Y eso hizo. Una vez relajada, el dolor desapareció. Paula lo sentía moviéndose dentro de ella, poderoso, masculino y tierno a la vez. Pedro la miraba a los ojos mientras la poseía y ella levantaba sus caderas para acercarse más.
—Oh, Pedro...
Aquella proximidad era algo que no había experimentado nunca, pero que siempre había soñado. La sensación la abrumó e, instintivamente, enredó las piernas alrededor de la cintura del hombre, sintiendo como él se controlaba. Pero Paula no quería que se controlase. Lo quería todo. Sujetándose a sus hombros, empezó a mover las caderas hacia arriba, pegándose a él, sintiendo la respuesta del hombre.
—Eres una bruja —murmuró Pedro, repitiendo con su lengua el juego que tenía lugar más abajo.
—Pedro...
Él lanzó un gemido ronco y embistió con fuerza.
—¿Mejor?
—Oh, sí —murmuró Paula, arqueándose hacia él, moviéndose al unísono hasta que los dos gritaron de placer y cayeron, uno sobre otro, exhaustos.
—Lo siento, cariño. He sido un bruto.
—No, no —rió ella—. No has sido un bruto.
—Te he hecho llorar.
—No lloro porque me hayas hecho daño, tonto. Lloro porque ha sido precioso.
—Hay tantas cosas que tienes que decirme. Pero no ahora. Ahora sólo quiero abrazarte.
—Pedro... —murmuró ella, apretándose contra el fuerte cuerpo del hombre.
—Sigue así y esta noche no dormiremos —le advirtió Pedro.
—¿Y quién necesita dormir? —rió Paula.
Él sonrió, con la sonrisa más erótica que Paula había visto en su vida.
—Eso digo yo. ¿Quién necesita dormir?
En cuanto amaneció, doblaron la tienda y se vistieron a toda prisa. Pedro no hablaba mucho mientras descendían y Paula se sintió inquieta. Algo pasaba. Después de la intimidad que habían compartido la noche anterior, deberían caminar de la mano o mirarse tiernamente. Pero él apenas la miraba.Ella habría deseado rodearlo con sus brazos y decirle cuánto lo amaba, pero el orgullo se lo impedía. Pedro era así después de todo y mantenía sus emociones bajo control. Excepto la noche anterior. Su corazón se calentó al recordar lo que habían compartido. Cómo la había tocado, cómo la había abrazado. Aunque él no había pronunciado la palabra amor. ¿Habría imaginado sus caricias, sus miradas? Quizá sólo era su forma de seducirla... Pero debía dejar de pensar en eso. Lo conocía y sabía que él no quería un compromiso. ¿Qué esperaba? ¿Qué se pusiera de rodillas y le declarase su amor? Sí, eso era lo que había esperado. Pero sólo era una fantasía. Pedro no iba a comprometerse con nadie.
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