Todas empezaron a moverse en círculo de nuevo y Aldana se introdujo con facilidad en la formación sin que el cuerpo le temblara, notó Pedro con satisfacción.
—¿Y qué pasa conmigo? —preguntó Paula—. ¿Qué debo hacer ahora?
Pedro la miró una vez más. Su mente veía todo lo que el albornoz tapaba. El cuerpo se le endureció.Por suerte también su resolución.
—Vete a casa.
¿Irse a casa?Nunca se atrevería a dar la cara en Collerville, Iowa, de nuevo. No después de haberse enfrentado con todo el mundo para irse a Nueva York. Paula se fue al pequeño vestuario y escuchó la seductora voz de barítono de Pedro Alfonso animando a las modelos a que se estiraran y nadaran. Igual que había hecho antes con ella.¡Oh, Dios! Se apretó las mejillas con las manos e intentó no sonrojarse. Pero era mucho pedir. Tenía todo el cuerpo sonrojado y ardiente. Si los sofocos eran algo así, esperaba que no le llegara la menopausia nunca. Aunque no creía llegar a tanto.Antes se moriría de vergüenza.Se puso la ropa interior y se deslizó el vestido por la cabeza jadeando como si hubiera recorrido una maratón. Le temblaban tanto las manos que apenas pudo abrocharse el vestido. Se metió los pies en las sandalias y ni siquiera intentó retocarse la pintura de labios. Estaba segura de que si lo hacía parecería una niña demente de tres años que se hubiera coloreado toda la boca.Así que por fin terminó. Ya estaba vestida. Armada para enfrentarse al mundo.Pero era incapaz de abandonar el vestuario.No podía salir al estudio. No se atrevía a enfrentarse a Pedro de nuevo.Se sentía mortificada.Y él se pondría furioso.¿Y por qué tenía que ponerse furioso?¡Era ella la que se había quitado la ropa! ¡Él simplemente le había pedido que lo hiciera!¿En que habría estado pensando ella? Bueno, la verdad era que no había pensado en nada. Eso era evidente. Si lo hubiera hecho, hubiera comprendido que un fotógrafo como Pedro no tendría ningún interés en fotografiar a una tonta temblorosa de Iowa, ¡por Dios bendito!Pero en aquel momento, mientras le pedía que se desnudara, recordó que su hermana Sonia le había dicho que Pedro podría pedirle que se pusiera en el lugar de la modelo mientras él medía las luces y escogía los planos. Bueno, ella le había entendido mal. Eso era todo.
—¡Y un cuerno!
Se le escapó una leve risita.La vergüenza la atenazaba, pero si era sincera, había una parte divertida en aquel suceso.
—¿Qué diablos diría David?
Por supuesto, nunca lo sabría porque ella no pensaba contárselo nunca. David Helton, su prometido, ya tenía bastantes reparos contra el trabajo de verano que había aceptado en «la gran ciudad perversa». Él seguía sin entender por qué necesitaba ir a Nueva York para nada.
—¿Nueva York? ¿Quieres ir a Nueva York? ¿Qué tienes que hacer allí para acabar corrompida? —le había preguntado más de una vez.
—Es una ciudad maravillosa y fascinante. Hay muchas cosas que ver y hacer y sólo quiero experimentarlas. No voy a corromperme —le había asegurado Paula.
—¡Y no lo había hecho! Pero aun así, él no necesitaba saber que se había paseado desnuda delante de su jefe.¡Nadie iba a enterarse de aquello!A menos que... tragó saliva. A menos que Pedro Alfonso se lo dijera. ¡Oh Dios, no!
—Besos, señoritas. Apreten esos labios —le oyó decir.
Se tapó la cara con las manos al recordar cómo lo había mirado ella a los ojos y había apretado los labios. ¡Dios bendito! Quería morirse.Entonces por fin escuchó:
—De acuerdo. Eso es todo. Muchas gracias. Creo que tenemos un material estupendo.
Al instante oyó a todas las modelos ponerse a charlar y a la pelirroja que había llegado al final con su sensual acento extranjero: Pedro , esto. Pedro aquello. Y Pedro respondía con naturalidad como si trabajara con mujeres desnudas todos lo días de la semana.Que por lo que Paula sabía, era lo que hacía. Escuchó el sonido de pisadas ahogadas al dirigirse las modelos a los vestuarios y una de ellas llamó a su puerta.
—No... estoy lista —consiguió decir Paula.
Los dedos le temblaban menos, así que terminó de abrocharse el vestido hasta el cuello. Entonces se deslizó las palmas a ambos lados, se apretó el cinturón e inspiró con fuerza para calmarse.Intentó parecer sensata y competente. Y lo parecía salvo por el sonrojo y el pelo agitado.