Por desgracia, no había dicho toda la verdad al afirmar que había dejado de ser la Paula Chaves de antes. Seguía siéndolo, tal vez a su pesar. Y no estaba segura de que Pedro fuera capaz de amar a la mujer que había sobrevivido al accidente.
Pedro se sentó frente al profesor Gerardo Harrison, en el restaurante, y dijo:
—Gracias por recibirme.
—Bueno, no me has dejado otra opción —dijo en tono de broma.
—Es verdad.
—Además, sabes que me gusta mucho este local.
Pedro miró a su alrededor. El profesor lo había llevado muchas veces a aquel restaurante hindú, de mesas con manteles rojos y blancos y un patio lleno de plantas que creaban un ambiente muy acogedor. Cuando el camarero se acercó, pidieron unos emparedados, un té helado para Pedro y una copa de vino para Gerardo. Algunas cosas no cambiaban nunca.
—¿Qué tal está Paula?
—Bien.
—¿Qué tal lleva su... situación?
—Te refieres al asunto de su cicatriz, supongo... No sé. Todavía está luchando. Su carrera se ha terminado y no sabe qué hacer.
—¿Y de qué querías hablar conmigo?
—Precisamente de ella.
—Explícate.
—Verás, es que estoy algo confuso.
—¿En un sentido legal? ¿O estamos hablando de asuntos románticos?
—De asuntos románticos. Bueno, tal vez. No lo sé.
—¿Sientes algo por Paula?
—Puede ser. Yo...
El profesor alzó una mano.
—Esa es una respuesta inaceptable. Lo sabes de sobra. Y la respuesta es afirmativa, porque de lo contrario no estaríamos aquí.
—Es verdad, es cierto. Pero tengo que encontrar la forma de poner fin a esa relación.
—¿Por qué?
—Porque ella no quiere saber quién soy en realidad.
—No sé si te entiendo.
—Se rumorea que Paula aparece en una cinta de vídeo porno. Estuvo saliendo con Lucas Hawkins y él estuvo involucrado en aquel escándalo...
—Sí, lo sé, es un imbécil —lo interrumpió—. Pero ¿Quién creería a semejante individuo?
—Bueno, es lo que Sandra me ha dicho.
—Ah, la señora Westport...
—Sí. Ya hablaremos de ella más tarde.
—Por supuesto.
—El aso es que Paula no sabe que fui yo quien manipuló las cámaras de seguridad de la universidad. Yo no sabía nada de sus verdaderas intenciones, claro está.
—Lo suponía.
—Me alegra que me creas. ¿Pero me creerá Paula? Especialmente cuando sepa lo que hago para sobrevivir.
—Bueno, eres abogado...
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