—Ven aquí, Pedro.
Él no se movió.
—Nunca me he permitido a mí mismo amar a nadie porque no podía soportar la idea de que me abandonaran otra vez. Por eso siempre era yo quien terminaba con las relaciones. Por eso nunca he querido tener un hijo... Y entonces apareciste tú —dijo, volviéndose. Todo el dolor de su traumática infancia estaba en sus ojos—. Tú eres todo lo que yo había soñado. Fuerte, inteligente, femenina, preciosa, compasiva... y tantas cosas más. Te deseaba tanto...
—Yo también, Pedro.
—La noche que hicimos el amor, eras tan cálida, tan inocente, que sólo quería abrazarte y protegerte. Nunca había sentido eso por nadie.
—Y te dió miedo.
—Más que eso —intentó sonreír Pedro—. De repente, me sentí vulnerable. Y no estoy acostumbrado a esa sensación.
Paula sintió que su corazón se llenaba de amor. Le estaba costando un gran esfuerzo hacer aquella confesión y ella se lo agradecía infinito.
—Y entonces descubriste que yo estaba embarazada.
—Sí. Y me pareció que la tierra se abría bajo mis pies.
—No fue culpa tuya.
—Claro que lo fue. Prácticamente, te seduje. Estuve tonteando contigo hasta que tú también empezaste a sentir curiosidad. Estaba tan loco por tí que sólo podía pensar en tenerte entre mis brazos.
—No me sedujiste, Pedro.
—Eras virgen, Paula.
—Pero sabía lo que estaba haciendo.
—Quizá. No lo sé —murmuró él, volviéndose de nuevo hacia la ventana—. En cualquier caso, de repente tú estás embarazada y yo me he visto obligado a enfrentarme con todos los sentimientos que he mantenido guardados durante años.
—No tienes que...
—¡Por favor, Paula, no digas eso! ¡Es mi hijo!
—Pero tú no lo quieres.
—Claro que lo quiero. No quiero que ese niño crezca sin saber quién es su padre.
Los ojos del hombre quemaban los suyos y Paula sintió que su corazón se partía. ¿Cómo podría soportarlo? ¿Cómo podría verlo ocasionalmente con su hijo, sin que Sean fuera suyo? Sería una tortura, pero no podía negarle sus derechos como padre.
—No impediré que veas a tu hijo, Pedro. Yo no soy así.
Él la contempló en silencio durante unos segundos.
—No estoy hablando sobre derechos de visita, Paula.
Ella se puso pálida. ¿No querría decir...?
—¿No pensarás quitarme a mi hijo?
—¿Quitarte...? ¡Por Dios bendito, Paula! ¿Qué clase de hombre crees que soy?
—Yo...
—Déjalo, no lo digas. No he hecho nada para que tengas una buena opinión de mí, ¿Verdad? Primero te seduzco, después te digo que no quiero compromisos y más tarde te acuso de querer atraparme. Es lógico que no quieras casarte conmigo.
—Pedro, yo...
—No, deja que termine —la interrumpió él, aclarándose la garganta—. Sé que piensas que no soy capaz de comprometerme, pero te equivocas. No sabía lo quesentía por tí hasta esta noche. Sólo sabía que si te pasaba algo, lo habría perdido todo. Para siempre.
—Pedro...
—Tú has dicho que me quieres, Paula. ¿Lo dices de verdad?
—Claro que sí —murmuró ella, nerviosa.
—Yo también te quiero —dijo Pedro entonces, tomando su cara entre las manos—. Nunca le he dicho esto a otro ser humano antes en mi vida. Nunca me he permitido a mí mismo amar a alguien, pero contigo no lo puedo evitar. Tenías razón cuando dijiste que yo no me arriesgaba. No suelo hacerlo, pero contigo no tuve elección. Esta noche me he dado cuenta.
Los ojos de Paula se habían llenado de lágrimas.
—¿Me quieres?
—Con locura.
—¿Quieres casarte conmigo?
—Voy a casarme contigo te guste o no —sonrió Pedro—. Eres muy arriesgada y alguien tiene que cuidar de tí.
Paula se secó las lágrimas con la manga del jersey.
—No quiero que pienses que quería atraparte.
—Pero lo has hecho —murmuró él—. Estoy absolutamente atrapado. Y no quiero que me sueltes nunca.
—Nunca —sonrió Paula, con el corazón acelerado—. Te quiero, Pedro.
—Lo sé. Y voy a hacer que me lo pruebes... muchas veces.
—Pero tú nunca te has quedado en un sitio...
—Y no me imagino trabajando en urgencias para siempre, es verdad. Pero hemos tenido suerte. Guillermo Roberts ha pedido un traslado y queda libre el puesto de traumatólogo, así que...
—Eso sería maravilloso.
—No —murmuró Pedro, muy serio—. Maravilloso sería casarme contigo. Y aún no me has dado una respuesta.
—¿No? —rió ella.
—¿Qué dice, doctora Chaves? —susurró él, enterrando la cara en su pelo—. ¿Quiere arriesgarse conmigo?
—Déjeme pensarlo un momento, doctor Alfonso... —empezó a decir Paula—. La respuesta es sí. Creo que merece la pena arriesgarse.
FIN
No hay comentarios:
Publicar un comentario