Paula cerró la puerta de la consulta y se dejó caer sobre la silla. No podía concentrarse en la pantalla del ordenador. No podía concentrarse en la lista de pacientes. De hecho, no podía concentrarse en nada. Era un frío lunes por la mañana y sólo podía pensar en Pedro y en cómo la había hecho sentir cuando la besó. ¿Por qué le había dejado hacerlo? ¿Por qué? Al principio no había podido evitarlo, pero después... después podría haberse apartado, de eso estaba segura. Pero no había querido hacerlo. Había ocurrido algo entre ellos que nunca imaginó que pudiera ocurrir. Y no volvería a ocurrir, se prometió a sí misma. Sólo había sido un beso. No tenía más importancia. Pero eso no era cierto del todo. ¿Cómo iba a enfrentarse con Sean después de aquello? Él simplemente la había besado, dejándola con las piernas temblorosas y un millón de emociones encontradas. Angustiada, decidió que lo mejor sería ponerse a trabajar. Pero en cuanto tomó los informes, se abrió la puerta de su consulta y entró Pedro, cerrando la puerta tras él.
—No me mires así. He venido a disculparme.
—¿Por qué? ¿Por besarme? —preguntó ella, nerviosa. ¿Por obligarme a sentir cosas que no debería sentir?
Pedro sonrió, incómodo.
—Perdona mi comportamiento. No se me da bien aceptar un no por respuesta.
—Pues será mejor que aprendas porque eso es todo lo que vas a conseguir —replicó Paula, apartando las manos del escritorio para que él no viera que estaba temblando.
—¿Por qué? ¿Por qué quieres proteger a Valen? Eso es absurdo. La gente va y viene. Así es la vida.
—No para todo el mundo. Alguna gente tiene la suerte de conseguir estabilidad y permanencia en su vida. Y eso es lo que yo quiero para Valen.
Pedro se acercó a la ventana, la tensión visible en la postura de sus hombros.
—Entonces, te niegas a arriesgarte para no hacerle daño a tu hija.
—Y a mí misma. No quiero que me hagas daño, Pedro.
Él se volvió, mirándola con intensidad.
—No quiero hacerte daño.
—Me romperías el corazón...
—Eso es completamente ilógico. ¿Qué es lo que quieres? ¿Garantías? Nunca hay garantías... nadie empieza una relación sabiendo que va a terminarse.
—Tú sí, por lo visto —replicó ella—. Fuiste muy sincero al decir que no querías una relación profunda y no querías hijos. Ese tipo de relación sólo termina de una forma... y no es como yo quiero.
Pedro la miró durante unos segundos sin decir nada.
—Hay razones para que piense de ese modo.
—¿Cuáles?
En ese momento, Carla entró en la consulta con un montón de informes en la mano.
—Hola, doctor Alfonso. No sabía que estaba aquí.
—Tengo que irme —murmuró Pedro entonces.
Paula se quedó nerviosa y desconcertada, pero tuvo que concentrarse para atender a una paciente. Era Patricia Monroe, pálida y con una tirita en la pierna.
—Hola, Patricia . Veo que te han quitado el lunar.
—Sí. Y creen que puede ser maligno. Tengo que volver el jueves para que me den el resultado definitivo.
—Lo siento —murmuró Paula.
¿Por qué la vida era tan injusta? Patricia era una mujer joven y un melanoma maligno era algo muy preocupante.
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