viernes, 18 de agosto de 2017

Reencuentro Inesperado: Capítulo 52

—Es lo más probable.

Pedro se sirvió un whisky.

—No sé tú, pero yo lo necesito. En fin, al menos creo que no han conseguido lo que querían...

—Espero que sí.

—¿Cómo? —preguntó, sorprendido.

—Si han sacado las fotografías que querían, no nos molestarán más.

—Caramba, sí es cierto que has cambiado... ¿Qué le ha pasado a la Puala Chaves que llegó a Boston hace unos días?

Ella rió.

—No lo sé, pero esto es lo más parecido a un milagro que he vivido en toda mi vida. Gracias, Pedro.

—No tienes por qué darme las gracias.

—Quería decírtelo antes, durante la cena.  Tú has sido una bendición para  mí.  Ojalá que...

—¿Ojalá?

Ella suspiró.

—Ojalá que hubiera sabido de joven lo que realmente significaba ser modelo.

Pedro pensó que Paula ya se había recuperado por completo y que ahora volvería  a  su  antigua vida y lo abandonaría.  Era una perspectiva terrible,  pero sólo podía  hacer  una  cosa:  disfrutar  de  aquello  mientras  pudiera.  Además, sabía que los acontecimientos se precipitarían cuando averiguara que no era el hombre que creía.

Paula  no podía creer que Pedro hubiera anulado todos sus compromisos del día sólo porque le había dicho que quería ver Boston. Durante su época de estudiante no había tenido dinero ni tiempo para hacerlo, y no conocía bien la ciudad. La acompañó durante  todo un recorrido turístico, y por fin acabaron en Dock Square, donde ella quiso tomar un refresco. Él se acercó a un kiosco cercano y compró dos.

—¿Qué te parece si nos sentamos en un banco? —preguntó él.

—Me parece bien.

Poco después, se sentaron en un banco de hierro forjado, bajo un árbol.

—¿Qué tal te encuentras?

—Bien, aunque debo admitir que estoy un poco cansada. Hacía tiempo que no caminaba tanto...

—¿Y por qué no lo has dicho antes?

—No  te  preocupes, no es  para tanto.  Además, tenía muchas ganas de ver la  ciudad. Y no me había reído tanto desde...

—¿Desde?

—Desde la universidad. Contigo, tonto...

—Oh...

—Después  de  aquella  noche  pasamos  una  temporada  maravillosa. Tu sentido  del humor se desarrolló muchísimo cuando Ted dejó de meterse contigo.

Pedro frunció el ceño.

—Sí, claro,  ese canalla  puede  hacer  lo que quiera sin sufrir ninguna consecuencia. Es la peor persona que he conocido en toda mi vida.

—Probablemente sigue siéndolo.

—Sí.—Pero no quiero que hablemos de él, sino de tí.

—¿De mí? —preguntó, incómodo.

—Estaba  pensando que en realidad sigues siendo el  de  siempre, aunque  tu  aspecto exterior haya cambiado.

—¿Creías que eso me habría transformado?

—Sí. La mayoría de la gente se vuelve tonta cuando se saben atractivos.

—Pues no soy gran cosa.

—Te  equivocas  terriblemente.  Eres tan dulce, directo y  encantador como eras entonces. En cambio, yo sí he cambiado...

—Pauli, todavía sigues siendo preciosa.

—No me interrumpas, que no estoy buscando cumplidos. Me preocupa más mi vida interior. Tengo que averiguar quién soy y lo que voy a hacer ahora.

—El profesor dijo algo muy parecido el otro día. ¿Y qué has descubierto hasta el momento?

—Que durante muchos años he sido una egocéntrica.

—Bueno, tenías que serlo para superar tu pasado y alcanzar el éxito.

—Tal  vez,  pero quiero mejorar,  cambiar.  Puede que me haga profesora y contribuya a mejorar el mundo... como tú.

—Yo no soy nada especial  —declaró, con un tono extraño de voz—.  Pero  es  cierto que puedes hacer lo que te propongas.

—En primer lugar tendría que terminar mis estudios. Me temo que no acabé la carrera... hice caso a mis padres y me marché a hacer fortuna con mi cara.

Él la acarició.

—Tú eres mucho más que una cara bonita. Eres bella por dentro. Y divertida, y lista. Todo lo que dices sobre mí, es válido para tí.

—Pues en ese caso ha llegado el momento de que aproveche  mi  talento  para  algo.

—Te ayudaré en lo que pueda, ya lo sabes.

Ella asintió.

—Lo sé, aunque ya me has ayudado bastante. Como hoy. De no haber sido por tí, no habría visto Boston.

—No ha sido nada. Me limitado a tomarme un día libre.

—No es sólo eso, y lo sabes. Ahora puedo ir por la calle sin sentir pánico, y te lo debo a tí. ¿Recuerdas la pesadilla que tuve en el hotel?

—Sí.

—Fue una de tantas.  A veces sueño que soy como era,  y entonces la pesadilla empieza cuando despierto y me miro al espejo.

—Pauli...

—Pero ahora sé que tengo que vivir, que es natural que la gente me mire por la calle,  que  debo hacer lo que hace todo el mundo:  seguir andando e intentar sobrevivir —declaró—.  Además antes  quería ser especial  y ahora sólo pretendo ser normal,  común  y corriente.  Y  tú  me has hecho comprender que la vida merece la pena.

—No he sido yo, sino tú misma —dijo, mientras se levantaba del banco—. ¿Qué te parece si volvemos a casa?

—Perfecto...

Volvieron al coche y se dirigieron al piso de Pedro. Pero a Paula no le habían pasado desapercibidas las palabras de su amante. No se había referido a su casa, sino a «casa», como si fuera de los dos. La idea de compartir  un  hogar con él hizo que durante unos minutos fuera la mujer más  feliz del mundo.  Sin embargo, no podía esperar tanto.  Ella todavía  no  estaba recuperada y sería mejor que controlara el creciente amor que sentía por él.Si no lo hacía, corría el riesgo de salir mal parada. Y a diferencia de las heridas que había sufrido en el accidente, no había cirugía alguna que reparara un corazón  partido.

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