lunes, 5 de febrero de 2018

Lo Inesperado: Capítulo 30

Paula cerró la puerta de la consulta y se dejó caer sobre la silla. No podía concentrarse en  la  pantalla  del  ordenador.  No  podía  concentrarse  en  la  lista  de  pacientes.  De hecho, no podía concentrarse en nada. Era un  frío  lunes  por  la  mañana  y  sólo  podía  pensar  en  Pedro y  en  cómo  la  había  hecho sentir cuando la besó. ¿Por qué le había dejado hacerlo? ¿Por qué? Al  principio  no  había  podido  evitarlo,  pero  después... después  podría  haberse  apartado,  de  eso  estaba  segura.  Pero  no  había  querido  hacerlo.  Había  ocurrido  algo  entre ellos que nunca imaginó que pudiera ocurrir. Y  no  volvería  a  ocurrir, se  prometió  a  sí  misma.  Sólo  había  sido  un  beso.  No  tenía  más importancia. Pero  eso  no  era  cierto  del  todo. ¿Cómo  iba  a  enfrentarse  con  Sean  después  de  aquello? Él simplemente la había besado, dejándola con las piernas temblorosas y un millón de emociones encontradas. Angustiada, decidió que lo mejor sería ponerse a trabajar. Pero en cuanto tomó los informes, se abrió la puerta de su consulta y entró Pedro, cerrando la puerta tras él.

—No me mires así. He venido a disculparme.

 —¿Por qué?  ¿Por besarme?  —preguntó ella, nerviosa.  ¿Por obligarme  a  sentir  cosas  que no debería sentir?

Pedro sonrió, incómodo.

—Perdona mi comportamiento. No se me da bien aceptar un no por respuesta.

—Pues será mejor que aprendas porque eso es todo lo que vas a conseguir —replicó Paula, apartando las manos del escritorio para que él no viera que estaba temblando.

—¿Por  qué?  ¿Por  qué  quieres  proteger  a  Valen?  Eso  es  absurdo.  La  gente  va  y  viene. Así es la vida.

 —No para  todo  el  mundo.  Alguna  gente  tiene  la  suerte  de  conseguir  estabilidad  y  permanencia en su vida. Y eso es lo que yo quiero para Valen.

Pedro se acercó a la ventana, la tensión visible en la postura de sus hombros.

—Entonces, te niegas a arriesgarte para no hacerle daño a tu hija.

 —Y a mí misma. No quiero que me hagas daño, Pedro.

Él se volvió, mirándola con intensidad.

 —No quiero hacerte daño.

—Me romperías el corazón...

—Eso  es  completamente  ilógico. ¿Qué es lo que  quieres?  ¿Garantías?  Nunca  hay  garantías... nadie empieza una relación sabiendo que va a terminarse.

—Tú sí, por lo visto —replicó ella—. Fuiste muy sincero al decir que no querías una relación  profunda  y  no querías  hijos.  Ese  tipo  de  relación  sólo termina de una  forma... y no es como yo quiero.

Pedro la miró durante unos segundos sin decir nada.

 —Hay razones para que piense de ese modo.

 —¿Cuáles?

En ese momento, Carla entró en la consulta con un montón de informes en la mano.

—Hola, doctor Alfonso. No sabía que estaba aquí.

—Tengo que irme —murmuró Pedro entonces.

 Paula se  quedó  nerviosa  y  desconcertada,  pero  tuvo  que  concentrarse  para  atender  a  una paciente. Era Patricia Monroe, pálida y con una tirita en la pierna.

—Hola, Patricia . Veo que te han quitado el lunar.

—Sí. Y creen que puede ser maligno. Tengo que volver el jueves para que me den el resultado definitivo.

—Lo siento —murmuró Paula.

¿Por qué la vida era tan injusta? Patricia era una mujer joven y un melanoma maligno era algo muy preocupante.

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