—Venga, Valen, deja de dar saltos.
—¿Qué tal está Martina? —preguntó Pedro, colocándose a su lado.
Tan alto, con esos brazos fuertes y ese aroma a hombre...
—Mucho mejor —contestó ella, intentando no mirarlo.
¿Por qué se sentía así, por qué se sentía tan rara a su lado?
—¿Puede quedarse Pedro a cenar, mamá? —insistió su hija.
—¿No tienes nada que hacer esta noche, Pedro? —preguntó Paula, para ver si entendía la indirecta.
—A menos que suene mi busca... no. Y me encantaría quedarme a cenar.
—¡Yupi! Voy a ponerme el traje —exclamó la niña, corriendo a su dormitorio.
Pedro se dejó caer en el sofá.
—Has sido muy amable invitándome.
Paula respiró profundamente, buscando paciencia.
—Yo no quería invitarte y lo sabes.
—¿Por qué?
—Porque... ya te he dicho que no quiero que Valen se acostumbre a verte por aquí.
—¿Valen o tú? —preguntó él, estirando las piernas.
—Ninguna de las dos.
Pedro se levantó bruscamente y la tomó por la muñeca cuando Paula intentó darse la vuelta.
—Tenemos que hablar de esto. ¿Sigues diciendo que no hay química entre nosotros?
—No estoy diciendo eso.
—Entonces, ¿Por qué no dejas que las cosas sigan su curso?
—Porque no quiero que le hagas daño a Valen... o a mí —contestó ella, con sinceridad.
Pedro la miró, con un brillo indescifrable en los ojos. Y entonces, sin previo aviso, inclinó la cabeza y buscó su boca. Paula intentó apartarse, pero él la retuvo tomándola por la cintura. Era un beso diferente a cualquier otro beso que hubiera recibido, fiero, erótico, suave y exigente al mismo tiempo. Y pronto ella olvidó que hubiera querido escapar. Quería más y se apretó contra su torso, sintiendo los fuertes muslos del hombre clavados en los suyos. Pedro sujetó su cabeza y le hizo el amor con la boca. Sin pensar, enredó los brazos alrededor del cuello del hombre, mientras él jugaba con su lengua, dominante, pero al mismo tiempo suave, intentando arrancarle una respuesta. Con las piernas temblorosas, acarició su torso por encima de la camisa. No podía pensar en nada. Nadie la había hecho sentir de aquella forma... Pedro emitió un gemido ronco mientras buscaba su garganta para dejar un rastro de besos húmedos y apasionados.
—Ahora dime que no merece la pena, Paula—dijo con voz ronca.
Después, la soltó y se dió la vuelta, dejándola con las piernas temblorosas y el corazón acelerado.
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