La siguiente en su lista era Celina, tres días después del parto.
—¡Es una comilona! —exclamó, dándole un golpecito en la espalda a la niña para que expulsara los gases.
—¿Qué tal los otros dos niños?
—Regular. La miran, la tocan... Si sobrevive hasta Navidad, será un milagro.
—¿Y tú cómo estás?
—Muy bien, gracias a usted —sonrió Celina.
—A mí, no. Lo hiciste todo tú.
Un rato después, Paula se despidió y fue a visitar a los Thompson. La casa parecía desierta. Llamó dos veces a la puerta, pero no había signos de vida. Sorprendida y un poco preocupada, volvió a la clínica. Cuando estacionaba, sintió una náusea y tuvo que cerrar los ojos. Estaba en esa posición cuando alguien abrió la puerta del jeep. Pedro estaba allí, mirándola con expresión de sorpresa.
—¿Qué te pasa? ¿Estás enferma otra vez?
—No, bueno... un poco.
—Han pasado dos semanas, Paula. El virus no dura tanto.
Pedro lo sabía. Lo veía en sus ojos.
—A lo mejor no es el mismo virus.
—Me parece que tenemos que hablar.
—Ahora no —murmuró ella, intentando disimular otra náusea.
—Ahora —insistió Pedro, abriendo la puerta del todo.
—Muy bien. Si insistes...
Paula bajó del jeep, demasiado cansada y enferma como para discutir. Una vez dentro de la clínica, él la tomó por la muñeca y la llevó a su consulta.
—Estás embarazada, ¿Verdad?
—Sí.
—¿Cuándo pensabas decírmelo?
Su expresión era tan furiosa que Paula se puso una mano sobre el vientre, en un gesto protector.
—No lo sé.
Pedro la miraba con una expresión tan fría que le parecía un extraño.
—Es el truco más viejo del mundo, ¿No?
—¿Qué quieres decir con eso?
—Quedarte embarazada para que me case contigo.
Paula se quedó petrificada.
—¿Crees que lo he hecho a propósito para que te cases conmigo?
—¿No es así?
—¡No! —exclamó ella, con expresión horrorizada—. Claro que no.
—Entonces, ¿Cómo es posible que estés embarazada?
—Pedro, ha sido un accidente...
—Tú eres médico, Paula. A un médico no le ocurre ese tipo de accidente. Recuerdo que te pregunté si podíamos hacerlo.
—Fue un error. Pensé que esto no era posible.
—Ya —murmuró él, irónico.
—¿Cómo puedes creer que lo he hecho a propósito? Sé cómo eres, lo que piensas sobre los hijos. ¿Por qué iba a intentar chantajearte con uno?
—No lo sé. Quizá estabas decidida a reformarme. Si te quedabas embarazada, yo tendría que comprometerme.
Paula sacudió la cabeza, incrédula.
—Yo no voy a obligarte a nada. Y tampoco te necesito, Pedro. Ha sido un accidente...
No hay comentarios:
Publicar un comentario