lunes, 26 de febrero de 2018

Lo Inesperado: Capítulo 63

Paula estaba  tumbada  en  la  cama, mirando  el  techo.  No podía  dormir.  Sólo  podía  pensar  en  Pedro  y  en  lo  que  él  había  dicho  sobre  el  niño.  ¿De verdad  creía  que ella  podría darlo  en  adopción?  Le hervía  la sangre  sólo  de  pensarlo.  ¿Cómo  podía  la  madre  de  Pedro  haberlo  abandonado?  Era  lógico  que  él  no  pudiera  confiar  en  nadie. Aparte  de  Gabriel y  Mónica,  por  supuesto,  pero  quizá  ellos  habían  entrado  en  su  vida  demasiado tarde. Impaciente,  se  sentó  en  la  cama,  apartando el  pelo de su  cara.  No  era  capaz  de dormir. Suspirando, se levantó y se puso una bata. Cuando estaba preparando una taza de chocolate caliente, sonó el teléfono. A las dos de la mañana.¿Quién podría llamarla a esas horas?

—¿Dígame?

Era matías, muy serio.

—Ricardo Thompson es paciente tuyo, ¿Verdad?

—Sí. ¿Por qué?

—Porque lo vieron paseando por la montaña esta mañana y nadie ha vuelto a saber nada de él. Su mujer ha llamado a la policía.

—Oh, no —murmuró Paula—. No hagas nada hasta que llegue yo, Matías. Llamaré a mi madre para que venga a cuidar de Valen.

—He llamado al resto del equipo de rescate.

—Nos veremos en el paso Dungeon en veinte minutos.

—Muy bien. Pedro  puede traerte.

Paula tragó saliva.

—¿Él también va?

—Claro. Nos hace falta —dijo el hombre.

Diez minutos después, cuando acababa de vestirse, alguien llamó a la puerta. Era su madre. Pedro estaba esperándola dentro del coche. Él condujo en silencio, con cuidado porque la nieve reducía visibilidad.

—Debería haber imaginado que haría algo así —murmuró Paula.

—No seas tonta. No eres vidente —dijo Pedro, sin apartar los ojos de la carretera.

—Pero  sospechaba  que  estaba  deprimido  —insistió  ella,  calándose  el  gorro  de  lana  sobre las orejas.

—Olvídalo, Paula. Tú no eres responsable.

 —Se morirá de frío si no llegamos a tiempo.

—Esperemos  que  sí  —murmuró  Pedro,  con  expresión  hermética.  Unos  minutos  después llegaban al paso Dungeon—. Quiero que esperes aquí.

—¿Cómo?

—Hace muchísimo frío y no quiero que salgas.

El corazón de Paula dió un vuelco. Ella le importaba... Pero no, no  era  eso. Era lo de siempre. Pedro Alfonso era un machista y no podía aceptar que una mujer formara parte del equipo de rescate.

—Es mi paciente, Pedro. Tengo que ir.

Cuando intentó abrir la puerta, él se lo impidió.

—¡No,  Paula! —exclamó,  mirándola  con  los  ojos  brillantes.  Por  un  momento, ella pensó  que  había  visto  miedo  en  aquellos  ojos,  pero  era  imposible—. No  quiero  que  salgas. Hace demasiado frío. Ya sabes que no me gusta verte en la montaña.

—¿Por qué soy una mujer?

—No. No es eso.

—¿Entonces?

Pedro abrió la boca y volvió a cerrarla.

—No lo sé. No sé por qué —murmuró, pasándose la mano por el pelo—. Pero no me gusta que salgas con este frío.

—¿Por  qué  no, Pedro? —insistió  ella. 

En  su  voz  había  un  ruego.  Quería  oírlo.  Quería que él dijera que no quería porque le importaba. Porque la amaba.

—¡Maldita sea, Paula! Ya sabes lo difícil que es esto para mí.

La puerta del jeep se abrió en ese momento y Matías apareció ante ellos.

—¿Van a salir o pensáis quedaros ahí cotilleando toda la noche?

—Ya vamos. ¿Cuál es el plan?

Matías reunió  a  todo  el  equipo  y  Paula intentó  concentrarse  en  lo  que  estaba  diciendo  para  olvidarse  del  frío  y  de  Pedro,  que  estaba  a  su  lado  y  no  le  quitaba  los  ojos  de  encima.

—¿Vas a darme  la mano  para que no me  caiga?  —preguntó  cuando  empezaron  a  subir.

Él no sonrió.

 —Si pudiera evitar que subieras, lo haría.

—No me pasará nada, Pedro.

—Claro que no. Porque no pienso separarme de tí.

Aquella  frase  la  calentó  por  dentro.  Lo  amaba  tanto... Paula se  puso  la  mano  en  el  vientre y él la miró, sin decir nada. Pero el momento pasó y empezaron la subida detrás del equipo de rescate en busca de Ricardo Thompson, rompiendo la oscuridad con sus linternas. Fue Apolo,  el  perro  de  Catalina,  quien  encontró  a  Ricardo tres  horas  más  tarde  cuando  estaban  a  punto  de  abandonar  toda  esperanza. Ladrando  para  indicar  que  lo  había  encontrado, el perro esperó al resto del equipo.

—Está en ese saliente —dijo Catalina, iluminando el lugar con su linterna.

—Estupendo. A ver cómo bajamos ahora —murmuró Matías.

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