Paula se acercó y le pasó los brazos alrededor del cuello.
—Entonces, hazme un favor. Ayúdame. Demuéstrame que vivir merece la pena.
—Pauli, no... No sabes lo que me estás pidiendo.
—Lo sé.—Me odiarías por mañana. Me odiarías.
—No, nunca.
Por primera vez en años, Paula fue capaz de superar el terrible recuerdo de la violación. Quería hacer el amor con él. Necesitaba reemplazar las imágenes de aquella pesadilla con algo bello. Pedro era el hombre adecuado y aquél era el momento correcto. Sólo esperaba que sus demonios la dejaran en paz, que no aparecieran de nuevo y lo estropearan todo. Él también había sufrido y no quería hacerle daño por nada del mundo.
—Por favor, Pedro...
—Pauli, yo... ¿Estás segura de esto?
Ella rió con nerviosismo.
—Ya sé que dijiste que a los hombres les gustan las mujeres con cicatrices, pero... bueno, ya no estoy en la universidad.
—No, yo tampoco —dijo, mientras se inclinaba para besar dulcemente su cicatriz—. Te deseo, Pauli. Siempre te he deseado. Pero hay algo que necesito saber: ¿Estás segura de que esto es lo que quieres?
Ella asintió.
—No he estado más segura de nada en toda mi vida.
—Menos mal, porque te aseguro que no tengo fuerza suficiente para negarte nada —dijo.
Entonces, la besó. Fue un beso dulce, suave, contenido, exploratorio, casi como si fuera el primer beso que daba.Después, se apartó un poco y la miró a los ojos.
—¿Te han dicho alguna vez que besas muy bien? —preguntó ella.
—Sí. Tú acabas de decírmelo.
Ella sonrió.
—Ahora recuerdo que hay una habitación que no me has enseñado: tu dormitorio. ¿Me lo enseñarías ahora?
Pedro asintió.
—Por supuesto. Ya sabes que tus deseos son órdenes para mí.
Paula lo tomó de la mano. Atravesaron el salón, tomaron el pasillo y giraron a la izquierda, hacia su dormitorio. Ella se puso en tensión y él la miró de inmediato, como si fuera capaz de notar todas y cada una de sus reacciones.
—¿Estás segura, Pauli? Si no lo estás...
Ella negó con la cabeza.
—Estoy totalmente segura.
Pedro asintió. De no haber estado convencido de la sinceridad de sus palabras, se habría negado a seguir adelante. No quería hacerle daño. Unos segundos más tarde se detuvieron ante la entrada del dormitorio.
—Bueno, ya estamos aquí.
Paula entró y echó un vistazo a su alrededor. La cama era digna de reyes, aún más grande que la de la habitación de invitados, pero le pareció bastante normal teniendo en cuenta que Pedro era un hombre muy alto. En cuanto a la decoración, resultaba muy masculina. Algo nerviosa, se acercó a la cama y vió un libro sobre la colcha. Lo tomó y dijo:
—¿Te gustan las novelas de suspenso?
—Sí, me relajan.
—La literatura es una buena forma de liberar el estrés. Y supongo que en tu trabajo estarás sometido a una gran presión.
—Se podría decir que sí.
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