Paula estaba tumbada en la cama, mirando el techo. No podía dormir. Sólo podía pensar en Pedro y en lo que él había dicho sobre el niño. ¿De verdad creía que ella podría darlo en adopción? Le hervía la sangre sólo de pensarlo. ¿Cómo podía la madre de Pedro haberlo abandonado? Era lógico que él no pudiera confiar en nadie. Aparte de Gabriel y Mónica, por supuesto, pero quizá ellos habían entrado en su vida demasiado tarde. Impaciente, se sentó en la cama, apartando el pelo de su cara. No era capaz de dormir. Suspirando, se levantó y se puso una bata. Cuando estaba preparando una taza de chocolate caliente, sonó el teléfono. A las dos de la mañana.¿Quién podría llamarla a esas horas?
—¿Dígame?
Era matías, muy serio.
—Ricardo Thompson es paciente tuyo, ¿Verdad?
—Sí. ¿Por qué?
—Porque lo vieron paseando por la montaña esta mañana y nadie ha vuelto a saber nada de él. Su mujer ha llamado a la policía.
—Oh, no —murmuró Paula—. No hagas nada hasta que llegue yo, Matías. Llamaré a mi madre para que venga a cuidar de Valen.
—He llamado al resto del equipo de rescate.
—Nos veremos en el paso Dungeon en veinte minutos.
—Muy bien. Pedro puede traerte.
Paula tragó saliva.
—¿Él también va?
—Claro. Nos hace falta —dijo el hombre.
Diez minutos después, cuando acababa de vestirse, alguien llamó a la puerta. Era su madre. Pedro estaba esperándola dentro del coche. Él condujo en silencio, con cuidado porque la nieve reducía visibilidad.
—Debería haber imaginado que haría algo así —murmuró Paula.
—No seas tonta. No eres vidente —dijo Pedro, sin apartar los ojos de la carretera.
—Pero sospechaba que estaba deprimido —insistió ella, calándose el gorro de lana sobre las orejas.
—Olvídalo, Paula. Tú no eres responsable.
—Se morirá de frío si no llegamos a tiempo.
—Esperemos que sí —murmuró Pedro, con expresión hermética. Unos minutos después llegaban al paso Dungeon—. Quiero que esperes aquí.
—¿Cómo?
—Hace muchísimo frío y no quiero que salgas.
El corazón de Paula dió un vuelco. Ella le importaba... Pero no, no era eso. Era lo de siempre. Pedro Alfonso era un machista y no podía aceptar que una mujer formara parte del equipo de rescate.
—Es mi paciente, Pedro. Tengo que ir.
Cuando intentó abrir la puerta, él se lo impidió.
—¡No, Paula! —exclamó, mirándola con los ojos brillantes. Por un momento, ella pensó que había visto miedo en aquellos ojos, pero era imposible—. No quiero que salgas. Hace demasiado frío. Ya sabes que no me gusta verte en la montaña.
—¿Por qué soy una mujer?
—No. No es eso.
—¿Entonces?
Pedro abrió la boca y volvió a cerrarla.
—No lo sé. No sé por qué —murmuró, pasándose la mano por el pelo—. Pero no me gusta que salgas con este frío.
—¿Por qué no, Pedro? —insistió ella.
En su voz había un ruego. Quería oírlo. Quería que él dijera que no quería porque le importaba. Porque la amaba.
—¡Maldita sea, Paula! Ya sabes lo difícil que es esto para mí.
La puerta del jeep se abrió en ese momento y Matías apareció ante ellos.
—¿Van a salir o pensáis quedaros ahí cotilleando toda la noche?
—Ya vamos. ¿Cuál es el plan?
Matías reunió a todo el equipo y Paula intentó concentrarse en lo que estaba diciendo para olvidarse del frío y de Pedro, que estaba a su lado y no le quitaba los ojos de encima.
—¿Vas a darme la mano para que no me caiga? —preguntó cuando empezaron a subir.
Él no sonrió.
—Si pudiera evitar que subieras, lo haría.
—No me pasará nada, Pedro.
—Claro que no. Porque no pienso separarme de tí.
Aquella frase la calentó por dentro. Lo amaba tanto... Paula se puso la mano en el vientre y él la miró, sin decir nada. Pero el momento pasó y empezaron la subida detrás del equipo de rescate en busca de Ricardo Thompson, rompiendo la oscuridad con sus linternas. Fue Apolo, el perro de Catalina, quien encontró a Ricardo tres horas más tarde cuando estaban a punto de abandonar toda esperanza. Ladrando para indicar que lo había encontrado, el perro esperó al resto del equipo.
—Está en ese saliente —dijo Catalina, iluminando el lugar con su linterna.
—Estupendo. A ver cómo bajamos ahora —murmuró Matías.
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