—Estaría encantado de corregir tu testimonio —dijo él—, pero una presentación directa, cara a cara, sería mucho más persuasiva. Sobre teniendo en cuenta lo bella que eres.
Ella sonrió.
—Mentiroso...
Pedro no podía creer que dudara de su propia belleza.
—Estoy diciendo la verdad.
—¿Realmente crees que sería mejor que prestara testimonio en persona?
—Por supuesto que sí. Y también soy absolutamente sincero al enfatizar la belleza de tu cara. Siempre has sido y siempre serás una mujer impresionante.Ella sonrió de nuevo. En los pocos días que llevaban juntos, había dejado de ser la mujer solitaria y herida de los meses anteriores. Las circunstancias la habían obligado a olvidar por un tiempo sus problemas personales y centrarse en los problemas de un amigo, del profesor Gerardo Harrison. Pero su cambio no se debía a eso, sino simplemente a la intervención de Pedro en su vida. Él era consciente de ello. Pero sabía que sus progresos eran lentos, difíciles; y temía que si Paula volvía a California, desandaran todo el camino. Tenía que permanecer allí.
—Se me ha ocurrido una idea alocada —dijo él.
—¿Alocada, dices? —preguntó, enarcando una ceja—. No me parece una buena forma de empezar, señor abogado...
—Bueno, si prefieres que lo plantee de otro modo, digamos que es una sugerencia brillante —puntualizó.
—Me parece mejor, sí. Te escucho.
Pedro suspiró. En los tribunales era capaz de enfrentarse a los jurados y resultar intimidante, pero no podía hacerlo con Paula. Debía ser tan sincero como le fuera posible. Aquello era demasiado importante para cometer un error.
—Yo vivo a dos horas de la universidad, como sabes. En una casa al otro lado de Boston.
—Ya.
—Es un lugar bastante grande. Con más espacio del que necesito.
—Comprendo.
—Y hay habitaciones de sobra...
—¿Me estás proponiendo lo que creo?
—Bueno, de hecho es tan grande que la habitación de invitados se encuentra al extremo opuesto del dormitorio principal —explicó—. Serías bienvenida si decidieras quedarte.
—No sé, Pedro, no estoy segura.
—Yo sí. Estaría encantado de tener un poco de compañía para variar. Además, los vecinos empiezan a desconfiar de ese tipo excéntrico que vive solo y habla solo.
—Oh, vamos...
Ella rió.
—Estoy hablando en serio. Bueno, casi.
—¿Estás seguro de que no sería una molestia para tí?
—Completamente.
Además, sólo serán diez días, tal vez menos. Pero si tienes otros compromisos...
—Para tener compromisos hay que tener una vida. Y yo no la tengo, ¿Recuerdas?
—Mira, cuando dije que...
—Olvídalo, no tiene importancia. Sé que tus intenciones son buenas.
—Entonces, ¿Me harás el favor y se lo harás al profesor de quedarte aquí hasta que me pueda reunir con Broadstreet? ¿Qué dices?
Ella sonrió.
—Gracias, Pedro. Estaré encantada de aceptar tu invitación.
—Excelente...
—Sólo espero que no te arrepientas más tarde —bromeó.
Al contemplar la dulce y maravillosa sonrisa de Paula, Pedro comprendió que su presencia en la casa iba a resultar peligrosa: la deseaba demasiado. Pero aquello era importante y no podía fallarle.
No hay comentarios:
Publicar un comentario