—Hola, trasto —lo saludó.
—¡Doctora Chaves! —exclamó Franco.
—¿Cómo estás?
—Me duele todo —confesó el crío—. Ya sé que he sido un tonto. El doctor Morgan me leyó la cartilla.
—Has salido de esta de milagro, Franco.
—Lo sé. El doctor Morgan me dijo que si el doctor Alfonso y usted no hubieran estado allí, podría haber muerto.
—Pero estábamos allí —suspiró Paula—. ¿Qué tal van tus niveles de azúcar?
—No demasiado mal.
—¿Qué estabas intentando probar, Franco?
—No lo sé. Bueno, sí. Es que estoy harto, doctora Chaves. No me gusta ser diferente de los demás chicos.
—No eres diferente, Franco. Sólo tienes diabetes.
—Pero eso me hace diferente. No puedo correr como los demás, no puedo comer lo mismo...
—¿Por qué no puedes correr? —lo interrumpió ella.
—Porque en el colegio se lo toman muy en serio y hacen competiciones. No se puede hacer un maratón si tienes que pararte de vez en cuando para comprobar cómo van los niveles de azúcar en la sangre...
—¿Y si no tuvieras que parar?
—Pero tengo que hacerlo.
—Cada día inventan monitores de glucosa más efectivos. Ahora hay uno que es casi igual de pequeño que un reloj.
—Pero tendría que parar de todas formas...
—No, podrías comprobar tu nivel de azúcar mientras estás corriendo.
—¿En serio?
—Sí. ¿Quieres que me informe de dónde podemos conseguirlo?
—¡Claro que sí! —exclamó Franco, con los ojos brillantes—. Eso sería estupendo, doctora Chaves.
—Muy bien. Ya te daré más noticias —sonrió Paula, mirando alrededor. En el suelo, descubrió un par de botas de montaña.
—Son bonitas, ¿Verdad?
No hay comentarios:
Publicar un comentario