Cuando llegaron cerca de una famosa fuente de Saunders, él la señaló con el dedo y preguntó:
—¿Te acuerdas de esa fuente?
—Oh, Dios mío... claro que sí. Venía muy a menudo a pensar. El sonido del agua me relajaba. Bueno, casi siempre.
—Yo también venía a menudo.
Sin embargo, Pedro no le dijo por qué. Habría tenido que confesarle que por entonces estaba loco por ella.
—Cuánto siento no acordarme de tí... discúlpame.
Pedro no lo sentía en absoluto.
—Créeme, no te pierdes nada.
Ella se metió las manos en los bolsillos del pantalón.
—Eres un gran abogado, Pedro Alfonso.
Pedro la miró, pero no pudo ver qué expresión tenía porque se encontraba en las sombras. Al oír su comentario había pensado que, aunque no lo recordara de la universidad, tal vez había leído algo sobre alguno de sus casos más notorios.
—¿Por qué dices eso?
—Porque me has interrogado muchas veces desde que nos reencontramos.
—Sí, es verdad.
—Y el caso es que ahora sabes casi todo lo que hay que saber de mí. Pero yo no sé casi nada de tí—le recordó.
En las palabras de Paula no había el menor asomo de acusación. Era un comentario inocente que, por otra parte, confirmaba que no sabía nada sobre la peor faceta de su vida.
—Es que no hay mucho que contar. No soy un tipo muy interesante.
—Te equivocas.
—Sólo soy un abogado que trabaja duro.
—Sea como sea, supongo que tener la posibilidad de ayudar a la gente debe de ser muy gratificante.
Por razones obvias, Pedro no estuvo de acuerdo con ella. En realidad, nunca había pretendido ser famoso; sólo había pretendido ganarse la vida con su trabajo. Pero las cosas se habían complicado y ahora podían resultar contraproducentes en lo relativo a su relación con Paula.
—Hablando de ayudar a la gente, ¿Recibiste alguna indemnización por el accidente? —preguntó Pedro, sinceramente interesado.Ella rió con amargura.
—¿Indemnización, dices? Ese tipo no tenía nada. Ni permiso de conducir, ni trabajo, ni seguro. Sólo un grado de alcohol en la sangre que duplicaba el permitido por la ley. Tuve que pagármelo todo porque mi seguro no cubría los gastos, y eso me dejó prácticamente arruinada.
Pedro sintió una profunda rabia. Ahora comprendía el verdadero alcance del accidente. Le habría gustado que lo dejaran cinco minutos a solas con el individuo que la había atropellado.
—Pero no quiero molestarte con esas cosas. Ni siquiera sé por qué te lo he contado —continuó ella.
—No me molestas. ¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte?
Ella negó con la cabeza.
—Ahora que lo mencionas, me encantaría poder ayudar al profesor... pero me temo que no me puedo permitir el lujo de permanecer aquí de forma indefinida.
Pedro pensó que era una mujer maravillosa. Su vida era un conjunto de problemas de muy difícil resolución y sin embargo estaba más preocupada por la suerte del profesor.
—Tal vez pueda conseguirte algo.
—Sea lo que sea, no puedes devolverme mi cara, que es lo que más necesito. Y tampoco puedes devolverme mi vida.
—En ese caso, tendrás que empezar una nueva vida.
—Qué fácil, ¿Verdad? Como si fuera tan sencillo —observó con ironía.
—La gente se reinventa a sí misma todo el tiempo. Fíjate en Madonna, por ejemplo —comentó, sonriente.
—No, por Dios. Tú no quieres oírme cantar... lo hago fatal —dijo—. No, mi cara era mi fortuna. Eso es indiscutible.
Nate maldijo a los padres de Paula por haberla convencido de algo tan absoluta y claramente falso.
—Tonterías. Eres una mujer inteligente. El profesor lo sabía bien hace diez años y ahora yo también lo sé.
—No dudo que lo creas, pero eso no contesta la gran pregunta: ¿Qué voy a hacer?
—Lo que quieras.
Mientras paseaban, sus manos se rozaron. Pedro se atrevió entonces a dar un paso más y entrelazar sus dedos con los de Paula. Luego, contuvo la respiración, esperando que ella lo rechazara. Pero sorprendentemente, no lo hizo. Bien al contrario, le apretó la mano y se inclinó un poco hacia él.
—Había olvidado lo romántico que puede ser el campus.
—Tal vez porque no lo era cuando estudiabas aquí.
—No, no. No ha cambiado. Sigue siendo tan romántico como siempre.
Pedro se preguntó si habría querido insinuarle algo con ese comentario. La miró y deseó poder adivinar sus pensamientos. Quería besarla, pero no podía arriesgarse a asustarla otra vez ni mucho menos a hacerle daño. Sus intentos anteriores de acercamiento habían sido un verdadero fracaso. Paula era tan bella, y su cuerpo tan sexy, que anhelaba explorar y acariciar cada una de sus curvas. Pero hacerle un comentario de ese tipo a una mujer con tales problemas habría sido como arrojarle una bomba. Lo cual, por otra parte, era demasiado para un abogado que se enorgullecía de su talento con las palabras. En lo relativo a ella, los comentarios románticos estaban fuera de lugar. Además, le habría resultado tan incomprensible como si le hablara en suahili.
—Mañana volveré a intentar hablar con Carlos Broadstreet.
—¿Broadstreet?
—Sí, el presidente de la junta directiva. Veremos si soy tan buen abogado como para conseguir acelerar el proceso y solucionarlo.
—Gracias, Pedro.
En ese momento pasaron junto a una farola y él pudo contemplar su hermosa y dulce sonrisa. Parecía algo más que amable, pero había la posibilidad de que efectivamente sólo fuera una sonrisa de agradecimiento. Y por supuesto, no se podía arriesgar. A menos que su radar le diera señales mucho más claras, seguiría con el papel de chico bueno, de caballero andante con brillante armadura o de cualquier otra cosa que le apeteciera a Paula. Por los menos, mientras sus secretos siguieran ocultos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario