—Sí, estoy bien.
—Mónica y él habían acogido a un niño unos años atrás, de modo que tenían experiencia. Un día me metí en un lío y Gabriel me salvó.
—¿Qué clase de lío?
—Entré con mis amigos en un almacén abandonado y cuando llegó el encargado me tiré por la ventana. Pero era demasiado alta y me torcí el tobillo. Me llevaron a la clínica y Gabriel me atendió, pero no sólo me curó el tobillo, me dió la charla más larga que me han dado en la vida —rió Pedro—. Pensé que iba a llamar a la policía, pero no lo hizo. Llamó a los Servicios Sociales y organizó un escándalo.
—¿Por no cuidar de tí?
—Algo así. En fin, al final Mónica y él me llevaron a su casa. Y eso es lo que pasó.
—Llevabas demasiado tiempo yendo de un lado para otro. Nadie se ocupaba de tí, por eso no podías confiar en los demás.
Él la miró a los ojos, sonriendo.
—Eres muy lista.
—No, es una conclusión lógica.
—Pero aprendí a confiar en ellos. Gabriel y Mónica me querían de verdad. Gabriel pensó que el entrenamiento en el ejército me iría bien y tenía razón.
—Y supongo que se emocionó cuando supo que te habías convertido en médico.
Los ojos de Pedro brillaron entonces.
—La verdad es que sí.
—Te quiere mucho.
—Lo sé —murmuró él, colocándose la mochila a la espalda—. Cuéntame cosas de tí. Tu infancia fue idílica comparada con la mía, supongo.
Pedro se paró en ese momento y Paula, que iba mirando al suelo, se chocó contra él.
—Tienes que ponerte luces de freno. ¿Qué pasa?
—El tiempo. Debería haber confiado en mi instinto —dijo Pedro, mirando el cielo.
Había empezado a nevar y Paula parpadeó, sorprendida. No se había dado cuenta.
—Será mejor que bajemos.
Caminaron durante media hora, pero era agotador porque el viento y la nieve los empujaban hacia atrás y cada paso era un esfuerzo. ¿Por qué no se habían dado cuenta antes de cómo cambiaba el tiempo? Paula se mordió los labios. Porque estaban demasiado ocupados disfrutando el uno del otro. Ninguno de los dos se había fijado en que el cielo se había oscurecido como si fuera de noche. Pedro tuvo que sujetarla cuando un golpe de viento casi la lanzó al suelo. Y, por una vez, Paula se alegraba de que fuera tan protector.
—¿Estás bien?
—Sí. Pero la verdad era que estaba un poco asustada.
Sabía mejor que nadie lo peligrosa que era la montaña cuando uno cometía un error. Y ellos habían cometido uno muy grave.
—Se está haciendo tarde. Lo mejor será que acampemos.
—¿Acampar?
—No vamos a poder bajar con este viento y se está haciendo de noche, Paula—Pedro tuvo que gritar para hacerse oír.
—¿No podemos intentarlo? Llevamos linternas...
—No —la interrumpió él—. Es imposible. Acabaríamos cayendo a algún barranco. Lo único que podemos hacer es acampar y esperar a mañana.
—Pero no llevamos equipo —protestó Paula.
—Claro que llevamos. ¿Es que tienes miedo de mí? —rió Pedro.
¿Cómo podía flirtear en aquella situación?, se preguntó ella, irritada.
—Pedro, por favor...
Algo en su voz debió sorprenderlo porque la sonrisa se borró de sus labios.
—No pasará nada. Confía en mí. Vamos a colocar la tienda tras esa roca. ¿Puedes caminar un poco más?
Ella asintió, asombrada. ¿Tienda? ¿Llevaba una tienda de campaña? Unos minutos después, habían montado una pequeña tienda de tela impermeable.
—Uf, menos mal.
—Quítate la ropa mojada. Yo me daré la vuelta.
—Sí, señor —rió Paula.
—Estás temblando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario