viernes, 11 de agosto de 2017

Reencuentro Inesperado: Capítulo 34

—Hace  tiempo que quiero preguntártelo...   ¿Te han comprobado la vista últimamente?

—Sí. De hecho, tengo lentillas nuevas.

—¿En serio?Pareces sorprendida.

—Desde luego. Tú pareces tan perfecto...

—Créeme, no lo soy. No me acerco ni de lejos a la perfección.

Ella lo observó con detenimiento y pensó que ella tampoco estaba más cerca de conocer al verdadero Pedro Alfonso que al principio.

Pero entonces, dejó escapar un bostezo.

—Oh, lo siento... parece que estoy más cansada de lo que creía —dijo, mientras se levantaba de la silla— te ayudaré a recoger todo esto.

—No, por favor, ya me encargaré yo. Tú descansa un rato.

Ella asintió.

—Te veré por la mañana.

—Que duermas bien...

Paula lo dudó.  Estando tan cerca de Pedro, conciliar el sueño  le iba a  resultar francamente difícil.

Pedro alzó la mirada del libro que tenía entre manos: llevaba un buen rato leyendo la misma página y no había entendido nada de nada. No podía concentrarse porque no podía dejar de pensar en Paula. Llevarla a la casa había sido un error, pero no le había dejado otra alternativa.  Además, tampoco conseguía dormir. Siempre había vivido solo y le gustaba hacerlo, pero precisamente ahora, cuando ella se alojaba bajo el techo de su misma casa, se sentía  más  solo  que  nunca.  Tal vez porque estaba muy cerca  y sin embargo muy lejos. Era una situación   desesperante.  Pero se  dijo que sería mejor que se acostumbrara a ella. Por mucho que le disgustara, parecía condenado a ser un simple amigo de la mujer que deseaba. En ese momento le pareció oír un ruido. No estuvo seguro e incluso pensó que tal vez fuera su imaginación, pero Paula podía estar sufriendo una pesadilla y en tal caso debía ayudarla. De modo que dejó el libro a un lado y se levantó para ver si lo necesitaba.Cuando vio que la puerta de la habitación de invitados estaba abierta, echó un vistazo al interior y vió que no había nadie. Se asustó y comenzó a buscarla por toda la  casa.  Afortunadamente, vió luz en el despacho y supuso  que  tampoco podía dormir y que seguramente se había  levantado en  busca de un  libro o de algo  que  hacer.Sin decir una palabra, la observó desde la entrada. Llevaba la bata que se había puesto aquel  día  en  la  habitación  del  hotel  y  estaba  tan  bella  como  siempre.  Pero  cuando consiguió dejar de admirarla,  cayó en la cuenta de lo que tenía entre las manos: era el anuario de su facultad. Se maldijo por haber guardado el libro en el despacho, avanzó hacia ella y se lo quitó con suavidad.

—Dios mío, Pedro, qué susto me has dado...

Él cerró el libro.

—Olvidé el anuario cuando dije que no tenía fotografías.

—No podía dormir y he salido a buscar algo que leer. Siento haber invadido tu espacio personal... pero ahora recuerdo quién eres.

—Sí, claro, ese chico del que todos se burlaban —declaró, molesto.

—Es verdad, te hacían la vida imposible. Debió de ser muy doloroso para tí...

—Bueno, dicen que el deporte mejora el carácter. En ese caso, para mí fue como un deporte. Aprendí mucho.

—Supongo que no sirve de consuelo, pero si te sirve de algo, te diré que tienes más carácter que ninguno de los hombres que he conocido—dijo ella—. ¿Por qué no querías decirme quién eras de verdad?

—Porque ya no soy ese chico. Y no quería que recordaras al cretino que fui.

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