Paula entró en la cocina. Pedro estaba sentado a la mesa, leyendo el periódico y tomándose un café. Ella tuvo la impresión de que no había hecho ningún ruido, pero él alzó la mirada y sonrió, consiguiendo que se estremeciera.
—Buenos días —dijo él.
—Sí, muy buenos días...
—¿Qué tal has dormido?
—Maravillosamente —confesó—. Mejor que en mucho tiempo.
—Me alegra oírlo. Tal vez se deba al ejercicio...
—Lo dudo —dijo ella, divertida.
—¿Lo dudas? Pues he oído que el ejercicio es una buena terapia para el insomnio —afirmó, mientras dejaba la taza de café sobre la mesa.
—Pero afortunadamente, yo no tengo insomnio.
Él se levantó y caminó hacia ella. El corazón de Paula se aceleró. Ahora se habían convertido en amantes, pero ella seguía sin estar preparada para dar el siguiente paso. Su vida era un desastre.
—Pedro, no estoy segura de que...
Pedro tomó la cafetera y preguntó:
—¿Quieres un café?
—Sí.
—¿Con leche y azúcar?
—Sí, gracias.
Pedro sacó una taza, sirvió el café y lo completó con la leche. Después, le dió el azucarero y dijo:
—Ponte lo que quieras.
—Muy bien.
—Sobre lo que acabo de decir, sobre eso de que no tengo tanta suerte como tú... sólo era una broma. He pensado que tal vez te ha parecido de mal gusto.
—En absoluto, Pedro. Me siento muy bien. Tú eres maravilloso, y lo de anoche fue... ni siquiera tengo palabras para expresarlo.
—¿Maravilloso también? —preguntó con una sonrisa.
—Sí, es verdad —dijo ella, repentinamente seria—. Mira, sé que yo he sido quien ha empezado todo esto, pero...
—Yo no tengo tanta suerte.
—¿Lo ves? Lo sabía. Te dije que te arrepentirías por la mañana.
—No se trata de eso. No se trata de tí, sino de mí. Sencillamente, no creo que debamos empezar algo que no podamos terminar.
Él la miró durante un buen rato antes de decir:
—Estoy de acuerdo contigo.
—¿En serio?
—Sí, claro —asintió.
Ella arqueó una ceja.
—Esto no es algún tipo de truco de abogado, ¿Verdad’? Me suena a treta de psicología inversa o similar.
—No, ni mucho menos. Sólo intento portarme bien.
—Si tú lo dices...
Por primera vez, Paula notó que Pedro iba vestido de modo informal, con unos vaqueros y un polo.
—¿Así es como se visten los abogados para ir a trabajar?
—Me he tomado unos días de vacaciones.
—Espero que no por culpa mía...
Él negó con la cabeza.
—No, es que terminé un caso difícil hace poco tiempo y... necesito un descanso.
—Magnífico. ¿Qué te parece entonces si te invito a desayunar?
—¿A desayunar? —preguntó, asombrado—. ¿En un bar?
—Claro.
—¿En público?
—Por supuesto.
—¿Estás segura?
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