—No deberías ser tan duro contigo. Los chicos que se burlaban de tí eran unos imbéciles. Además, ese tipo de gente siempre se mete con los que son más inteligentes que ellos.
—Sí, bueno. Sea como sea, es agua pasada.
—A mí me parece evidente que sigue formando parte de tí. Claro, ahora lo entiendo, por eso sabes ponerte tan bien en mi lugar —dijo, mientras le acariciaba en la mejilla—. Tú también has sufrido...pero no tienes el mismo aspecto.
—Es sorprendente lo que puede hacer el dinero.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Cuando era alumno de la universidad, apenas tenía suficiente para pagar mis estudios. Pero luego me convertí en abogado y gané más dinero del que habría imaginado en toda una vida —dijo, encogiéndose de hombros—. Así me hice la cirugía estética.
—Pues hicieron un gran trabajo. En mi caso, sólo pudieron minimizar el efecto de la cicatriz —dijo, pasándose una mano por la cara—. Me explicaron que, hicieran lo que hicieran, siempre se notaría un poco. Es evidente que la ciencia médica sigue teniendo ciertas limitaciones.
—En cierta manera, las únicas limitaciones son las que nos auto imponemos. A pesar del aspecto que tenía, decidí que me convertiría en un hombre importante.
—Y lo conseguiste —afirmó, mientras contemplaba el elegante despacho—. Es obvio que mucha gente depende de tí.
Pedro no dijo nada.
—En cambio, de mí no depende nadie —continuó ella—. Nadie. Yo no le importo a nadie ni nadie me necesita.
—Eso es falso.
Pedro se había metido las manos en los bolsillos, pero las sacó con intención de abrazarla. Sin embargo, no llegó a hacerlo. Apretó los puños y se contuvo. Si la tocaba, no estaba seguro de poder contener sus deseos de besarla. Y si la besaba, cualquiera sabía lo que podía pasar.
—Tú me importas, y me ayudaste mucho. En la universidad siempre tenías una sonrisa y una palabra amable para mí. Sin eso, no sé si habría sobrevivido.
—No lo sabía —dijo, con sincera sorpresa—. Pero me parece increíble que no me acordara de tí... ahora que sé quién eres, recuerdo muchas cosas.
—¿En serio?
—Totalmente. Desde el principio noté que había algo en tí que me resultaba muy familiar. No sé, era...
—¿El qué?
—¿Te acuerdas de la noche en que rompí con Lucas? Tú estuviste allí, conmigo. Viniste para animarme.
Pedro lo recordaba perfectamente bien. La tuvo entre sus brazos mientras lloraba y odió profundamente a Lucas Hawkins.
—Sí, lo recuerdo. Pero me limité a escuchar.
—No es cierto. También me hablaste. He olvidado lo que dijiste, pero no cómo lo dijiste. Conseguiste animarme... y en el hotel has hecho exactamente lo mismo. Supongo que era tu voz lo que me resultaba tan familiar.
—Bueno, me alegra haber sido de ayuda.
Paula se había pasado diez años intentando olvidar lo sucedido, pero recordaba demasiado bien aquella noche. Lucas Hawkins no había aceptado un «no» por respuesta. Ni en lo relativo a su relación ni a su propuesta de acostarse con él. Así que la hirió y la humilló. Pero Pedro había salido en su ayuda.
—Hiciste mucho más que eso. Además, no sé por qué te refieres a aquella época en términos tan fríos. Si no recuerdo mal, nos hicimos grandes amigos hasta que te marchaste a terminar tus estudios de Derecho.
-Sí, es verdad.
—Pero no volviste a llamarme... ¿Por qué?
—Porque estaba muy ocupado —respondió, encogiéndose de hombros—. Tenía que estudiar mucho. Quería ser el mejor.
—¿Para qué?
—Quien sabe, tal vez porque eso me daba confianza. Pero ya conoces el resto.
Paula pensó que en realidad no sabía nada de nada. Bastaba una simple mirada para comprender que Pedro ocultaba muchos secretos. Sin embargo, eso podía esperar. Acababa de reencontrar a un viejo amigo.
—¿Y conseguiste la suficiente confianza en tí mismo como para ser feliz?
—Supongo que sí.
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