miércoles, 9 de agosto de 2017

Reencuentro Inesperado: Capítulo 28

Cuando llegaron cerca de una famosa fuente de Saunders,  él  la  señaló con el dedo y preguntó:

—¿Te acuerdas de esa fuente?

—Oh,  Dios  mío...  claro  que  sí.  Venía muy  a menudo a pensar.  El sonido del agua me relajaba. Bueno, casi siempre.

—Yo también venía a menudo.

Sin  embargo,  Pedro no le dijo por qué.  Habría tenido que confesarle que por entonces estaba loco por ella.

—Cuánto siento no acordarme de tí... discúlpame.

Pedro no lo sentía en absoluto.

—Créeme, no te pierdes nada.

Ella se metió las manos en los bolsillos del pantalón.

—Eres un gran  abogado, Pedro Alfonso.

Pedro la miró,  pero no pudo ver qué expresión tenía  porque se encontraba  en  las  sombras.  Al oír su comentario había  pensado que, aunque no lo recordara de la universidad, tal vez había leído algo sobre alguno de sus casos más notorios.

—¿Por qué dices eso?

—Porque me has interrogado muchas veces desde que nos reencontramos.

—Sí, es verdad.

—Y el caso es que ahora sabes casi todo lo que hay que saber de mí. Pero yo no sé casi nada de tí—le recordó.

En las palabras de Paula no había el menor asomo de acusación.  Era un comentario inocente que, por otra parte, confirmaba que no sabía nada sobre la peor faceta de su vida.

—Es que no hay mucho que contar. No soy un tipo muy interesante.

—Te equivocas.

—Sólo soy un abogado que trabaja duro.

—Sea como sea, supongo que tener la posibilidad de ayudar a la gente debe de ser muy gratificante.

Por  razones obvias, Pedro no estuvo de acuerdo con  ella.  En  realidad,  nunca  había  pretendido  ser  famoso;  sólo  había  pretendido  ganarse  la  vida  con  su  trabajo.  Pero las cosas se habían complicado y ahora podían resultar contraproducentes en lo relativo a su relación con Paula.

—Hablando  de  ayudar a la  gente,  ¿Recibiste  alguna  indemnización  por  el  accidente? —preguntó Pedro, sinceramente interesado.Ella rió con amargura.

—¿Indemnización,  dices?  Ese tipo no  tenía nada.  Ni permiso de conducir,  ni  trabajo, ni seguro. Sólo un grado de alcohol en la sangre que duplicaba el permitido por la ley. Tuve que pagármelo todo porque mi seguro no cubría los gastos, y eso me dejó prácticamente arruinada.

Pedro sintió  una  profunda  rabia.  Ahora comprendía el verdadero alcance del  accidente.  Le  habría gustado que lo dejaran cinco minutos a solas  con el individuo que la había atropellado.

—Pero no quiero molestarte con esas  cosas. Ni siquiera sé por qué te lo he  contado —continuó ella.

—No me molestas. ¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte?

Ella negó con la cabeza.

—Ahora que lo mencionas, me encantaría poder ayudar al profesor... pero me temo que no me puedo permitir el lujo de permanecer aquí de forma indefinida.

Pedro pensó que era una mujer maravillosa.  Su vida era  un conjunto de problemas de muy  difícil resolución y sin embargo estaba más preocupada por la suerte del profesor.

—Tal vez pueda conseguirte algo.

—Sea lo que sea, no puedes devolverme mi cara, que es lo que más necesito. Y tampoco puedes devolverme mi vida.

—En ese caso, tendrás que empezar una nueva vida.

—Qué fácil, ¿Verdad? Como si fuera tan sencillo —observó con ironía.

—La  gente se reinventa a sí misma todo el tiempo.  Fíjate en Madonna, por ejemplo —comentó, sonriente.

—No, por Dios. Tú no quieres oírme cantar... lo hago fatal —dijo—. No, mi cara era mi fortuna. Eso es indiscutible.

Nate maldijo a  los padres de Paula  por  haberla convencido de algo tan absoluta y claramente falso.

 —Tonterías. Eres una mujer inteligente. El profesor lo sabía bien hace diez años y ahora yo también lo sé.

—No  dudo que lo  creas,  pero eso no contesta la gran pregunta:  ¿Qué  voy  a  hacer?

—Lo que quieras.

Mientras paseaban,  sus  manos  se  rozaron.  Pedro se  atrevió  entonces  a  dar  un  paso  más  y  entrelazar sus dedos con los de Paula. Luego, contuvo la respiración, esperando  que  ella lo rechazara.  Pero sorprendentemente, no lo hizo.  Bien al contrario, le apretó la mano y se inclinó un poco hacia él.

—Había olvidado lo romántico que puede ser el campus.

—Tal vez porque no lo era cuando estudiabas aquí.

—No, no. No ha cambiado. Sigue siendo tan romántico como siempre.

Pedro se preguntó si habría querido insinuarle algo con ese comentario. La miró y deseó poder adivinar sus pensamientos. Quería besarla, pero no podía arriesgarse a asustarla  otra  vez ni mucho menos a hacerle  daño.  Sus  intentos  anteriores de  acercamiento habían sido un verdadero fracaso. Paula era tan  bella,  y su cuerpo  tan  sexy,  que anhelaba  explorar  y  acariciar  cada una de sus curvas. Pero hacerle un comentario de ese tipo a una mujer con tales problemas  habría  sido  como  arrojarle  una  bomba.  Lo cual,  por  otra  parte,  era  demasiado para un abogado que se enorgullecía de su talento con las palabras. En lo  relativo a  ella, los  comentarios  románticos  estaban  fuera  de  lugar. Además, le habría resultado tan incomprensible como si le hablara en suahili.

—Mañana volveré a intentar hablar con Carlos Broadstreet.

—¿Broadstreet?

—Sí, el presidente de la junta directiva. Veremos si soy tan buen abogado como para conseguir acelerar el proceso y solucionarlo.

—Gracias, Pedro.

En ese momento pasaron junto a una farola y él pudo contemplar su hermosa y dulce sonrisa.  Parecía algo más que  amable, pero había la posibilidad de que  efectivamente sólo fuera una sonrisa de agradecimiento. Y por supuesto, no se podía arriesgar. A menos que su radar le diera señales mucho más claras, seguiría con el papel de chico bueno, de caballero andante con brillante armadura o de cualquier otra cosa que le apeteciera a Paula. Por los menos, mientras sus secretos siguieran ocultos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario