—Pero no cuando había nevado. ¿Puede ir Pedro a buscarlo, mamá?
—No, cariño. Pedro tiene otras cosas que hacer. Ahora tú y yo vamos a hacer la cena y él se irá a su casa.
El hombre se acercó a la niña.
—Vamos a hacer una cosa. Si Héroe no ha vuelto a casa cuando te vayas a la cama, yo iré a buscarlo. ¿De acuerdo?
—No hace falta, Pedro—dijo Paula, sin mirarlo.
No quería ver sus ojos, ni sus labios... Era demasiado doloroso. Después de eso, entró en casa y se dedicó a hacer la cena mientras jugaba con su hija. Cuando estaban poniendo la mesa, escucharon los ladridos de Héroe.
—¡Ha vuelto, Valen!
—¡Mamá! —gritó la niña, corriendo hacia la puerta.
Héroe la saludó moviendo alegremente la cola. Cuando Paula consiguió apartar los bracitos de Valen del cuello del animal, lo secó con una toalla, metió a la niña en la cama y se dio un baño. Más tarde, volvió al salón con el pelo recién lavado envuelto en una toalla. Héroe estaba tumbado frente a la chimenea.
—Has sido muy malo, amiguito —murmuró, dándole un azote.
Héroe lamió su mano como respuesta y Paula tuvo que sonreír. En ese momento, alguien llamó a la puerta. Tenía que ser Pedro, por supuesto.
—¿Ha vuelto Héroe?
—Hace media hora. Gracias por cuidar de Valen—dijo Paula, con una sonrisa.
Después, hizo ademán de cerrar la puerta, pero él se lo impidió.
—He dejado que me evitases durante una semana. Ya es suficiente.
—No te estoy evitando. Es que...
—Cierra la puerta, Paula. Hace frío fuera.
Ella obedeció sin decir nada. Sería absurdo ponersea discutir.
—Creo que Ricardo está deprimido —empezó a decir. Si mantenían una conversación profesional, quizá podría evitar hablar de algo más doloroso. Como que él no la amaba y no la amaría nunca—. Beatríz dice que...
—No quiero hablar de los Thompson. Quiero hablar de nosotros.
Pedro estaba de pie, con las piernas abiertas, en una postura de macho dominante.
—No hay un nosotros.
—Lo hubo el sábado por la noche —replicó él.
Paula se volvió con brusquedad y la toalla que llevaba en la cabeza cayó al suelo, liberando una cascada de rizos.
—Te equivocas.
—No te entiendo —suspiró Pedro—. Yo no te obligué a nada.
—No. Eso es verdad.
—Sé que te hice daño y lo siento. ¿Es eso?
—No es eso —murmuró ella, incómoda—. ¿Qué quieres que te diga? ¿Qué fuiste maravilloso? ¿Qué fue la noche más bonita de mi vida? ¿Eso es lo que quieres oír?
Pedro se quedó mudo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario