Pedro se recostó en la silla y miró la pila de trabajo acumulado. Llevaba tanto tiempo sin pasar por el despacho que los documentos se habían multiplicado como conejos, así que estaba tardando demasiado en familiarizarse con los casos, apelaciones y presentaciones pendientes. No hacía otra cosa que pensar en Paula.Sabía que más tarde o más temprano volvería a California. Dos días más tarde iría a ver a Carlos Broadstreet, y era posible que ella se marchara después. A no ser que consiguiera hacer un milagro. En ese instante, sonó el botón del intercomunicador.
—¿Sí?
—Hay una mujer que quiere verte —dijo Nancy, la secretaria de administración —. Pero no tiene cita... —
¿Quién es?—
Alguien que afirma que no aceptará una negativa por respuesta.
Pedro sonrió.
—Dile a Paula que pase...
En cuanto entró, Pedro notó que había cambiado algo en ella. Llevaba la misma ropa y los mismos zapatos abiertos por delante, que dejaban ver sus uñas pintadas de rosa, que llevaba por la mañana. Pero sus ojos brillaban de un modo especial, con más energía.
—Hola...
—Hola. Espero que no te moleste que haya pasado a verte.
—¿Molestarme? Todo lo contrario.
Paula miró a su alrededor.
—Tienes un despacho muy bonito...
—Sí, los bufetes conocidos tienden a tratar bien a sus abogados.
—Y la vista es increíble...Ciertamente, lo era.
Desde el ventanal del despacho, situado en un rascacielos, se veía gran parte de la ciudad.
—Es un despacho elegante, cálido, cómodo... me recuerda a tí —continuó ella.
—¿Cómodo? ¿Yo? ¿Acaso me tomas por un sillón?
—Oh, vamos, sólo era un cumplido —dijo con una sonrisa.
—¿Y bien? ¿Qué puedo hacer por tí? —preguntó con malicia.—
Dejar que te invite a comer, por ejemplo.
—Excelente idea. Pero te invitaré yo.
—Oh, no, insisto...
—¿Por qué estás tan interesada en invitar?
—Porque tengo algo que celebrar.
—¿Y de qué se trata?
—He hablado con Sandra Westport por teléfono.
—Comprendo.
Pedro se levantó de su butaca, dio la vuelta a la mesa y se detuvo a la distancia suficiente como para poder aspirar su maravilloso aroma.
—Me he comprometido a reunirme con David y con ella para discutir su propuesta.
—Así que vas a convertirte en su portavoz...
—Voy a discutir la propuesta, nada más —puntualizó—. Puede que no quieran mis servicios.
—Lo dudo mucho.
—Ojalá tuviera tanta confianza en mí misma como tú...
—Les encantarás, ya lo verás.
Pedro no podía imaginar que Paula le disgustara a alguien. De hecho, ni siquiera entendía cómo era posible que no todo el mundo estuviera enamorado de ella. Al pensar en el amor, se sorprendió. Era la primera vez que consideraba la relación que mantenían desde el punto de vista del amor. Entre otras cosas, porque no se atrevía a soñar con ello. Paula estaba fuera de su alcance.
No hay comentarios:
Publicar un comentario