No era mala idea. Una sonrisa especuladora asomó a los labios de Gibson. Podría hacer algo bueno con aquello.
—¿Cómo te llamas? —preguntó.
—Paula.
La chica batió los párpados con gesto de que él debería saberlo. Pedro enarcó las cejas. ¿Iba a ser una de aquellas arrogantes? ¿Una de esas modelos, que hacían tres trabajos, quizá consiguieran alguna portada en alguna parte y esperaban que las conociera ya todo el mundo? No soportaba a las prima donnas, incluso aunque sus aviones se retrasaran.
—Bueno, Paula, ya que has llegado, desvístete y empecemos a trabajar.
Los ojos azul violeta parecieron salírsele de las órbitas. Abrió la boca pero no dijo una sola palabra. Sólo lo miró alucinada mientras se sonrojaba con violencia.
—No me dijeron... no me dijeron... esto.
Paula tragó saliva y miró a su alrededor con frenesí parpadeando al ver a una mujer desnuda tras otra.Generalmente la modelos que llevaban un tiempo en la profesión se paseaban sin ninguna vergüenza sin siquiera una tirita encima. Todas habían visto a tanta gente desnuda que estaban demasiado maduras como para importarles. Pero, en ese momento, bajo la mirada alucinada de Paula, Pedro notó que el pudor iba en aumento. Al minuto siguiente todas saldrían corriendo en busca de su ropa. Apretó los dientes antes de plantar una sonrisa en su cara.
—Bueno, supongo que puedes irte —dijo en tono almibarado mirándola a los ojos—. Puedes volver a tomar ese avión para volver a tu casa o hacer el trabajo para el que te han contratado.
Hubo un silencio mortal. Ella pareció dejar de respirar antes de lanzar un gemido. Se humedeció el labio con la lengua con gesto de indecisión y Pedro casi pudo leer un pánico fugaz en su expresión.¡Dios bendito! ¿Qué les habría poseído para contratar a aquélla?Y entonces, con un desesperado vaivén, ella asintió.
—¿Do... dónde me... me cambio?
—Yo te enseñaré
—Cecilia, la peluquera de pelo violeta, le sonrió para darle ánimos y señaló con los dedos cargados de anillos—. Por ahí.
Paula tragó saliva una vez más y dirigió una mirada de soslayo en dirección a los vestuarios en el otro extremo del estudio. Pedro hubiera jurado que había escuchado cómo le castañeteaban los dientes al pasar. En los doce años anteriores, había fotografiado a muchas mujeres. A su cámara le gustaban. Trazaba sus líneas, sus curvas, sus sonrisas, sus pucheros. Y los transformaba en arte. Eso había convertido en uno de los fotógrafos más cotizados del mundo de la publicidad. Y en el aspecto profesional estaba satisfecho.
Personalmente no podía haberle importado menos.Tampoco le importaban las mujeres. Pedro no se involucraba con las mujeres a las que fotografiaba. Para él no eran más que luces y sombras, curvas y ángulos, elevaciones y hondonadas.Sólo se concentraba en la geometría de la lente y del cuerpo. Nada personal. Aquellas mujeres desnudas podrían haber sido igualmente viejos neumáticos u hojas otoñales. Para él todas ellas eran objetos intercambiables y había sido así durante años. Hasta que Paula salió del vestuario esa tarde. No era sólo una curva o un ángulo, una luz o una sombra. Era una persona. Viva y respirando... Y trémula.Y lo volvió loco.
—De acuerdo. Adelante —dijo dirigiéndole apenas una mirada mientras se situaba entre las demás modelos—. En círculo ahora... muy bien... alzen los brazos, como alcanzando algo. Y los brazos de siete mujeres se alzaron sobre sus cabezas. Siete mujeres se estiraron como queriendo alcanzar algo. Seis se movieron con suavidad, con gestos flotantes y cuerpos ondulados.La séptima estaba temblando. Pedro bajó la cámara.
—Paula. Estírate.
Ella le dirigió una fugaz mirada de desesperación y asintió. Se pasó la lengua por los labios y se enderezó.
—Haz como que alcanzas algo —ordenó él.
Paula lo hizo. Su pelo se agitó. Y sus senos también. Y a Pedro se le secó la garganta y se le humedecieron las manos. El cuerpo se le puso duro como si fuera un adolescente, ¡Por Dios bendito!Él había visto cientos y miles de senos antes. Probablemente habría visto más senos de mujer en los doce años anteriores que la mayoría de los hombres en toda su vida.Pero la mayoría de los senos que él había visto no se... se pasó la lengua por los labios... bueno, no se agitaban.Los otros miles de senos que él había fotografiado habían sido firmes, erectos y casi de plástico.Los de Paula eran más... voluptuosos. Sin el vestido, era una Marilyn desnuda. Cerró los ojos y apartó aquella idea de su mente. Pero al momento los abrió y su mirada se dirigió de forma inconsciente hacia ella.
—¡Alcanza algo! —y cuando lo hizo y se bamboleó, él bramó—. He dicho alcanzar, no embestir. Como si estuvieras buscando a tu amante.
Todo el cuerpo de ella se sonrojó.
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