viernes, 23 de febrero de 2018

Lo Inesperado: Capítulo 58

Nevó durante los tres días siguientes y la mayor parte de Cumbria quedó paralizada.

—No  se  ve  ni  un  coche en  las  carreteras, pero  los  pacientes  siguen  llegando  a  la  consulta —gruñó Carla.

—Supongo que están aburridos —sonrió Paula.

—Ya, pues podrían... ¿Estás bien, Paula? Te has puesto muy pálida.

—Estoy bien, no te preocupes. ¿Tengo algún paciente más?

—Dos —contestó  la  enfermera,  con  expresión  preocupada—. ¿Quieres  que  los  vea  Gabriel?

—Claro que no. Dile al primero que entre, por favor.

Paula se sentó frente al escritorio, preguntándose cómo podría sobrevivir a tres meses de  náuseas.  Siempre le  había  dicho  a  sus  pacientes  que  los  mareos  desaparecían  en  unos  días,  pero se  había  equivocado.  Estaba  enferma,  agotada  y  tarde  o  temprano  tendría que pensar en otra excusa, porque el «virus» empezaba a ser increíble. Después  de  examinar  a  su  primer  paciente  y  extender  una  receta,  lo  acompañó  a  la  puerta y se llevó la mano al estómago. Iba a vomitar. Llegó al servicio justo a tiempo y cuando salía, se encontró a Pedro esperándola.

—Carla me ha dicho que no te encuentras bien.

 Lo que le faltaba, pensó. No tenía fuerzas para discutir con él.

—Estoy bien.

—Pues no tienes buen aspecto.

—Es el virus que tiene todo el mundo.

—Pero a todo el mundo se le pasa en dos días —replicó él.

Había una extraña luz en sus ojos y, por un segundo, Paula se preguntó si sospecharía algo.

—¡Doctora Chaves! —escuchó la voz de Carla.

—¿Qué ocurre?

—Acaba  de  llamar  Celina Webster.  Se  ha  puesto  de  parto,  pero  la  carretera  del  hospital está cortada. Tiene contracciones cada dos minutos y parece muy asustada.

—¿Dónde está la comadrona? —preguntó Paula, mientras tomaba el abrigo.

—Ayudando en un parto cerca de Kirkstone.

—Tú no puedes ir. No te encuentras bien —dijo Pedro.

—Claro que voy a ir. Es mi paciente.

—Pues  no  irás  sola.  Iremos  los  dos.  Gabriel me  ha  prestado  su  jeep  para  que  pueda hacer  visitas  a  pesar  de  la  nieve  —dijo  Pedro,  buscando  su  abrigo—. ¿Seguro  que  puedes ir?

Paula se puso la bufanda.

—No me lo perdería por nada del mundo. Me encanta ver nacer a un niño.

—Me alegro —sonrió Pedro—, porque no es precisamente lo mío.

Paula lo  siguió  hasta  el  jeep,  aliviada  al  dejarse  caer  sobre  el  asiento.  Se  encontraba  fatal. ¿Y si tenía que pasar así los nueve meses de embarazo? Por toda la carretera había vehículos abandonados, atrapados en la nieve. Pero Pedor conducía el jeep con habilidad.El marido de Celina los esperaba en la puerta, con cara de pánico.

—¡Está empujando!

Paula entró en la casa como una exhalación, olvidando lo cansada que estaba. Celina estaba sentada a los pies de la cama, con los ojos llenos de lágrimas.

—Doctora Chaves, por fin. Tenía tanto miedo...

—Todo va a salir bien  —sonrió Paula, tomándola  del  brazo—. Has  tenido  un  embarazo  estupendo  y no hay  razón  para  que  el  parto  no  lo  sea.  Vamos,  túmbate. Tengo que examinarte.

Pedro intentó  calmar  a  la  joven,  mientras  Paula se  lavaba  las  manos  y  se  ponía  los  guantes.

—¡Ay, eso duele!

—El niño está  a  punto  de  salir.  ¿Puede  darme  el  maletín,  doctor  Alfonso?  Ariel, ponga algo de música... clásica si es posible.

—Sí, pero...

—Hágalo. Celina, puede que te encuentres más cómoda tumbada, pero casi es mejor que te sientes al borde de la cama.

—Lo que usted diga.

Paula sujetó a su paciente por los hombros.

—No pasa nada. Todo va bien.

—Eso espero —gimió la joven.

No hay comentarios:

Publicar un comentario