miércoles, 9 de agosto de 2017

Reencuentro Inesperado: Capítulo 30

—Estaría encantado de corregir tu testimonio —dijo él—, pero una presentación directa,  cara a cara, sería  mucho  más  persuasiva.  Sobre  teniendo  en  cuenta  lo  bella  que eres.

Ella sonrió.

—Mentiroso...

Pedro no podía creer que dudara de su propia belleza.

—Estoy diciendo la verdad.

—¿Realmente crees que sería mejor que prestara testimonio en persona?

—Por  supuesto  que  sí. Y también  soy  absolutamente  sincero  al  enfatizar  la  belleza de tu cara. Siempre has sido y siempre serás una mujer impresionante.Ella sonrió de nuevo. En los pocos días que llevaban juntos, había dejado de ser la  mujer  solitaria  y  herida  de  los  meses  anteriores.  Las  circunstancias  la  habían  obligado  a  olvidar  por  un  tiempo  sus  problemas  personales  y  centrarse  en  los  problemas de un amigo, del profesor Gerardo Harrison. Pero su cambio no se debía a eso, sino simplemente a la intervención de Pedro en su vida. Él  era  consciente  de  ello.  Pero  sabía  que  sus  progresos  eran  lentos,  difíciles;  y  temía que si Paula volvía a California, desandaran todo el camino. Tenía que permanecer allí.

—Se me ha ocurrido una idea alocada —dijo él.

—¿Alocada, dices? —preguntó, enarcando una ceja—. No me parece una buena forma de empezar, señor abogado...

—Bueno, si prefieres que lo plantee de otro modo, digamos que es una  sugerencia brillante —puntualizó.

—Me parece mejor, sí. Te escucho.

Pedro suspiró. En los tribunales era capaz de enfrentarse a los jurados y resultar intimidante, pero no podía hacerlo con Paula. Debía ser tan sincero como le fuera posible. Aquello era demasiado importante para cometer un error.

—Yo vivo a dos horas de la universidad,  como sabes.  En una casa al otro  lado  de Boston.

—Ya.

—Es un lugar bastante grande. Con más espacio del que necesito.

—Comprendo.

—Y hay habitaciones de sobra...

 —¿Me estás proponiendo lo que creo?

—Bueno, de hecho es tan grande que la habitación de invitados se encuentra al extremo   opuesto del  dormitorio principal —explicó—. Serías  bienvenida  si  decidieras quedarte.

—No sé, Pedro, no estoy segura.

—Yo sí. Estaría encantado de tener un poco de compañía para variar. Además, los vecinos empiezan a desconfiar de ese tipo excéntrico que vive solo y habla solo.

—Oh, vamos...

Ella rió.

—Estoy hablando en serio. Bueno, casi.

—¿Estás seguro de que no sería una molestia para tí?

—Completamente.

Además, sólo serán diez días, tal vez menos.  Pero si  tienes otros compromisos...

—Para  tener compromisos hay que tener una vida.   Y yo  no la  tengo, ¿Recuerdas?

—Mira, cuando dije que...

—Olvídalo, no tiene importancia. Sé que tus intenciones son buenas.

—Entonces, ¿Me harás el favor y se lo harás al profesor de quedarte aquí hasta que me pueda reunir con Broadstreet? ¿Qué dices?

Ella sonrió.

—Gracias, Pedro. Estaré encantada de aceptar tu invitación.

—Excelente...

—Sólo espero que no te arrepientas más tarde —bromeó.

Al contemplar la dulce y maravillosa sonrisa de Paula, Pedro comprendió que su  presencia  en  la  casa  iba  a  resultar  peligrosa:  la  deseaba  demasiado.  Pero  aquello  era importante y no podía fallarle.

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