No podía volver a ocurrir. Una noche había sido suficiente. Los recuerdos la hacían sentirse desesperada y sabía que, si volvía a repetirse, sería mucho peor para ella. Paula no era la clase de mujer que podía tener una aventura, divertirse y después olvidar. Ella era una persona constante, alguien que creía en el amor para siempre. Y amaba a Pedro.
—¿Te encuentras bien?
—Sí —murmuró Paula, sorprendida.
—¿Te duele algo?
Le hubiera gustado ponerse a gritar. Claro que le dolía algo. ¿Cómo podía no darse cuenta? La deprimía observar lo tranquilo que parecía aquella mañana. ¿Le daba completamente igual lo que había pasado entre ellos?
—Estoy bien —intentó sonreír.
Por un momento, le pareció ver una sombra en los ojos del hombre, pero desapareció inmediatamente.
—Me alegro. Sigamos entonces.
Paula lo siguió como si fuera un autómata. Cuando llegaron al valle, se encontraron con Matías.
—Estaba esperando —sonrió el hombre.
—¿No vas a regañarnos? —rió Pedro.
—Estaban pasándolo bien, supongo.
—Lo siento, Matías—dijo Paula.
—¿Por qué? No me han sacado de la cama.
—Debías estar preocupado.
—La verdad es que no —dijo el hombre—. Si yo me perdiera con alguien en la montaña y no pudiera ser Claudia Schiffer, preferiría que fuera Pedro Alfonso.
Paula miró a Pedro, recordando cómo le había hecho el amor. Ella también se alegraba.
—Gracias por esperarnos, Matías—sonrió Paula.
—¿Puedo llevarlos a casa?
—No, gracias —contestó Pedro, tomándola del brazo.
Paula se despidió de Matías, sorprendida.
—¿Qué ocurre?
—Tenemos que hablar.
Aquello no sonaba muy prometedor. Si lamentaba lo que había ocurrido, prefería que no lo dijera. Y estaba demasiado cansada como para discutir.
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