lunes, 21 de agosto de 2017

Reencuentro Inesperado: Capítulo 53

Después de cenar, Pedro y Paula se sentaron en el sofá y estuvieron viendo las noticias. Era como si fueran una pareja normal.

—Siempre suelo ver las noticias —dijo él.

—Yo no.

—Vaya,  tenemos  incompatibilidad  televisiva  —bromeó—.  Si yo no veo las  noticias, me siento como si estuviera aislado del mundo.

Ella sonrió.

—¿Me acusas de distraerte?

—Desde luego, pero es una distracción maravillosa.

En ese momento,  justo  cuando  empezaban  a  besarse,  sucedió  algo  inesperado.  De repente, el presentador cambió a otra noticia y dijo:

—Y ahora, tenemos un reportaje especial sobre Pedro Alfonso...

Paula se quedó helada y miró la televisión.

—El  conocido abogado y soltero  de  oro  Pedro Alfonso fue  visto  anoche  en  el  restaurante  La  vie  en  rose,  uno  de  los  mejores  restaurantes  de  Boston,  en compañía  de  una  misteriosa  mujer.  El defensor de  ricos,  famosos  y  delincuentes se negó  a  contestar a las preguntas de la prensa y se marchó antes de que pudiéramos ver a su amiga.  Este  reportero se  pregunta si  Pedro Alfonso ha  perdido  repentinamente su conocida habilidad con las palabras. ¿Qué ocurre, Pedro?

Pedro apagó la televisión y miró a Paula, que no podía estar más confundida.

—Son buenas noticias. Tu secreto sigue a salvo —dijo él.

—Oh,  sí.  Pero no me  estaban fotografiando a mí,  sino a  tí. ¿De modo que eres un simple abogado  trabajador?  —preguntó  con  ironía—.  No lo creo,  Pedro.  ¿Quién  eres en realidad?

Pedro nunca había  necesitado tanto de sus  habilidades como  abogado.  Ahora debía encontrar la forma de hacerle comprender por qué había mantenido en secreto determinados aspectos de su profesión.

—Todo  el mundo  tiene derecho a ser defendido.  Precisamente por eso, el  Estado proporciona abogados a quien no se los puede pagar.

—Claro. Y supongo que  tú  puedes conducir  coches  carísimos  gracias  a  los  pobres que defiendes.

—Nunca tuve intención de acabar defendiendo a ricos y famosos. Mis objetivos eran bien distintos.

—¿Entonces, por qué lo haces?

—Irónicamente,  por  culpa  de  mis buenas notas.  Cuando estaba estudiando,  tuve  que  ponerme a trabajar  para  sobrevivir y un onocido  bufete me reclutó.  Les gusté tanto que me contrataron, y yo no supe negarme. Se ganaba muchísimo dinero. Y eso, para un chico que jamás había tenido nada, fue una tentación excesiva.

 —Pero el dinero no da la felicidad.

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