—Eso es muy fácil de decir cuando se tiene. Por ejemplo, tú tenías dinero cuando necesitaste que te operaran. Pero mi abuela, la mujer que me crió, no lo tenía. Y cuando se puso enferma, no tuve los medios suficientes para que cuidaran de ella.
—Oh, Pedro...
—Sufrió un infarto. De haber tenido dinero, podrían haberla cuidado, podrían haberle realizado el seguimiento necesario y habría vivido muchos años más —explicó—. Nuestra situación era tan difícil que tuve que encargarme yo de cuidarla. Y eso estuvo a punto de destrozarme la vida.
—¿Por qué?
—Porque querían echarme de la universidad.
—No lo entiendo. Siempre fuiste un gran estudiante...
—Pero no podía cuidar de mi abuela y estudiar al mismo tiempo. De no haber sido por el profesor Harrison y el interés que demostró por mí, no habría logrado terminar los estudios. Aunque el otro día me contó algo nuevo, algo que yo no sabía...
—¿A qué te refieres?
—A que cambió mis notas para que no me echaran.
—Dios mío...
—Como ves, Pauli, el dinero es muy importante. De haberlo tenido, mi abuela no habría fallecido tan pronto, yo no habría tenido problemas en la universidad y el profesor no se habría visto obligado a hacer algo incorrecto. Pero eso es agua pasada. El caso es que más tarde me encontré ante la posibilidad de llevar una vida mejor y la aproveché.
—Pero el reportero dijo que también defiendes a delincuentes...
—Por supuesto. Los delincuentes tienen derechos, como cualquier otro ciudadano.
—Sí, claro, pero no puedo imaginarte defendiendo a personas que sabes que son culpables.
—Es muy difícil, es cierto, pero mi trabajo consiste en eso. Además, el mundo está lleno de personas a las que se acusa de delitos que no han cometido y que incluso acaban en la cárcel siendo inocentes. Imagina lo que pasaría si ni siquiera tuvieran derecho a una defensa —explicó—. La justicia no es perfecta, es cierto, pero es lo mejor que tenemos.
—Lo comprendo, Pedro. Pero hay algo que sigo sin entender... ¿Por qué no me lo habías contado antes?
—Porque quería pasar más tiempo contigo.
—Eso no es una respuesta...
—En cuanto salimos anoche, los fotógrafos se lanzaron sobre mí. ¿Te habrías quedado conmigo de haber sabido que mi fama podía complicarte la vida? Seguramente no.
—Eso no es justo. No sabes lo que habría hecho.
—Vamos, Pauli, sé sincera. Dejaste muy claro que no querías que te fotografiaran. Ni siquiera querías que te vieran.
Ella asintió.
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