miércoles, 23 de agosto de 2017

Reencuentro Inesperado: Capítulo 60

Paula estaba sentada en la suite del hotel Paul Revere. No podía permitirse el lujo dé gastar dinero en un hotel, pero tampoco podía seguir en casa de Pedro.Todavía no podía creer que la hubiera traicionado de esa manera. Sin embargo, la reunión con Carlos Broadstreet estaba cerca y después podría regresar a California. Ahora se sentía mucho peor que al llegar a Boston.Unos segundos después, llamaron a la puerta.Sabía que era su pasaje hacia una nueva vida.

—David, Sandra...  gracias por haber venido.  Siento no  haber podido  verlos  en  la ciudad.

—Descuida. Así hemos tenido ocasión de dar un paseo.

David y Sandra  Westport eran  una  pareja  perfecta.  Él era un  hombre alto,  de pelo negro y ojos  verdes,  y  tan  fuerte como una estrella  del  atletismo.  En cuanto a ella, era una atractiva mujer de pelo rubio y ojos azules.  Al  verlos,  sintió  vergüenza de su cicatríz.  Pero ellos no parecieron darle ninguna importancia.

—Me alegra que no hayas cancelado la cita —dijo Sandra, antes de abrazarla de forma cariñosa.

—¿No quieren sentarse? He pedido que suban café.

—Gracias.

Los recién llegados se sentaron en el sofá y se sirvieron el café. Entonces, Sandra miró por encima de su taza, la observó y dijo:

—Lo siento.

—Yo también.

—¿Qué te pasó? —preguntó David.

—Vamos, David, dudo que tenga ganas de hablar de eso. Disculpa a mi marido, Paula, a veces es demasiado directo.

—Aprecio a la gente directa.  Además no  me importa hablar  sobre ello...  me  atropelló un conductor borracho.

—Qué horror...

—Fue bastante duro. Por eso rechacé inicialmente vuestra oferta. Pero diganme, ¿De quién fue la idea de abrir el campamento?

—De  los  dos  —respondió  él—.  Yo me sentía culpable por haber terminado la carrera  de  forma  injusta  y  quería  hacer  algo  para  ayudar a los chicos a desarrollar  todo su potencial y no cometer los mismos errores que yo. Es una cuestión moral, por así decirlo, pero también será un ejemplo positivo para nuestros hijos.

—¿Tienen hijos?

—Sí, gemelos —respondió Sandra—. Se parecen mucho a nosotros. Tienen diez años...

—Son muy afortunados...

—Desde  luego.  Pero  muchos  niños  no  son  tan  afortunados  y  sus  padres  no  tienen  medios  para  pagar  sus  estudios.  Nuestro  centro  servirá  para  mejorar  sus  vidas.

—Me parece una idea magnífica.

—Hemos presentado una propuesta por escrito y el profesor la ha presentado al famoso  benefactor,  que  quiere  apoyarnos.  Pero a pesar  de  eso,  todavía  no  tenemos  dinero suficiente.

—Bueno,  puede que eso  cambie si  aceptas  ser  nuestra  portavoz...  —dijo David—. No en vano, eres famosa.

—Ya no soy famosa —dijo, mostrándoles la cicatriz.

—A pesar de ello, no buscamos perfección sino compromiso —afirmó David.

—Digas lo que digas, la gente te reconoce —añadió Sandra—. Y el hecho de que hayas  tenido  dificultades  hará  que  tu  compromiso  con  el  proyecto  parezca  más  significativo. Tú entiendes de sobra lo que se siente... Necesitamos tu ayuda.

—Descuida,  sólo quería  conocer  más  detalles  del proyecto.  Ya  había  decidido  aceptar su proposición.

—Excelente...

David se levantó del sofá para abrazarla.

—Gracias, Paula.

—Soy  yo  quien  debe  darles las  gracias.  Me  han dado  una  ocasión  perfecta  para dejar de estar centrada en mí misma y destinar parte de mi energía a los demás.

—Hablando  de  energía...  tuve una conversación con  Pedro Alfonso—informó David.

—¿Sí? —preguntó, cautelosa.

—Sí. Me dió la idea de que reserváramos un cupo para niños que hayan sufrido accidentes o que se enfrenten a operaciones graves.

—Es verdad, también me lo dijo a mí.

—Me  parece  una  propuesta  maravillosa  —comentó  Sandra—.Y  no se  limitó  sólo a proponerlo. También nos ofreció sus servicios legales. Gratis.  

—Sí, Pedro es así.

 Sandra frunció el ceño.

—¿Qué sucede?

—Que acabo de descubrir qué tipo de abogado es.

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