miércoles, 7 de febrero de 2018

Lo Inesperado: Capítulo 35

Pedro soltó  una  carcajada. Un  sonido  masculino,  rico  y  profundo  que  aceleró  su  corazón.

—Vaya... no se me habría ocurrido... qué mujer tan estupenda.

—Mi madre se acuerda de tí.

La sonrisa de Pedro desapareció.

—Ah, ya veo. Te habrá contado historias de mi depravada juventud.

—No. Pero ahora entiendo tu miedo al compromiso —murmuró Paula.

—Ya.

—Debió ser difícil para tí...

—No quiero hablar de eso, Paula. ¿Qué ocurre? ¿Has decidido meterte en mi cama por compasión?

—No seas ridículo...

—No estoy siendo ridículo —la interrumpió él—. Lo veo en tu cara. De repente, soy un pobre chico que necesita cariño y que cambiará por el amor de una buena mujer.

—Yo no he dicho eso...

—No hace falta que lo digas. Y olvídate de la cena. Ya no tengo hambre.

Después de eso, Pedro salió de la cocina, dejándola boquiabierta.



Al  día  siguiente,  Paula llamó  a  la  puerta  de  la  consulta  de  Pedro. Cuando  entró,  él estaba trabajando en el ordenador con expresión seria.

—¿Sí?

—He venido para decirte que lo siento.  Mi madre no estaba cotilleando, pero supongo  que  eso es lo que te pareció.  Y no siento compasión  por  tí... o  quizá  un  poco,  pero  eso  no  tiene  nada  que  ver  con  lo  de  irme  a  la  cama  contigo  —empezó  a  decir Paula, nerviosa.

Pedro levantó una ceja.

—¿Estás diciendo que lo sientes o que quieres irte a la cama conmigo?

—Ninguna de  las dos cosas  —dijo  ella,  incómoda—. Lo  siento, pero... ¡Por  favor!  Bueno, tú sabes lo que quiero decir.

Pedro se acercó a ella con un nuevo calor en los ojos.

—Yo también lo siento. Reaccioné de forma exagerada. Me temo que mi infancia no es  un  tema del que me guste hablar  —dijo, levantando  su  barbilla con un dedo—. Entonces, ¿Vas a seguir el consejo de tu madre?

—No bromees conmigo, Pedro. No es justo.

—No estoy bromeando. Y lo que no es justo es que yo tenga que verte todos los días —susurró él—. Me estás volviendo loco, ¿Lo sabes?

Paula se sentía hipnotizada por la mirada del hombre.

—Yo no hago nada. 

—Exactamente.  Sólo tengo que pensar lo que pasará  el día que hagamos el  amor  y  me convierto en un león enjaulado.

—No va a pasar, Pedro—murmuró Paula, dando un paso atrás.

—Tiene que pasar.  Necesito dormir  tranquilo  alguna  vez  —sonrió Pedro—. Aunque quizá esa no sea la mejor forma de asegurarme un sueño tranquilo.

 —Me romperías el corazón.

Él la miró a los ojos, como si quisiera leer sus pensamientos.

—Estoy empezando a pensar que tú me harías lo mismo.

—Creí que tú no tenías corazón —sonrió Paula, abriendo la puerta.

—Cierra esa puerta y ven aquí ahora mismo.

—Tengo consulta, doctor Alfonso.

 Después de eso, salió dejando a Pedro y a la tentación tras ella.

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