viernes, 9 de febrero de 2018

Lo Inesperado: Capítulo 38

—¿Cómo te atreves? —replicó Paula, furiosa—. ¿Cómo te atreves a darme una charla sobre  responsabilidad?  Tú,  que vas por la  vida sin  comprometerte  con  nada  ni  con  nadie. Soy muy consciente de mis responsabilidades, Pedro. No sé si tú puedes decir lo mismo.

Después de eso, Paula se dió la vuelta, indignada. ¿Cómo se atrevía a criticarla? Aquel hombre era insufrible, arrogante y machista. Y no tenía por qué soportarlo.A lo lejos vió a Valen y se dirigió hacia ella, aliviada.

 —¡Mamá!   El  tío  Gabriel me ha dado  un  trozo de pastel de  chocolate.  ¿Puedo comérmelo?

—Claro que sí, cariño.

—Los  fuegos  artificiales  empiezan  en  cinco  minutos  —les  informó  Matías,  mirando su reloj.

—¿Qué  tal  con  Pedro,  querida? —preguntó Mónica,  envolviéndose  en  su  chal—. Me han dicho que vivís juntos.

—Y trabajan juntos —intervino Gabriel, llevándosela aparte—. ¿Qué ha pasado, Paula?

—¿A qué te refieres?

—Los he visto discutir.

Ella suspiró, cansada.

—No entendemos las cosas de la misma forma. Deja de intentar emparejarnos, Gabriel. No estamos hechos el uno para el otro.

—Pedro es  un  hombre  muy  protector,  aunque  eso  te  moleste. Ya  sé  que  tú  eres  una  mujer muy autosuficiente...

—No quiero seguir hablando de Pedro Alfonso.

—No puedes culpar a un hombre por intentar proteger a su chica, Paula.

Primero su madre y después Gabriel. Aquello era insoportable.

—No soy su  chica y  nunca  lo  seré.  No  soy  la  clase  de  persona  que  puede  tener  una  aventura y después despedirse como si no hubiera pasado nada.

—¿Y tú crees que Pedro  haría eso?

Paula lo miró, impaciente.

—Por  supuesto. Pedro nunca  se  ha  quedado  en  ninguna  parte  más  de  diez  minutos. Tú lo sabes bien.

—Así  ha sido su vida hasta ahora —suspiró Gabriel—. No confía en  nadie.   Y, francamente, no puedo culparlo.

—Yo tampoco. Pero no creo que vaya a cambiar.

—En eso no estoy de acuerdo. Lo que necesita es enamorarse tan profundamente que no tenga más remedio que cambiar.

—Has leído muchos cuentos de hadas, Gabriel. Pero la vida no es así.

—La gente cambia.

—No me lo imagino a Pedro dando rienda suelta a sus emociones.

 —Yo sí —rió Gabriel—. Lo que no me imagino es que él lo reconozca.

Ella lo miró, escéptica.

—A mí no me mires. Yo no soy la persona adecuada para él.

—Yo creo que sí lo  eres.  La  tensión  que  hay  entre  ustedes dos  se  siente  a  un  kilómetro de distancia.

Paula sacudió la cabeza.

—Admito que  le  gusto  y  que  él  me  gusta  a  mí,  pero  eso  es  todo. Pedro quiere  una  mujer que se quede en casa para cuidar de él, no alguien que trabaja y que tiene sus propias ideas. No soy su tipo.

 —¿Qué dices? Eres exactamente su tipo.

—Me haría daño, Gabriel.

—Puede que sí. Puede que no. Quizá deberías arriesgarte.

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