Paula se quedó helada. No sabía qué diablos estaba haciendo allí el hombre que le había robado la confianza en sí misma, y gran parte de su vida, diez años atrás. Pero su presencia en el despacho sólo podía significar una cosa: que Pedro era su abogado.
—¿Es cliente tuyo? —preguntó.
Pedro quiso contestar, pero Lucas lo interrumpió.
—¿Dónde te habías metido, Paula? Oh, no me lo digas... Seguro que has estado con él, ¿Verdad?
—Y tú, Lucas, ¿Qué haces aquí? Oh, no me lo digas... ¿Te han acusado de violación, tal vez?
La sonrisa de Lucas desapareció y la miró con ojos entrecerrados.
—Es mi palabra contra la suya.
—Sí, por supuesto. Yo también tengo cierta experiencia sobre tus habilidades —espetó, sin dejarse intimidar.
—¿Me estás acusando de algo?
—Sí. Me violaste hace diez años. Eres culpable.
—Tú lo deseabas tanto como yo. No lo niegues ahora.
—Intenté resistirme y me violaste.
—Mentira. No te resististe. Tú...
—Cierra la boca, Lucas—intervino Pedro.
—¿Qué es esto? ¿Mi abogado se vuelve contra mí? Pero cómo es posible, con lo amigos que éramos en la universidad... —se burló—. ¿Sabes una cosa? Puedo demostrar que Paula miente al acusarme de violación. Tengo una cinta de vídeo que...
—¿De qué estás hablando? —preguntó ella, asustada.
—El señor Pedro Alfonso era un genio de la electrónica, ¿No lo sabías? Por eso lo invitamos a que se uniera a la fraternidad.
—¿Y?
—Que tu encantador amigo manipuló las cámaras de seguridad para que pudiéramos grabar en las habitaciones.
—Oh, Dios mío...
Pedro se acercó a Lucas y lo agarró por el cuello de la camisa.
—Ten cuidado con lo que dices, Lucas. Te lo advierto.
—Tranquilízate, abogado. Estoy seguro de que hay alguna ley que impide que un abogado ataque a su defendido.
—Eres un canalla.
Lucas sonrió.
—Hay cosas que no cambian. Sigues enamorado de Paula Chaves. Pero es una pena... por la forma en que te está mirando ahora, será mejor que te alejes de ella antes de que te desfigure la cara.
—Cierra la boca, Lucas.
—No hace falta que la abra —dijo, mirándolo con frialdad—. La cinta de vídeo es tan explícita que bastaría con entregársela a la prensa. Y eso será exactamente lo que haga si no me defiendes adecuadamente en la apelación.
Pedro apretó los puños y dijo:
—Pauli, creo que será mejor que salgas un momento. Tengo que hablar con Lucas y estas cosas deben quedar entre el abogado y su defendido.
Pedro la tomó del brazo, de un modo increíblemente dulce, y la acompañó a la puerta.
—Hablaremos cuando vuelva a casa continuó él.
—Ya no sé quién eres, Pedro. Y no quiero saberlo, francamente —dijo, conteniéndose a duras penas—. No quiero volver a verte nunca más.
Entonces, Paula se marchó dando un portazo. La súbita marcha de Paula transformó la ira de Pedro en algo distinto, en una mezcla de ira desatada y dolor que nunca había sentido.
—Mala suerte, amigo —dijo Lucas.
—En primer lugar, no me llames amigo. Y en segundo lugar, sé que no tienes ninguna cinta de vídeo.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo sé porque desconecté las cámaras cuando sospeché lo que estaban haciendo.
—¿Y eso fue antes, o después de que me acostara con Paula?
—Antes.
Pedro estaba jugando de farol. En realidad no podía recordar cuándo las había desconectado.
—Mira, Pedro, sospecho que ya no estás de mi lado.
—Nunca he estado de tu lado, Lucas.
—De modo que no me defendiste bien en el juicio... puede que por eso me declararan culpable.
—Te declararon culpable porque lo eres. Tú única salida ahora es que negociemos una condena más leve y...
—De eso, nada. Soy inocente. Ella quiso hacerlo conmigo, al igual que Paula.
—Mentiroso...
—Te diré una cosa, Alfonso. No estoy satisfecho con tus servicios. Creo que voy a recurrir el juicio y a denunciarte por malas prácticas profesionales.
—Adelante. Yo también te denunciaré.
—¿Con qué base? ¿Porque me acosté con tu novia?
—Por intento de extorsión.
Lucas entrecerró los ojos.
—Tengo entendido que Paula era una modelo famosa. Es una lástima que esa cicatríz haya acabado con su carrera.
—¿Adónde quieres llegar, Lucas?
—A que la cinta de vídeo existe y a que pienso usarla. Si no consigues que me declaren inocente, me encargaré de que tu amiguita no vuelva a trabajar.
Pedro ya no pudo controlarse por más tiempo. Sin poder evitarlo, lanzó el puño derecho a la cara de Lucas y lo derribó.
—Malnacido, me has roto la nariz... —dijo Hawkins desde el suelo.
—Me alegro. Y ahora, será mejor que te busques otro abogado.
Lucas se levantó.
—Te arrepentirás de esto.
—Me arrepiento de muchas cosas. Pero de librarme de tí, jamás.
—Vigila tu espalda, Alfonso. Quedas advertido.
Cuando Hawkins se marchó, Pedro se sentó en la butaca e intentó tranquilizarse. Todo se había estropeado. Paula ya no quería verlo, y lamentaba no haber encontrado la ocasión de contarle toda la verdad, como pretendía.Pero Hawkins tenía razón en una cosa: siempre había estado enamorado de ella, y no podía alimentar un amor con secreto y mentiras. Abandonar la defensa de aquel hombre era lo más inteligente que había hecho en mucho tiempo; permitir que Paula se marchara, lo más estúpido. Lamentablemente, estaba convencido de haberla perdido para siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario