho.
—Ah, la señora Westport...
—Sí. Ya hablaremos de ella más tarde.
—Por supuesto.
—El aso es que Paula no sabe que fui yo quien manipuló las cámaras de seguridad de la universidad. Yo no sabía nada de sus verdaderas intenciones, claro está.
—Lo suponía.
—Me alegra que me creas. ¿Pero me creerá Paula? Especialmente cuando sepa lo que hago para sobrevivir.
—Bueno, eres abogado...
Reencuentro Inesperado: Capítulo 43
—Lo siento, Pauli —añadió él.
—No hay nada que sentir. La idea de salir a desayunar ha sido mía. ¿Quién iba a imaginar que de todos los bares del mundo me reconocerían en ése?
—Cuando tu cara sale en televisión y en las revistas, las posibilidades son bastante altas. De hecho, casi del cien por cien. Pero no puedo creer que se haya dirigido a ti en esos términos. Solías ser Paula Chaves, ha dicho...
—Tiene razón en cierto modo.
—Pero si sigues siéndolo...
—No creas. La Paula Chaves que yo conocí murió en un accidente —declaró, mientras se apoyaba en el coche.
—No hables de ese modo.
—Sólo digo la verdad. Ni siquiera reconozco a la mujer que soy ahora: ¿Y sabes qué es lo peor de todo?
—No.
—Que Paula Chaves no tenía nada que ofrecer. Nunca hizo nada importante ni ayudó a nadie. No fue como tú.
—Mira, sigues siendo la mujer que conocí en la universidad. Salvo que ahora eres más fuerte. ¿Y quieres saber algo más?
—¿Qué?
—Que estar contigo, saber lo que te ha pasado, compartir tus días... me ha convertido en un hombre mejor de lo que era.
—Oh, Pedro... eres un encanto, pero tú siempre fuiste un gran hombre.
—No, yo...
Ella lo acarició.
—Te debo mucho. Me has sacado de mi encierro y creo que ahora podré empezar una nueva vida.
—Yo no he hecho nada. Lo has hecho tú sola.
—Te equivocas —dijo, sonriendo—. Gracias, Pedro.
—Pero si no merezco...
—Oh, vamos, vamos. Sólo tienes que decir «de nada».
—Está bien... De nada.
Pedro sonrió y Paula pensó que era el hombre más atractivo del mundo. Pero ese mismo hombre, que podía derretirla con una sonrisa, también era el más peligroso para ella. No quería enamorarse.
—No hay nada que sentir. La idea de salir a desayunar ha sido mía. ¿Quién iba a imaginar que de todos los bares del mundo me reconocerían en ése?
—Cuando tu cara sale en televisión y en las revistas, las posibilidades son bastante altas. De hecho, casi del cien por cien. Pero no puedo creer que se haya dirigido a ti en esos términos. Solías ser Paula Chaves, ha dicho...
—Tiene razón en cierto modo.
—Pero si sigues siéndolo...
—No creas. La Paula Chaves que yo conocí murió en un accidente —declaró, mientras se apoyaba en el coche.
—No hables de ese modo.
—Sólo digo la verdad. Ni siquiera reconozco a la mujer que soy ahora: ¿Y sabes qué es lo peor de todo?
—No.
—Que Paula Chaves no tenía nada que ofrecer. Nunca hizo nada importante ni ayudó a nadie. No fue como tú.
—Mira, sigues siendo la mujer que conocí en la universidad. Salvo que ahora eres más fuerte. ¿Y quieres saber algo más?
—¿Qué?
—Que estar contigo, saber lo que te ha pasado, compartir tus días... me ha convertido en un hombre mejor de lo que era.
—Oh, Pedro... eres un encanto, pero tú siempre fuiste un gran hombre.
—No, yo...
Ella lo acarició.
—Te debo mucho. Me has sacado de mi encierro y creo que ahora podré empezar una nueva vida.
—Yo no he hecho nada. Lo has hecho tú sola.
—Te equivocas —dijo, sonriendo—. Gracias, Pedro.
—Pero si no merezco...
—Oh, vamos, vamos. Sólo tienes que decir «de nada».
—Está bien... De nada.
Pedro sonrió y Paula pensó que era el hombre más atractivo del mundo. Pero ese mismo hombre, que podía derretirla con una sonrisa, también era el más peligroso para ella. No quería enamorarse.
lunes, 14 de agosto de 2017
Reencuentro Inesperado: Capítulo 42
Paula estaba nerviosa. De eso sí que estaba segura. Pero quería demostrarle que lo de la noche anterior había sido muy importante para ella.
—Estoy segura —respondió.
—En ese caso, conozco el lugar perfecto.
—Este sitio es encantador.
—Y la comida es magnífica.
Paula miró a su alrededor. Estaban sentados a una mesa del pequeño local, lleno de gente. Era un clásico bar estadounidense con suelos arlequinados y mesas y sillones de plástico.
—Estoy hambrienta —confesó ella.—Yo también.
Pedro tomó los dos menús, que estaban junto al servilletero y le dió uno a Paula.
—Gracias.En ese momento se acercó una camarera y preguntó:
—¿Quieren café?
—Sí, por favor —respondió Paula.
—Hola, Pedro... —dijo la mujer.
—Hola, Mariela. ¿Qué tal te va?
—Muy bien —respondió, mirando a Paula con curiosidad—. ¿Habías estado antes aquí?
—No, ella no había estado antes —explicó él—. Es una amiga de California.
—Encantada de conocerte. Me llamo Paula.
Pedro intervino porque temía que la reconociera.
—Hacía tiempo que no te veía, Mariela.
La camarera se encogió de hombros.
—He estado ocupada. La semana pasada tuve una entrevista en la agencia de modelos —explicó.
—No sabía que querías ser modelo.
—Siempre lo he deseado, desde niña.
Paula se preguntó si alguna vez había sido tan inocente y joven como Mariela. Ya no lo recordaba.
—No es una vida fácil —comentó ella—. ¿Estás en la universidad?
—No, no quiero perder el tiempo.
—Aprender nunca es perder el tiempo —comentó Pedro.
—Pero yo no puedo permitirme ese lujo. Tengo que aprovechar ahora, que soy joven, porque ser modelo es un trabajo muy exigente —dijo Mariela, mientras miraba a Paula—. Me resultas familiar. ¿Estás segura de que no nos habíamos visto antes?
Pedro volvió a interrumpirla.
—Bien, yo ya sé lo que quiero desayunar. ¿Y tú?
—Sí, yo también —dijo Paula, agradecida por el cambio de conversación.
—¿Quién cocina hoy? ¿Diego o Sergio? —preguntó él.
—Diego.
—Entonces dame un número cinco. Y algo de fruta.
—Muy bien, tortilla vegetariana... —dijo, mientras tomaba nota—. ¿Y tú?
—Tomaré lo mismo.
—De acuerdo, enseguida vengo.
Cuando la chica se marchó, Pedro preguntó:
—¿Estás bien?
—Sí. Por cierto, me ha extrañado que pidieras un plato vegetariano...
—Hay que comer de todo de vez en cuando. ¿Qué creías, que sólo como carne cruda? Pues para tu información, hasta me gustan las verduras.
La camarera regresó unos minutos después y los dos comieron en silencio. Cuando terminaron, él dijo.
—No puedo creer que te lo hayas comido todo...
—Ni yo. Pero estaba realmente hambrienta, ¿Sabes?
—Unos kilos más no te vendrían mal.
—No deberías decirle esas cosas a una modelo. Especialmente a esta modelo en particular —espetó, bromeando.
Por desgracia, Mariela se acercaba en ese momento para darles la cuenta y oyó a Paula.
—Claro, ya sabía que te conocía de algo... ¿No solías ser Paula Chaves?
—Sigue siéndolo —dijo Pedro.
—Oh, lo siento, no pretendía insinuar nada... Es que me ha sorprendido mucho. Paula Chaves es un mito en este trabajo; todo el mundo hablaba sobre tí... Pero ¿Qué pasó? De repente desapareciste.
—Eso no es asunto de nadie salvo de ella —intervino Pedro—. En fin, te agradecería que me dieras la cuenta.
—Disculpenme, no pretendía molestar.
Pedro pagó la cuenta y se marcharon rápidamente.
—¿Te encuentras bien? —preguntó él, mientras se dirigían a su coche.
A ella no la había molestado que la reconocieran. Bien al contrario, le había gustado. Pero le había agradado aún más que Pedro saliera en su defensa.
—Estoy segura —respondió.
—En ese caso, conozco el lugar perfecto.
—Este sitio es encantador.
—Y la comida es magnífica.
Paula miró a su alrededor. Estaban sentados a una mesa del pequeño local, lleno de gente. Era un clásico bar estadounidense con suelos arlequinados y mesas y sillones de plástico.
—Estoy hambrienta —confesó ella.—Yo también.
Pedro tomó los dos menús, que estaban junto al servilletero y le dió uno a Paula.
—Gracias.En ese momento se acercó una camarera y preguntó:
—¿Quieren café?
—Sí, por favor —respondió Paula.
—Hola, Pedro... —dijo la mujer.
—Hola, Mariela. ¿Qué tal te va?
—Muy bien —respondió, mirando a Paula con curiosidad—. ¿Habías estado antes aquí?
—No, ella no había estado antes —explicó él—. Es una amiga de California.
—Encantada de conocerte. Me llamo Paula.
Pedro intervino porque temía que la reconociera.
—Hacía tiempo que no te veía, Mariela.
La camarera se encogió de hombros.
—He estado ocupada. La semana pasada tuve una entrevista en la agencia de modelos —explicó.
—No sabía que querías ser modelo.
—Siempre lo he deseado, desde niña.
Paula se preguntó si alguna vez había sido tan inocente y joven como Mariela. Ya no lo recordaba.
—No es una vida fácil —comentó ella—. ¿Estás en la universidad?
—No, no quiero perder el tiempo.
—Aprender nunca es perder el tiempo —comentó Pedro.
—Pero yo no puedo permitirme ese lujo. Tengo que aprovechar ahora, que soy joven, porque ser modelo es un trabajo muy exigente —dijo Mariela, mientras miraba a Paula—. Me resultas familiar. ¿Estás segura de que no nos habíamos visto antes?
Pedro volvió a interrumpirla.
—Bien, yo ya sé lo que quiero desayunar. ¿Y tú?
—Sí, yo también —dijo Paula, agradecida por el cambio de conversación.
—¿Quién cocina hoy? ¿Diego o Sergio? —preguntó él.
—Diego.
—Entonces dame un número cinco. Y algo de fruta.
—Muy bien, tortilla vegetariana... —dijo, mientras tomaba nota—. ¿Y tú?
—Tomaré lo mismo.
—De acuerdo, enseguida vengo.
Cuando la chica se marchó, Pedro preguntó:
—¿Estás bien?
—Sí. Por cierto, me ha extrañado que pidieras un plato vegetariano...
—Hay que comer de todo de vez en cuando. ¿Qué creías, que sólo como carne cruda? Pues para tu información, hasta me gustan las verduras.
La camarera regresó unos minutos después y los dos comieron en silencio. Cuando terminaron, él dijo.
—No puedo creer que te lo hayas comido todo...
—Ni yo. Pero estaba realmente hambrienta, ¿Sabes?
—Unos kilos más no te vendrían mal.
—No deberías decirle esas cosas a una modelo. Especialmente a esta modelo en particular —espetó, bromeando.
Por desgracia, Mariela se acercaba en ese momento para darles la cuenta y oyó a Paula.
—Claro, ya sabía que te conocía de algo... ¿No solías ser Paula Chaves?
—Sigue siéndolo —dijo Pedro.
—Oh, lo siento, no pretendía insinuar nada... Es que me ha sorprendido mucho. Paula Chaves es un mito en este trabajo; todo el mundo hablaba sobre tí... Pero ¿Qué pasó? De repente desapareciste.
—Eso no es asunto de nadie salvo de ella —intervino Pedro—. En fin, te agradecería que me dieras la cuenta.
—Disculpenme, no pretendía molestar.
Pedro pagó la cuenta y se marcharon rápidamente.
—¿Te encuentras bien? —preguntó él, mientras se dirigían a su coche.
A ella no la había molestado que la reconocieran. Bien al contrario, le había gustado. Pero le había agradado aún más que Pedro saliera en su defensa.
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