miércoles, 28 de febrero de 2018

Inevitable: Capítulo 1

Había  seis  mujeres  desnudas  en  el  campo  de  visión  de  Pedro Alfonso.  Eran  mujeres delgadas y atractivas, de largas piernas, suaves muslos y senos erectos.Y  en  lo  único  que  podía  pensar  era  en  dónde  diablos  se  habría  metido  la  séptima. Miró su reloj, tamborileó con los dedos y apretó los dientes.

—¿Dónde está? —murmuró por décima vez desde la media hora anterior.¿Cómo  iba  a  sacar  las  fotos  para  la  nueva  fragancia  llamada  Siete  si  sólo  tenía  seis mujeres?

—¿Podemos empezar? —gimió una de las mujeres desnudas.

—Tengo frío —se quejó otra abrazándose.

—Y  yo  calor  —ronroneó  una  tercera  batiendo  las  pestañas  en  un  intento  evidente de ponerle a él caliente también.

Pero cualquier elevación de la temperatura de su cuerpo tenía más que ver con la irritación que con cualquier intento de seducción de una mujer, pensó Pedro. Para dejarlo  claro,  le  frunció  el  ceño  y  al  instante  la  chica  se  ocultó  bajo  un  reflector  para  evitar su mirada.

—Pedro, tengo la nariz brillante —se quejó después otra al mirarse en el espejo poniendo cara de conejo.

«No  van  a  mirarte  la  nariz,  cariño»,  estuvo  tentado  de  decirle  Pedro.  Pero  él  era  un  profesional.  Aquello  era  arte,  al  menos  bajo  el  aspecto  comercial.  Así  que  lo  único que hizo fue avisar a Melina, la chica de maquillaje.

—Melina, empólvale la nariz.

Melina le  empolvó  la  nariz  junto  con  las  mejillas  de  otra  de  las  chicas.  Cecilia,  la  peluquera, agitó por centésima vez el pelo a todas.Pedro tamborileó con los dedos y le gritó a Eliana, la directora de estudio, que averiguara quién era la chica que faltaba.Lo que quería decir era que quién era el culpable.Si por él fuera, Pedro prefería escoger a sus propias modelos, a las que conocía y sabía que eran de confianza, profesionales y puntuales.Pero él no había elegido a ninguna de aquéllas. Lo había hecho el cliente.

—Queremos  un  poco  de  todo  —le  había  dicho  el  representante  de  publicidad  por teléfono—. Todas guapas, por supuesto, pero no modelos típicas.

Pedro había  lanzando  un  bufido,  pero  había  entendido  lo  que  quería  el  representante.¡Siete! Según el guión que le habían dado, se suponía que el perfume tenía que atraer  a  todas  las  mujeres.  Así,  todas  las  mujeres,  al  menos  las  guapas,  se  sentirían  representadas  en  el  anuncio.  En  otras  palabras,  no  querían  modelos  de  pelo  oscuro, con expresiones duras, pómulos salientes y labios abultados.

—Algunas  altas  y  otras  bajas.  Pelos  rizados  y  lisos.  Y  variedad  de  grupos  étnicos. Algo osado y directo. Ya te las enviaremos —había dicho el representante.

A  Pedro le  parecía  bien.  No  le  importaba  a  quién  le  enviaran  siempre  que  pudiera llegar a tiempo.Pero parecía que una de ellas no había podido.Se  paseó  irritado.  Las  chicas  también  estaban  impacientes  y  agitadas  y  el  ambiente, que debía ser alegre, se estaba haciendo sombrío.Y entonces, de repente, oyó a Eliana decir:

—Sí, sí. Te está esperando. Entra directamente.

La puerta se abrió. Despacio y con cautela. No era para menos, pensó Pedro.

—Ya era hora —bramó a la joven que apareció en el umbral—. Se suponía que ya debía estar aquí hace un buen rato.

Ella  parpadeó  y  sus  ojos  de  un  azul  tan  intenso  que  eran  casi  violetas  se  pusieron  como  platos.  Pedro sacudió  la  cabeza.  Los  idiotas  de  publicidad  de  nuevo.  Sabían   que   las fotos iban a ser   en   blanco y  negro,  así  que  aquellos  ojos  se  desperdiciarían.

—Mi avión se retrasó.

¿Avión?  ¿Sería  alguna  famosa  modelo  de  la  costa  oeste  que  él  no  conocía?  ¿La  última super estrella de Los Angeles? Pedro frunció el ceño y la estudió con más atención intentando averiguar qué era  lo  que  habrían  visto  en  ella.  Se  suponía  al  menos  que  él  era  un  experto  en  mujeres.La miró más de cerca. La  señorita  azul-violeta  parecía  una  caricatura  del  modelo  de  chica  americana  de los cincuenta. Estaba en mitad de la veintena, un poco mayor del «bomboncito del mes» que normalmente le endosaban. Tampoco era especialmente alta ni era usual en lo referente a las curvas. Él había visto carreteras de Nebraska con más curvas que las modelos  típicas.  Ésta  parecía  más  una  mujer  real  por  lo  que  se  adivinaba  bajo  el  camuflaje de su vestido camisero.¿Quién  diablos  llevaba  un  vestido  camisero  en  una  profesión  como  aquélla?  ¿Quién  se  ponía  un  vestido  camisero  en  Nueva  York  en  estos  tiempos?  Con  su  pelo  ondulado  y  rubio  y  labios  jugosos,  parecía  una  réplica  discreta  y  pudorosa  de  Marilyn Monroe. Quizá  fuera  eso  lo  que  habían  visto  en  ella,  el  potencial  de  convertirse  en  algo  más:  con  ponerse  unas  gotas  de  Siete  una  mujer  podría  convertirse  de  las  siete  virtudes en los siete pecados.

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