miércoles, 2 de agosto de 2017

Reencuentro Inesperado: Capítulo 16

Paula miró el reloj que estaba sobre la mesa mientras paseaba de un lado a otro, nerviosa. Faltaban pocos minutos para las siete y ella se sentía como Alicia en el país de las maravillas. O peor aún, como el conejo que siempre llegaba tarde a todo. A la vida, por ejemplo. La habitación del hotel era bastante agradable, pero no era su casa y estaba ansiosa de volver a California, aunque no precisamente porque echara de menos los terremotos. Tenía que buscarse un trabajo, pero antes debía encontrar la forma de ayudar al profesor. Al fin y al cabo, no podía permanecer indefinidamente en aquel hotel. Una vez más, se preguntó qué diablos le había pasado para aceptar no sólo cenar con Pedro, sino cenar en su habitación.  No había salido con nadie desde su época en la universidad y tenía miedo de encontrarse a solas con un hombre. Pero a pesar de ello, lo había invitado a cenar en su habitación. Cualquier otra mujer de similar timidez habría preferido verlo en un local público; sin embargo, su cicatriz se lo había impedido. Si había conseguido disuadirla para que hiciera algo así, debía de ser un gran abogado. Por fortuna, había pedido que le subieran la cena hacia las siete y cuarto para que no se quedara fría si Pedro llegaba tarde, y eso también significaba que sólo estaría un rato a solas con él antes de que apareciera el camarero. En realidad, ni siquiera entendía que de repente la preocupara tanto una simple cena. No era como si mantuviera una relación con Pedro  ni nada por el estilo; de hecho, en su vida no había sitio para nadie. Pero por alguna razón que no podía explicar, confiaba más en él que en cualquiera de las personas que había conocido durante los últimos diez años. Cuando oyó que llamaban a la puerta, sintió un vacío en el estómago y un nudo en la garganta. Respiró profundamente, intentó tranquilizarse y se inclinó sobre la mirilla de la puerta. Era Pedro.

—Hola.

Él sonrió de un modo devastadoramente atractivo.

—Hola, Pauli.

Pedro era el único que la llamaba de aquel modo, y a ella le gustaba. Le parecía algo especial, algo cálido.

—Adelante.

—Gracias...

 Pedro le dió una bolsa que parecía contener una botella.

—¿Qué es esto? —preguntó, frunciendo el ceño.

—Agua con gas. No tenían en el hotel, así que la he comprado en la tienda de enfrente respondió—. Por eso llego un poco tarde.

Paula se sintió avergonzada. En primer lugar, había pensado que sería una botella de vino o de algún otro tipo de alcohol. Y en segundo lugar, había pensado que una botella de vino implicaba necesariamente que tenía intención de emborracharla para seducirla. Pero sólo era agua. Agua con gas.

—Gracias, eres muy amable —dijo ella, haciéndose cargo de la botella—. La cena no ha llegado todavía, aunque supongo que lo hará enseguida.

Él echó un vistazo a su alrededor.

—Es una habitación muy agradable…

—Sí, aunque el servicio de habitaciones no es tan bueno.

—De todas formas, quién puede pensar en comida cuando está en compañía de una mujer tan bella…

Pedro sólo intentaba ser amable y ella lo sabía, pero el cumplido le encantó. Aquel hombre había conseguido que se sintiera bella por primera vez en mucho tiempo. Un par de segundos después volvieron a llamar a la puerta. Esta vez fue Pedro quien abrió.

—Es el servicio de habitaciones —dijo Pedro antes de abrir—. Adelante, pase… deje la comida sobre la mesa.

Ella se apartó y dejó que el camarero lo organizara todo. Cuando el joven terminó su cometido, sacó la factura para que la firmaran. Paula quiso hacerlo, pero Pedro se adelantó.

—No, por favor, permíteme que invite yo —dijo.

Acto seguido, miró la pequeña placa que llevaba el camarero en la camisa, donde se leía su nombre, y añadió:

—Esteban, asegúrate de que carguen la factura a mi habitación.

—Por supuesto, señor.

—Pedro, preferiría pagar yo…

—No sería justo. Lo de la cena ha sido idea mía —explicó, mientras el camarero se marchaba—. Quería cenar contigo para tener ocasión de pasar más tiempo a tu lado. Pero además, pretendía que te divirtieras. De modo que es cosa mía, pero los dos salimos ganando… Una maravillosa costumbre que se conoce con el nombre de compromiso.

Ella lo miró con una sonrisa.

—Supongo que no conseguiría convencerte de lo contrario…

Los ojos de Pedro brillaron.

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