—Haber quedado embarazada. No estaba intentando atraparte.
Pedro apretó los dientes.
—No pienses en eso ahora. Hablaremos más tarde.
—No quiero casarme contigo, Pedro.
El hombre apartó la mirada.
—¿Estamos listos? Ya podemos bajar.
Nadie hablaba mientras descendían. Todos estaban demasiado concentrados en no perder pie. Una hora después, Paula estaba tumbada en la clínica. El médico de guardia, Guillermo Roberts, la examinó. Pedro no se apartó de su lado.
—No tienes nada. Sólo ha sido un mareo.
—¿Puedo dormir en mi casa o tengo que quedarme aquí esta noche?
—¿Se quedará alguien contigo?
—Yo me quedaré con ella —dijo Pedro.
—En ese caso, de acuerdo. Puedes irte a casa.
—Hay otra cosa. Estoy embarazada. No tengo dolores abdominales, pero me gustaría que me hicieran una revisión.
—Muy bien. Tardaremos quince minutos.
Paula estaba tumbada durante la revisión, sin atreverse a mirar a Pedro. Había esperado que él pusiera alguna excusa, que saliera de la consulta, pero no había sido así.
—Parece que todo va bien —dijo Guillermo después de comprobar el estado del feto—. Puedes vestirte, Paula.
—Gracias.
Cuando iba a salir de la consulta, Pedro la tomó del brazo.
—No, espera —murmuró, pasándose la mano por el pelo—. Tenemos que hablar y no quiero esperar hasta que lleguemos a casa.
Paula apretó los dientes. No quería otra discusión. Más tarde quizá, pero en aquel momento no podía aparentar que le daba igual perderlo. Se sentía demasiado vulnerable.
—Pedro, no puedo...
—Sólo quiero que me escuches —la interrumpió él, tomando su mano—. Este ha sido el peor día de mi vida.
—¿Por qué? ¿Por qué has visto al niño en el monitor?
—¡No! No me refiero a eso. Ver al niño ha sido... increíble.
Pedro se acercó a la ventana para que ella no pudiera ver su expresión.
—¿Qué quieres decirme?
Él no contestó inmediatamente.
—Nunca he confiado en nadie. Supongo que estaba intentando probar que lo que siempre me habían dicho de niño era verdad.
—¿A qué te refieres? —preguntó Paula.
—A que era un niño difícil, problemático. Mi madre no me pudo soportar, por eso me abandonó. Yo no era el niño que había imaginado...
—Pedro...
—Fui de familia en familia y cada vez era más difícil. Cada vez que llegaba a una nueva casa, me portaba peor. Supongo que intentaba encontrar una familia que me quisiera incondicionalmente —siguió diciendo él, sin mirarla—. No tardé mucho en darme cuenta de que ese tipo de amor no existía. Al menos, para mí.
Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas.
—Oh, Pedro...
—Nunca se me ha dado bien relacionarme con los demás, pero eso tú ya lo sabes. Durante mi infancia, cuando empezaba a sentir afecto por alguien, me llevaban a otra parte. No tienes ni idea de lo que eso le hace a un niño. Sentir que no lo quieren es... Al final, me dije a mí mismo que no necesitaba el amor de nadie como mecanismo de defensa. La única persona que me hacía falta era yo mismo. No quería amar a nadie para no sufrir.
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