miércoles, 28 de febrero de 2018

Inevitable: Capítulo 4

—¡Por zupuezto que debo eztar aquí!

Pero Pedro prosiguió sin escucharla:

—Entonces hay alguien que no debe estar.

Todas se volvieron al unísono a mirar a Paula.Ella cruzó los brazos sobre los senos y se ocultó detrás de una mesa. Su cara y todo su cuerpo estaban tan rojos como el pelo de Aldana. Si antes se había sonrojado, no era nada comparado con lo de ahora.

—¡Tú no eres modelo!

Pedro entrecerró los ojos y la miró con gesto acusador.

—¿Modelo? ¡Por supuesto que no!

Aquello era lo último que esperaba oírle decir. Si se suponía que no debía estar allí, imaginaba que había intentado colarse para hacerse un nombre y aprovecharse. Ya le había pasado otras veces. Frunció el  ceño  sorprendido  de  la  inmediata  negativa.  Si  no  era  modelo,  ¿Qué  estaba haciendo allí y por qué se había desnudado?

—¿Quién eres tú?

—Ya te lo he dicho —sonaba ya casi desesperada—. Soy Paula. Paula Chaves. Tu hermana me envió.

—¿Sonia? ¿Que Sonia te ha enviado?

Ella sacudió la cabeza. Tras sus brazos, notó que también sus senos se agitaban. Pedro cerró los ojos.Cuando los abrió fue para verla ponerse apresurada uno de los albornoces que había tirados sobre la mesa.

—Sí,  me  envió  Sonia.  Para trabajar para  tí.  Durante  el  verano.  Para  ser  tu  asistente.

—Asistente —repitió  Pedro  como  sí  no  hubiera  escuchado  aquella  palabra  en  su  vida.

—Sí, me dijo que tú habías aceptado. ¿No es cierto?—Pedro apretó los dientes.

—Puede.

—¿Sólo puede?

—Supongo que debo haberlo hecho —murmuró él.

Pero sólo porque aceptaba cualquier cosa que Sonia le pidiera. Le debía mucho a su  hermana. Sus  padres  habían  muerto  cuando  Sonia tenía  veinte  años  y  ella  prácticamente  lo  había  criado  abandonando  la  universidad  para  poder  hacer  un  hogar  para  los  dos.  Y  después  había  trabajado  duro  para  mandarlo  a  él  a  la  universidad. Lo había apoyado y había creído en él toda su vida. Y él no podía negarse a nada de lo que le pidiera.Pero  a  veces,  cuando  realmente  no  le  apetecía  hacer  algo,  se  lo  había  dejado  saber por el tono de voz y ella nunca lo había presionado. Hasta ese momento.Con  furia  creciente,  aunque  no  sabía  si  estaba  enfadado  con  Sonia,  con  Paula o  consigo mismo, le gritó.

—Si  se  supone  que  debes  ser  mi  asistente,  ¿Qué  diablos  haces  quitándote  la  maldita ropa?

—¡Me lo dijiste tú!¿Era así de fácil?, pensó estupefacto Pedro.

—¿O  sea  que  si  te  encuentras  a  alguien  por  la  calle  y  te  dice  que  te  quites  la  ropa, lo haces en el acto?

—¡Por supuesto que no!  —su  cara estaba  ahora  escarlata,  notó  Pedro con   satisfacción—. Pero  cuando  Sonia me  dijo  que  podía  venir  me  recalcó  que  hiciera  lo  que me dijeras, que estaba obligada a hacer todo lo que me pidieras.

Sus miradas se clavaron.Pero ella no apartó la suya. Era valiente, tuvo que reconocer Pedro. Paula estaba respirando con tanta agitación que casi podía ver sus senos alzarse por  debajo  de  la  suave  tela  de  toalla.  Recordó  como  un  fogonazo  cómo  eran  desnudos.Tan rubia como era, Paula Chaves no tenía la piel de una rubia. Sus senos eran de un cálido color miel y los pezones de un rosa polvoriento.

—¿Por qué uzaz a eza chica? —la mirada de Aldana se deslizó de Pedro a Paula con gesto acusador—. ¡No puedez uzar a eza chica! ¡Yo zoy la número ziete!

Se plantó las manos en las caderas y lo miró con furia.

—Aldana... —empezó Pedro para aplacarla.

Ella le tomó la cara entre las manos y le plantó un beso en la boca.

—Empezamoz de nuevo, ¿Verdad? Perdonaz a Aldana por llegar tarde, ¿zí?

—Sí —respondió  Pedro de   forma   automática   sin   dejar de   mirar  a  Paula paralizado.—¡Pedro!

Él ladeó la cabeza hacia ella.

—¿Eh!La modelo pateó el suelo con el pie desnudo.

—¿Empezamoz ya?

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