Pedro bajó la cámara y parpadeó con incredulidad. Nunca había visto sonrojarse un cuerpo entero. Estaba sorprendido, intrigado y encantado. Bueno no, no encantado. Eso era llevar las cosas demasiado lejos. Pedro Alfonso no se dejaba encantar por las mujeres. No se había dejado desde... Apartó aquella idea de la cabeza.
—Deja de temblar —le ordenó—. O tendré seis preciosas mujeres y un borrón.
—Lo... lo siento.
Pero seguía temblando. Pedro sacudió la cabeza y levantó la cámara de nuevo. Disparó. Se movió. Dirigió.
—Naden—les dijo—. Con movimientos suaves y lánguidos sobre la cabeza. Como si estuvieran en el agua.
Ellas nadaron con brazadas suaves y se pusieron de puntillas. Flotaron.Paula se bamboleó.Gib apretó los dientes .Apartó la vista hacia las otras mujeres. Se movieron y Paula entró en su campo de visión de nuevo. Se aclaró la garganta e intentó buscar un ritmo.
—Veamos esos labios. Apreten los labios. Besos. Quiero besos.
Y que lo ahorcaran si Paula no lo miró a él directamente con la cara y el cuerpo sonrojados y los labios besando. Pedro lanzó una exclamación.
—No a mí, corazón —dijo con un tono de voz levemente estrangulado—. Quiero perfiles. Besa a tu amante. Porque tendrás un amante, ¿No?¡Uau!
El sonrojo había vuelto con venganza. Una pena que el carrete no fuera en color. Había un resplandor rosado increíble. Pedro exhaló el aliento y se secó las palmas humedecidas en los pantalones. Concéntrate, maldita sea, se regañó asimismo. Y se estaba concentrando, ése era el problema. «¡No te concentres en ella!».Intentó no hacerlo. Se movió, se arrodilló e intentó ignorar la insistencia de su cuerpo. Dirigió la cámara a las siete mujeres, pero sin remedio, el aparato encontraba a Paula.Intentó recordar todas las poses que había planeado, pero tenía la mente en blanco. Bueno, no, no realmente en blanco. Definitivamente tenía muchas curvas en su mente. Y un cuerpo muy concreto. Un cuerpo muy sexy.Un cuerpo real. Al contrario que las otras seis, Paula parecía responder a sus indicaciones con algo más que con los músculos. Era abierta y sin reservas. Él decía«amante» y ella se sonrojaba. Decía «beso» y se notaba el anhelo en su expresión.
—Sí —dijo Pedro—. Sí... Así. Más. Dame más, corazón.Todas lo miraron.
—Eh, corazones —se corrigió sonriéndolas a todas.
Pero miraba a Paula.Ella se estremeció y se sonrojó. Sus senos se bambolearon.Entonces se oyó una conmoción en la oficina exterior.
—¡No puede entrar ahí! —era la voz de Eliana—. ¡Por supuesto que puedo. Llego tarde! —contestó la otra voz.Y entonces se abrió la puerta y Aldana, una top model con la que había trabajado muchas veces, irrumpió en la sala.
—¡Ah, Pedro! Lo ziento tanto! El tazi. ¡Ze eztropeó. El conductor. ¡Dijo que no podía ir zin pagar! ¡No llevar donde quiero ir! ¡No pago! ¡Entonzez me agarró! ¡Grité que me eztaba raptando! Dijo que lo eztaba eztafando. ¡Ezos polizías! ¡No me ezcucharon. Creez que harían cazo a una chica bonita, ¿Verdad? ¡Puez no! ¡Ezcuchan a un eztúpido tazizta!
Y mientras soltaba todo el monólogo, Aldana iba despojándose de la ropa. Primero el minúsculo top seguido del diminuto sujetador. Alzó un pie y salió una sandalia seguida de la otra. Se desabrochó entonces la minifalda y la deslizó por sus estrechas caderas y piernas largas como un árbol.
—¡Te digo que eza polizía no zabe nada de nada!
Para hacer hincapié en su declaración, se quitó las bragas y las tiró por los aires. Entonces alzó los brazos y sonrió a Pedro.
—Empezamoz ya, ¿No? ¡Eztoy lizta!
En el silencio que siguió, Pedro mantuvo la boca cerrada. Era consciente de Aldana, desnuda y magnífica en el centro de la habitación, rodeada de las demás mujeres. Entonces deslizó la mirada despacio de un cuerpo a otro. De una cara a otra. Ellas lo miraron a él y después a las demás. Sus ojos parecían estar haciendo lo mismo que los de él. Contar. Una. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis... Sus ojos se clavaron en Paula. Trémula, bamboleante y sonrojada. Siete. Y Aldana hacía... La número ocho.¿Ocho?
—Espera un minuto. Aquí hay una equivocación. Si se supone que Aldana debe estar aquí...
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