lunes, 5 de febrero de 2018

Lo Inesperado: Capítulo 28

—Ha llegado la ambulancia.

—Estupendo. Está mejor, pero hay que llevarla al hospital —dijo Pedro.

Unos minutos después, dos enfermeros entraban con una camilla.

—Hola, Martina —sonrió uno de ellos, que ya conocía a la niña—. No quieres separarte de mí, ¿Eh, pequeña?

Martina consiguió sonreír cuando el hombre tomó su mano.

—Yo estoy de guardia, así que quizá tú quieras acompañarlos al hospital, Paula—dijo Pedro.

—Muy bien. Pero Valen...

—Si me das las llaves de tu casa, yo me quedaré con ella. Y si tengo que hacer alguna visita, la llevaré conmigo.

Unos minutos después, los enfermeros cerraban la puerta de la ambulancia.

—No pasará nada, señora Watson. No se preocupe.

 —Hasta la próxima vez —suspiró la mujer.

—Sí. Lo que no entiendo es por qué no está mejor con la dosis de corticoides que le hemos prescrito —dijo Paula.

¿Era su imaginación o  la  señora Watson no quería mirarla?  El  instinto  le  decía  que  allí ocurría algo raro...

—¿Cuánto tiempo tendrá que quedarse en el hospital?

—Probablemente estará de vuelta mañana.   ¿Tiene idea  de qué puede haber provocado el ataque? ¿Ha estado en contacto con animales o algo fuera de lo normal?

—No lo sé —contestó la señora Watson.

—Ya. Bueno, pues habrá que pensarlo.

Paula recordó  las  palabras  de  Catalina sobre  que  a  la  señora  Watson  no  le  gustaban  las medicinas.  ¿Sería  eso  lo  que  estaba  pasando?  ¿No  le  daba  las  medicinas  a  su  hija?  Preocupada,  se  dijo  a  sí  misma  que  investigaría  en  cuanto  Martina hubiera  salido  del  hospital.

Paula escuchó las risas en cuanto abrió la puerta de su casa.Valen estaba tirada sobre la alfombra frente a la chimenea, intentando impedir que Pedro echase unas bolitas blancas en la boca de un hipopótamo de plástico.

—¡Hola, mamá! Estamos jugando al hipopótamo y he ganado dos veces.

—Es  muy  violenta  —sonrió  Pedro,  dándole  un  golpecito  en  la  mano—. ¡Esa bola  es  mía, ladrona!

Valen soltó una carcajada y metió la bolita en la boca del juguete.

—¡He ganado otra vez! —exclamó la niña, con las mejillas coloradas.

Paula soltó el maletín y se sentó en el enorme sofá blanco, agotada.

—¿Qué tal la fiesta de Halloween, enana?

—¡Muy bien! Había unos trajes muy bonitos, pero el mío era el más bonito de todos. ¿A que la máscara daba mucho miedo, Pedro?

—Mucho.

Paula hubiera  esperado  cualquier  cosa,  excepto  aquella  escena  tan  doméstica.  Había esperado  encontrar  a  Pedro leyendo  en  el  sofá  mientras  la  niña  jugaba  en  su  cuarto, pero  lo encontró  tumbado  en  la  alfombra,  con  aquellos  vaqueros  que  se  ajustaban  a  sus  muslos  como  un  pecado,  la  camisa  un  poco  desabrochada,  mostrando  el  vello  oscuro que cubría su torso... Tan atractivo, tan masculino... tan en su casa.

—El doctor Alfonso tiene que irse, cariño.

—No tengo prisa —dijo él.

—¿No puede quedarse a cenar? —preguntó Valen, saltando sobre el sofá—. Puedo ponerme el traje otra vez para darles un susto.

—No,  gracias.  No quiero tener pesadillas  —sonrió Pedro—. Ya  tengo  bastantes  problemas para dormir.

Paula tuvo que levantarse para disimular su agitación. Aquel hombre no se quedaría a cenar en su casa. ¡Ni muerta!

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