lunes, 26 de febrero de 2018

Lo Inesperado: Capítulo 67

—Ven aquí, Pedro.

Él no se movió.

 —Nunca me he permitido a mí mismo amar a nadie porque no podía soportar la idea de  que me  abandonaran  otra  vez. Por  eso  siempre  era  yo  quien  terminaba  con  las  relaciones. Por eso nunca he querido tener un hijo... Y entonces apareciste tú —dijo, volviéndose. Todo  el  dolor  de  su  traumática  infancia  estaba  en  sus  ojos—. Tú  eres  todo  lo  que  yo  había  soñado. Fuerte,  inteligente,  femenina,  preciosa,  compasiva... y tantas cosas más. Te deseaba tanto...

—Yo también, Pedro.

—La  noche  que  hicimos  el  amor,  eras tan  cálida,  tan  inocente,  que  sólo  quería  abrazarte y protegerte. Nunca había sentido eso por nadie.

—Y te dió miedo.

—Más que eso —intentó sonreír Pedro—. De repente, me sentí vulnerable. Y no estoy acostumbrado a esa sensación.

Paula sintió  que  su  corazón  se  llenaba  de  amor.  Le  estaba  costando  un  gran  esfuerzo  hacer aquella confesión y ella se lo agradecía infinito.

—Y entonces descubriste que yo estaba embarazada.

—Sí. Y me pareció que la tierra se abría bajo mis pies.

—No fue culpa tuya.

—Claro  que  lo  fue.  Prácticamente,  te  seduje. Estuve  tonteando  contigo  hasta  que  tú  también  empezaste  a  sentir  curiosidad.  Estaba  tan  loco  por  tí  que  sólo  podía  pensar  en tenerte entre mis brazos.

—No me sedujiste, Pedro.

—Eras virgen, Paula.

—Pero sabía lo que estaba haciendo.

—Quizá.  No lo sé  —murmuró  él,  volviéndose  de  nuevo  hacia  la  ventana—. En cualquier  caso,  de  repente  tú  estás  embarazada  y  yo  me  he  visto  obligado  a  enfrentarme con todos los sentimientos que he mantenido guardados durante años.

—No tienes que...

—¡Por favor, Paula, no digas eso! ¡Es mi hijo!

—Pero tú no lo quieres.

 —Claro que lo quiero. No quiero que ese niño crezca sin saber quién es su padre.

Los  ojos  del  hombre  quemaban  los  suyos  y  Paula sintió  que  su  corazón  se  partía. ¿Cómo  podría  soportarlo?  ¿Cómo  podría  verlo  ocasionalmente  con  su  hijo, sin  que  Sean fuera suyo? Sería una tortura, pero no podía negarle sus derechos como padre.

—No impediré que veas a tu hijo, Pedro. Yo no soy así.

 Él la contempló en silencio durante unos segundos.

—No estoy hablando sobre derechos de visita, Paula.

 Ella se puso pálida. ¿No querría decir...?

—¿No pensarás quitarme a mi hijo?

—¿Quitarte...? ¡Por Dios bendito, Paula! ¿Qué clase de hombre crees que soy?

—Yo...

—Déjalo, no lo  digas.  No he hecho  nada  para  que  tengas  una  buena  opinión  de  mí, ¿Verdad?  Primero te seduzco,  después  te  digo  que  no  quiero  compromisos  y  más  tarde te acuso de querer atraparme. Es lógico que no quieras casarte conmigo.

—Pedro, yo...

—No,  deja  que  termine  —la  interrumpió  él,  aclarándose  la  garganta—. Sé  que  piensas  que  no  soy  capaz  de  comprometerme,  pero  te  equivocas.  No  sabía  lo  quesentía por tí hasta esta noche. Sólo sabía que si te pasaba algo, lo habría perdido todo. Para siempre.

—Pedro...

—Tú has dicho que me quieres, Paula. ¿Lo dices de verdad?

—Claro que sí —murmuró ella, nerviosa.

—Yo  también  te  quiero  —dijo  Pedro entonces,  tomando  su  cara  entre  las  manos—. Nunca le he dicho esto a otro ser humano antes en mi vida. Nunca me he permitido a mí  mismo  amar  a  alguien,  pero  contigo  no  lo  puedo  evitar.  Tenías  razón  cuando  dijiste que yo no me arriesgaba. No suelo hacerlo, pero contigo no tuve elección. Esta noche me he dado cuenta.

 Los ojos de Paula se habían llenado de lágrimas.

—¿Me quieres?

—Con locura.

—¿Quieres casarte conmigo?

—Voy  a  casarme  contigo  te  guste  o  no  —sonrió  Pedro—. Eres  muy  arriesgada  y  alguien tiene que cuidar de tí.

 Paula se secó las lágrimas con la manga del jersey.

—No quiero que pienses que quería atraparte.

 —Pero  lo  has  hecho  —murmuró  él—. Estoy  absolutamente  atrapado. Y  no  quiero  que me sueltes nunca.

—Nunca —sonrió Paula, con el corazón acelerado—. Te quiero, Pedro.

—Lo sé. Y voy a hacer que me lo pruebes... muchas veces.

—Pero tú nunca te has quedado en un sitio...

—Y  no  me  imagino  trabajando  en  urgencias  para  siempre,  es  verdad.  Pero  hemos  tenido  suerte.  Guillermo Roberts  ha  pedido  un  traslado  y  queda  libre  el  puesto  de  traumatólogo, así que...

—Eso sería maravilloso.

—No —murmuró Pedro,  muy  serio—. Maravilloso  sería  casarme  contigo. Y  aún  no  me has dado una respuesta.

—¿No? —rió ella.

—¿Qué dice, doctora Chaves? —susurró él, enterrando la cara en su pelo—. ¿Quiere arriesgarse conmigo?

—Déjeme  pensarlo  un  momento,  doctor  Alfonso... —empezó  a  decir  Paula—. La respuesta es sí. Creo que merece la pena arriesgarse.




FIN

No hay comentarios:

Publicar un comentario