miércoles, 28 de febrero de 2018

Inevitable: Capítulo 2

No  era  mala  idea.  Una  sonrisa  especuladora  asomó  a  los  labios  de  Gibson. Podría hacer algo bueno con aquello.

—¿Cómo te llamas? —preguntó.

—Paula.

La chica batió los párpados con gesto de que él debería saberlo. Pedro enarcó  las  cejas.  ¿Iba  a  ser  una  de  aquellas  arrogantes?  ¿Una  de  esas  modelos, que hacían tres trabajos, quizá consiguieran alguna portada en alguna parte y  esperaban  que  las  conociera  ya  todo  el  mundo?  No  soportaba  a  las  prima donnas, incluso aunque sus aviones se retrasaran.

—Bueno, Paula, ya que has llegado, desvístete y empecemos a trabajar.

Los  ojos  azul  violeta  parecieron  salírsele  de  las  órbitas.  Abrió  la  boca  pero  no  dijo una sola palabra. Sólo lo miró alucinada mientras se sonrojaba con violencia.

—No me dijeron... no me dijeron... esto.

Paula tragó saliva y miró a su alrededor con frenesí parpadeando al ver a una mujer desnuda tras otra.Generalmente  la  modelos  que  llevaban  un  tiempo  en  la  profesión  se  paseaban  sin  ninguna  vergüenza  sin  siquiera  una  tirita  encima.  Todas  habían  visto  a  tanta  gente desnuda que estaban demasiado maduras como para importarles. Pero, en ese momento, bajo la mirada alucinada de Paula, Pedro notó que el pudor iba en aumento. Al minuto siguiente todas saldrían corriendo en busca de su ropa. Apretó los dientes antes de plantar una sonrisa en su cara.

—Bueno, supongo que puedes  irte  —dijo  en  tono  almibarado  mirándola  a  los  ojos—. Puedes volver a tomar ese avión para volver a tu casa o hacer el trabajo para el que te han contratado.

Hubo  un  silencio  mortal.  Ella  pareció  dejar  de  respirar  antes  de  lanzar  un  gemido. Se humedeció el labio con la lengua con gesto de indecisión y Pedro casi pudo leer un pánico fugaz en su expresión.¡Dios bendito! ¿Qué les habría poseído para contratar a aquélla?Y entonces, con un desesperado vaivén, ella asintió.

—¿Do... dónde me... me cambio?

—Yo  te  enseñaré

—Cecilia,  la  peluquera  de  pelo  violeta,  le  sonrió  para  darle  ánimos y señaló con los dedos cargados de anillos—. Por ahí.

Paula tragó saliva una vez más y dirigió una mirada de soslayo en dirección a los   vestuarios   en   el   otro   extremo   del   estudio.   Pedro  hubiera  jurado  que  había  escuchado cómo le castañeteaban los dientes al pasar. En los doce años anteriores,  había fotografiado a muchas mujeres. A su cámara le gustaban. Trazaba sus líneas, sus curvas, sus sonrisas, sus pucheros. Y los transformaba  en  arte.  Eso  había  convertido en  uno  de  los  fotógrafos  más  cotizados del mundo de la publicidad. Y en el aspecto profesional estaba satisfecho.


Personalmente no podía haberle importado menos.Tampoco le importaban las mujeres. Pedro no se involucraba con las mujeres a las  que  fotografiaba.  Para  él  no  eran  más  que  luces  y  sombras,  curvas  y  ángulos,  elevaciones y hondonadas.Sólo  se  concentraba  en  la  geometría  de  la  lente  y  del  cuerpo.  Nada  personal.  Aquellas mujeres desnudas podrían haber sido igualmente viejos neumáticos u hojas otoñales.  Para  él  todas  ellas  eran  objetos  intercambiables  y  había  sido  así  durante  años. Hasta que Paula salió del vestuario esa tarde. No era sólo una curva o un ángulo, una luz o una sombra. Era una persona. Viva y respirando... Y trémula.Y lo volvió loco.

—De  acuerdo.  Adelante  —dijo  dirigiéndole  apenas  una  mirada  mientras  se  situaba entre las demás modelos—. En círculo ahora... muy bien... alzen los brazos, como alcanzando algo. Y  los  brazos  de  siete  mujeres  se  alzaron  sobre  sus  cabezas.  Siete  mujeres  se  estiraron como queriendo alcanzar algo. Seis se movieron con suavidad, con gestos flotantes y cuerpos ondulados.La séptima estaba temblando. Pedro bajó la cámara.

—Paula. Estírate.

Ella le dirigió una fugaz mirada de desesperación y asintió. Se pasó la lengua por los labios y se enderezó.

—Haz como que alcanzas algo —ordenó él.

Paula lo hizo. Su pelo se agitó. Y sus senos también. Y  a  Pedro se  le  secó  la  garganta  y  se  le  humedecieron  las  manos.  El  cuerpo  se  le  puso duro como si fuera un adolescente, ¡Por Dios bendito!Él  había  visto  cientos  y  miles  de  senos  antes.  Probablemente  habría  visto  más  senos de mujer en los doce años anteriores que la mayoría de los hombres en toda su vida.Pero la mayoría de los senos que él había visto no se... se pasó la lengua por los labios... bueno, no se agitaban.Los otros miles de senos que él había fotografiado habían sido firmes, erectos y casi de plástico.Los de Paula eran más... voluptuosos. Sin el vestido, era una Marilyn desnuda. Cerró los ojos y apartó aquella idea de su mente. Pero al momento los abrió y su mirada se dirigió de forma inconsciente hacia ella.

—¡Alcanza  algo!  —y  cuando  lo  hizo  y  se  bamboleó,  él  bramó—.  He  dicho  alcanzar, no embestir. Como si estuvieras buscando a tu amante.

Todo el cuerpo de ella se sonrojó.

No hay comentarios:

Publicar un comentario