viernes, 11 de agosto de 2017

Reencuentro Inesperado: Capítulo 33

Paula echó un trago de su segunda copa de vino y saboreó el líquido. Estaban sentados a la  mesa de la cocina, una mesa tan bonita como el resto de los muebles de la casa. Sin  embargo, había una diferencia: no era nueva sino antigua, aunque se encontraba en  buen  estado y la oscura madera brillaba como si acabaran de pulirla.

—Creo que son los mejores raviolis con tomate que he probado en toda mi vida —dijo ella.

—Mi cocina es excelente, como ves.

—Yo diría más bien que tu teléfono es excelente —puntualizó con ironía.

—Eso es lo más bonito que me has dicho hasta ahora.

Pedro sonrió y su sonrisa la calentó aún más que el vino.

—¿Quién eres en realidad, Pedro Alfonso?

—¿Qué quieres decir?

—No dejo de preguntarme sobre tu vida. Sobre este lugar, por ejemplo.

—¿Y qué quieres saber?

—Bueno, ya había imaginado que serías de la clase de hombres que tienen obras de arte...

—¿Me estás llamando esnob?

—Si los esnobs se dedican a coleccionar cuadros cubistas, entonces sí, entonces eres un esnob —se burló.

Él rió.

—Bueno, no me  gusta  especialmente  ese  estilo.  Yo prefiero las cosas más clásicas, los paisajes, esas cosas.

—Y yo, pero hay algo que no entiendo. Por alguna razón, no me parece que el hombre  que  tiene  esos  gustos  encaje  con  el  que  se  molesta  en  tener  una  mesa  como  ésta en la cocina y con el que vive en el último piso de un carísimo edificio de Boston.—Me gusta vivir en el último piso. Es el mejor.

—¿Y eso es importante para tí? ¿Ser y tener lo mejor?

—No, lo importante es el  éxito. Pero supongo que es una simple cuestión de semántica... el éxito suele estar asociado a lo mejor.

—¿Y cómo explicas lo de la mesa?

Él se encogió de hombros.

—Es que era de mi abuela.

—Ah, vaya... así que la familia te importa.

—Por supuesto. Parece sorprenderte.

—No, no es eso, pero no me pareces un hombre muy familiar.

—Pues te aseguro que no me criaron los lobos.

—A mí sí.

—Bah, tonterías... —dijo sonriendo, para animarla.

—Supongo  que  tienes  razón. Mis padres sólo querían lo mejor para  mí.  Y cuando se vive con tan poco dinero, su actitud resulta lógica. Sin embargo, yo habría preferido  que  se  preocuparan  menos  de  mi  belleza  y  más  de  mis  estudios...  se  empeñaron  en  convertirme en una modelo,  y ahora que no puedo serlo,  lo he perdido todo.

—No lo has perdido todo, Paula.

—¿Cómo lo sabes?

—Todavía tienes un nombre. Y mucho que ofrecer.

—Yo no lo creo así.

—Cambiarás de opinión, ya lo verás —le prometió.

—Tengo la impresión de que tu piso está tan alto que la altura te afecta.

—No es la altura, sino la maravillosa compañía.

Ella echó otro trago de vino.

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