lunes, 5 de febrero de 2018

Lo Inesperado: Capítulo 29

—Venga, Valen, deja de dar saltos.

—¿Qué  tal  está  Martina?  —preguntó  Pedro,  colocándose  a  su  lado. 

Tan  alto,  con  esos  brazos fuertes y ese aroma a hombre...

 —Mucho mejor —contestó ella, intentando no mirarlo.

¿Por qué se sentía así, por qué se sentía tan rara a su lado?

—¿Puede quedarse Pedro a cenar, mamá? —insistió su hija.

—¿No tienes nada que hacer esta noche, Pedro? —preguntó Paula, para ver si entendía la indirecta.

—A menos que suene mi busca... no. Y me encantaría quedarme a cenar.

 —¡Yupi! Voy a ponerme el traje —exclamó la niña, corriendo a su dormitorio.

 Pedro se dejó caer en el sofá.

—Has sido muy amable invitándome.

Paula respiró profundamente, buscando paciencia.

—Yo no quería invitarte y lo sabes.

—¿Por qué?

—Porque... ya te he dicho que no quiero que Valen se acostumbre a verte por aquí.

—¿Valen o tú? —preguntó él, estirando las piernas.

—Ninguna de las dos.

Pedro se  levantó  bruscamente  y  la  tomó  por  la  muñeca  cuando  Paula intentó  darse  la  vuelta.

—Tenemos que hablar de esto. ¿Sigues diciendo que no hay química entre nosotros?

—No estoy diciendo eso.

—Entonces, ¿Por qué no dejas que las cosas sigan su curso?

—Porque no quiero que  le  hagas  daño  a  Valen... o  a  mí  —contestó  ella,  con sinceridad.

Pedro la  miró,  con  un  brillo  indescifrable  en  los  ojos.  Y  entonces, sin  previo  aviso, inclinó la cabeza y buscó su boca. Paula intentó apartarse, pero él la retuvo tomándola por la cintura. Era un beso diferente a cualquier otro beso que hubiera recibido, fiero, erótico, suave y  exigente  al  mismo  tiempo. Y  pronto  ella olvidó  que  hubiera  querido  escapar. Quería  más  y  se  apretó  contra  su  torso, sintiendo  los  fuertes  muslos  del  hombre  clavados en los suyos. Pedro sujetó su cabeza y le hizo el amor con la boca. Sin  pensar,  enredó  los  brazos  alrededor  del  cuello  del  hombre,  mientras  él  jugaba con su lengua, dominante, pero al mismo tiempo suave, intentando arrancarle una respuesta. Con  las  piernas  temblorosas,  acarició  su  torso  por  encima  de  la  camisa.  No  podía  pensar en nada. Nadie la había hecho sentir de aquella forma... Pedro emitió  un  gemido  ronco  mientras  buscaba  su  garganta  para  dejar  un  rastro  de  besos húmedos y apasionados.

—Ahora dime que no merece la pena, Paula—dijo con voz ronca.

Después, la  soltó  y  se  dió  la  vuelta,  dejándola  con  las  piernas  temblorosas  y  el  corazón acelerado.

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