lunes, 19 de febrero de 2018

Lo Inesperado: Capítulo 46

—Sí, estoy bien.

—Mónica y  él  habían  acogido a  un  niño  unos  años  atrás,  de  modo  que  tenían  experiencia. Un día me metí en un lío y Gabriel me salvó.

—¿Qué clase de lío?

—Entré con mis amigos en un almacén abandonado y cuando llegó el encargado me tiré  por  la  ventana. Pero  era  demasiado  alta  y  me  torcí el  tobillo.  Me  llevaron  a  la  clínica y Gabriel me atendió, pero no sólo me curó el tobillo, me dió la charla más larga que me han dado en la vida —rió Pedro—. Pensé que iba a llamar a la policía, pero no lo hizo. Llamó a los Servicios Sociales y organizó un escándalo.

—¿Por no cuidar de tí?

—Algo así. En fin, al final Mónica y él me llevaron a su casa. Y eso es lo que pasó.

—Llevabas  demasiado  tiempo  yendo  de  un lado para  otro.  Nadie  se  ocupaba  de  tí, por eso no podías confiar en los demás.

Él la miró a los ojos, sonriendo.

—Eres muy lista.

—No, es una conclusión lógica.

—Pero aprendí a confiar en ellos. Gabriel y Mónica me querían de verdad. Gabriel pensó que el entrenamiento en el ejército me iría bien y tenía razón.

—Y supongo que se emocionó cuando supo que te habías convertido en médico.

Los ojos de Pedro  brillaron entonces.

—La verdad es que sí.

—Te quiere mucho.

—Lo sé —murmuró él, colocándose la mochila a la espalda—. Cuéntame cosas de tí. Tu infancia fue idílica comparada con la mía, supongo.

Pedro se paró en ese momento y Paula, que iba mirando al suelo, se chocó contra él.

—Tienes que ponerte luces de freno. ¿Qué pasa?

—El tiempo. Debería haber confiado en mi instinto —dijo Pedro, mirando el cielo.

Había empezado a nevar y Paula parpadeó, sorprendida. No se había dado cuenta.

—Será mejor que bajemos.

 Caminaron durante  media  hora, pero  era  agotador  porque  el  viento  y  la  nieve  los  empujaban hacia atrás y cada paso era un esfuerzo. ¿Por qué no se habían dado cuenta  antes de cómo cambiaba  el  tiempo?  Paula se  mordió los labios.  Porque estaban demasiado ocupados disfrutando el uno del otro. Ninguno de los dos se había fijado en que el cielo se había oscurecido como si fuera de noche. Pedro tuvo que sujetarla cuando un golpe de viento casi la lanzó al suelo. Y, por  una  vez, Paula se alegraba de que fuera tan protector.

—¿Estás bien?

—Sí. Pero  la  verdad  era  que  estaba  un  poco  asustada.

Sabía  mejor  que  nadie  lo  peligrosa que era la montaña cuando uno cometía un error. Y ellos habían cometido uno muy grave.

—Se está haciendo tarde. Lo mejor será que acampemos.

—¿Acampar?

—No  vamos  a  poder  bajar  con  este  viento  y se está  haciendo  de  noche,  Paula—Pedro tuvo que gritar para hacerse oír.

—¿No podemos intentarlo? Llevamos linternas...

—No —la  interrumpió  él—. Es  imposible.  Acabaríamos  cayendo  a  algún  barranco. Lo único que podemos hacer es acampar y esperar a mañana.

—Pero no llevamos equipo —protestó Paula.

—Claro que llevamos.  ¿Es que tienes miedo de mí? —rió Pedro.

¿Cómo podía flirtear en aquella situación?, se preguntó ella, irritada.

—Pedro, por favor...

Algo en su voz debió sorprenderlo porque la sonrisa se borró de sus labios.

—No  pasará  nada. Confía en  mí.  Vamos  a  colocar  la  tienda  tras  esa  roca.  ¿Puedes caminar un poco más?

Ella  asintió,  asombrada.  ¿Tienda?  ¿Llevaba  una  tienda  de  campaña?  Unos  minutos  después, habían montado una pequeña tienda de tela impermeable.

—Uf, menos mal.

—Quítate la ropa mojada. Yo me daré la vuelta.

 —Sí, señor —rió Paula.

—Estás temblando.

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