miércoles, 28 de febrero de 2018

Inevitable: Capítulo 5

—Sí, por supuesto —por fin Pedro pudo apartar los ojos de Paula Chaves—. De acuerdo.  Tomenlo  con  tranquilidad.  Ya  saben  lo  que  hay  que  hacer  —les  dijo  a  las  demás modelos.

Todas  empezaron  a  moverse  en  círculo  de  nuevo  y  Aldana se  introdujo  con  facilidad en la formación sin que el cuerpo le temblara, notó Pedro con satisfacción.

—¿Y qué pasa conmigo? —preguntó Paula—. ¿Qué debo hacer ahora?

Pedro la  miró  una  vez  más.  Su  mente  veía  todo  lo  que  el  albornoz  tapaba.  El  cuerpo se le endureció.Por suerte también su resolución.

—Vete a casa.

¿Irse a casa?Nunca se atrevería a dar la cara en Collerville, Iowa, de nuevo. No después de haberse enfrentado con todo el mundo para irse a Nueva York. Paula se  fue  al  pequeño  vestuario  y  escuchó  la  seductora  voz  de  barítono  de  Pedro Alfonso animando a las modelos a que se estiraran y nadaran. Igual que había hecho antes con ella.¡Oh, Dios! Se apretó las mejillas con las manos e intentó no sonrojarse. Pero era mucho pedir. Tenía todo el cuerpo sonrojado y ardiente. Si los sofocos eran algo así, esperaba que no le llegara la menopausia nunca. Aunque no creía llegar a tanto.Antes se moriría de vergüenza.Se  puso  la  ropa  interior  y  se  deslizó  el  vestido  por  la  cabeza  jadeando  como  si  hubiera  recorrido  una  maratón.  Le  temblaban  tanto  las  manos  que  apenas  pudo  abrocharse el vestido. Se metió los pies en las sandalias y ni siquiera intentó retocarse la pintura de labios. Estaba segura de que si lo hacía parecería una niña demente de tres años que se hubiera coloreado toda la boca.Así que por fin terminó. Ya estaba vestida. Armada para enfrentarse al mundo.Pero era incapaz de abandonar el vestuario.No  podía  salir  al  estudio.  No  se  atrevía  a  enfrentarse  a  Pedro de  nuevo.Se sentía mortificada.Y él se pondría furioso.¿Y por qué tenía que ponerse furioso?¡Era ella la que se había quitado la ropa! ¡Él simplemente le había pedido que lo hiciera!¿En que habría estado pensando ella? Bueno,  la  verdad  era  que  no  había  pensado  en  nada.  Eso  era evidente.  Si  lo  hubiera  hecho,  hubiera  comprendido  que  un  fotógrafo  como  Pedro no  tendría  ningún  interés  en  fotografiar  a  una  tonta  temblorosa  de  Iowa,  ¡por  Dios  bendito!Pero  en  aquel  momento,  mientras  le  pedía  que  se  desnudara,  recordó  que  su  hermana Sonia le había dicho que Pedro podría pedirle que se pusiera en el lugar de la  modelo  mientras  él  medía  las  luces  y  escogía  los  planos.  Bueno,  ella  le  había  entendido mal. Eso era todo.

—¡Y un cuerno!

Se le escapó una leve risita.La  vergüenza  la  atenazaba,  pero  si  era  sincera,  había  una  parte  divertida  en  aquel suceso.

—¿Qué diablos diría David?

Por  supuesto,  nunca  lo  sabría  porque  ella  no  pensaba  contárselo  nunca.  David  Helton,  su  prometido,  ya  tenía  bastantes  reparos  contra  el  trabajo  de  verano  que  había  aceptado  en  «la  gran  ciudad  perversa».  Él  seguía  sin  entender  por  qué  necesitaba ir a Nueva York para nada.

—¿Nueva  York?  ¿Quieres  ir  a  Nueva  York?  ¿Qué  tienes  que  hacer  allí  para  acabar corrompida? —le había preguntado más de una vez.

—Es una ciudad maravillosa y fascinante. Hay muchas cosas que ver y hacer y sólo quiero experimentarlas. No voy a corromperme —le había asegurado Paula.

—¡Y  no  lo  había  hecho!  Pero  aun  así,  él  no  necesitaba  saber  que  se  había  paseado desnuda delante de su jefe.¡Nadie iba a enterarse de aquello!A menos que... tragó saliva. A menos que Pedro Alfonso se lo dijera. ¡Oh Dios, no!

—Besos, señoritas. Apreten esos labios —le oyó decir.

Se tapó la cara con las manos al recordar cómo lo había mirado ella a los ojos y había apretado los labios. ¡Dios bendito! Quería morirse.Entonces por fin escuchó:

—De  acuerdo.  Eso  es  todo.  Muchas  gracias.  Creo  que  tenemos  un  material  estupendo.

Al instante oyó a todas las modelos ponerse a charlar y a la pelirroja que había llegado al final con su sensual acento extranjero: Pedro , esto. Pedro aquello. Y  Pedro respondía  con  naturalidad  como  si  trabajara  con  mujeres  desnudas  todos lo días de la semana.Que por lo que Paula sabía, era lo que hacía. Escuchó el sonido de pisadas ahogadas al dirigirse las modelos a los vestuarios y una de ellas llamó a su puerta.

—No... estoy lista —consiguió decir Paula.

Los  dedos  le  temblaban  menos,  así  que  terminó  de  abrocharse  el  vestido  hasta  el  cuello.  Entonces  se  deslizó  las  palmas  a  ambos  lados,  se  apretó  el  cinturón  e  inspiró con fuerza para calmarse.Intentó parecer sensata y competente. Y lo parecía salvo por el sonrojo y el pelo agitado.

Inevitable: Capítulo 4

—¡Por zupuezto que debo eztar aquí!

Pero Pedro prosiguió sin escucharla:

—Entonces hay alguien que no debe estar.

Todas se volvieron al unísono a mirar a Paula.Ella cruzó los brazos sobre los senos y se ocultó detrás de una mesa. Su cara y todo su cuerpo estaban tan rojos como el pelo de Aldana. Si antes se había sonrojado, no era nada comparado con lo de ahora.

—¡Tú no eres modelo!

Pedro entrecerró los ojos y la miró con gesto acusador.

—¿Modelo? ¡Por supuesto que no!

Aquello era lo último que esperaba oírle decir. Si se suponía que no debía estar allí, imaginaba que había intentado colarse para hacerse un nombre y aprovecharse. Ya le había pasado otras veces. Frunció el  ceño  sorprendido  de  la  inmediata  negativa.  Si  no  era  modelo,  ¿Qué  estaba haciendo allí y por qué se había desnudado?

—¿Quién eres tú?

—Ya te lo he dicho —sonaba ya casi desesperada—. Soy Paula. Paula Chaves. Tu hermana me envió.

—¿Sonia? ¿Que Sonia te ha enviado?

Ella sacudió la cabeza. Tras sus brazos, notó que también sus senos se agitaban. Pedro cerró los ojos.Cuando los abrió fue para verla ponerse apresurada uno de los albornoces que había tirados sobre la mesa.

—Sí,  me  envió  Sonia.  Para trabajar para  tí.  Durante  el  verano.  Para  ser  tu  asistente.

—Asistente —repitió  Pedro  como  sí  no  hubiera  escuchado  aquella  palabra  en  su  vida.

—Sí, me dijo que tú habías aceptado. ¿No es cierto?—Pedro apretó los dientes.

—Puede.

—¿Sólo puede?

—Supongo que debo haberlo hecho —murmuró él.

Pero sólo porque aceptaba cualquier cosa que Sonia le pidiera. Le debía mucho a su  hermana. Sus  padres  habían  muerto  cuando  Sonia tenía  veinte  años  y  ella  prácticamente  lo  había  criado  abandonando  la  universidad  para  poder  hacer  un  hogar  para  los  dos.  Y  después  había  trabajado  duro  para  mandarlo  a  él  a  la  universidad. Lo había apoyado y había creído en él toda su vida. Y él no podía negarse a nada de lo que le pidiera.Pero  a  veces,  cuando  realmente  no  le  apetecía  hacer  algo,  se  lo  había  dejado  saber por el tono de voz y ella nunca lo había presionado. Hasta ese momento.Con  furia  creciente,  aunque  no  sabía  si  estaba  enfadado  con  Sonia,  con  Paula o  consigo mismo, le gritó.

—Si  se  supone  que  debes  ser  mi  asistente,  ¿Qué  diablos  haces  quitándote  la  maldita ropa?

—¡Me lo dijiste tú!¿Era así de fácil?, pensó estupefacto Pedro.

—¿O  sea  que  si  te  encuentras  a  alguien  por  la  calle  y  te  dice  que  te  quites  la  ropa, lo haces en el acto?

—¡Por supuesto que no!  —su  cara estaba  ahora  escarlata,  notó  Pedro con   satisfacción—. Pero  cuando  Sonia me  dijo  que  podía  venir  me  recalcó  que  hiciera  lo  que me dijeras, que estaba obligada a hacer todo lo que me pidieras.

Sus miradas se clavaron.Pero ella no apartó la suya. Era valiente, tuvo que reconocer Pedro. Paula estaba respirando con tanta agitación que casi podía ver sus senos alzarse por  debajo  de  la  suave  tela  de  toalla.  Recordó  como  un  fogonazo  cómo  eran  desnudos.Tan rubia como era, Paula Chaves no tenía la piel de una rubia. Sus senos eran de un cálido color miel y los pezones de un rosa polvoriento.

—¿Por qué uzaz a eza chica? —la mirada de Aldana se deslizó de Pedro a Paula con gesto acusador—. ¡No puedez uzar a eza chica! ¡Yo zoy la número ziete!

Se plantó las manos en las caderas y lo miró con furia.

—Aldana... —empezó Pedro para aplacarla.

Ella le tomó la cara entre las manos y le plantó un beso en la boca.

—Empezamoz de nuevo, ¿Verdad? Perdonaz a Aldana por llegar tarde, ¿zí?

—Sí —respondió  Pedro de   forma   automática   sin   dejar de   mirar  a  Paula paralizado.—¡Pedro!

Él ladeó la cabeza hacia ella.

—¿Eh!La modelo pateó el suelo con el pie desnudo.

—¿Empezamoz ya?

Inevitable: Capítulo 3

Pedro bajó  la  cámara   y  parpadeó   con   incredulidad.   Nunca   había   visto   sonrojarse un cuerpo entero. Estaba sorprendido, intrigado y encantado. Bueno no, no encantado. Eso era llevar las cosas demasiado lejos. Pedro Alfonso no  se  dejaba  encantar  por  las  mujeres.  No  se  había  dejado  desde... Apartó aquella idea de la cabeza.

—Deja de temblar —le ordenó—. O tendré seis preciosas mujeres y un borrón.

—Lo... lo siento.

Pero seguía temblando. Pedro sacudió la cabeza y levantó la cámara de nuevo. Disparó. Se movió. Dirigió.

—Naden—les  dijo—.  Con  movimientos  suaves  y  lánguidos  sobre  la  cabeza.  Como si estuvieran en el agua.

Ellas nadaron con brazadas suaves y se pusieron de puntillas. Flotaron.Paula se bamboleó.Gib apretó los dientes .Apartó la vista hacia las otras mujeres. Se movieron y Paula entró en su campo de visión de nuevo. Se aclaró la garganta e intentó buscar un ritmo.

—Veamos esos labios. Apreten los labios. Besos. Quiero besos.

Y que lo ahorcaran si Paula no lo miró a él directamente con la cara y el cuerpo sonrojados y los labios besando. Pedro lanzó una exclamación.

—No  a  mí, corazón  —dijo  con  un  tono  de  voz  levemente  estrangulado—. Quiero perfiles. Besa a tu amante. Porque tendrás un amante, ¿No?¡Uau!

El sonrojo había vuelto con venganza. Una pena que el carrete no fuera en color. Había un resplandor rosado increíble. Pedro exhaló  el  aliento  y  se  secó  las  palmas  humedecidas  en  los  pantalones.  Concéntrate, maldita sea, se regañó asimismo. Y se estaba concentrando, ése era el problema. «¡No te concentres en ella!».Intentó  no  hacerlo.  Se  movió,  se  arrodilló  e  intentó  ignorar  la  insistencia  de  su  cuerpo. Dirigió la cámara a las siete mujeres, pero sin remedio, el aparato encontraba a Paula.Intentó  recordar  todas  las  poses  que  había  planeado,  pero  tenía  la  mente  en  blanco.  Bueno, no, no realmente  en  blanco.  Definitivamente  tenía  muchas  curvas  en  su mente. Y un cuerpo muy concreto. Un cuerpo muy sexy.Un  cuerpo  real.  Al  contrario  que  las  otras  seis,  Paula parecía  responder  a  sus indicaciones  con  algo  más  que  con  los  músculos.  Era  abierta  y  sin  reservas.  Él  decía«amante» y ella se sonrojaba. Decía «beso» y se notaba el anhelo en su expresión.

—Sí —dijo Pedro—. Sí... Así. Más. Dame más, corazón.Todas lo miraron.

—Eh, corazones —se corrigió sonriéndolas a todas.

Pero miraba a Paula.Ella se estremeció y se sonrojó. Sus senos se bambolearon.Entonces se oyó una conmoción en la oficina exterior.

—¡No  puede  entrar  ahí!  —era  la  voz  de  Eliana—.  ¡Por  supuesto  que  puedo.  Llego tarde! —contestó la otra voz.Y entonces se abrió la puerta y Aldana, una top model con la que había trabajado muchas veces, irrumpió en la sala.

—¡Ah, Pedro! Lo ziento tanto! El tazi. ¡Ze eztropeó. El conductor. ¡Dijo que no podía ir zin pagar! ¡No llevar donde quiero ir! ¡No pago! ¡Entonzez me agarró! ¡Grité que  me  eztaba  raptando!  Dijo  que  lo  eztaba  eztafando.  ¡Ezos  polizías!  ¡No  me  ezcucharon. Creez que harían cazo a una chica bonita, ¿Verdad? ¡Puez no! ¡Ezcuchan a un eztúpido tazizta!

Y  mientras  soltaba  todo  el  monólogo,  Aldana iba  despojándose  de  la  ropa.  Primero  el  minúsculo  top  seguido  del  diminuto  sujetador.  Alzó  un  pie  y  salió  una  sandalia seguida de la otra. Se desabrochó entonces la minifalda y la deslizó por sus estrechas caderas y piernas largas como un árbol.

—¡Te digo que eza polizía no zabe nada de nada!

Para hacer hincapié en su declaración, se quitó las bragas y las tiró por los aires. Entonces alzó los brazos y sonrió a Pedro.

—Empezamoz ya, ¿No? ¡Eztoy lizta!

En el silencio que siguió, Pedro mantuvo la boca cerrada. Era  consciente  de  Aldana,  desnuda  y  magnífica  en  el  centro  de  la  habitación,  rodeada de las demás mujeres. Entonces deslizó la  mirada despacio  de  un  cuerpo  a  otro.  De  una  cara  a  otra.  Ellas  lo  miraron  a  él  y  después  a  las  demás.  Sus  ojos  parecían  estar  haciendo  lo  mismo que los de él. Contar. Una. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis... Sus ojos se clavaron en Paula. Trémula, bamboleante y sonrojada. Siete. Y Aldana hacía... La número ocho.¿Ocho?

—Espera un minuto. Aquí hay una equivocación. Si se supone que Aldana debe estar aquí...

Inevitable: Capítulo 2

No  era  mala  idea.  Una  sonrisa  especuladora  asomó  a  los  labios  de  Gibson. Podría hacer algo bueno con aquello.

—¿Cómo te llamas? —preguntó.

—Paula.

La chica batió los párpados con gesto de que él debería saberlo. Pedro enarcó  las  cejas.  ¿Iba  a  ser  una  de  aquellas  arrogantes?  ¿Una  de  esas  modelos, que hacían tres trabajos, quizá consiguieran alguna portada en alguna parte y  esperaban  que  las  conociera  ya  todo  el  mundo?  No  soportaba  a  las  prima donnas, incluso aunque sus aviones se retrasaran.

—Bueno, Paula, ya que has llegado, desvístete y empecemos a trabajar.

Los  ojos  azul  violeta  parecieron  salírsele  de  las  órbitas.  Abrió  la  boca  pero  no  dijo una sola palabra. Sólo lo miró alucinada mientras se sonrojaba con violencia.

—No me dijeron... no me dijeron... esto.

Paula tragó saliva y miró a su alrededor con frenesí parpadeando al ver a una mujer desnuda tras otra.Generalmente  la  modelos  que  llevaban  un  tiempo  en  la  profesión  se  paseaban  sin  ninguna  vergüenza  sin  siquiera  una  tirita  encima.  Todas  habían  visto  a  tanta  gente desnuda que estaban demasiado maduras como para importarles. Pero, en ese momento, bajo la mirada alucinada de Paula, Pedro notó que el pudor iba en aumento. Al minuto siguiente todas saldrían corriendo en busca de su ropa. Apretó los dientes antes de plantar una sonrisa en su cara.

—Bueno, supongo que puedes  irte  —dijo  en  tono  almibarado  mirándola  a  los  ojos—. Puedes volver a tomar ese avión para volver a tu casa o hacer el trabajo para el que te han contratado.

Hubo  un  silencio  mortal.  Ella  pareció  dejar  de  respirar  antes  de  lanzar  un  gemido. Se humedeció el labio con la lengua con gesto de indecisión y Pedro casi pudo leer un pánico fugaz en su expresión.¡Dios bendito! ¿Qué les habría poseído para contratar a aquélla?Y entonces, con un desesperado vaivén, ella asintió.

—¿Do... dónde me... me cambio?

—Yo  te  enseñaré

—Cecilia,  la  peluquera  de  pelo  violeta,  le  sonrió  para  darle  ánimos y señaló con los dedos cargados de anillos—. Por ahí.

Paula tragó saliva una vez más y dirigió una mirada de soslayo en dirección a los   vestuarios   en   el   otro   extremo   del   estudio.   Pedro  hubiera  jurado  que  había  escuchado cómo le castañeteaban los dientes al pasar. En los doce años anteriores,  había fotografiado a muchas mujeres. A su cámara le gustaban. Trazaba sus líneas, sus curvas, sus sonrisas, sus pucheros. Y los transformaba  en  arte.  Eso  había  convertido en  uno  de  los  fotógrafos  más  cotizados del mundo de la publicidad. Y en el aspecto profesional estaba satisfecho.


Personalmente no podía haberle importado menos.Tampoco le importaban las mujeres. Pedro no se involucraba con las mujeres a las  que  fotografiaba.  Para  él  no  eran  más  que  luces  y  sombras,  curvas  y  ángulos,  elevaciones y hondonadas.Sólo  se  concentraba  en  la  geometría  de  la  lente  y  del  cuerpo.  Nada  personal.  Aquellas mujeres desnudas podrían haber sido igualmente viejos neumáticos u hojas otoñales.  Para  él  todas  ellas  eran  objetos  intercambiables  y  había  sido  así  durante  años. Hasta que Paula salió del vestuario esa tarde. No era sólo una curva o un ángulo, una luz o una sombra. Era una persona. Viva y respirando... Y trémula.Y lo volvió loco.

—De  acuerdo.  Adelante  —dijo  dirigiéndole  apenas  una  mirada  mientras  se  situaba entre las demás modelos—. En círculo ahora... muy bien... alzen los brazos, como alcanzando algo. Y  los  brazos  de  siete  mujeres  se  alzaron  sobre  sus  cabezas.  Siete  mujeres  se  estiraron como queriendo alcanzar algo. Seis se movieron con suavidad, con gestos flotantes y cuerpos ondulados.La séptima estaba temblando. Pedro bajó la cámara.

—Paula. Estírate.

Ella le dirigió una fugaz mirada de desesperación y asintió. Se pasó la lengua por los labios y se enderezó.

—Haz como que alcanzas algo —ordenó él.

Paula lo hizo. Su pelo se agitó. Y sus senos también. Y  a  Pedro se  le  secó  la  garganta  y  se  le  humedecieron  las  manos.  El  cuerpo  se  le  puso duro como si fuera un adolescente, ¡Por Dios bendito!Él  había  visto  cientos  y  miles  de  senos  antes.  Probablemente  habría  visto  más  senos de mujer en los doce años anteriores que la mayoría de los hombres en toda su vida.Pero la mayoría de los senos que él había visto no se... se pasó la lengua por los labios... bueno, no se agitaban.Los otros miles de senos que él había fotografiado habían sido firmes, erectos y casi de plástico.Los de Paula eran más... voluptuosos. Sin el vestido, era una Marilyn desnuda. Cerró los ojos y apartó aquella idea de su mente. Pero al momento los abrió y su mirada se dirigió de forma inconsciente hacia ella.

—¡Alcanza  algo!  —y  cuando  lo  hizo  y  se  bamboleó,  él  bramó—.  He  dicho  alcanzar, no embestir. Como si estuvieras buscando a tu amante.

Todo el cuerpo de ella se sonrojó.

Inevitable: Capítulo 1

Había  seis  mujeres  desnudas  en  el  campo  de  visión  de  Pedro Alfonso.  Eran  mujeres delgadas y atractivas, de largas piernas, suaves muslos y senos erectos.Y  en  lo  único  que  podía  pensar  era  en  dónde  diablos  se  habría  metido  la  séptima. Miró su reloj, tamborileó con los dedos y apretó los dientes.

—¿Dónde está? —murmuró por décima vez desde la media hora anterior.¿Cómo  iba  a  sacar  las  fotos  para  la  nueva  fragancia  llamada  Siete  si  sólo  tenía  seis mujeres?

—¿Podemos empezar? —gimió una de las mujeres desnudas.

—Tengo frío —se quejó otra abrazándose.

—Y  yo  calor  —ronroneó  una  tercera  batiendo  las  pestañas  en  un  intento  evidente de ponerle a él caliente también.

Pero cualquier elevación de la temperatura de su cuerpo tenía más que ver con la irritación que con cualquier intento de seducción de una mujer, pensó Pedro. Para dejarlo  claro,  le  frunció  el  ceño  y  al  instante  la  chica  se  ocultó  bajo  un  reflector  para  evitar su mirada.

—Pedro, tengo la nariz brillante —se quejó después otra al mirarse en el espejo poniendo cara de conejo.

«No  van  a  mirarte  la  nariz,  cariño»,  estuvo  tentado  de  decirle  Pedro.  Pero  él  era  un  profesional.  Aquello  era  arte,  al  menos  bajo  el  aspecto  comercial.  Así  que  lo  único que hizo fue avisar a Melina, la chica de maquillaje.

—Melina, empólvale la nariz.

Melina le  empolvó  la  nariz  junto  con  las  mejillas  de  otra  de  las  chicas.  Cecilia,  la  peluquera, agitó por centésima vez el pelo a todas.Pedro tamborileó con los dedos y le gritó a Eliana, la directora de estudio, que averiguara quién era la chica que faltaba.Lo que quería decir era que quién era el culpable.Si por él fuera, Pedro prefería escoger a sus propias modelos, a las que conocía y sabía que eran de confianza, profesionales y puntuales.Pero él no había elegido a ninguna de aquéllas. Lo había hecho el cliente.

—Queremos  un  poco  de  todo  —le  había  dicho  el  representante  de  publicidad  por teléfono—. Todas guapas, por supuesto, pero no modelos típicas.

Pedro había  lanzando  un  bufido,  pero  había  entendido  lo  que  quería  el  representante.¡Siete! Según el guión que le habían dado, se suponía que el perfume tenía que atraer  a  todas  las  mujeres.  Así,  todas  las  mujeres,  al  menos  las  guapas,  se  sentirían  representadas  en  el  anuncio.  En  otras  palabras,  no  querían  modelos  de  pelo  oscuro, con expresiones duras, pómulos salientes y labios abultados.

—Algunas  altas  y  otras  bajas.  Pelos  rizados  y  lisos.  Y  variedad  de  grupos  étnicos. Algo osado y directo. Ya te las enviaremos —había dicho el representante.

A  Pedro le  parecía  bien.  No  le  importaba  a  quién  le  enviaran  siempre  que  pudiera llegar a tiempo.Pero parecía que una de ellas no había podido.Se  paseó  irritado.  Las  chicas  también  estaban  impacientes  y  agitadas  y  el  ambiente, que debía ser alegre, se estaba haciendo sombrío.Y entonces, de repente, oyó a Eliana decir:

—Sí, sí. Te está esperando. Entra directamente.

La puerta se abrió. Despacio y con cautela. No era para menos, pensó Pedro.

—Ya era hora —bramó a la joven que apareció en el umbral—. Se suponía que ya debía estar aquí hace un buen rato.

Ella  parpadeó  y  sus  ojos  de  un  azul  tan  intenso  que  eran  casi  violetas  se  pusieron  como  platos.  Pedro sacudió  la  cabeza.  Los  idiotas  de  publicidad  de  nuevo.  Sabían   que   las fotos iban a ser   en   blanco y  negro,  así  que  aquellos  ojos  se  desperdiciarían.

—Mi avión se retrasó.

¿Avión?  ¿Sería  alguna  famosa  modelo  de  la  costa  oeste  que  él  no  conocía?  ¿La  última super estrella de Los Angeles? Pedro frunció el ceño y la estudió con más atención intentando averiguar qué era  lo  que  habrían  visto  en  ella.  Se  suponía  al  menos  que  él  era  un  experto  en  mujeres.La miró más de cerca. La  señorita  azul-violeta  parecía  una  caricatura  del  modelo  de  chica  americana  de los cincuenta. Estaba en mitad de la veintena, un poco mayor del «bomboncito del mes» que normalmente le endosaban. Tampoco era especialmente alta ni era usual en lo referente a las curvas. Él había visto carreteras de Nebraska con más curvas que las modelos  típicas.  Ésta  parecía  más  una  mujer  real  por  lo  que  se  adivinaba  bajo  el  camuflaje de su vestido camisero.¿Quién  diablos  llevaba  un  vestido  camisero  en  una  profesión  como  aquélla?  ¿Quién  se  ponía  un  vestido  camisero  en  Nueva  York  en  estos  tiempos?  Con  su  pelo  ondulado  y  rubio  y  labios  jugosos,  parecía  una  réplica  discreta  y  pudorosa  de  Marilyn Monroe. Quizá  fuera  eso  lo  que  habían  visto  en  ella,  el  potencial  de  convertirse  en  algo  más:  con  ponerse  unas  gotas  de  Siete  una  mujer  podría  convertirse  de  las  siete  virtudes en los siete pecados.

Inevitable: Sinopsis

Pedro Alfonso sólo había aceptado emplear a Paula como un favor. Él no tenía tiempo para hacer de niñera de una chica de pueblo. Entonces, ¿Por qué se sentía atormentado por la tímida belleza de Paula y enfurecido porque ella ni siquiera se fijara en él?

Paula no se atrevía a fijarse en Pedro. Primero, porque ella estaba prometida a otro hombre y, segundo, porque él era atractivo como un pecado y un soltero empedernido.
Cuando el destino los reunió, la cuestión fue quién estaba seduciendo a quién…

lunes, 26 de febrero de 2018

Lo Inesperado: Capítulo 67

—Ven aquí, Pedro.

Él no se movió.

 —Nunca me he permitido a mí mismo amar a nadie porque no podía soportar la idea de  que me  abandonaran  otra  vez. Por  eso  siempre  era  yo  quien  terminaba  con  las  relaciones. Por eso nunca he querido tener un hijo... Y entonces apareciste tú —dijo, volviéndose. Todo  el  dolor  de  su  traumática  infancia  estaba  en  sus  ojos—. Tú  eres  todo  lo  que  yo  había  soñado. Fuerte,  inteligente,  femenina,  preciosa,  compasiva... y tantas cosas más. Te deseaba tanto...

—Yo también, Pedro.

—La  noche  que  hicimos  el  amor,  eras tan  cálida,  tan  inocente,  que  sólo  quería  abrazarte y protegerte. Nunca había sentido eso por nadie.

—Y te dió miedo.

—Más que eso —intentó sonreír Pedro—. De repente, me sentí vulnerable. Y no estoy acostumbrado a esa sensación.

Paula sintió  que  su  corazón  se  llenaba  de  amor.  Le  estaba  costando  un  gran  esfuerzo  hacer aquella confesión y ella se lo agradecía infinito.

—Y entonces descubriste que yo estaba embarazada.

—Sí. Y me pareció que la tierra se abría bajo mis pies.

—No fue culpa tuya.

—Claro  que  lo  fue.  Prácticamente,  te  seduje. Estuve  tonteando  contigo  hasta  que  tú  también  empezaste  a  sentir  curiosidad.  Estaba  tan  loco  por  tí  que  sólo  podía  pensar  en tenerte entre mis brazos.

—No me sedujiste, Pedro.

—Eras virgen, Paula.

—Pero sabía lo que estaba haciendo.

—Quizá.  No lo sé  —murmuró  él,  volviéndose  de  nuevo  hacia  la  ventana—. En cualquier  caso,  de  repente  tú  estás  embarazada  y  yo  me  he  visto  obligado  a  enfrentarme con todos los sentimientos que he mantenido guardados durante años.

—No tienes que...

—¡Por favor, Paula, no digas eso! ¡Es mi hijo!

—Pero tú no lo quieres.

 —Claro que lo quiero. No quiero que ese niño crezca sin saber quién es su padre.

Los  ojos  del  hombre  quemaban  los  suyos  y  Paula sintió  que  su  corazón  se  partía. ¿Cómo  podría  soportarlo?  ¿Cómo  podría  verlo  ocasionalmente  con  su  hijo, sin  que  Sean fuera suyo? Sería una tortura, pero no podía negarle sus derechos como padre.

—No impediré que veas a tu hijo, Pedro. Yo no soy así.

 Él la contempló en silencio durante unos segundos.

—No estoy hablando sobre derechos de visita, Paula.

 Ella se puso pálida. ¿No querría decir...?

—¿No pensarás quitarme a mi hijo?

—¿Quitarte...? ¡Por Dios bendito, Paula! ¿Qué clase de hombre crees que soy?

—Yo...

—Déjalo, no lo  digas.  No he hecho  nada  para  que  tengas  una  buena  opinión  de  mí, ¿Verdad?  Primero te seduzco,  después  te  digo  que  no  quiero  compromisos  y  más  tarde te acuso de querer atraparme. Es lógico que no quieras casarte conmigo.

—Pedro, yo...

—No,  deja  que  termine  —la  interrumpió  él,  aclarándose  la  garganta—. Sé  que  piensas  que  no  soy  capaz  de  comprometerme,  pero  te  equivocas.  No  sabía  lo  quesentía por tí hasta esta noche. Sólo sabía que si te pasaba algo, lo habría perdido todo. Para siempre.

—Pedro...

—Tú has dicho que me quieres, Paula. ¿Lo dices de verdad?

—Claro que sí —murmuró ella, nerviosa.

—Yo  también  te  quiero  —dijo  Pedro entonces,  tomando  su  cara  entre  las  manos—. Nunca le he dicho esto a otro ser humano antes en mi vida. Nunca me he permitido a mí  mismo  amar  a  alguien,  pero  contigo  no  lo  puedo  evitar.  Tenías  razón  cuando  dijiste que yo no me arriesgaba. No suelo hacerlo, pero contigo no tuve elección. Esta noche me he dado cuenta.

 Los ojos de Paula se habían llenado de lágrimas.

—¿Me quieres?

—Con locura.

—¿Quieres casarte conmigo?

—Voy  a  casarme  contigo  te  guste  o  no  —sonrió  Pedro—. Eres  muy  arriesgada  y  alguien tiene que cuidar de tí.

 Paula se secó las lágrimas con la manga del jersey.

—No quiero que pienses que quería atraparte.

 —Pero  lo  has  hecho  —murmuró  él—. Estoy  absolutamente  atrapado. Y  no  quiero  que me sueltes nunca.

—Nunca —sonrió Paula, con el corazón acelerado—. Te quiero, Pedro.

—Lo sé. Y voy a hacer que me lo pruebes... muchas veces.

—Pero tú nunca te has quedado en un sitio...

—Y  no  me  imagino  trabajando  en  urgencias  para  siempre,  es  verdad.  Pero  hemos  tenido  suerte.  Guillermo Roberts  ha  pedido  un  traslado  y  queda  libre  el  puesto  de  traumatólogo, así que...

—Eso sería maravilloso.

—No —murmuró Pedro,  muy  serio—. Maravilloso  sería  casarme  contigo. Y  aún  no  me has dado una respuesta.

—¿No? —rió ella.

—¿Qué dice, doctora Chaves? —susurró él, enterrando la cara en su pelo—. ¿Quiere arriesgarse conmigo?

—Déjeme  pensarlo  un  momento,  doctor  Alfonso... —empezó  a  decir  Paula—. La respuesta es sí. Creo que merece la pena arriesgarse.




FIN

Lo Inesperado: Capítulo 66

—Haber quedado embarazada. No estaba intentando atraparte.

Pedro apretó los dientes.

—No pienses en eso ahora. Hablaremos más tarde.

—No quiero casarme contigo, Pedro.

El hombre apartó la mirada.

—¿Estamos listos? Ya podemos bajar.

 Nadie  hablaba  mientras  descendían.  Todos estaban  demasiado  concentrados  en  no  perder pie. Una hora después, Paula  estaba tumbada en la clínica. El médico de guardia, Guillermo Roberts, la examinó. Pedro no se apartó de su lado.

—No tienes nada. Sólo ha sido un mareo.

—¿Puedo dormir en mi casa o tengo que quedarme aquí esta noche?

—¿Se quedará alguien contigo?

—Yo me quedaré con ella —dijo Pedro.

—En ese caso, de acuerdo. Puedes irte a casa.

—Hay otra cosa. Estoy embarazada. No tengo dolores abdominales, pero me gustaría que me hicieran una revisión.

—Muy bien. Tardaremos quince minutos.

Paula estaba  tumbada  durante  la  revisión,  sin  atreverse  a  mirar  a  Pedro.  Había esperado que él pusiera alguna excusa, que saliera de la consulta, pero no había sido así.

—Parece que todo va bien —dijo Guillermo después de comprobar el estado del feto—. Puedes vestirte, Paula.

 —Gracias.

Cuando iba a salir de la consulta, Pedro la tomó del brazo.

—No, espera —murmuró,  pasándose  la  mano  por  el  pelo—. Tenemos  que  hablar  y  no quiero esperar hasta que lleguemos a casa.

Paula apretó  los  dientes.  No  quería  otra  discusión.  Más  tarde  quizá, pero  en  aquel  momento  no  podía  aparentar  que  le  daba  igual  perderlo.  Se  sentía  demasiado  vulnerable.

—Pedro, no puedo...

—Sólo quiero que me escuches —la interrumpió él, tomando su mano—. Este ha sido el peor día de mi vida.

—¿Por qué? ¿Por qué has visto al niño en el monitor?

—¡No! No me refiero a eso. Ver al niño ha sido... increíble.

Pedro se acercó a la ventana para que ella no pudiera ver su expresión.

—¿Qué quieres decirme?

Él no contestó inmediatamente.

—Nunca  he  confiado  en  nadie.  Supongo  que  estaba  intentando  probar  que  lo  que  siempre me habían dicho de niño era verdad.

—¿A qué te refieres? —preguntó Paula.

—A  que  era  un  niño  difícil,  problemático.  Mi  madre  no  me  pudo  soportar,  por  eso  me abandonó. Yo no era el niño que había imaginado...

—Pedro...

—Fui  de  familia  en  familia  y  cada  vez  era  más  difícil.  Cada  vez  que  llegaba  a  una  nueva  casa,  me  portaba  peor.  Supongo  que  intentaba  encontrar  una  familia  que  me  quisiera  incondicionalmente  —siguió  diciendo  él,  sin  mirarla—. No  tardé  mucho  en darme cuenta de que ese tipo de amor no existía. Al menos, para mí.

Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas.

—Oh, Pedro...

—Nunca  se  me  ha  dado  bien  relacionarme  con  los  demás,  pero  eso  tú  ya  lo  sabes. Durante mi infancia, cuando empezaba a sentir afecto por alguien, me llevaban a otra parte. No tienes ni idea de lo que eso le hace a un niño. Sentir que no lo quieren es... Al final, me dije a mí mismo que no necesitaba el amor de nadie como mecanismo de defensa. La única persona que me hacía falta era yo mismo. No quería amar a nadie para no sufrir.

Lo Inesperado: Capítulo 65

—Beatríz está mejor sin mí.

Paula pensó un momento y decidió usar otra técnica.

—Ricardo Thompson, no me mientas. A tí no te importa nada Beatríz.

El hombre la miró, confuso.

—Claro que me importa. Por eso estoy aquí. No quiero que siga cargando conmigo.

—Si  te  importase  tu  mujer,  pensarías  en  ella.  ¿Cómo  crees  que  se  siente  en  este  momento? Sabe que estás aquí y se culpa a sí misma por no haber podido ayudarte.

 Ricardo la miró, angustiado.

—Ella me ayudó. Ha sido culpa mía...

—Pues  Beatríz cree  que  no  es  así  —lo  interrumpió  Paula—. Si  mueres,  se  sentirá culpable toda su vida. ¿Es eso lo que quieres?

El hombre negó con la cabeza.

 —Claro que no.

 —Entonces,  deja  que  te  ponga  un  arnés  y  podrás  resolver  tus  problemas.  Todo  se  arregla tarde o temprano.

Ricardo la miró durante unos segundos, rendido.

—De acuerdo.

Paula suspiró,  aliviada.  Soltó  el  segundo  arnés  que  llevaba  atado  a  la  cintura, se  lo  colocó al hombre y gritó a Matías que lo subiera.

—Tiren con cuidado. Tiene un tobillo roto.

 Las palabras de Matías  se perdieron con un golpe de viento y cuando levantó la cabeza para escucharlo bien, Paula perdió pie. Sujeta por la cuerda, quedó colgando como un péndulo contra la pared del barranco y... entonces, perdió el conocimiento.

—¿Paula? ¡Paula, despierta! —escuchó una voz familiar.

Ella abrió los ojos poco a poco, aunque los párpados le pesaban una tonelada.

—Está despierta, gracias a Dios —dijo Matías—. Venga, tenemos que bajarla.

—No  pienso  moverme  de  aquí  hasta  que  compruebe  que  está  bien  —replicó  Pedro, con voz tensa—. Dime tu nombre.

—Minnie Mouse —intentó sonreír ella.

—¡Paula, no me hagas esto!

—Estoy bien, de verdad. Me llamo Paula Chaves, tengo veintiocho años, una hija que se llama Valen y...

—¿Y qué más?

Paula tragó saliva, asustada.

—Y estoy embarazada. Oh, Pedro... ¿Y si he perdido el niño?

—No lo perderás.

—¿Qué ocurre? —preguntó Matías, acercándose.

—Nada, Matías. ¿Cómo está Ricardo? —preguntó Paula.

 —Bien, gracias a tí. Tiene un tobillo roto y está muy deprimido, pero las dos cosas se curarán con el tiempo. Pedro, ¿Quieres comprobar el vendaje?

—Eso puede hacerlo cualquiera del equipo. Yo me quedo con Paula.

—Pero... bueno, da igual—dijo Matías, sorprendido.

Los  ojos  de  Paula se  llenaron  de  lágrimas.  Amaba  tanto  a  aquel  hombre... Y,  sin embargo, una parte de Sean estaba cerrada. Y ella no tenía la llave.

—¿Te duele algo?

—No. Estoy bien.

—¿Por qué lloras entonces?

—Lo siento.

—¿Qué es lo que sientes, tonta?

Lo Inesperado: Capítulo 64

—Hay que tener mucho cuidado. Me ha amenazado con saltar al barranco. Dice que quiere quedarse ahí, que quiere morirse —advirtió Catalina.

Matías cerró los ojos, murmurando una maldición.

—Genial. Ahora necesitamos un psicólogo.

—Yo  no  soy  psicólogo, pero  es  mi  paciente  —dijo  Paula,  temblando  de  frío. 

Tenían que sacar a Alberto de allí inmediatamente o moriría congelado.

—Intenta hablar con él. Pero habrá que prepararse para lo peor.

—¿Qué quieres decir?

—Que  vamos  a  tener  que  bajar  a  alguien  con  una  cuerda.  Pero  aún  así,  no  sé  si  podremos subirlo. Es demasiado pesado.

Paula se acercó al borde del barranco, intentando medir sus pasos para no resbalar.

—¡Ricardo! Soy la doctora Chaves.

—No quiero hablar con usted. No quiero hablar con nadie.

—¡Ricardo, por favor! Sólo quiero ayudarte.

—Nadie puede ayudarme.

—¡Que alguien le ponga una cuerda a la cintura, no quiero que Paula resbale! —gritó Matías.

Uno de los miembros del equipo le anudó una cuerda, sujetándola con fuerza.

—Alberto, piensa en tu mujer.

—Estoy pensando en ella. Estará mucho mejor sin mí.

—Eso no es verdad. Beatríz te quiere mucho.

 —No me lo merezco —sollozó el hombre—. Todo me sale mal. Soy un desgraciado. Míreme.  He  intentado  tirarme  al  barranco  y  me  he  quedado  estancado  en  este  saliente...

—¿Te has hecho daño, Ricardo?

—¡Me da igual!

—Pues a mí, no. A mí me importas. Todo esto es culpa mía.

—¿Qué quiere decir?

—Debería haberme dado cuenta de lo deprimido que estabas —dijo Paula, levantando la voz para hacerse oír sobre el viento—. Si mueres, nunca podré perdonármelo.

—¡No diga eso! —gritó el hombre.

—Deja que alguien baje a ayudarte, por favor.

—¡No!

—¡Ricardo, por favor!

—Si alguien intenta sacarme de aquí, me tiraré. ¡Lo juro!

Paula cerró los ojos, asustada.

 —Entonces, deja que lo haga yo. ¿Puedo bajar para hablar contigo?

Un silencio. El hombre parecía pensárselo.

—Muy bien. Pero sólo usted.

—¡No! —exclamó Pedro—. No puedes dejarla ir, Matías. Es demasiado peligroso.

El jefe del equipo lo pensó un momento.

—No puedo hacer nada, amigo. Paula sabe lo que hace y la sujetaremos bien.

—¡No puedes dejar que baje!

—¿Cómo que no?—replicó ella, mientras le colocaban el arnés.

—Escúchame,  Paula—dijo  Matías—. Sólo  baja  y  habla  con  él.  No  intentes  hacer  nada  más. ¿De acuerdo?

—Sí, pero...

—No hay peros.

—Muy bien —asintió ella, acercándose al borde.

—Yo iré —se ofreció Pedro.

—¡No seas tonto! Ya has oído a Ricardo. Si bajas tú, se tirará —lo interrumpió Matías.

Pedro se quedó en silencio, angustiado.

—Muy bien. En ese caso, quiero que la ates a mí.

Matías asintió con la cabeza. El corazón de Paula dió un vuelco. Quizá era un gesto que no significaba nada, pero...

—Si salta, lo dejas ir. ¿De acuerdo? No intentes hacer nada.

—Pero...

—¡Paula, escúchame! No hagas ninguna tontería —la interrumpió Pedro.

 —De acuerdo —dijo ella por fin.

Cuando  empezó  a  bajar,  sintió  un  ataque  de  pánico.  No  veía  nada,  el  viento  la  golpeaba  con  fuerza,  la  nieve  se  metía  en  sus  ojos  y  ni  siquiera  sabía  si  habría  sitio  para dos personas en el saliente. Respirando   profundamente   para   darse   valor, Ally se   sujetó  a  unas  ramas, obedeciendo las instrucciones que Pedro le daba desde arriba.

—Doctora Chaves...

—¿Alberto?

Con la luz que llevaba en el casco, Paula descubrió que no había sitio para moverse. El saliente era demasiado estrecho. ¿Cómo había podido caerse allí Ricardo? Lo lógico era que hubiera caído al fondo del barranco.

—No  sé  por  qué  arriesga  la  vida  por  mí  —dijo  el  hombre,  con  el  rostro  tenso  de  angustia—. Debería haberme dejado morir.

—No vas a morir, Alberto. Deje que te examine. ¿Te has hecho daño?

—Me duele mucho el tobillo —murmuró el hombre, avergonzado.

 —¿Por  qué  no  dejas  que  te  coloque  un  arnés?  Cuando  estemos  arriba,  podré examinarte tranquilamente.

—¡No! ¡No quiero subir!

—Ricardo, vas a salir de esta. Ya has conseguido dejar de beber.

Lo Inesperado: Capítulo 63

Paula estaba  tumbada  en  la  cama, mirando  el  techo.  No podía  dormir.  Sólo  podía  pensar  en  Pedro  y  en  lo  que  él  había  dicho  sobre  el  niño.  ¿De verdad  creía  que ella  podría darlo  en  adopción?  Le hervía  la sangre  sólo  de  pensarlo.  ¿Cómo  podía  la  madre  de  Pedro  haberlo  abandonado?  Era  lógico  que  él  no  pudiera  confiar  en  nadie. Aparte  de  Gabriel y  Mónica,  por  supuesto,  pero  quizá  ellos  habían  entrado  en  su  vida  demasiado tarde. Impaciente,  se  sentó  en  la  cama,  apartando el  pelo de su  cara.  No  era  capaz  de dormir. Suspirando, se levantó y se puso una bata. Cuando estaba preparando una taza de chocolate caliente, sonó el teléfono. A las dos de la mañana.¿Quién podría llamarla a esas horas?

—¿Dígame?

Era matías, muy serio.

—Ricardo Thompson es paciente tuyo, ¿Verdad?

—Sí. ¿Por qué?

—Porque lo vieron paseando por la montaña esta mañana y nadie ha vuelto a saber nada de él. Su mujer ha llamado a la policía.

—Oh, no —murmuró Paula—. No hagas nada hasta que llegue yo, Matías. Llamaré a mi madre para que venga a cuidar de Valen.

—He llamado al resto del equipo de rescate.

—Nos veremos en el paso Dungeon en veinte minutos.

—Muy bien. Pedro  puede traerte.

Paula tragó saliva.

—¿Él también va?

—Claro. Nos hace falta —dijo el hombre.

Diez minutos después, cuando acababa de vestirse, alguien llamó a la puerta. Era su madre. Pedro estaba esperándola dentro del coche. Él condujo en silencio, con cuidado porque la nieve reducía visibilidad.

—Debería haber imaginado que haría algo así —murmuró Paula.

—No seas tonta. No eres vidente —dijo Pedro, sin apartar los ojos de la carretera.

—Pero  sospechaba  que  estaba  deprimido  —insistió  ella,  calándose  el  gorro  de  lana  sobre las orejas.

—Olvídalo, Paula. Tú no eres responsable.

 —Se morirá de frío si no llegamos a tiempo.

—Esperemos  que  sí  —murmuró  Pedro,  con  expresión  hermética.  Unos  minutos  después llegaban al paso Dungeon—. Quiero que esperes aquí.

—¿Cómo?

—Hace muchísimo frío y no quiero que salgas.

El corazón de Paula dió un vuelco. Ella le importaba... Pero no, no  era  eso. Era lo de siempre. Pedro Alfonso era un machista y no podía aceptar que una mujer formara parte del equipo de rescate.

—Es mi paciente, Pedro. Tengo que ir.

Cuando intentó abrir la puerta, él se lo impidió.

—¡No,  Paula! —exclamó,  mirándola  con  los  ojos  brillantes.  Por  un  momento, ella pensó  que  había  visto  miedo  en  aquellos  ojos,  pero  era  imposible—. No  quiero  que  salgas. Hace demasiado frío. Ya sabes que no me gusta verte en la montaña.

—¿Por qué soy una mujer?

—No. No es eso.

—¿Entonces?

Pedro abrió la boca y volvió a cerrarla.

—No lo sé. No sé por qué —murmuró, pasándose la mano por el pelo—. Pero no me gusta que salgas con este frío.

—¿Por  qué  no, Pedro? —insistió  ella. 

En  su  voz  había  un  ruego.  Quería  oírlo.  Quería que él dijera que no quería porque le importaba. Porque la amaba.

—¡Maldita sea, Paula! Ya sabes lo difícil que es esto para mí.

La puerta del jeep se abrió en ese momento y Matías apareció ante ellos.

—¿Van a salir o pensáis quedaros ahí cotilleando toda la noche?

—Ya vamos. ¿Cuál es el plan?

Matías reunió  a  todo  el  equipo  y  Paula intentó  concentrarse  en  lo  que  estaba  diciendo  para  olvidarse  del  frío  y  de  Pedro,  que  estaba  a  su  lado  y  no  le  quitaba  los  ojos  de  encima.

—¿Vas a darme  la mano  para que no me  caiga?  —preguntó  cuando  empezaron  a  subir.

Él no sonrió.

 —Si pudiera evitar que subieras, lo haría.

—No me pasará nada, Pedro.

—Claro que no. Porque no pienso separarme de tí.

Aquella  frase  la  calentó  por  dentro.  Lo  amaba  tanto... Paula se  puso  la  mano  en  el  vientre y él la miró, sin decir nada. Pero el momento pasó y empezaron la subida detrás del equipo de rescate en busca de Ricardo Thompson, rompiendo la oscuridad con sus linternas. Fue Apolo,  el  perro  de  Catalina,  quien  encontró  a  Ricardo tres  horas  más  tarde  cuando  estaban  a  punto  de  abandonar  toda  esperanza. Ladrando  para  indicar  que  lo  había  encontrado, el perro esperó al resto del equipo.

—Está en ese saliente —dijo Catalina, iluminando el lugar con su linterna.

—Estupendo. A ver cómo bajamos ahora —murmuró Matías.

Lo Inesperado: Capítulo 62

—Ya, claro —rió él, con amargura.

—¡Por favor! ¿Cómo quieres que te lo pruebe?

—Eso es lo mejor de todo, ¿No? Que no puedes probármelo.

—Si confiaras en mí...

—¿Y por qué iba a confiar en tí?

Paula tragó saliva.

—Porque te quiero y nunca haría nada que pudiera hacerte daño.

—Acabas de hacerlo.

—No. Sólo tienes miedo de que yo intente atraparte...

—No tengo miedo.

—Claro  que  lo  tienes.  Te  da  miedo  comprometerte  con  algo, pero  no  tienes  por  qué  hacerlo Pedro.

Él se dió la vuelta para que Paula no pudiera ver su expresión.

—No me dejas opción, Paula.

—Pedro, no me casaría contigo aunque fueras el último hombre de la tierra. Nunca me casaría con alguien que es incapaz de darme amor a mí o a mi hijo.

 Pedro se volvió entonces, con los ojos relampagueantes.

—Querrás decir «nuestro» hijo.

—No. No quiero decir «nuestro»  hijo, Pedro,  porque tú no lo quieres. Es  mi  hijo. Sólo mío.

—Entonces, ¿Vas a tenerlo?

Paula lo miró, horrorizada.

—¿No me estarás diciendo...?

—¡Claro que no, maldita sea! —la interrumpió él, airado—. No es eso. Pero hay otras opciones. Esto no estaba planeado y cambiará tu vida.

—Los hijos cambian la vida de la gente, lo sé muy bien. Pero si estás sugiriendo que lo entregue en adopción, es que estás loco. Nunca haría eso.

—Cuando las cosas ocurren así, por accidente, lo mejor es buscar una solución..

.—¿Qué solución? ¡Soy su madre!

—No serías la primera mujer que se libra de un hijo no deseado.

¿De qué estaba hablando? ¿De su propia madre? ¿Cómo podía convencerlo? ¿Cómo podía hacer que aquel hombre confiase en alguien?

—¿Tú crees  que podría  dárselo  a otra  persona?  Yo  no  soy  así,  Pedro—dijo  Paula, mirándolo con compasión—. No me conoces en absoluto, ¿Verdad? Me da igual que cambie  mi  vida,  me da igual  tener  mucho  más  trabajo  a  partir  de  ahora. El  niño  es  mío y lo querré siempre.

—Tú sola...

—No. Yo sola, no. Tengo a mis padres y a mi hija Valen. Este niño estará rodeado de cariño y tendrá todo lo que necesita.

—Excepto un padre.

—Sí —murmuró ella con tristeza—. Excepto un padre.

—¿Y si te pidiera que te casaras conmigo?

—La respuesta sería no, Pedro. No me casaría contigo.

 Después, Paula se volvió y salió de la consulta, cerrando la puerta tras ella.

Lo Inesperado: Capítulo 61

La siguiente en su lista era Celina, tres días después del parto.

 —¡Es  una  comilona!  —exclamó,  dándole  un  golpecito  en  la  espalda  a  la  niña  para  que expulsara los gases.

—¿Qué tal los otros dos niños?

—Regular. La miran, la tocan... Si sobrevive hasta Navidad, será un milagro.

—¿Y tú cómo estás?

—Muy bien, gracias a usted —sonrió Celina.

—A mí, no. Lo hiciste todo tú.

Un rato después, Paula se despidió y fue a visitar a los Thompson. La casa parecía desierta. Llamó dos veces a la puerta, pero no había signos de vida. Sorprendida y un poco preocupada, volvió a la clínica. Cuando estacionaba, sintió una náusea  y  tuvo  que  cerrar  los  ojos. Estaba  en  esa  posición  cuando  alguien  abrió  la  puerta del jeep. Pedro estaba allí, mirándola con expresión de sorpresa.

—¿Qué te pasa? ¿Estás enferma otra vez?

—No, bueno... un poco.

—Han pasado dos semanas, Paula. El virus no dura tanto.

Pedro lo sabía. Lo veía en sus ojos.

 —A lo mejor no es el mismo virus.

—Me parece que tenemos que hablar.

 —Ahora no —murmuró ella, intentando disimular otra náusea.

 —Ahora —insistió Pedro, abriendo la puerta del todo.

—Muy bien. Si insistes...

Paula bajó del jeep, demasiado cansada y enferma como para discutir. Una vez dentro de la clínica, él la tomó por la muñeca y la llevó a su consulta.

—Estás embarazada, ¿Verdad?

—Sí.

—¿Cuándo pensabas decírmelo?

Su expresión era tan furiosa que Paula se puso una mano sobre el vientre, en un gesto protector.

—No lo sé.

Pedro la miraba con una expresión tan fría que le parecía un extraño.

—Es el truco más viejo del mundo, ¿No?

—¿Qué quieres decir con eso?

—Quedarte embarazada para que me case contigo.

Paula se quedó petrificada.

—¿Crees que lo he hecho a propósito para que te cases conmigo?

—¿No es así?

—¡No! —exclamó ella, con expresión horrorizada—. Claro que no.

—Entonces, ¿Cómo es posible que estés embarazada?

—Pedro, ha sido un accidente...

 —Tú  eres  médico,  Paula.  A  un  médico  no  le  ocurre  ese  tipo  de  accidente. Recuerdo que te pregunté si podíamos hacerlo.

—Fue un error. Pensé que esto no era posible.

—Ya —murmuró él, irónico.

—¿Cómo  puedes  creer  que  lo  he  hecho  a  propósito?  Sé  cómo  eres,  lo  que  piensas  sobre los hijos. ¿Por qué iba a intentar chantajearte con uno?

—No  lo  sé.  Quizá  estabas  decidida  a  reformarme.  Si  te  quedabas  embarazada, yo tendría que comprometerme.

Paula sacudió la cabeza, incrédula.

 —Yo no voy a obligarte a nada. Y tampoco te necesito, Pedro. Ha sido un accidente...

viernes, 23 de febrero de 2018

Lo Inesperado: Capítulo 60

—Lo has hecho muy bien. Yo no habría podido hacerlo solo —dijo Pedro.

—¿Cómo que no? Supongo que habrás atendido algún parto.

 —No  es  la  parte  técnica  la  que  me  asusta —murmuró  él,  poniendo  el  coche  en marcha—. Es la parte emocional.

—¿A qué te refieres?

Pedro no apartó los ojos de la carretera.

—La has tranquilizado, has hecho que todo fuera fácil. Ha sido el parto más sencillo que he visto nunca. Yo no sé hacer eso.

—Y yo  no  sé  abrir  una  vía  respiratoria  en  medio  de  la  montaña,  sin  equipo  quirúrgico. Cada uno tiene sus habilidades.

—Es posible —murmuró él—. Eres una persona muy cálida, muy comprensiva, Paula Chaves.  Hagas  lo  que  hagas,  te  entregas  por  completo. No  te  guardas  nada, ¿Verdad?

Paula miró el perfil del hombre con un nudo en la garganta.

—Cuando confío  en  alguien,  no.  Pero  supongo  que  he  tenido  suerte.  Yo  tengo  una  familia que me quiere. Por  un  momento,  pensó  que  Pedro iba  a  decir  algo  más,  pero  no  lo  hizo.  Siguió conduciendo en silencio y  Paula se quedó perdida en sus pensamientos. Ricardo  Thompson no apareció en la consulta el día que tenía cita.

—¿Parece deprimido? —le preguntó Gabriel cuando se lo estaba comentando.

—Al  principio no,  pero  desde  que  terminamos  el  programa  de  desintoxicación, intenta evitarme. He ido dos veces a su casa y las dos veces estaba fuera.

—Ha  pasado  por  un  momento  muy  malo.  No  me  sorprendería  que  estuviera  deprimido —murmuró Gabriel, pensativo.

Unos  minutos  después, Matías entró  en  la  consulta  y  Paula le  dió  los  resultados  de  la  gastroscopia.

—El test bacterial ha resultado positivo.

 —¿Y qué voy a hacer?

—Tomar  unas   medicinas  muy   buenas que te  quitarán el  dolor   —sonrió ella, extendiendo una receta—. Me han dicho que ayer tuviste que subir a la montaña.

—Sí —dijo Matías—. Una mujer se había torcido un tobillo y no podía bajar.

—¿Una mujer? ¿Y estaba sola? —sonrió Paula.

—Paula,  por  favor,  que  tenía  sesenta  años  —rió  el  hombre—. Lo  que  no  entiendo  es  qué hacía sola en la montaña a esa edad. En fin, así es la vida.

 Charlaron  unos  minutos  más  y  después,  Paula lo  siguió  fuera de la  clínica  para  empezar  con  sus  visitas. Iría  en  el  jeep,  el  coche  que  utilizaban  todos  los  médicos  cuando las carreteras estaban cubiertas de nieve. Primero  visitó  a  un  hombre  con  indigestión  y  después  a  una  mujer  que  se  había  hecho daño en la cadera al resbalar en el hielo.

Lo Inesperado: Capítulo 59

—Ariel, necesito toallas.

 El hombre salió de la habitación después de poner la música y volvió con un montón de toallas que Paula colocó en la cama y en el suelo.

—Tengo otra contracción.

—Muy bien. Empuja ahora... Así, muy bien, Celina. Casi puedo verle el pelo.

—Oh, Dios mío...

—Póngase detrás de su mujer, Ariel. Y sujete su cabeza.

—No  quiero que el  niño  se  caiga  al  suelo  —dijo  la  joven,  con  los  ojos  llenos  de  lágrimas.

—No te preocupes, no se caerá.

Unos minutos y varias contracciones después, cuando el niño sacó la cabeza, Paula se emocionó. Era  tan  asombroso  el  nacimiento  de  un  niño... Y  ella  iba  a  tener  uno.  El hijo de Pedro. Pero él nunca lo sabría. No querría saberlo. Pedro limpió  las  vías  respiratorias  del  recién  nacido  y  mientras  esperaban  a  la  siguiente contracción, Paula  lo miró, intentando memorizar sus rasgos.

—Otra contracción...

—Muy bien. Jadea, Celina.

El niño sacó los hombros y el resto salió inmediatamente. Cortaron el cordón y Paula colocó al niño sobre el pecho de su madre.

—¡Oh, Ariel...!

Celina no podía decir nada más y los ojos de Paula se llenaron de lágrimas.

—Felicidades. Es una niña.

—Una niña —murmuró la mujer con el rostro lleno de felicidad.

Su marido apretaba su mano, intentando contener la emoción. Paula miró  a Pedro,  pero   el  rostro del  hombre era una máscara,  su   expresión  absolutamente hermética. ¿No sentía nada? ¿Cómo podía alguien ver nacer a un niño y no sentirse conmovido?

Una hora después, cuando Celina estuvo limpia y el bebé colocado sobre su pecho, llegó la comadrona, medio congelada.

 —¡Qué  bien  se  está  aquí!  —exclamó,  colocándose  frente  a  la  chimenea—. Tienes  un  aspecto estupendo, Celina. Veo que todo ha ido bien.

La joven sonrió, eufórica.

—Me siento de maravilla. Es increíble. Casi ni me ha dolido.

Paula sonrió mientras guardaba sus cosas en el maletín.

—Gracias a Dios. No me hubiera gustado tener que usar fórceps. Y lo mejor es que ni siquiera  tienes  por  qué  ir  al  hospital.  Si  hay  algún  problema,  llámame.  A  casa,  si  es  necesario —dijo, anotando su número de teléfono.

Celina la miró, agradecida.

—No sé cómo darle las gracias...

—No hace falta. Ahora nos vamos para que puedas descansar con tu niña.

Cuando entraban en el jeep, Paula sintió un escalofrío.

Lo Inesperado: Capítulo 58

Nevó durante los tres días siguientes y la mayor parte de Cumbria quedó paralizada.

—No  se  ve  ni  un  coche en  las  carreteras, pero  los  pacientes  siguen  llegando  a  la  consulta —gruñó Carla.

—Supongo que están aburridos —sonrió Paula.

—Ya, pues podrían... ¿Estás bien, Paula? Te has puesto muy pálida.

—Estoy bien, no te preocupes. ¿Tengo algún paciente más?

—Dos —contestó  la  enfermera,  con  expresión  preocupada—. ¿Quieres  que  los  vea  Gabriel?

—Claro que no. Dile al primero que entre, por favor.

Paula se sentó frente al escritorio, preguntándose cómo podría sobrevivir a tres meses de  náuseas.  Siempre le  había  dicho  a  sus  pacientes  que  los  mareos  desaparecían  en  unos  días,  pero se  había  equivocado.  Estaba  enferma,  agotada  y  tarde  o  temprano  tendría que pensar en otra excusa, porque el «virus» empezaba a ser increíble. Después  de  examinar  a  su  primer  paciente  y  extender  una  receta,  lo  acompañó  a  la  puerta y se llevó la mano al estómago. Iba a vomitar. Llegó al servicio justo a tiempo y cuando salía, se encontró a Pedro esperándola.

—Carla me ha dicho que no te encuentras bien.

 Lo que le faltaba, pensó. No tenía fuerzas para discutir con él.

—Estoy bien.

—Pues no tienes buen aspecto.

—Es el virus que tiene todo el mundo.

—Pero a todo el mundo se le pasa en dos días —replicó él.

Había una extraña luz en sus ojos y, por un segundo, Paula se preguntó si sospecharía algo.

—¡Doctora Chaves! —escuchó la voz de Carla.

—¿Qué ocurre?

—Acaba  de  llamar  Celina Webster.  Se  ha  puesto  de  parto,  pero  la  carretera  del  hospital está cortada. Tiene contracciones cada dos minutos y parece muy asustada.

—¿Dónde está la comadrona? —preguntó Paula, mientras tomaba el abrigo.

—Ayudando en un parto cerca de Kirkstone.

—Tú no puedes ir. No te encuentras bien —dijo Pedro.

—Claro que voy a ir. Es mi paciente.

—Pues  no  irás  sola.  Iremos  los  dos.  Gabriel me  ha  prestado  su  jeep  para  que  pueda hacer  visitas  a  pesar  de  la  nieve  —dijo  Pedro,  buscando  su  abrigo—. ¿Seguro  que  puedes ir?

Paula se puso la bufanda.

—No me lo perdería por nada del mundo. Me encanta ver nacer a un niño.

—Me alegro —sonrió Pedro—, porque no es precisamente lo mío.

Paula lo  siguió  hasta  el  jeep,  aliviada  al  dejarse  caer  sobre  el  asiento.  Se  encontraba  fatal. ¿Y si tenía que pasar así los nueve meses de embarazo? Por toda la carretera había vehículos abandonados, atrapados en la nieve. Pero Pedor conducía el jeep con habilidad.El marido de Celina los esperaba en la puerta, con cara de pánico.

—¡Está empujando!

Paula entró en la casa como una exhalación, olvidando lo cansada que estaba. Celina estaba sentada a los pies de la cama, con los ojos llenos de lágrimas.

—Doctora Chaves, por fin. Tenía tanto miedo...

—Todo va a salir bien  —sonrió Paula, tomándola  del  brazo—. Has  tenido  un  embarazo  estupendo  y no hay  razón  para  que  el  parto  no  lo  sea.  Vamos,  túmbate. Tengo que examinarte.

Pedro intentó  calmar  a  la  joven,  mientras  Paula se  lavaba  las  manos  y  se  ponía  los  guantes.

—¡Ay, eso duele!

—El niño está  a  punto  de  salir.  ¿Puede  darme  el  maletín,  doctor  Alfonso?  Ariel, ponga algo de música... clásica si es posible.

—Sí, pero...

—Hágalo. Celina, puede que te encuentres más cómoda tumbada, pero casi es mejor que te sientes al borde de la cama.

—Lo que usted diga.

Paula sujetó a su paciente por los hombros.

—No pasa nada. Todo va bien.

—Eso espero —gimió la joven.

Lo Inesperado: Capítulo 57

La semana siguiente fue una pesadilla. Cada  vez  que  Paula se  daba  la  vuelta, allí  parecía  estar Pedro.  Su  único  consuelo  era  que  parecía  tan  cansado  como  ella. Paula no  podía  dormir,  no  tenía  apetito  y, para remate, sus pacientes acabaron contagiándole un virus que la atacó al estómago.A pesar de todo, fue a trabajar, ignorando las náuseas y la sensación de mareo.

 —No es una buena publicidad tener un médico enfermo. Vete a la cama —le ordenó Gabriel.

 Paula negó con la cabeza.

—Estoy bien. Sólo me siento un poco débil.

El director de la clínica la miraba, sorprendido.

—Esto no es sólo el virus.

—No seas bobo —murmuró ella, apartando la mirada—. Todo el mundo lo tiene.

—Sí, pero dura cuarenta y ocho horas y cuando termina, la gente está como nueva.

—Yo estoy como nueva.

 —Es Pedro, ¿Verdad?

Paula se  quedó  rígida.  No  podía  ponerse  a  llorar  en  medio  de  la  consulta.  Sería ridículo.

—Estoy bien, Gabriel. De verdad.

 El hombre se quedó en silencio durante unos segundos.

—Si puedo hacer algo por tí, dímelo.

—Gracias.

Cuando  salió  de  su  despacho,  Paula se  quedó  pensativa.  Tenía  razón,  el  virus  sólo atacaba durante cuarenta y ocho horas. Entonces, ¿Por qué seguía sintiéndose mal? Pasó consulta  como  un  autómata  y, al  final  de  la  mañana, buscó un  calendario  con  manos temblorosas. Contó  los  días  y  después  volvió  a  contar.  Y  entonces  tuvo  que  cerrar  los  ojos.  Su período  se  había  retrasado.  ¿Cómo  no  se  había  dado  cuenta?  Tenía  que  haberle  llegado  al  día  siguiente  de  que  Pedro y  ella  hicieron  el  amor,  por  eso  había  pensado  que estaba segura. Durante unos segundos, se quedó mirando el calendario como si estuviera ciega. Y entonces una emoción extraña se despertó dentro de ella. Un niño. Un hijo de Pedro. Debería sentirse horrorizada. Esperaba un niño de un hombre que no quería ni hijos ni compromisos. Entonces, ¿por qué estaba sonriendo? Se  puso  la  mano  sobre  el  vientre,  con  un  instintivo  gesto  protector.  Porque  era  parte de Pedro. Parte de su amor por él. No pensaba siquiera en la posibilidad de no tenerlo. La única cuestión era qué iba a hacer con Pedro... Su  sonrisa  desapareció.  Él  no  quería  hijos  y  había  dejado  claro  que  tampoco  quería  un  compromiso  con  ella  a  largo  plazo. Miró  por  la  ventana.  Estaba  nevando  y  eso la hizo sentirse llena de paz. Sobreviviría.  Por  supuesto  que  sí.  Y  no  le  contaría lo  del  niño.  ¿Para  qué?  Él  no la quería. Saldría adelante ella misma. Después de todo, lo había hecho con Valen...

Lo Inesperado: Capítulo 56

—¿Por qué me estás evitando?

—Porque tú desearías que no hubiera pasado.

—Eso no es verdad —dijo él, dejando caer las manos.

 Paula se apartó.

—Es  verdad  y  los  dos  los  sabemos.  Vamos  a  ser  sinceros  por  una  vez,  Pedro.  Te quiero. Te quiero con todo mi corazón... Sé que no quieres oírlo, pero es la verdad. Y la verdad es también que tú y yo queremos cosas diferentes.

—Yo no quería un revolcón de una noche.

—¿Ah, no?  Entonces,  ¿No  te  importaría  que  hubiera  una  segunda  vez?  —preguntó Paula, irónica.

—No es eso y tú lo sabes.

 —Déjalo, Pedro. Tú has dejado tu posición muy clara.

 —No estoy hablando de mí.

—No, claro que  no  —suspiró  ella,  cansada—. Nunca  hablas  de  tí,  no  te  abres  con  nadie, no confías en nadie...

—¿Has terminado?

—No.  Tú  me  acusas  de  tener  miedo  de  arriesgarme.  ¿Y  tú, Pedro?  ¿Te  permites  a  tí  mismo  acercarte  a  alguien,  arriesgarte,  tener una  relación?  No, no  te  lo  permites  —siguió diciendo Paula.  Unos  minutos  después  se  pondría  a  llorar,  pero  en  aquel  momento  tenía  que  decirle  lo  que  pensaba—.  Porque  puede  que  te  enamores  y  eso  sería  una  complicación,  ¿Verdad?  Y  que  Dios  no  permita  que  tengas  hijos  porque  tienes miedo de ser vulnerable y...

—¡Maldita sea, Paula!

—Deja que te diga otra cosa, Pedro Alfonso. Como tú mismo me dijiste una vez, en la  vida  no hay  garantías.  Lo  único  que  se  puede  hacer  es  confiar  en  los  demás.  ¿Y sabes  una  cosa?  Ser  padre  te  hace  vulnerable  porque, de  repente, hay  alguien  en  tu  vida que te importa más que tú mismo. La paternidad te deja expuesto al dolor y es muy duro. Pero eso no significa que haya que abandonar. No todo el mundo es como tu madre, Pedro.

Él estaba pálido.

 —No lo entiendes.

Paula lo miró con tristeza.

 —No,  supongo  que  no  porque  tú  nunca  me  has  confiado  nada.  Y  por  eso  esta  relación no va a ninguna  parte.  Pensé  que  podría  aceptar  lo  que  pudieras  darme, pero no es suficiente.

Pedro la miró durante unos segundos, con los dientes apretados.

—¿Qué quieres, que me case contigo?

—¿Por  qué  eres  el  primer  hombre  con  el que me  he acostado?  No  seas  ridículo.  El matrimonio me da igual. Lo que me importa es el compromiso. No puedo mantener una  relación  con  un  hombre  que  desaparece  antes  de  comprometerse. Creí  que  podría, pero no puedo.

—Entonces, se acabó, ¿No es así?

 —Eso parece.

¿Por  qué  no  discutía?  ¿Por  qué  no  le  decía  que  la  amaba  con  locura?  ¿Por  qué  no  le  decía lo que estaba sintiendo? Pero no lo hizo. Paula  estaba a punto de llorar, pero se contuvo. Pedro se quedó mirándola durante largo rato y, por un momento, ella creyó que iba a besarla. Pero entonces se dió la vuelta, salió de la casa y cerró de un portazo.

miércoles, 21 de febrero de 2018

Lo Inesperado: Capítulo 55

—Pero no cuando había nevado. ¿Puede ir Pedro a buscarlo, mamá?

—No, cariño. Pedro tiene otras cosas que hacer. Ahora tú y yo vamos a hacer la cena y él se irá a su casa.

El hombre se acercó a la niña.

—Vamos a hacer una cosa. Si Héroe no ha vuelto a casa cuando te vayas a la cama, yo iré a buscarlo. ¿De acuerdo?

—No hace falta, Pedro—dijo Paula, sin mirarlo.

No quería ver sus ojos, ni sus labios... Era demasiado doloroso. Después de eso, entró en casa y se dedicó a hacer la cena mientras jugaba con su hija. Cuando estaban poniendo la mesa, escucharon los ladridos de Héroe.

—¡Ha vuelto, Valen!

—¡Mamá! —gritó  la  niña,  corriendo  hacia  la  puerta.

Héroe la  saludó  moviendo  alegremente la cola. Cuando  Paula consiguió  apartar  los  bracitos  de  Valen del  cuello  del  animal, lo  secó  con una toalla, metió a la niña en la cama y se dio un baño. Más tarde, volvió al salón con el pelo recién lavado envuelto en una toalla. Héroe estaba tumbado frente a la chimenea.

—Has sido muy malo, amiguito —murmuró, dándole un azote.

 Héroe lamió su mano como respuesta y Paula  tuvo que sonreír. En ese momento, alguien llamó a la puerta. Tenía que ser Pedro, por supuesto.

—¿Ha vuelto Héroe?

—Hace  media  hora.  Gracias por  cuidar  de  Valen—dijo Paula,  con  una  sonrisa.

Después, hizo ademán de cerrar la puerta, pero él se lo impidió.

—He dejado que me evitases durante una semana. Ya es suficiente.

—No te estoy evitando. Es que...

—Cierra la puerta, Paula. Hace frío fuera.

 Ella obedeció sin decir nada. Sería absurdo ponersea discutir.

—Creo  que  Ricardo está  deprimido  —empezó  a  decir.  Si  mantenían  una  conversación profesional,  quizá  podría  evitar  hablar  de  algo  más  doloroso.  Como  que  él  no  la  amaba y no la amaría nunca—. Beatríz dice que...

—No quiero hablar de los Thompson. Quiero hablar de nosotros.

Pedro estaba de pie, con las piernas abiertas, en una postura de macho dominante.

—No hay un nosotros.

—Lo hubo  el  sábado  por  la  noche  —replicó  él.

Paula se  volvió  con  brusquedad  y  la  toalla que llevaba en la cabeza cayó al suelo, liberando una cascada de rizos.

—Te equivocas.

—No te entiendo —suspiró Pedro—. Yo no te obligué a nada.

—No. Eso es verdad.

—Sé que te hice daño y lo siento. ¿Es eso?

—No es eso  —murmuró  ella,  incómoda—. ¿Qué  quieres que te diga?  ¿Qué fuiste  maravilloso? ¿Qué fue la noche más bonita de mi vida? ¿Eso es lo que quieres oír?

Pedro se quedó mudo.

Lo Inesperado: Capítulo 54

La señora Watson la miró, asustada.

—He sido una idiota, ¿Verdad?

—Estaba preocupada por Martina y eso es comprensible, pero la próxima vez que tenga alguna  duda,  por favor llámeme  —dijo  Paula,  tomando  su  maletín—. ¿Por  qué  no  lleva a Martina a la clínica y empezamos con el tratamiento otra vez?

—Lo haré, doctora Chaves.

Paula entró  en  su  coche,  aliviada.  Quizá,  a  partir  de  entonces,  aquella  niña  podría  empezar a llevar una vida normal. Diez minutos después, llamaba a casa de los Thompson. Beatríz abrió la puerta y su rostro se iluminó.

—Doctora Chaves, no la esperaba.

—Pasaba por aquí y he pensado hacer una visita.

—Ricardo ha salido.

—¿De paseo? —preguntó Paula.

—Sí, bueno... ¿Quiere tomar un café?

—Me encantaría. ¿Qué tal va todo?

—Bien —contestó Beatríz con una sonrisa que a Paula le pareció falsa—. No, la verdad es que no va todo bien.

—¿Ha vuelto a beber?

—No, no es eso.

—¿Entonces?

—Es que no es él mismo —suspiró la mujer, dejándose caer sobre una silla.

—¿En qué sentido?

—Está muy raro. Mi Ricardo siempre era el alma de todas las fiestas y ahora parece... como muerto.

—¿Duerme bien?

Beatríz negó con la cabeza.

—No. Espera  hasta  que  cree  que  yo  estoy  dormida  y  después  se  pone  a  pasear  durante horas.

—¿Cree que está deprimido?

—Supongo  que  es  eso  —contestó  ella—. Es  un  hombre  muy  orgulloso,  doctora Chaves.  Cree  que  todo  el  mundo  está  hablando  a  sus  espaldas  y  eso  lo  está  destrozando. El artículo del periódico...

Paula apretó la mano de la mujer para darle ánimos.

—Ya  sabe  que  esas  cosas  se  olvidan.  Debería  ir  a  verme  esta  semana,  ¿Cree  que  lo  hará?

Beatríz se encogió de hombros.

—No  lo  sé.  Es  muy  independiente  y  no  le  gusta  pedir  ayuda.  Ahora  que  ha  conseguido dejar de beber, cree que es algo que sólo él puede solucionar.

—No es tan fácil.

—Intente decírselo usted. Yo no sé qué hacer.

—Si  no  viene  a  verme  a  la  consulta,  lo  llamaré  por  teléfono  —prometió  Paula, tomando su maletín.

—Muchas  gracias,  doctora  Chaves—sonrió  la  mujer,  mientras  la  acompañaba  a  la  puerta.

Haciendo un considerable esfuerzo, Paula evitó a Pedro durante toda la semana, pero el viernes lo encontró en la puerta de su casa con Valen.

—Héroe ha desaparecido, mamá.

Paula salió del coche, evitando la mirada penetrante de Pedro .

—¿Cómo que ha desaparecido? ¿Dónde está la abuela?

—Alguien  se  ha  roto  un  brazo  en  la  granja  y  ha  tenido  que  irse.  Pedro me  está  cuidando —contestó la niña, con los ojos llenos de lágrimas—. Héroe estaba jugando en el jardín, pero saltó la verja y se marchó.

Paula tomó a su hija en brazos y le dió un beso en la carita.

 —No te preocupes, cariño. Habrá ido a dar un paseo.

 —¡Pero si ha nevado! —exclamó Valen, angustiada.

—Los perros tienen pelo, cariño. No pasan frío como nosotros.

—Pedro ha dicho que irá a buscarlo.

—Pedro tiene  muchas  cosas  que  hacer,  cielo. Héroe encontrará  el  camino  de  vuelta  a  casa, lo ha hecho otras veces.

Lo Inesperado: Capítulo 53

—Voy a pedir que te hagan una gastroscopia y un test de bacterias estomacales.

—¿Qué es eso?

 —Hay una bacteria que se asienta en el estómago y causa algunas úlceras —explicó Paula—. Si el test es positivo, se cura con fármacos y la úlcera desaparece.

—Haz lo que quieras, pero quítame el dolor de estómago, Paula—rió el hombre.

 El segundo paciente era Franco Williams, que acababa de salir del hospital y tenía muy buen aspecto.

—He venido a darle las gracias, doctora Chaves. En el hospital me han conseguido un medidor de glucosa de los que usted me dijo y ahora puedo correr sin tener que pararme. Es genial.

Ella sonrió, alegrándose de que todo hubiera terminado tan bien.

—Me alegro. ¿Cómo te encuentras?

—Muy bien. Aunque sigo sintiéndome como un idiota.

Paula recordó entonces lo cerca que Pedro y ella habían estado de meterse en un lío en la montaña y tuvo que sonreír.

 —Todo el mundo hace el idiota de vez en cuando. No te preocupes.

Cuando  Franco se  marchó,  pensó  que  si  Pedro no  hubiera  aparecido  aquel  día, el  chico  habría muerto. Pedro. Hiciera lo que hiciera, Pedro Alfonso siempre estaba en sus pensamientos. Aquel día consiguió no encontrarse con él en todo el día y cuando salió de la clínica fue a visitar a Martina Watson. La señora Watson estaba en la puerta, esperándola.

—Hola, doctora Chaves.

—Me han dicho que la niña ha pasado mala noche. ¿Qué ocurre?

—No lo sé —contestó la mujer—. De repente, se puso peor.

Paula la observó detenidamente.

—No lo entiendo. Las medicinas que le prescribí deberían mejorar su estado.

Hubo un largo silencio después de eso y, por  fin, la señora Watson se pasó la mano por el pelo.

 —No las está tomando, doctora Chaves.

—¿Cómo que no las está tomando?

—Usted no lo entendería...

Paula se sentó en una silla, esperando.

—Inténtelo.

La mujer se quedó mirando al suelo durante un rato, nerviosa.

—Es  por  mi  sobrino.  Él  también  toma  corticoides  y  lo  han  afectado  muchísimo.  Su estatura, su cara... es horrible. No quiero que eso le ocurra a mi hija.

—¿Su sobrino también es asmático?

—No. Él tiene una colitis ulcerosa, pero los corticoides son iguales para todos, ¿No?

—No,  señora  Watson.  La  primera  diferencia  es  que  Martina los  inhala,  no  se  los  inyectan. Es muy diferente.

—Pero aún así, pueden afectar su crecimiento, ¿Verdad?

—Es posible —contestó Paula—. Pero el asma también puede afectar el crecimiento de un niño.

—¿Quiere decir que podría no crecer si no los toma? —preguntó la señora Watson.

—Eso es. Además del estrés y el miedo que produce un ataque. Por no decir que son muy peligrosos. Si alguna vez no llegamos a tiempo...

Lo Inesperado: Capítulo 52

—Quizá será por el cuento de hadas.

—¿Qué quieres decir?

—Lo  de  «y  vivieron  felices  para  siempre».  Yo  creía  en  ello  hasta  que  descubrí  qué  clase de persona era Pablo. Entonces, yo salía con un chico y...

—No me lo digas. En cuanto tuviste que hacerte cargo de Valen, desapareció.

Paula asintió con tristeza.

—Sus palabras exactas fueron: «No pienso criar y educar a una niña que ni siquiera es mía».

—Y abandonaste tus sueños.

—Me llevé una tremenda desilusión.

Pero  no  había  abandonado  sus  sueños.  O,  mejor  dicho,  sus  sueños  no  la  habían  abandonado. Estaba convencida de que, en alguna parte, había un hombre para ella. El hombre ideal. Y entonces, Pedro Alfonso había aparecido en su vida...

—Yo no sabía nada de esto, Paula—dijo él entonces.

—Te arrepientes de lo que pasó anoche, ¿Verdad?

Tenía que saberlo. Aunque la respuesta le causara dolor. A ella le gustaban las cosas sinceras y de frente. Pedro dudó unos segundos antes de contestar.

 —No...

—Obviamente, no era lo que esperabas.

—Tú sabes que eso no es verdad.

—Entonces,  ¿Cuál  es  el  problema?  Y no me  digas  que  no  hay  ningún  problema  porque llevas toda la mañana sin mirarme.

—¡Tú  sabes cuál es el  problema!  —murmuró  Pedro,  con  los  dientes  apretados—. Nunca te habías acostado con un hombre. No ha sido algo casual para tí.

—Ah, ya entiendo.   Estás hablando de esa palabra  que  tanto miedo te da: compromiso. Piensas que, como no me he acostado con ningún otro hombre, el hecho de que lo haya hecho contigo significa que quiero que me lleves al altar.

—Paula...

—No digas nada  más  —lo  interrumpió  ella—. Estoy  cansada  y  quiero  darme  una  ducha. Llévame a casa, por favor.

—Aún no hemos terminado esta conversación...

—Sí  la  hemos  terminado.  Siempre  hemos  sabido  que  queríamos  cosas  diferentes, Pedro. No pasa nada.

—¿Quieres que olvidemos lo que ha pasado? —preguntó él, incrédulo.

 ¿Olvidarlo?  Había sido  la  noche  más  importante  de  su  vida.  Nunca  había  pensado  que  podía sentirse  tan  cerca  de  otro  ser  humano.  Y  eso  le  mostraba  lo  falsas  que  podían ser las apariencias.

—Llévame a casa, Pedro.

Paula sintió que Pedro quería decir algo más, pero al final puso el coche en marcha sin decir nada.


La rutina diaria haría que los días pasaran sin darse cuenta. O casi. Paula miró  los  informes  que  tenía  delante  y  tuvo  que  parpadear  cuando  sus  ojos  se  llenaron de lágrimas. No podía llorar. Había estado llorando toda la noche y se había tenido que obligar a sí misma a concentrarse en el trabajo. ¿Por qué estaba siendo tan patética? Sabía lo que estaba haciendo cuando hizo el amor con Pedro. Sabía que él no era un hombre para siempre. De modo que era absurdo llorar. Matías era su primer paciente y Paula intentó disimular su angustia.

—Estás pálida, ¿Te encuentras bien?

Estupendo. El maquillaje no le había servido de nada.

—Sólo estoy un poco cansada.

—Ya —murmuró el hombre.

—¿Qué tal el estómago?

—Aún me duele un poco, la verdad.

Aquello era lo que necesitaba. Trabajo, trabajo y más trabajo.

Lo Inesperado: Capítulo 51

Pedro encendió la calefacción del coche y se volvió hacia ella.

—¿Qué?

—Hora de confesarnos.

—¿Confesarnos? —repitió Paula, confusa—. ¿Qué quieres decir?

—Venga, no te hagas la  tonta.  ¿Cómo me he encontrado haciendo  el amor  con  una  virgen que tiene una hija de cinco años?

El corazón de Paula empezó a latir con fuerza.

—¿Por qué te importa eso?

—¡Porque me has mentido, maldita sea!  —exclamó él,  golpeando  el  volante—. Perdona. Vamos a empezar por el principio. ¿Quién es la madre de Valen?

—Mi hermana.

Pedro la miró, sorprendido.

—¿Tu hermana? ¿La que murió?

—Sí. Laura salía con Pablo y... estaba loca por él.

—¿Y quedó embarazada?

—Fue  un  accidente  —contestó Paula, mirando  por  la  ventanilla.  Pero  no  podía  ver  el  paisaje, lo único que podía ver era el querido rostro de su hermana pequeña—. Ella estaba tan emocionada... Pero, por supuesto, Pablo desapareció al conocer la noticia.


—¿Y ella siguió adelante con el embarazo? —preguntó Pedro, sorprendido.

—Por supuesto. Mi hermana sabía que todos cuidaríamos de ella y de su hijo.

—¿Qué pasó entonces?

—Fue  algo  muy  rápido. Un  día  estábamos  comprando  ropita  para  el  niño  y  al  día  siguiente me llamaron del hospital para decirme que mi hermana estaba muy grave.

—¿Y eso?

—Le falló el hígado y murió inmediatamente.

—Qué horror —murmuró Pedro.

Paula intentó contener las lágrimas.

—Valen nació a pesar de todo, pero mi hermana murió unas horas después.

—Y tú te encontraste sola con una niña huérfana.

—No  exactamente  —dijo  Paula—. Pablo apareció  cuando  supo  que  mi  hermana  había  muerto.

 —¿Quería hacerse cargo de la niña?

—No. Quería dinero.

—¿Dinero?

—Para dejar que nos quedásemos con Valen.

 Pedro la miró, perplejo.

—Quería dinero a cambio de dejarlos en paz, ¿No es eso?

—Efectivamente.

—Y conociéndote, supongo que se lo diste.

Paula lo miró, desafiante.

—Por supuesto. ¿Qué otra cosa podía hacer? Era la hija de Laura. No iba a entregársela a un hombre que amenazaba con darla en adopción.

Él se quedó en silencio durante unos segundos.

—¿Qué pasó?

—¿Tú qué crees? Le dí todo lo que pedía —contestó Paula.

—¿Y tus padres estuvieron de acuerdo?

—Ellos no lo sabían.  Siguen sin  saberlo.  Estaban  tan  destrozados  por  la  muerte  de  Laura que no quise decirles nada. Le di a Pablo todos mis ahorros y Gabriel me prestó algo. Sólo quería alejar a esa rata de mi familia.

—¿Le diste todo tu dinero y, además, pediste prestado?

—Sí —contestó Paula—. En ese momento, era la única opción.

—¿Por eso tienes tantas deudas?

—Sí. Pero ya le he pagado a Gabriel  lo que le debía, así que estoy un poco más tranquila.

—¿Hiciste todo eso por una  niña  que ni  siquiera  era  tu  hija?  ¿Por  eso  dejaste  el  equipo de rescate?

—Por supuesto. Mi vida cambió por completo.

—¿Por qué no me lo habías contado antes?

—Porque no es algo que cuente a todo el mundo —contestó Paula—. Valen lo sabe. Siempre ha sabido quién era su verdadera madre.

Pedro  se quedó en silencio durante unos segundos.

—Eso  explica  muchas  cosas. Pero  no  porqué  sigues  siendo  virgen  con  veintiocho  años.

Ella se puso colorada.

—Eso es asunto mío.

 —Quizá.   Hasta anoche   —murmuró Pedro, tomándola por  la barbilla—. Ahora también  es  asunto  mío.  Eres  una  mujer  guapísima,  Paula.  ¿Cómo  es  posible  que  no  hayas conocido a ningún hombre?