—Quizá será por el cuento de hadas.
—¿Qué quieres decir?
—Lo de «y vivieron felices para siempre». Yo creía en ello hasta que descubrí qué clase de persona era Pablo. Entonces, yo salía con un chico y...
—No me lo digas. En cuanto tuviste que hacerte cargo de Valen, desapareció.
Paula asintió con tristeza.
—Sus palabras exactas fueron: «No pienso criar y educar a una niña que ni siquiera es mía».
—Y abandonaste tus sueños.
—Me llevé una tremenda desilusión.
Pero no había abandonado sus sueños. O, mejor dicho, sus sueños no la habían abandonado. Estaba convencida de que, en alguna parte, había un hombre para ella. El hombre ideal. Y entonces, Pedro Alfonso había aparecido en su vida...
—Yo no sabía nada de esto, Paula—dijo él entonces.
—Te arrepientes de lo que pasó anoche, ¿Verdad?
Tenía que saberlo. Aunque la respuesta le causara dolor. A ella le gustaban las cosas sinceras y de frente. Pedro dudó unos segundos antes de contestar.
—No...
—Obviamente, no era lo que esperabas.
—Tú sabes que eso no es verdad.
—Entonces, ¿Cuál es el problema? Y no me digas que no hay ningún problema porque llevas toda la mañana sin mirarme.
—¡Tú sabes cuál es el problema! —murmuró Pedro, con los dientes apretados—. Nunca te habías acostado con un hombre. No ha sido algo casual para tí.
—Ah, ya entiendo. Estás hablando de esa palabra que tanto miedo te da: compromiso. Piensas que, como no me he acostado con ningún otro hombre, el hecho de que lo haya hecho contigo significa que quiero que me lleves al altar.
—Paula...
—No digas nada más —lo interrumpió ella—. Estoy cansada y quiero darme una ducha. Llévame a casa, por favor.
—Aún no hemos terminado esta conversación...
—Sí la hemos terminado. Siempre hemos sabido que queríamos cosas diferentes, Pedro. No pasa nada.
—¿Quieres que olvidemos lo que ha pasado? —preguntó él, incrédulo.
¿Olvidarlo? Había sido la noche más importante de su vida. Nunca había pensado que podía sentirse tan cerca de otro ser humano. Y eso le mostraba lo falsas que podían ser las apariencias.
—Llévame a casa, Pedro.
Paula sintió que Pedro quería decir algo más, pero al final puso el coche en marcha sin decir nada.
La rutina diaria haría que los días pasaran sin darse cuenta. O casi. Paula miró los informes que tenía delante y tuvo que parpadear cuando sus ojos se llenaron de lágrimas. No podía llorar. Había estado llorando toda la noche y se había tenido que obligar a sí misma a concentrarse en el trabajo. ¿Por qué estaba siendo tan patética? Sabía lo que estaba haciendo cuando hizo el amor con Pedro. Sabía que él no era un hombre para siempre. De modo que era absurdo llorar. Matías era su primer paciente y Paula intentó disimular su angustia.
—Estás pálida, ¿Te encuentras bien?
Estupendo. El maquillaje no le había servido de nada.
—Sólo estoy un poco cansada.
—Ya —murmuró el hombre.
—¿Qué tal el estómago?
—Aún me duele un poco, la verdad.
Aquello era lo que necesitaba. Trabajo, trabajo y más trabajo.
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