—Siempre suelo ver las noticias —dijo él.
—Yo no.
—Vaya, tenemos incompatibilidad televisiva —bromeó—. Si yo no veo las noticias, me siento como si estuviera aislado del mundo.
Ella sonrió.
—¿Me acusas de distraerte?
—Desde luego, pero es una distracción maravillosa.
En ese momento, justo cuando empezaban a besarse, sucedió algo inesperado. De repente, el presentador cambió a otra noticia y dijo:
—Y ahora, tenemos un reportaje especial sobre Pedro Alfonso...
Paula se quedó helada y miró la televisión.
—El conocido abogado y soltero de oro Pedro Alfonso fue visto anoche en el restaurante La vie en rose, uno de los mejores restaurantes de Boston, en compañía de una misteriosa mujer. El defensor de ricos, famosos y delincuentes se negó a contestar a las preguntas de la prensa y se marchó antes de que pudiéramos ver a su amiga. Este reportero se pregunta si Pedro Alfonso ha perdido repentinamente su conocida habilidad con las palabras. ¿Qué ocurre, Pedro?
Pedro apagó la televisión y miró a Paula, que no podía estar más confundida.
—Son buenas noticias. Tu secreto sigue a salvo —dijo él.
—Oh, sí. Pero no me estaban fotografiando a mí, sino a tí. ¿De modo que eres un simple abogado trabajador? —preguntó con ironía—. No lo creo, Pedro. ¿Quién eres en realidad?
Pedro nunca había necesitado tanto de sus habilidades como abogado. Ahora debía encontrar la forma de hacerle comprender por qué había mantenido en secreto determinados aspectos de su profesión.
—Todo el mundo tiene derecho a ser defendido. Precisamente por eso, el Estado proporciona abogados a quien no se los puede pagar.
—Claro. Y supongo que tú puedes conducir coches carísimos gracias a los pobres que defiendes.
—Nunca tuve intención de acabar defendiendo a ricos y famosos. Mis objetivos eran bien distintos.
—¿Entonces, por qué lo haces?
—Irónicamente, por culpa de mis buenas notas. Cuando estaba estudiando, tuve que ponerme a trabajar para sobrevivir y un onocido bufete me reclutó. Les gusté tanto que me contrataron, y yo no supe negarme. Se ganaba muchísimo dinero. Y eso, para un chico que jamás había tenido nada, fue una tentación excesiva.
—Pero el dinero no da la felicidad.
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