—No dejo de pensar que voy a morirme —dijo la mujer, intentando contener las lágrimas.
—No pienses eso. Cuando te den el resultado, nos encargaremos de que recibas el mejor tratamiento posible. No vas a morir, Patricia.
—Gracias —murmuró ella, tomando el pañuelo de papel que Paula le ofrecía—. Tiene razón. Ahora la gente sobrevive al cáncer. No es como antes.
—Claro que no. Tienes que ser positiva. Por ahora no sabemos nada y, además, te lo han extirpado a tiempo.
—He leído en una revista que hay muchos tratamientos para el cáncer de piel, que es muy poco probable morirse de eso.
—El cáncer de piel no responde bien a la quimioterapia, pero existe el Interferón. No tienes que preocuparte, sea lo que sea, tendrás el mejor tratamiento, Patricia.
La joven se mordió los labios.
—Lo sé, doctora Chaves. Pero la palabra cáncer es tan terrible...
Paula tomó su mano para consolarla.
—No pienses en ello. Cuando vengas a buscar los resultados, ven con tu marido, si es posible.
—Él tiene que quedarse con los mellizos. Mi madre está de viaje —empezó a decir Patricia.
Paula hizo un gesto con la mano y tomo el teléfono.
—¿Cuándo tienes que venir?
—El jueves a las cuatro.
—¿Mamá? Soy yo. Necesito que me hagas un favor. ¿Podrías cuidar de unos mellizos el jueves por la tarde? Son hijos de una paciente que tiene que venir a la clínica...
Unos minutos después, Paula colgaba el auricular y anotaba su dirección en un papel.
—Pero doctora Chaves...
—Esta es la dirección de mi casa. Mi hija Valentina tiene cinco años y mi madre estará cuidando de ella. Puedes dejar allí a los mellizos y venir a la clínica con tu marido.
Patricia tomó el papel y la miró, perpleja.
—¿Está segura...?
—Claro que sí.
—Muchísimas gracias —dijo la joven, guardando el papel en el bolso—. En cuanto me den los resultados, me encontraré mejor. Es sólo la incertidumbre...
Paula asintió, comprensiva.
—Es duro, lo sé. Pero intenta ser positiva. Si quieres hablar con alguien, hay un teléfono de ayuda para pacientes con cáncer. Carla puede darte el número.
Patricia se levantó, mucho más relajada.
—No sé cómo darle las gracias...
—No tienes por qué hacerlo. Nos veremos pronto.
Paula se despidió de su paciente, rezando para que el tumor hubiera sido localizado a tiempo o, mejor, para que fuera benigno.
El resto de la semana Paula estuvo muy ocupada con sus pacientes y, una tarde, se dejó caer en un sillón en la sala de personal, agotada.
—No puedo tenerme en pie.
—¿No estarás enferma tú también? —preguntó Catalina.
—Espero que no. No puedo estarlo, soy el médico.
—Pues será mejor que te pongas una mascarilla porque la mitad de los habitantes de Cumbria están resfriados o con un virus estomacal.
En ese momento, sonó el teléfono y Paula descolgó el auricular, todos sus sentidos alerta al ver que Pedro entraba en la habitación.
—¿Dígame? Sí, es paciente mía. Ah, muy bien... Se lo diré —dijo antes de colgar—. Era del laboratorio. Celina Webster es inmune a la varicela. Una preocupación menos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario