miércoles, 21 de febrero de 2018

Lo Inesperado: Capítulo 52

—Quizá será por el cuento de hadas.

—¿Qué quieres decir?

—Lo  de  «y  vivieron  felices  para  siempre».  Yo  creía  en  ello  hasta  que  descubrí  qué  clase de persona era Pablo. Entonces, yo salía con un chico y...

—No me lo digas. En cuanto tuviste que hacerte cargo de Valen, desapareció.

Paula asintió con tristeza.

—Sus palabras exactas fueron: «No pienso criar y educar a una niña que ni siquiera es mía».

—Y abandonaste tus sueños.

—Me llevé una tremenda desilusión.

Pero  no  había  abandonado  sus  sueños.  O,  mejor  dicho,  sus  sueños  no  la  habían  abandonado. Estaba convencida de que, en alguna parte, había un hombre para ella. El hombre ideal. Y entonces, Pedro Alfonso había aparecido en su vida...

—Yo no sabía nada de esto, Paula—dijo él entonces.

—Te arrepientes de lo que pasó anoche, ¿Verdad?

Tenía que saberlo. Aunque la respuesta le causara dolor. A ella le gustaban las cosas sinceras y de frente. Pedro dudó unos segundos antes de contestar.

 —No...

—Obviamente, no era lo que esperabas.

—Tú sabes que eso no es verdad.

—Entonces,  ¿Cuál  es  el  problema?  Y no me  digas  que  no  hay  ningún  problema  porque llevas toda la mañana sin mirarme.

—¡Tú  sabes cuál es el  problema!  —murmuró  Pedro,  con  los  dientes  apretados—. Nunca te habías acostado con un hombre. No ha sido algo casual para tí.

—Ah, ya entiendo.   Estás hablando de esa palabra  que  tanto miedo te da: compromiso. Piensas que, como no me he acostado con ningún otro hombre, el hecho de que lo haya hecho contigo significa que quiero que me lleves al altar.

—Paula...

—No digas nada  más  —lo  interrumpió  ella—. Estoy  cansada  y  quiero  darme  una  ducha. Llévame a casa, por favor.

—Aún no hemos terminado esta conversación...

—Sí  la  hemos  terminado.  Siempre  hemos  sabido  que  queríamos  cosas  diferentes, Pedro. No pasa nada.

—¿Quieres que olvidemos lo que ha pasado? —preguntó él, incrédulo.

 ¿Olvidarlo?  Había sido  la  noche  más  importante  de  su  vida.  Nunca  había  pensado  que  podía sentirse  tan  cerca  de  otro  ser  humano.  Y  eso  le  mostraba  lo  falsas  que  podían ser las apariencias.

—Llévame a casa, Pedro.

Paula sintió que Pedro quería decir algo más, pero al final puso el coche en marcha sin decir nada.


La rutina diaria haría que los días pasaran sin darse cuenta. O casi. Paula miró  los  informes  que  tenía  delante  y  tuvo  que  parpadear  cuando  sus  ojos  se  llenaron de lágrimas. No podía llorar. Había estado llorando toda la noche y se había tenido que obligar a sí misma a concentrarse en el trabajo. ¿Por qué estaba siendo tan patética? Sabía lo que estaba haciendo cuando hizo el amor con Pedro. Sabía que él no era un hombre para siempre. De modo que era absurdo llorar. Matías era su primer paciente y Paula intentó disimular su angustia.

—Estás pálida, ¿Te encuentras bien?

Estupendo. El maquillaje no le había servido de nada.

—Sólo estoy un poco cansada.

—Ya —murmuró el hombre.

—¿Qué tal el estómago?

—Aún me duele un poco, la verdad.

Aquello era lo que necesitaba. Trabajo, trabajo y más trabajo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario